POLICIAL ARGENTINO: La dama es policía - Capítulo 2

martes, 8 de julio de 2008

La dama es policía - Capítulo 2





LA DÉFENSE, LA MISMA NOCHE
Odette esperó a que él asimilara la idea. Siempre pasaba lo mismo con los nuevos: se sorprendían, se asustaban y al final, se sentían orgullosos. Había discutido mucho con Auguste y Michelon sobre el tema. Nada de dar a conocer la organización fuera de la Brigada ni asignarle las siglas a las que era tan afecta la PN(1). Cuanta menos gente supiera de esos equipos, mejor para todos. Los resultados estaban siendo muy buenos y se involucraba a muchísimos menos efectivos de los que se hubieran empleado en procedimientos tradicionales. Trabajaban solos o en parejas. Se estudiaba a cada posible candidato con cuidado. Por lo general trataban de elegir a hombres y mujeres sin compromisos familiares que los hicieran vulnerables de alguna forma. Muy pocos estaban casados o tenían hijos y esa política evitaba víctimas innecesarias: nadie en la Brigada quería perder vidas valiosas ni ofrecer posibles rehenes. Esta vez era su propio turno. Mi caso. Cerró los ojos para no dejar traslucir el dolor que la atacó sin avisar. Recuperó la compostura y tomó la primera carpeta del pilón, mientras encendía la laptop: el trabajo tenía la virtud de distraerla.
— Te voy a explicar mi punto de vista, Marcel. Cuando se informó de la desaparición de dos religiosas jóvenes hace un año, se pensó en una fuga. El caso se investigó bastante mal y después languideció en los archivos. Cuando se informaron otras desapariciones similares, dos monjas jóvenes y una novicia, esta vez en el norte del país, comenzaron a prestar un poco más de atención. Lamentablemente nos enteramos de lo ocurrido varios meses después, ya que las desapariciones se denunciaron inicialmente a las prefecturas regionales. Tuve una corazonada y consultamos a las policías alemana e italiana y descubrimos que en las cercanías de la frontera con Alsacia y en el norte del Piemonte, habían ocurrido casos similares, siempre con religiosas más o menos jóvenes.
— Se habrá fundado un Movimiento de Liberación de las Religiosas...
— Estamos en el siglo XX y ya no se obliga a las mujeres a meterse a monjas.
— Punto a favor. Aunque siempre creí que era un desperdicio de recursos —, comentó él, irónico.
— Desperdicio o no, estas mujeres eran monjas por su propia decisión, te lo puedo asegurar, así como puedo jurarte que no desaparecieron por su voluntad — respondió con sequedad.
— No tiene sentido, Odette, y si lo tiene... —Marcel torció la cara en un gesto de desagrado.
— No “si lo tiene". “Sí”, lo tiene. Todavía me faltan algunos hilos de la trama, pero creo estar bastante cerca. Antes de que entraras en este caso, entrevisté a algunas superioras de órdenes que no fueran de clausura. No fue fácil en tan pocos días, pero me fue bastante bien. Esas señoras son muy renuentes a tratar con nosotros, y sacarles información me costó horas de persuasión, apelaciones a sus patrióticos corazones, sentimientos religiosos, solidaridad con las pobres mujeres desaparecidas, las estrofas de La Marsellesa... ¡Una casi me hizo sacar la reglamentaria!
