POLICIAL ARGENTINO: 27 abr 2009

lunes, 27 de abril de 2009

La dama es policía - CAPITULO 23



SUBURBIOS DE PARÍS, VIERNES POR LA MAÑANA
El analista miró con preocupación el teclado, sin decidirse.
—¿Cómo podemos estar seguros?
—Witowlski, hágalo. Es la clave correcta —insistió Auguste, impaciente. Odette se cruzó de brazos y se apoyó en la mesa vecina, mirando a otra parte. Típico de ella cuando se irrita, pensó el comisario guardándose una sonrisa.
—Comisario, si es falsa, perdemos todo —Witowlski estaba emperrado y asustado. Auguste sintió el apretón del miedo en las entrañas. ¿Y si Vaireaux mintió? Apretó los labios mientras se apoyaba pensativo sobre un monitor. No, decidió. La clave es correcta. Estoy seguro.
Michelon entró a paso rápido.
—No me perdería esto por nada del mundo —dijo, excitada. Witowlski le lanzó una mirada oscura a la comisario y Michelon interrogó a Auguste con la mirada.
—Temen que sea un dato falso —él explicó.
—Es auténtico —murmuró Odette con un gesto contenido.
—¿Cómo lo sabe? —Viktor Witowlski giró furioso la silla hacia ella, mirándola con desagrado.
Es comprensible: ama más sus computadoras que a las mujeres. O a los hombres. O a cualquier otra cosa viviente en la faz de la Tierra. Los misóginos tienen la ventaja de concentrarse a fondo en su trabajo, pero a la hora de las relaciones públicas son un fiasco, pensó Auguste sin mirar a nadie. Witowlski no podía soportar la idea de causar el colapso de ese sistema magnífico nada más que porque un (en este caso, una) oficial de los cuadros superiores le daba la clave equivocada. Odette medía al analista como en un lance de esgrima. Definitivamente, Witowlski desprecia a la raza humana, concluyó Auguste.
—Tengo la certeza — Odette se enfrentó con Witowlski durante una eternidad, hasta que el analista no resistió más.
—Hágalo, Viktor— Odette levantó una ceja—.Confíe en mí.
—Es una orden, teniente. La clave es la correcta. Ingrésela, por favor —intervino Michelon con tono de voz controlado.
El hombre vaciló.
—Es... es una locura —murmuró mientras tecleaba despacio, muy despacio. Cada golpe de tecla sonaba a marcha fúnebre.
La pantalla se volvió negra.
—¡Estúpida! —giró hacia Odette, gritándole acusador: —¡Perdimos todo!


El rostro de Massarino parecía tallado en mármol, un busto del César, el entrecejo fruncido y la mirada severa. Michelon levantó el mentón y la ceja derecha mientras lo taladraba con el hielo de sus ojos. La expresión de Marceau era impasible. Sin hablar, empujó suavemente a Witowlski hacia el asiento y lo hizo enfrentar el monitor. Los pixeles se reunían desde los extremos de la pantalla para formar un extraño dibujo: dos caballeros medievales de armadura, sentados uno detrás del otro en la grupa de un caballo.
Witowlski boqueó por más aire. Los miró a los tres, uno a uno. Minos, Eaco y Radamanto, los tres jueces del Infierno.
—¿Sabe qué es eso, Viktor? —preguntó la aterciopelada voz de Marceau, que evidentemente no esperaba respuesta alguna—. Es el sello de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo: La Orden del Temple. Tranquilo, está todo bien—le palmeó el hombro —.Ahora, haga lo que le gusta hacer.



