POLICIAL ARGENTINO: 26 feb 2011

sábado, 26 de febrero de 2011

La mano derecha del diablo - CAPITULO 16

                                                            
ESCUELA DE OFICIALES SUPERIORES DE LA POLICÍA, ST CYR AU MONT D'OR, MIÉRCOLES POR LA MAÑANA
St Cyr au Mont d'Or
— Debe saber, Dubois, que la comisario Michelon sigue atentamente su evolución en el curso y que mi prestigio profesional está en juego.
— Hasta ahora aprobé todas las evaluaciones sin inconvenientes, comisario.
— Considero que para un desempeño adecuado deberá permanecer los próximos dos días aquí y...
Dejó de escuchar la perorata. La puta madre, lo único que te importa es que tus charreteras y tu culo queden a salvo. En esos dos días podían matar a Valentina. O el hijo de puta que le había tomado las fotos podía descubrir el operativo. Se tragó sus opiniones acerca del curso, el ascenso, los profesores y el rendimiento académico, sacudió la cabeza y se fue a repasar el puto Código Penal. Jumbo, no vas a dormir esta noche.


PARÍS, MINISTERIO DEL INTERIOR. MIÉRCOLES POR LA MAÑANA


                  Hôtel de Beauvau (sede del Ministerio del Interior)                                                  
— ¡Bueno, qué sorpresa! — Auguste abrazó y besó a su hermana ante la mirada sorprendida de su asistente. — Blanchard, consíganos dos cafés bien cargados.