Marcel se rió escandalizado.
— ¿Amenazaste a una abadesa con encanarla por resistirse a la autoridad?
— Estaba furiosa. Pero conseguí la información: en los cuatro conventos que investigué no están permitidas las visitas de hombres, salvo parientes por consanguinidad en primero o segundo grado, y sólo en casos muy excepcionales. Esas visitas quedan registradas, lo mismo que las de visitantes femeninas, que tampoco son muy asiduas. Casi todos estos conventos se caracterizan por su retiro del mundanal ruido.
— Qué conveniente — apuntó Marcel.
— Mmm, sí, muy útil cuando se desea operar sin intromisiones del exterior.
— ¿Qué? ¿Las monjitas se dedican al contrabando?
— ¡Dubois, no seas idiota!
— Tengo un sentido del humor algo inoportuno — el teniente se disculpó a medias, conteniendo una sonrisa.
Ya te voy a borrar la sonrisita, Cro-Magnon. Jugadores de rugby metidos a policía. Adónde mierda se está yendo la excelencia. Y Auguste te eligió como mi compañero en este caso. Agendar: estrangular a Auguste. Odette hizo un esfuerzo por no torcer la boca y continuó.
— Volviendo al tema, hay excepciones: las órdenes religiosas masculinas. ¿Quién, si no, podría meterse en un convento sin despertar sospechas?
— O alguien que parezca serlo...
— Estás aprendiendo rápido — ella levantó una ceja y se estiró con las manos detrás de la nuca.
— ¿Pero con qué objeto?
— En primer lugar deberías tener en cuenta que estas buenas señoras no ven como “hombre” — hizo comillas con los dedos— a un religioso. Es más, la visita de uno o varios de ellos se considera visita de la orden y se registra como tal. Un acontecimiento especial sería la llegada de alguna autoridad eclesiástica, donde se mencionarían nombres, pero no es el caso.
— Así que si alguien tuviera motivos reprobables para tener acceso a un convento, y lo hiciera como un seudomonje de alguna orden, encontraría las puertas abiertas — acotó Marcel.
— Bravo. ¿Qué más? — El Cro-Magnon piensa. Pasémoslo al próximo escalón de la evolución. —Ah, bueno... ¡No debe de ser tan fácil hacerse pasar por monje!
— No: deben presentarse papeles oficiales de la orden, autorizaciones, a veces hasta cartas del mismísimo Vaticano. Pero las órdenes masculinas y femeninas intercambian visitas con cierta frecuencia.
— ¿Pero para qué querría alguien disfrazarse de cura y meterse en un convento lleno de viejas santurronas, si no fuera para robar? Y en ese caso, ¿qué?
— ¿Estás seguro de no tener doble personalidad? ¡Hace un momento hacías gala de un intelecto aceptable y un instante después te dio un derrame cerebral? Mi Dios, Dubois, ¿qué te parece que estamos investigando?


