POLICIAL ARGENTINO: 11/01/2009 - 12/01/2009

sábado, 28 de noviembre de 2009

La dama es policía - CAPÍTULO 36


PARÍS, BOIS DE BOULOGNE. LUNES, ÚLTIMAS HORAS DE LA NOCHE
Auguste miró alucinado cómo el hombre arrastraba a Odette hasta ellos. En el nombre del Cielo, ¿qué le hizo ese hijo de puta? Se le saltaron las lágrimas mientras se ahogaba de coraje. Sintió una mano en el hombro que lo empujaba hacia el suelo y se arrodilló.
El cuerpo de Odette rebotó contra el capó; cuando el tipo se acomodó delante de ella y la atrajo hasta su entrepierna, ella no reaccionó. Dios mío, qué pasa. El hombre lo miró con una sonrisa feroz y, mientras tiraba el arma al suelo y se desabrochaba la bragueta, le gritó:
—¡Sólo para tus ojos, Massarino!
En las sombras, la presión de una rodilla en la espalda lo hizo tirarse al suelo. Oyó los disparos desde atrás y rodó a un lado al tiempo que gatillaba su propia arma, aunque el hombre ya se retorcía espasmódicamente y la sangre le salpicaba la cara. Los disparos siguieron cuando el tipo ya no era más que un bulto en el suelo. Alcanzó a ver el rostro de Dubois deformado por el odio mientras vaciaba el cargador, ahora de pie junto al cuerpo del otro.
Se incorporó con agilidad mientras el hombre de Varza sacaba del auto al herido en la rodilla, todavía amordazado. Sin pensarlo dos veces, le puso la pistola en la frente y tiró del gatillo. Al volverse, Dubois estaba de rodillas sosteniendo a Odette, mientras lloraba como una criatura.
Con el corazón en la boca vio que su hermana no se movía. Caminó hasta ellos como en un mar de brea.
No, Cisne, no.
Las sirenas de ambulancias y patrulleros aullaban por el bosque.


PARÍS. HOSPITAL HÔTEL DIEU, PRIMERAS HORAS DE LA MADRUGADA DEL MARTES
—Por favor, entren y hablen con ella — el residente se asomó desde la habitación a la vez que le hacía lugar a la enfermera para que saliera.
Auguste, sentado con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos, lo miró con cansancio. En dos pasos, Marcel estuvo encima del médico.
—Cinco minutos— el médico remarcó las palabras—. Y sean convincentes.
—¿Respecto de qué? —preguntó Auguste.
—Respecto de que están vivos— Marcel y Auguste se miraron sorprendidos—. Esta mujer es terca como una mula. Necesita el sedante, así que hablen con ella— y en un aparte a Auguste: —Después quiero hablar con usted.
Marcel alcanzó a oír y el corazón se le subió a la boca.


Pasillos del Hospital Hôtel Dieu de Paris- Foto de Flickr
Ciao, lucertola —susurró Auguste mientras le revolvía el pelo. Estaba pálida como las sábanas, tanto que se le encogió el pecho.
Scugnizzo— ella sonrió mientras él le acariciaba la cara—. ¿Estás bien? ¿Qué pasó? En el Bois creí que... ¿Estás bien?
—Magnífico — obvió las explicaciones. No iba a llorar como un idiota. Ella le tomó la mano y se la besó, reteniéndola contra su cara. Tenía las muñecas vendadas, el cuello lleno de hematomas. Sí, iba a llorar.
—Nadine estaba con tu suegro...
—Ya lo sé. Están todos bien.
—¿Quién...? — no tuvo fuerzas para completar la frase. Está mareada por los calmantes, pensó.
—Calogero y la gente de Varza — gracias a Dios.
—¿Perrin?
—Se salvó por un pelo. ¿Vas a preguntar por toda la Crim?
Los ojos de Odette se volvieron vidriosos.
—¿...Marcel?
La besó en la frente.
—Está esperando para verte
A ella se le iluminó tanto la cara que Auguste sintió una punzada de celos. Le hizo señas al teniente para que se acercara. Marcel se sentó en la cama y al estrujarla en un abrazo ella gimió.
—Parece que cada vez que te toco, te lastimo —murmuró Marcel, compungido.
—Me... estoy acostumbrando, Ranxerox... — Odette estiró la mano y le acomodó el cabello. Marcel la besó antes de soltarla con cuidado, recostándola otra vez. Auguste salió mientras oía que su hermana insistía en preguntar qué había pasado.