Chismorrearon durante cinco minutos sobre la familia, hasta que un Blanchard que no dejaba de lanzarles miraditas de circunstancias les trajo los cafés.
— El Sully del Ministerio — murmuró Auguste mientras Blanchard cerraba la puerta.
— La mala fama nos persigue — Odette contuvo una sonrisa.
— Me da gusto verte aunque me traigas mala fama — bromeó él y continuó —. ¿Hablaste con los viejos? La Scala le hizo una oferta espectacular a papá.
— ¡El viejo alla Scala! ¿Qué piensa hacer?
— En principio, viajar mañana a Milán y reunirse con el Consejo Administrativo del teatro. Mamma aprovechará para escaparse a París a ver a sus nietos y a enterarse de las novedades — Auguste enrojeció.
— ¿Novedades?
— Nadine está embarazada de tres meses — confesó casi púrpura—. Creo que todavía me da un poco de vergüenza...
Ma' che coglione! (1) — gritó Odette mientras lo besuqueaba —. Ecco 'o ’vvero maschio napuletano!(2)  
Blanchard volvió para dejar unas carpetas y los pescó tomados de las manos. Se disculpó y salió corriendo. Ellos se encogieron de hombros, muertos de risa. Odette terminó su café y lo espió por encima del borde de la tacita.
— Te extraño — comentó a media voz —. Ya no es lo mismo: no tengo a quién hincharle las pelotas.
— Algún día tenías que hacerte grande, Cisne.
— ¿Era eso, no? — ella sacudió la cabeza —. Odio ser comisario, estar atada a un escritorio, llenar papeles, firmar y nada más que firmar. Me gusta la calle. No quiero ordenar que hagan las cosas, quiero hacerlas.
— Es el precio de la fama, princesa. Un comisario es demasiado valioso como para que ande por la calle.
— Bah, eso es una estupidez— ella encogió un hombro —. La Constitución dice que todos somos iguales ante la ley.
No hay nada que hacer, el Cisne se aburre en su despacho. Eso es peligroso. Auguste hizo un esfuerzo por mantener la expresión neutral.
— Necesito intercambiar ideas — suspiró su hermana y Auguste se arrellanó en el sillón —. Algo que parecía de rutina se complicó. Comenzó con una prostituta asesinada a golpes hace unas semanas. Resultó que hubo una muerte similar unos tres meses antes y el expediente terminó en el Archivo. Ambas mujeres murieron de la misma forma. Busqué sujetos con esa clase de antecedentes pero no encontré sujetos sino más muertes, dispersas por varias ciudades. Hasta ahora, ocho más. No hay periodicidad ni patrón de distribución geográfica: lo que tienen en común estas pobres desgraciadas es que son putas, por lo general extranjeras, y que las matan a golpes. A algunas las remataron de un tiro, pero hubieran muerto de todos modos por las palizas. Ah, algo más: en todos los casos hubo violencia sexual...
— ¿Aún siendo prostitutas? — Auguste se sorprendió.
— Ajá. Sevicias graves. Tuve que ir en persona a las prefecturas locales porque no conseguía un puto dato por fax o por teléfono. Todavía me quedan algunas por visitar, pero hasta ahora todos los expedientes que revisé se fueron a dormir — Odette tomó aire y siguió —. En esas ciudades no había antecedentes, ni siquiera de chicas golpeadas por clientes: a lo sumo alguna pelea entre ellas por el territorio, o algún alcahuete pasado de droga que les da una zurra cada tanto.
— Riesgo profesional — Auguste esbozó una sonrisa sardónica.
— Estaba perdida cuando algo me llamó la atención: las localizaciones de las muertes.
— Pero dijiste que no había patrón geográfico...
— Pero sí puede haber alguien que las relacione entre sí, ¿se entiende?
— ¿Un asesino que hace turismo? — Auguste frunció el entrecejo.
— Meinvielle me hizo el mismo comentario — Odette sonrió de costado —. Más bien, un asesino que viaja por otras razones.
— Un viajante de comercio, un inspector de seguros, un camionero...
— ...un político en campaña.
Se miraron sin respirar durante una pausa muy larga y ambos bajaron la mirada al mismo tiempo.