Tomaron un café perfumado y negrísimo en un silencio de muerte, hasta que el estómago de Marcel reclamó comida. Odette se compadeció y sin decir nada desapareció por el pasillo de siempre para volver con una bandeja de sandwiches, bebida y cositas dulces. Él agradeció la tregua y comieron entre comentarios intrascendentes. Ella se limitó a observarlo mientras bebía en silencio el café, esta vez con leche.
Es más barato regalarte un reloj de oro que invitarte a comer. Aunque, para mantener en forma toda esa infraestructura deportiva, imagino que hace falta combustible en cantidades adecuadas. Adecuadas a una central termoeléctrica. Tomar nota para próximos entremeses. Eso, sin hablar del perfume. Una sinfonía para el olfato, teniente. Toda una delicadeza de tu parte hacia las damas. No hay problema, no soy una dama. El sueldo se te debe de ir entre comida y loción para después de afeitar. Y a mí qué mierda me importa. Sonrió para sí y se dio cuenta que él había observado el gesto, pero no dijo nada. Un poquito de suspenso no viene mal. Te mantiene atento y enfocado, sin desviar la atención a ideas de otro tipo.
Odette retiraba la bandeja vacía cuando Marcel preguntó:
— ¿Te ayudo a lavar los vasos… y todo eso?
— Mañana viene Marguerite y se encarga de la ley y el orden domésticos — dio por terminado el tema y continuó con la exposición: —Bien, como te imaginarás, existe una gran cantidad de órdenes y grupos religiosos católicos en Francia y en el resto de Europa. No se crean órdenes nuevas desde hace al menos setenta años y otras desaparecieron, pero todavía perduran congregaciones pequeñas, desconocidas para la mayoría de la gente común y a veces inclusive para otras órdenes.
Tecleó en la laptop y la pantalla se llenó con un listado interminable de fechas, símbolos y números.
— ¡Mi Dios! ¿Por dónde empezamos? — Marcel suspiró.
— Tranquilo, no son tantas. Las del asterisco ya no existían a principios de siglo. De las restantes, las señaladas con (1) tienen sede en Francia, las (2) son del resto de Europa, y (3), Asia, África y América .
Marcel no dijo nada, pero cerró los ojos con resignación: las (1) eran más que suficientes. Odette esbozó media sonrisa.
— Yo también temblé un poco al principio. Pero nuestras monjitas me permitieron ver sus libros de visitas y comprobé algo que había comenzado a sospechar — hizo un alto para servirse más café mientras Marcel estudiaba los nombres del listado.
— ¿Alguna recurrencia de nombres en los cuadernos de visita?
— Exacto. En todos los casos de desaparición, algunos días antes una orden en particular había visitado cada convento, alojándose en ellos.
— ¿Cómo es eso posible? Quiero decir, que durmieran en...
— En las alas destinadas a visitantes, alejadas de los claustros principales. Y acá viene lo más interesante: en todos los casos, estos visitantes se presentaron como miembros de una orden que había sido suprimida a fines de la Edad Media con bastante escándalo, pero que recientemente había recibido la rehabilitación papal.
— ¡Y las monjitas se tragaron el sapo! — Marcel la miró fijamente—.No estarás hablando de...
— ...Jacques de Molay.
— ¡No puede ser! ¿Los Caballeros de la Orden del Temple? —la sorpresa de Marcel no podía ser mayor.
— Bingo.