Marcel la besó otra vez en silencio. Odette cerró los ojos entre agotada y feliz pero cuando frunció la frente y gimió de dolor, Marcel sintió que una tenaza le estrujaba los intestinos. Nunca más lejos de mí, ¿entendiste? Te voy a pisar los talones como un perro. Tu San Bernardo.
Una walkiria embutida en uniforme de enfermera entró con una bandeja estéril y una jeringa. Lo apartó con soltura y mientras le ataba el brazo a Odette para inyectarla, comentó:
—¿Estamos más tranquilas? ¿Le hacemos caso al doctor?
Jawohl, mein Führer.
Marcel sonrió al oírla. No perdiste el humor. Los ojos se le nublaron.
—Muy graciosa— la enfermera hizo un gesto severo. Antes de que terminara de acomodarle las sábanas, Odette estaba dormida —. Afuera— ladró. No le costó demasiado esfuerzo sacarlo de la habitación.
En el pasillo, Auguste escuchaba al médico con la mandíbula encajada y las manos en los bolsillos del pantalón. Al oír la puerta, le echó un vistazo rápido.
—Vamos a tomar un café. No le digamos nada de Foulquie todavía —con un gesto de la cabeza hacia la habitación— . Le tenía mucho afecto al viejo.
Marcel lo interrogó con la mirada llena de angustia. Auguste le apretó el hombro.
—Gracias al Cielo, ese animal no le hizo nada. Va a estar bien — el comisario sacudió la cabeza como si se convenciera a sí mismo — Va a estar bien. Vamos— y lo arrastró hacia el ascensor.


Calogero Colosimo
Se sentaron en silencio en el bar del hospital. Marcel observó las manchitas de sangre en la manga de su camisa y en una de las perneras del pantalón. Ni siquiera había ido a su casa a cambiarse de ropa. Sacó un Gauloise y le tembló la mano al encenderlo. Un hombre se les acercó. Lo reconoció como uno de los que habían encontrado en la casa del comisario.
—Augusto...
—Calogero —el comisario le hizo lugar.
—¿Cómo está? — preguntó Calogero con tono preocupado.
—Duerme. Va a estar bien —respondió Auguste.
—Le fallé. Nunca me lo voy a perdonar— el hombre tenía los ojos vidriosos—Si Mario me corta las pelotas, tiene todo el derecho— los miró y se explicó —. Envié a Filippo a su casa. Encontró a un tipo. Me quedé tranquilo. Nunca pensé que...
—Nadie pensó que ese monstruo los seguiría hasta el Quai— Auguste se mordió el labio.
—Virgen Santa, no podía creerlo. Menos mal que ese, Wi... Wik...
—Witowlski —murmuró Marcel—. Yo la dejé en el Quai. Si me hubiera quedado... —Golpeó la mesa sin darse cuenta, y las tazas tintinearon. Apretó las mandíbulas para tratar de aguantar las lágrimas. Auguste le tomó el brazo en un gesto de consuelo y se quedaron en silencio otra vez, bebiendo café.
—Hay algo... que nunca te dije, Augusto — Calogero miró alternadamente a los dos y continuó en italiano—. Es... historia antigua, pero... siempre me pesó en el corazón.
Auguste lo miró con los ojos llenos de premonición.
—Cuando... cuidaba... a Jean-Luc... —empezó Calogero y Marcel se acomodó para escuchar. Calogero comprendió que él entendía lo que estaba diciendo pero ahora no tenía más remedio que seguir.
—Él... quería que ella lo dejara... La quería con locura... y cuando comenzamos con la morfina... —el dolor le hacía temblar la voz.
—Ya lo sé. Odette se enteró y...—Auguste le tomó el brazo.
—Ella después... —Calogero no lo dejó continuar —le daba... otra cosa — miró a Marcel con aprensión—. Al principio la conseguía ella, no me preguntes de dónde, y cuando me enteré, yo salí a buscarla. No quería que se arriesgara de esa forma.
Siguió un silencio ahogado.
—Entonces él vio la oportunidad... Estuvo lúcido hasta el final, Augusto.
Auguste lloraba en silencio, con la mirada baja. Calogero hablaba con los ojos cerrados.
—Me lo había pedido tantas veces... que lo arreglé... Le cambié la dosis por cloruro de potasio... Tal como estaba, no hizo falta demasiado... Él lo sabía, te lo juro. Lo vi sonreír cuando ella... —casi no podía hablar—.Yo no soportaba verlos sufrir.
Auguste abrazó al otro en silencio durante un largo rato. Cuando se separaron, ambos tenían los ojos húmedos. Colosimo suspiró.
—Me siento mejor ahora que te lo dije. ¿Podrás...?
—Con toda el alma —respondió Auguste, ronco de emoción.
Colosimo se puso de pie.
—Me vuelvo al mediodía. Cuídenla. En casa van a matarme si le pasa algo más— le tendió la mano a Marcel y abrazó y besó a Auguste.
—Calogero, ni una palabra a los viejos.
—¿Quién te creíste que llamó a Mario? —Auguste se sobresaltó—.Fue tu madre.
En el silencio que siguió, Auguste movió la cabeza con resignación.
—No te preocupes; no pienso decirles lo que pasó.
—Está bien... ¿El tipo que encontraron en casa de mi hermana?
—Pudriéndose en el Sena.
Obvio. Colosimo se encogió de hombros.
—Tendrán que reparar la puerta. Lo arreglamos para que pareciera un intento de robo. Arrivederci.
Arrivederci.
Se quedaron solos. Después de un rato, Marcel levantó la vista hacia Auguste.
—Quiero saber.
Auguste lo miró y asintió.
—Es una historia larga.
—Tenemos tiempo.