— ¿Te das cuenta de lo que ...?— Auguste dejó la frase sin concluir.
— Absolutamente.
— ¿Verificaste los puntos?
— Pensé que podríamos hacerlo juntos.
Auguste retiró su sillón, acercó una silla a su computadora y Odette se sentó a su lado.
— ¿Por dónde empezamos?
— ¿Maçon?
— Allá vamos.
Durante más de una hora, revisaron los recorridos de las campañas políticas recientes; la impresora rechinaba por la cantidad de hojas que se desparramaban por el suelo.
— Mierda— masculló Auguste, retirando el sillón —. ¿Y si estamos equivocados? ¿Qué clase de evidencia es ésta? Por completo circunstancial — se respondió a sí mismo — ¿Qué tenemos?
— Me encanta que hables en plural — su hermana le sonrió y del maletín que había traído consigo sacó un fajo de fotos revulsivas—. Bedacarratx me dijo que se puede establecer un patrón para los golpes — señaló unas marcas sobre las fotografías y se quedó callada, los labios muy apretados.
— Y entonces, ¿qué?— Preguntó él, interpretando correctamente el gesto.
Ella inspiró y lo miró directo a los ojos.
— Si el forense llegara a establecer ese patrón, y si éste se correspondiese con un antecedente...
— ¿Qué clase de antecedente?— Auguste interrumpió.
—Hace unos diez años. Intervino IGPN.
— Odette.. ¡Eso no, por Dios!
— No estoy siendo prejuiciosa, te lo juro.
Auguste meneó la cabeza varias veces antes de preguntar a su vez:
— En el hipotético caso en que ese patrón pudiera determinarse y se correspondiese, ¿qué harías?
Ella lo evaluó durante un instante.
— Ninguna estupidez que exponga a nadie de la Brigada — respondió casi con tristeza—. No estoy tan loca, Auguste. Si realmente encontrara... algo..., volvería a los casos de París.
— Y se te acabó la relación: hasta ahora ninguna campaña tocó París.
— El sujeto es diputado.
— ¡No creo que sea tan imbécil como para divertirse en París!
— No es imbécil, es impune. ¿No me escuchaste? Ningún caso en el resto de las ciudades prosperó. La primera muerte en París no se investigó. Alguien le cuida el culo desde dentro de la PN — masculló ella con ferocidad.
— Habrá que encontrar evidencia más contundente.
— Le hacen el trabajo de limpieza: no hay huellas, ni semen, ni elementos para practicar análisis de ADN. Sólo golpes. Pero resulta que sí hay un registro fotográfico de cómo golpeaba este sujeto, sólo que yo no puedo pedirlo: estuve directamente involucrada en los hechos.
— No hace falta que me lo recuerdes — Auguste sintió que se le estrujaba el estómago. Volvió a mirar las fotografías con renuencia: había algo más en esos pobres cuerpos torturados en lo que Odette no había reparado.
— No te prometo nada pero — suspiró—, podría tratar de conseguir el expediente. O por lo menos verlo y comprobar si hay ... algún nexo. Ni siquiera conozco el procedimiento para pedir una de esas cosas al Archivo...
Los ojos de su hermana brillaron de entusiasmo.
Strega!(3) ¿Viniste a verme sólo por eso, eh? Lucertola!(4)
Odette se enfurruñó.
— Vine porque no tengo a nadie con quien consultar y necesitaba una opinión profesional. Que yo recuerde, fuiste el primero en enseñarme a no descartar jamás ninguna hipótesis por estúpida o loca que fuera, sin haberla verificado. “No te apresures a juzgar, no te apresures a descartar”.
— ¡Ahora vas a decirme que fui tu maestro!
— El único que tuve. Pero tuve al mejor — Odette le dedicó una sonrisa de Gioconda —. Ti voglio bene, cretino (5).
Pure io (6).
Se abrazaron para despedirse y él le pidió que le dejara las fotografías. Cuando Odette se fue, las estudió con el detenimiento que merecían. No podía decirlo delante de ella pero estas pobrecitas tienen exactamente su mismo tipo físico. Lo único que me falta es que se le ocurra la chifladura de ponerse de carnada de este animal.