Los Templarios... Una orden que había alcanzado un poder tal que hizo temblar a Occidente. Sus monjes-caballeros eran señores feudales poderosos y la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo era tan rica que operó como un verdadero banco entre Europa y el Cercano Oriente. En poco tiempo, todos los gobernantes del continente estaban en deuda con el Temple, monjes que empuñaban con más frecuencia la espada que el rosario. El mismo rey de Francia les debía su trono. La excusa para eliminarlos fue que el continuo contacto con los infieles los había convertido en herejes: lo habitual en esos tiempos para librarse de enemigos incómodos a quienes, por ejemplo, se debía mucho dinero. La Orden se disolvió, pero los sobrevivientes se dispersaron por Europa, confundiéndose con la masonería. Logias que brotaron como hongos después de la lluvia, y cuyos grados jerárquicos se parecían sospechosamente a los de los Caballeros Templarios.
El término “logia” había vuelto a ganar una trascendencia desagradable a mediados de los años ochenta gracias a que las actividades de una de esas organizaciones habían salido a la luz. Operaciones económicas de calibre internacional, implicados impensados y escándalos que habían golpeado a las puertas de la mismísima basílica de San Pedro. Y se habían diluido como una gota de tinta en el mar. Quién sabe dónde estarían ahora los verdaderos Richelieu detrás del trono. Otra vez lo mismo?, pensó Marcel. ¿Y por qué no? Nada nuevo bajo el sol. La humanidad se repite a sí misma.
— ¿Una logia masónica? — dijo siguiendo en voz alta sus conclusiones. El pensamiento le hizo fruncir el entrecejo.
— Muy buena elección del término... — ella se quedó silenciosa, evaluando su sugerencia —. Más si tenemos en cuenta que las logias funcionan casi de la misma forma que las células terroristas: no se conoce a los superiores, obediencia estricta, códigos secretos, bla, bla, bla… — hizo un gesto con la mano —. Y que de los Templarios que se salvaron de la hoguera y desaparecieron de la Historia, se sospecha que se unieron, o directamente generaron la masonería. Todo muy oculto, porque los hubieran colgado por herejía, brujería y crímenes de lesa majestad como prometer la piedra filosofal y la fuente de la eterna juventud... Las logias modernas seguramente se dedican a buscar otro tipo de verdades científicas. Hoy en día, cualquiera puede obtener oro del plomo con el material radiactivo adecuado, lograr la eterna juventud gracias a la cirugía estética y acceder a la suma del conocimiento universal a través de las enciclopedias en CD-ROM y la Internet — se rieron ante lo ridículo de la idea.
La dama tiene sentido del humor. No lo hubiera imaginado. Me gusta cómo se ríe.
Odette continuó en voz más baja, como si hablara para sí.
— Pero los hombres siguen teniendo las mismas ambiciones básicas que hace cuatrocientos años o cuatro millones de años: el poder sobre otros. Para pagar el precio que sea y obtener cualquier cosa que se desee. Porque el poderoso es un eterno insatisfecho que necesita cada vez más poder para encontrarle algún sentido a su vida. Ya nada es suficiente, nada satisface.
”Se vuelve adicto a la adrenalina, y cuando ésta no alcanza a provocarle el placer que busca en cada cosa que hace, prueba con drogas más fuertes... no sólo en el sentido literal del término. Y detentar y ejercer el poder es la droga más terrible. Decidir la vida y la muerte de otros, que les están sometidos aunque no lo sepan. Usarlos en el propio beneficio o la propia satisfacción; los otros son objetos y, como tales, sin derecho a tener voluntad propia o decisión — el tono de su voz tenía un dejo de amargura —. El poderoso posee a los demás en toda la extensión de la palabra: tiene 'cosas' para 'usarlas' como más le complazca. Se apodera de la vida y la muerte de los otros. Se arroga el papel de Dios.
”Posee el dinero, el gobierno, los hombres, las mujeres, las armas, lo que señale con el dedo. Lo desea y tiene que tenerlo. No se le puede negar nada porque tiene el poder. No por nada 'poder' y 'poseer' tienen las mismas raíces en latín".
Se quedó callada, mirándolo sin ver.
La intensidad de sus palabras lo había dejado mudo. Ella sacudió la cabeza, se revolvió el pelo, se lo acomodó con los dedos y suspiró.
— Perdón por la digresión. Los que vivimos solos durante mucho tiempo tenemos el hábito de pensar en voz alta.
— Estoy acostumbrado. Las paredes son confidentes discretos: no le cuentan nada a nadie.
Por primera vez en toda la noche los ojos de ella reflejaron un sentimiento al mirarlo. Compartieron unos instantes de común soledad, en un silencio que, extrañamente, no se hizo incómodo.