Listas interminables de nombres, direcciones, cuentas bancarias. Nombres importantes. Políticamente importantes. Ministros, secretarios de Estado. Financistas internacionales, embajadores, industriales. Otros, desconocidos. Michelon ordenó que los suboficiales y los oficiales de menor rango se retiraran de la sala de cómputos. Información clasificada. En el otro extremo de la sala, se estaban grabando los registros para llevarlos al centro de cómputos de la PJ.
—Quiero los listados completos antes de preparar ningún informe. Necesitamos estar seguros de quién está de qué lado— ordenó Michelon mientras intentaba aparentar una tranquilidad y seguridad que ya no sentía.
Los nombres que iban apareciendo le helaban el sudor en la espalda. Jesús, ¿quién está limpio? Era más peligroso que manejar uranio. La comprensión de que el operativo había llevado a algo tan impresionante, a niveles políticos y económicos inimaginables, apenas lograba hacerse lugar en su mente. El miedo se estaba apoderando de los presentes en la sala de cómputos y ya podía olerse.
—Comisario —Madame llamó a Massarino—, haga cercar el perímetro. Nada, repito, nada de lo que aparece aquí, ni las grabaciones, debe salir de este edificio hasta que yo en persona se lo indique. No acepte ni siquiera una llamada telefónica o un radiomensaje en mi nombre. Ni aun si reconoce mi voz. Es una orden.
—Madame, ¿puedo preguntarle qué piensa hacer?
—Ver al Presidente —bajó la voz —.Si es que todavía podemos confiar en alguien. Pero antes quiero ver todos los nombres.
Witowlski se rehabilitó al sugerir que intentaran interconectar el Archivo Central con el servidor de la fábrica.
—Puedo pedirle al programa que compare los datos e imprima los que están registrados en ambos, en un listado separado. La búsqueda sería más fácil.
Michelon estuvo de acuerdo y el capitán Santon solicitó la conexión, que demoró varias horas debido a las discusiones con los técnicos del Archivo Central, el personal de Inteligencia y la propia comisario, que se negaba a filtrar información fuera del perímetro. Finalmente se acordó que un grupo de agentes de Inteligencia de alto rango ingresaría en la fábrica para supervisar la conexión y asegurar las condiciones del operativo. La tarea no fue menos titánica. ¿Quién mierda estaba limpio? Horas revisando nombres. Michelon suspiró agotada. ¿Cómo podría estar segura de a quién recurrir? Tendrían que verificar cuidadosamente a los que no figuraban. ¿Y si utilizaban a algún intermediario? Jesús, la paranoia total. Sospecha de la sospecha de una sospecha. Notó que le temblaban las manos, quién sabe si por el cansancio o el temor.
Miró a su alrededor. A esas horas, ya nadie conservaba la compostura. Había corbatas y sacos tirados por todas las sillas disponibles. Su propio traje de Chanel estaba arruinándosele, y en la cara no le quedaban ni vestigios de maquillaje. El aire acondicionado ya no bastaba para eliminar los olores de cigarrillos, perfumes rancios y transpiración. Como si faltara algún otro olor, alguien —Suministros, seguramente— había tenido la buena idea de darle de comer al personal... pizza. Así que ahora todo y todos olían, además, a pizza. Magro consuelo: podría haber sido sopa de cebolla. ¿Cómo olería el Pequod?
En un momento vio a Marceau, de camisa y suéter negros y jeans, regresar a la sala. Bajo la luz cruel de los tubos fluorescentes, se la veía pálida y con las mejillas hundidas. Recordó lo que Massarino le había informado sobre el copamiento del lugar.
—Marceau —le hizo señas con la mano. Cuando estuvieron cerca, bajó la voz. —Váyase a su casa.
Marceau negó con la cabeza. Se pasó la mano por el cabello, revolviéndose el flequillo y peinándose luego con los dedos, en un gesto infantil que hizo sonreír a la comisario.
—Salí a preguntar por... las mujeres que rescatamos —la capitán se pasó las manos por la cara y se apoyó contra una mesa. —Las hermanas Marie y Denise y otras tres que estaban a punto de... —buscó las palabras con renuencia.
—De ser... despachadas. —Michelon completó la frase y cerró los ojos al recordar el horror que le habían descripto. ¿Qué clase de monstruos trata a otros seres humanos como mercadería? Marceau asintió.
—Marie y Denise salieron bastante bien libradas, gracias al Cielo. Las otras tres... No están bien. Les va a tomar mucho tiempo recuperarse, si se recuperan —tenía los ojos brillantes por las lágrimas. —Estoy... indignada. Dios, ¡cinco sobrevivientes!
—Seis —acotó la comisario, mirándola fijamente—. No sabemos qué puede haber pasado con las demás.
—Están muertas —respondió Marceau con amargura, y ambas sabían que era cierto.