PARÍS, LA DÉFENSE. JUEVES POR LA NOCHE
Odette se abrazó a Lola durante un rato muy largo, respirando el perfume favorito de su madre, “Capricci". Colgadas del brazo se fueron a la cocina, tazas de café de por medio, a intercambiar noticias familiares.
— Así que seré abuela por tercera vez — se enorgulleció Lola.
— Y una abuela muy joven — Odette le acarició la cara.
— Me gustaría serlo por cuarta vez — Lola la miró a los ojos y ella bajó la cabeza — ¿Eres feliz, hija? — susurró su madre, encerrándole las manos entre las suyas.
Sonrió asintiendo y desvió el tema hacia su hermano. Lola se animó al hablar de sus nietos y del resto de la familia. El resto de la noche transcurrió entre preparar la comida y sentarse a disfrutar del toque mágico y las salsas incomparables de Lola. Sin embargo, sabía que su madre no se rendiría fácilmente: Lola había aceptado la primera finta, pero no habría más evasivas. Le llevaba el bolso de viaje al cuarto de húespedes, cuando Lola se lanzó de cabeza.
— Cuando un hombre y una mujer se aman, son felices y todo lo demás, tienen hijos. Ya estás en edad. ¿Qué piensa Marcel? No debería preguntar pero soy tu madre y... bueno, ¿no quieren hijos?
— ¡Mamá, cómo se te ocurre! ¡Por supuesto que quiero hijos!
— ¿”Quiero” o “queremos”?
— Ay, mamá, no te pongas suspicaz — la besó —. Imagino que estarás cansada. Mañana charlamos.
— Seguro que sí.
Odette se fue a su cuarto sin saber si eso era una afirmación o un amenaza.
****
No... No lo hagas, por favor... Me duele, me duele mucho... Me ahogo, Dios mío, me ahogo,... ¡No lo hagas...!
— ¡Odette! Bambina! ¡Odette! — los gritos de su madre la rescataron del horror. Casi saltó de la cama, empapada y con la sensación espantosa de las quemaduras aún viva en la piel.
— ¡Mami! — se abrazó, sollozando — ¡Mami!
Lola la sostuvo hasta que pudo respirar normalmente.
Ma che c'è, figlia mia?(7)  — murmuró Lola, acunándola.
Era su oportunidad. Levantó la mirada para reflejarse en los ojos enormes y profundos de su madre. Mammina. Abrió la boca dos o tres veces. No puedo desencajar los dientes, mami, no puedo...
Digli la verità alla mamma (8)— susurró Lola y ella se aferró a las manos de su madre como a un salvavidas, cerró los ojos y las palabras y el dolor brotaron juntos, curándole la herida.
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"Abduction" , Paul Cézanne
— Ahora entiendo lo que sienten los criminales al confesar...— se burló de sí misma mientras se secaba los ojos.
— No cometiste ningún crimen, lo cometieron contra ti — murmuró Lola—. Un monstruo lleno de odio vació ese odio espantoso dentro de tu cuerpo y te envenenó.
No podría haber descripto mejor lo que siento. Se sostuvo la frente con ambas manos y embargada por el alivio, demoró varios segundos en comprender que Lola hablaba.
— Nunca pensé que tendría que sufrirlo dos veces — Lola murmuraba, dolorida —. Esto no podía, no debía ocurrirle alla mia bambina...
— ¿De qué estás hablando, mamá?
Lola clavó la mirada en las manos entrelazadas de ambas.
— Una cree que se libró del odio, pero nos espera ahí, agazapado como un animal. Fue en el teatro Alla Scala; me citaron a un ensayo sin tu padre, había cláusulas en el contrato que me obligaban a los ensayos que la régie considerara necesarios — hablaba con una serenidad espantosa —. Me esperó en el camarín y ... me violó.
Odette estaba tan aturdida que no atinó a preguntar nada.
— Le dije a Franco que quería cancelar los contratos, que no quería volver a La Scala, que no me gustaba cómo nos trataban, no sé, cualquier cosa con tal de no pisar ese maldito lugar nunca más. Jamás se lo conté a nadie — Lola hablaba con los ojos cerrados —. Papá lo hubiera matado y entonces mi vida y mi familia hubieran quedado destrozadas.
La confesión le secó la boca.
Mammina... ¿Lo conocías?
Su madre asintió
— ¡Dios, por qué no denunciaste al hijo de puta!
— Era el presidente del Consejo de Administración del teatro, un hombre muy influyente— Lola murmuró—. Yo le tenía tanto miedo... Me había amenazado tantas veces... Ese día dijo que iba a matarnos a todos si yo hablaba. Estoy segura de que lo hubiera hecho.
— ¿Quién fue, mamá? — insistió.
— Está muerto, hija. Ya no puede hacernos daño.
— Mamá, por favor...
Lola respondió mientras una lágrima gruesa se le deslizaba por la barbilla.
— Marcello Contardi.
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Su hija dormía pegada a ella pero Lola no podía dormir. Había conocido a Marcello Contardi en la flor de la madurez del empresario. La personalidad y el atractivo que quitaban el aliento, junto a su fortuna y su posición social, lo hacían blanco invariable de las bailarinas, cantantes y demás mujeres con las que se codeaba. Contardi ni siquiera se molestaba en ser encantador y cuanto más despectivo se mostraba, más se esforzaban ellas por conquistarlo, sin saber que era una de sus tácticas favoritas. Que una mujer lo rechazara era impensable, e interpretó las negativas de ella como un juego perverso de seducción.
Ella no comprendía qué era lo que la volvía deseable a los ojos del hombre. No la perseguía por despecho: había algo en la intensidad de aquella mirada de cristal helado; algo oscuro, agazapado detrás de toda esa galantería fría pero insistente y esos modales principescos. Contardi la atemorizaba con su sola presencia. ¿Cuántas veces lo había entrevisto en las bambalinas, mezclado entre los tramoyistas, observándola con un arrobamiento siniestro?
La jugada de los contratos había sido de una bajeza infame. “Yo te los conseguí, ¿o creíste que bastaban tu talento y el de tu marido?”, le había dicho, tomándole la barbilla con saña mientras sus alientos se confundían. “Deberías tener un poco más de consideración con los que te ayudan, mia cara. Puedo arruinarte la carrera, la familia o ambas cosas. La elección es tuya. Conmigo nadie juega, Addolorata". 
Nunca lo había visto tan furioso, tan apasionado, tan desesperado, ni había sentido tanto desprecio por él.
Y después... el horror del después. Marcello Contardi casi le destrozó la vida. No había podido olvidar aquella mirada aterradora, glacial y furiosa ni aquella violencia. "¡Voy a matarte, puta!”, le habia susurrado contra el cuello mientras le dejaba el alma y el cuerpo marcados con su odio. “¡Tus hijos debieron haber sido míos!”, le gritó mientras la poseía como un loco.
Sólo el amor de Franco la había rescatado del abismo; cualquier sacrificio que hiciera por él y por los niños valdría la pena. Pero la obsesión enfermiza del hombre la persiguió durante años: Contardi se aparecía en los teatros de Europa en donde Franco y ella bailaban, aterrorizándola.
Marcello, cuánto daño me hiciste. Cuánto tiempo te odié, y me desprecié a mí misma por mi cobardía. Creí que tu muerte me liberaría de esos sentimientos y ese dolor tremendos, pero hoy comprendí que tu maldad continuó lastimándome todo este tiempo. Hija mía, gracias por ayudarme a enfrentar mi propio miedo.