LA DÉFENSE, MÁS TARDE, LA MISMA NOCHE
Eran más de las once de la noche cuando Marcel miró subrepticiamente su reloj.
— ¿Te esperan? — preguntó Odette con tono casual.
— Eh, no...
— Estás cansado — no fue una pregunta sino un desafío.
— No, sigamos. Hace nada más que cuatro horas que estamos con esto.
Ella se encogió de hombros.
— Marcel, ya te dije que quiero ponerte al tanto de lo que sabemos y de lo que esperamos encontrar. Necesitamos comenzar a actuar lo antes posible. La Brigada no quiere más desapariciones. Vas a quedarte a dormir. Hay un cuarto preparado, ropa limpia y un baño a tu disposición.
Casi se atragantó con el café al oír la última frase. No conocía a Odette, pero se imaginó que las suspicacias le ponían los pelos de punta. Cuando se supiese, aparecería en los titulares del noticiario de las ocho de la Brigada.
Pareció que ella le había leído la mente.
— No tengas miedo de las murmuraciones. Nadie sabe que estás aquí salvo Auguste — y se levantó en silencio.
Auguste, no 'comisario Massarino'. El detalle no se le escapó. Supo que Odette había ido a la cocina porque trajo una bandeja con una botella de agua mineral, más sandwiches, chocolate y, por supuesto, más café.
— Algo dulce y algo salado. Sirve para mantenerse despierto — el tono no admitía réplica y él obedeció con placer, mientras ella saboreaba el chocolate. Luego del minirrelax, volvieron a atacar los datos.
— ¿Y cómo cuernos las monjitas se tragaron el anzuelo de la rehabilitación papal y todo eso? — preguntó Marcel.
— ¡Ah, ahí viene lo mejor de todo! Estos tipos presentaron papeles oficiales, con membretes y sellos auténticos del Vaticano, emblemas, firmas y toda la parafernalia. En ellos constaba el perdón papal, la devolución de tierras y monasterios, la rehabilitación de los inmolados, ¡hasta una presentación para la beatificación de Molay! ¡Creo que hasta el mismo Papa hubiera creído que la firma era la suya!
— ¡Increíble! Pero, ¿robaron los papeles o...? ¡El Vaticano no puede estar involucrado en esto!
— ¡Dios nos libre! No voy a las procesiones vestida de penitente, pero guardo cierto respeto por la Iglesia Católica. Los papeles eran falsos. Falsificaciones casi perfectas — y se metió una barra de chocolate entre los dientes y jugueteó con ella.
Fue inevitable que a él se le cruzaran toda clase de imágenes en absoluto morales de Odette, y no precisamente con una barra de chocolate entre los labios. Recuperó la cordura y tomó también una barrita para distraerse. No va a ser fácil trabajar con esta mujer.
— ¡Uy, es exquisito! ¿Suizo?
— No, italiano. Los suizos son correctos hasta para hacer chocolate. Demasiado dulce para mi gusto. El italiano es absolutamente pecador e irresistible. Es mi perdición — ella suspiró con deleite.
— Entonces, si los papeles son falsos, alguien tuvo que conseguir originales. ¿Se informó algún robo en Francia? —respondió, tratando de no mirar la saltarina barrita de chocolate.
— No, pero hace tres años, del arzobispado de Venecia desaparecieron objetos de relativo valor y papelería diplomática en blanco. Ahora resultaría claro que el robo sólo tenía por objetivo los papeles. Pero, lo de siempre...
— Sí: denuncia, informe y archivo —suspiró —. Aunque sigo sin ver la relación.
— Mi corazonada es que estos tipos se metieron en esos conventos a secuestrar mujeres.
— ¡Qué locura! ¡A quién se le ocurriría secuestrar monjas! Quiero decir, ¿con qué propósito? ¿Pedir rescate? Cierto que muchas de ellas pertenecen a familias de buena posición económica. ¿Se investigó eso?
— Ninguna de las desaparecidas tenía familia. Además, los religiosos suelen ceder sus bienes a sus congregaciones. Tampoco hubo pedidos de rescate. Nunca se supo más de esas mujeres. Ni fugas, ni rescates, ni cuerpos.
— Entonces, ¿qué? ¿Qué querrían de unas pobres monjas?
— Marcel, éste es tu primer caso así, ¿cierto? Quiero decir, desaparición de mujeres.
— Sí. Bueno, por lo menos de monjas...
— Nunca se te cruzó por la mente cometer ningún tipo de aberración o violencia sexual contra otra persona, o de causarle daño físico o moral, o aun la muerte.
— ¡No, por Dios! Yo... bueno, soy, creo ser bastante normal — se sonrojó.