—¿Qué significa eso? — dijo Witowlski hablando consigo mismo, como de costumbre. Los archivos comenzaban todos con las mismas letras: FYEO, y concluían con letras sin relación. La extensión era de archivos de video. Odette repitió las letras en voz baja.
—Es inglés. "For your eyes only" Sólo para tus ojos... —la voz de Prévost le asaltó la memoria. Después de un instante, dijo: —Busquemos alguno que tenga “mdb” antes de la extensión.
Allí estaba: FYEOMDB. Cuando intentaron verlo, apareció el requerimiento de una contraseña.
—Estamos como al principio —gruñó Auguste.
— A ver si... — Odette tecleó velozmente y pidió acceso. Denegado. Tecleó por segunda vez. La pantalla se desplegó. Auguste, Michelon y Witowlski miraron como hipnotizados el monitor. Odette vio los primeros segundos y giró hasta quedar de espaldas a la pantalla. No puedo soportarlo otra vez. Oyó las expresiones ahogadas de su hermano y de la comisario, y se alejó. Alguien retiró una silla y salió apresurado. Ella se sentó con los codos sobre las rodillas, la frente apoyada en las manos. El audio transmitió los disparos, y el video concluyó abruptamente. Se oyó el sacudón de un puño sobre una mesa. Auguste. Odette sintió una mano en su cabeza, que se deslizó hasta el hombro; era Michelon. Trató de recuperar la compostura.
—Cualquier cosa que diga es una estupidez. Son... —Michelon no encontraba las palabras.
—Inhumanos —Odette completó la frase mirando a ninguna parte. Se puso de pie con un escalofrío. —Las letras después de FYEO son iniciales de los entrenados por la Orden. La contraseña es el apellido. Debe de haber un listado en alguna parte.
Auguste estaba apoyado contra la pared, los brazos cruzados y la mandíbula encajada, sin mirar a ninguna parte. Cruzaron las miradas mientras se le acercaba, y le vio los ojos empañados. Si la sala de cómputos de mierda no hubiera estado atestada de oficiales de la Brigada y de Inteligencia mirando exactamente en su dirección, se habría abrazado a su hermano para llorar. Se sentó dándole la espalda, a sabiendas de que él sentía la misma angustiosa necesidad.
—¿Qué más te hicieron? —la pregunta le llegó en un murmullo entre dientes.
Negó con la cabeza. ¿Para qué? Me aterrorizaron un poquito. Ya terminó.
—No voy a dejar a un solo hijo de puta vivo, te lo juro — susurró Auguste por encima de su hombro. Michelon se sentó a su lado y le tocó el brazo. Odette asintió agradeciendo el gesto de consuelo.
Witowlski se les acercó tímidamente. Tenía el rostro descompuesto de uno que acaba de vomitar. Del cabello le caían gotitas de agua.
—Capitán... Es... para usted —le tendió un CD —Me... tomé la libertad de grabar... ese archivo y... eliminarlo de la memoria principal —vaciló, mirando a las dos mujeres. Odette sonrió, se levantó, se acercó a Witowlski y le besó la mejilla
—Muchas gracias, Viktor.
El hombre giró sobre sus talones y volvió a su teclado a toda velocidad.


—¿Qué le pasa a Witowlski? Está sonriendo como un boludo— murmuró uno de los oficiales.
—No sabía que le funcionaban esos músculos de la cara —fue la respuesta en voz baja—. Habrá tenido un orgasmo durante el log-in.
Auguste apretó los labios para no reírse a su pesar. Los muchachos están tratando de distenderse. Los videos eran todos de características similares y concluían indefectiblemente con la muerte de la mujer. ¿Para qué grabar esas atrocidades? Tenía una teoría y se moría por darla a conocer.
— Parece que te estás convenciendo de las bondades de la psicología — comentó Odette con una sonrisita mordaz. Auguste le devolvió una mueca y siguió exponiendo orgulloso.
—Parte del condicionamiento. Por Dubois sabemos que el centro de entrenamiento preparaba asesinos profesionales. Sería una forma de probar si había funcionado, a la vez que permitiría ejercer presión sobre algún posible rebelde. Supongo que si el “soldado” no podía ejecutar esa orden, él mismo era eliminado.
Michelon cerró los ojos. Ya sé, es repugnante, convino Auguste.
— ¿Qué otros horrores hay almacenados ahí? — preguntó Madame.
—Dubois también habló de cintas de video. Por lo general, copamientos militares y cosas por el estilo. Pero comentó que la sensación después de verlos era de suma violencia, aunque no podía comprender el porqué. ¿Qué podrá ser? —preguntó Auguste.
—Información subliminal —respondió Odette —. Si pudiéramos analizar alguno...
Auguste pidió a uno de los oficiales que buscara cintas de video.
—Páselas cuadro por cuadro —indicó Odette al operador.
Allí estaban. Intercaladas cada varios cuadros de la película principal, estaban los cuadros que buscaba. Violencia sexual. Escenas de tortura y muerte. La víctima, una mujer o, peor, una criatura.
—Voy a vomitar —murmuró Auguste.
—Las damas primero —replicó Odette. Michelon había salido apresurada. No hacía falta preguntar a dónde.
Cuando Michelon se fue de regreso al Quai, Odette se le apoyó en el brazo.
—Tenemos que hacer algo con Dubois.
Él la miró sin entender.
—También lo programaron. Si no lo recuperamos, tenemos entre nosotros a un asesino potencial.
A Auguste se le erizó el pelo de la nuca.
—Estuve hablando con él. Recuerda perfectamente todo lo que hizo durante las semanas en este sitio, los entrenamientos, las salidas, todo. Estaba un poco alterado cuando llegamos, pero...
—Viste las cintas de video y los archivos, igual que yo.
¿Le pareció o su hermana había palidecido? La miró preocupado: ella tenía razón.
—¿En qué pensaste? — se resignó ante lo inevitable.