****
Se despertaron juntas, tomadas de la mano y Odette se levantó a preparar el desayuno. Dios, tengo que decírselo. La cafetera rezongó llamando su atención. Marcel no tiene la culpa de nada. No somos responsables por nuestros antepasados. Se entretuvo preparando la bandeja con excesivo primor. ¿Y yo, qué haría si supiera que mi hija duerme con el nieto de mi violador? Me duele el estómago.
— Me trajo el aroma del café — la voz de Lola casi la hizo saltar. Al mirarla, su madre sonrió con dulzura— ¿No te enseñé que a la mamma no se le miente? ¿Qué es lo que te quedó atragantado anoche?
— Mamá ... — ahora o nunca — Es... por Marcel. Su madre era Constanza Contardi-Bozzi. Ella murió hace unos quince años... Era la única hija de Marcello Contardi... — se quedó sin aire.
Un atisbo de tragedia cruzó el bello rostro de Lola y Odette creyó que el corazón ya no volvería a latirle normalmente.
— Mamá, todo es tan terrible... Yo... no sabía...— Odette sintió que se encogía en el lugar. La tormenta de emociones enturbió la mirada de su madre y corrió a abrazarla. Se sostuvieron durante un momento larguísimo, hasta que Lola habló a su oído.
— Ustedes dos no tienen la culpa de nada, bambina mia. El pasado está muerto y enterrado lo mismo que ese desgraciado. No suframos más por él.
Odette dejó caer la cabeza. Ambos están muertos y no nos harán más daño. Somos libres. El temor la abandonó en el mismo momento en que admitió sus propias debilidades.
Lola le tomó la cara entre sus manos.
— Mi Cisne se enamoró de un Contardi. Me gustaría saber qué clase de justicia poética será ésta.




(1) ¡Qué boludo!
(2) ¡Miren al auténtico macho napolitano!
(3) Bruja
(4) Lagartija
(5) Te quiero, idiota
(6) Yo también
(7) ¿Pero qué pasa, hija mía?
(8) Decile la verdad a tu madre