— No estoy juzgando tu vida privada. No tomamos en consideración juegos consentidos entre dos personas que se desean o se aman. Son situaciones de las que no se ocupa la policía, afortunadamente. Estoy hablando de secuestro, corrupción y asesinato. Y no las llames “monjitas”. Son mujeres, Marcel, y por esa razón desaparecieron.
— Lo que estás sugiriendo es horrible... —dijo mientras se le endurecía la boca en una mueca.
— Sí, y está ocurriendo —Odette lo miró a los ojos mientras hablaba —. Lo que quiero decirte es que sospecho que se trata de secuestros de mujeres más o menos jóvenes, más o menos bonitas... eso es casi lo de menos... pero, sobre todo, vírgenes, con fines absolutamente repugnantes.
— ¿Vírgenes? — Marcel frunció el ceño — ¿Y cómo sabían que eran...?
— En los registros de los conventos también figuran la edad y estado civil al ingresar. Digamos que una mujer soltera que elige ser miembro de una orden religiosa a una edad temprana, tiene bastantes probabilidades de no tener experiencia sexual alguna. Nuestros amigos apuestan a la ley de probabilidades — Odette pronunció la última frase como si la mordiera.
Marcel comenzó a digerir todo lo que ella le había soltado en los últimos minutos. Es aberrante.
— Creo que fuiste demasiado lejos con tu imaginación — dijo con calma y esbozó una sonrisita de suficiencia que ella se encargó de borrar en menos de una décima de segundo.
— ¿Dónde están los cuerpos?— lo fusiló con una ojeada negra —. ¿Todas se desvanecieron en el aire? Si las mataron, se deshicieron de los cadáveres con mucha habilidad. ¿Montar toda una organización por el placer de matar mujeres? ¿Para probar métodos modernos de eliminación de cadáveres? Ah, no, mi querido Dubois; demasiados gastos y muy pocos beneficios. Puedo imaginar a un asesino serial solitario como Andrei Chikatilo, o el hijo de Sam, o nuestro viejo y querido Landrú, o hasta dos como los primos Bianco. ¿Pero preparar semejante puesta en escena nada más que por el placer de cometer asesinatos seriales? ¡Qué desperdicio de recursos!
— ¡Dios, no hables así! —gritó asqueado.
— ¡Bien, empezamos a entendernos! No son asesinos, no en forma directa. ¡Son tratantes de mujeres! — ladró imperiosa.
—Tratantes...
—¡Sí! ¡Pero qué mujeres! Sin experiencia sexual y posiblemente sin experiencia de vida de ningún tipo... No quiero pensar lo que esos hijos de puta hacen con esas pobrecitas...
Tragó y asintió. Sí, parecía asquerosamente razonable. ¿Y quiénes eran los compradores? Ella se quedó callada, dejándolo tomar conciencia de lo que habían hablado hasta ese momento; se levantó, se acercó al ventanal y apoyó la frente sobre los cristales helados. Volvió al sofá y se sentó frente a él otra vez. Le clavó los ojos y enarcó una ceja, a la espera de su respuesta.
— ¿Quiénes podrían...? Quiero decir, ¿qué clase de personas? No creo que se trate de mercancía barata — dijo, imitando el tonito sarcástico de ella, que ya había comprobado le rompía las pelotas. Seguramente conozca varias formas de rompérmelas con minuciosidad, se permitió el pensamiento colateral.
— No, cierto. Muy, muy cara. El secreto es siempre caro. El sexo aberrante también. Sumemos los honorarios por los servicios... — le respondió, tomando otra barra de chocolate sin dejar de mirarlo con el ceño apenas fruncido.
Apretó los dientes para que la adrenalina que le estaba acelerando el pulso no le traicionara la expresión. Era increíble que esa mujer pudiera despertar en él sentimientos tan contradictorios: lo enfurecía, lo humillaba y hacía que necesitara su aprobación, todo a la vez. Se obligó a pensar la respuesta que ella le exigía. Mejor que estés a su altura, viejo.
—Gente rica, muy rica —murmuró—. Hombres de negocios... Co un lugar para esconder a las víctimas... Trasladarlas en secreto, mantenerlas ocultas mientras... —no terminó de enunciar la idea, por delicadeza —, y llegado el momento... deshacerse de ellas.
—Bingo otra vez.
Marcel se acomodó nerviosamente un mechón que le caía sobre la frente, se sirvió café y lo sorbió despacio. ¿En qué nos estamos metiendo? ¿Qué clase de personas podrían estar haciendo esto?


LA DÉFENSE, PRIMERAS HORAS DE LA MADRUGADA

— ¿Te gustan los cruceros? — dijo ella mientras mojaba el chocolate en su taza de café y tecleaba rápidamente. La pantalla escupió otro listado y Odette giró la laptop hacia él —. Es el movimiento de los principales puertos franceses sobre el Mediterráneo. También está Montecarlo.
— ¿Por qué sobre el Mediterráneo?
— Casi no hay cruceros en los puertos del Atlántico o el mar del Norte. Clima inhóspito, supongo, salvo parte de la costa española. Tengo otro listado con puertos italianos y griegos, pero por ahora basta con éste.
Había algunas líneas destacadas: cruceros de magnates árabes, algunos griegos, dos estadounidenses, uno italiano. Algunos no mencionaban nacionalidad del propietario, pero sí bandera. Fechas de arribo y salida de puerto.
— ¿Tenemos la lista de las desapariciones?
— Con fechas — Bien, estamos usando el plural. ¿Te metiste en el caso, Cro-Magnon? Marcel verificó lo que ella ya sabía: que los cruceros habían entrado en puerto entre una y tres semanas después de la fecha de cada desaparición y habían partido el mismo día o a lo sumo al día siguiente.
—¿Tenemos la nacionalidad de los propietarios de estos barcos? —señaló a los que sólo mencionaban bandera.
— Algunos colombianos, un japonés, un argentino —enumeró ella mientras le indicaba cada nave.
— Colombianos... ¿Tendrá que ver con la forma de pago? Entraron en puerto también en fechas intermedias entre desapariciones... ¿Qué significa ese corazoncito? — Marcel señaló un nombre del listado.
Perspicaz cuando se pone on-line. Me gusta. Presta atención a los detalles. ¿Otro escalón hacia arriba? Estoy siendo injusta: démosle dos.
— Ése es un “cliente” habitual en las revistas del corazón y el jet set. Se codea con nuestra muy alicaída nobleza europea. Me hace inmensamente feliz celebrar el 14 de julio. A veces me enorgullezco del Régimen del Terror —comentó irónicamente—.Y en cuanto a la forma de pago... Sí, podrían estar pagando en especies...
— La Argentina se está convirtiendo en una etapa muy importante del lavado de dinero de narcos, después de los Estados Unidos...
— Ajá, pero el crucero entró en coincidencia con las fechas de desaparición. Si hacen alguna operación económica, no es en puertos del Mediterráneo.
— ¿Suiza? — refiriéndose a los Bancos.
— No podemos meternos hasta tener evidencia cierta y orden judicial.
— ¿No podemos registrar los cruceros?
— ¿Con qué motivo? ¿Sospechosos de secuestro? El escándalo diplomático sería tal que toda la PJ terminaría en la guillotina. No tenemos nada más que papeles falsos, listados de desapariciones y de barcos en puerto. No es prueba de nada. Coincidencias sin sentido. Imposible de llevar ante la Justicia.
— Carajo, ¿me estás probando? ¿Qué mierda tenemos, entonces? — ahora fue él quien se puso de pie y dio zancadas por toda la habitación. Se quitó los mechones de la frente de un manotazo y se detuvo delante de ella con los brazos en jarras y mirándola furioso.
Así me gusta, teniente. Ahora sí estás involucrado en el caso. A trabajar de verdad.
— No te estoy probando. Simplemente hay que buscar la grieta en la estructura. Es lo único que podemos hacer. Sí, es cierto que no tenemos nada concreto, salvo que creo que encontré esa fisura mínima, el más delgado de los hilos de la trama... — en silencio extrajo otro disquete del maletín y lo cargó, mientras Marcel se hacía a la idea de no dormir esa noche.

(1) Police National (Policía Nacional

2 comentarios:

meridiana dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
meridiana dijo...

otro capitulito más! y como poeta me quedo con ese párrafo final, donde habla de hilos y trama, de grietas mínimas, fisuras, lugares de escurrimiento, pequeñas fallas.

cariños Moni

Lilián