POLICIAL ARGENTINO: 01/01/2011 - 02/01/2011

domingo, 23 de enero de 2011

La mano derecha del diablo - CAPITULO 14

PARÍS, JUEVES POR LA NOCHE


Michelon se sentía moderadamente feliz: la cena transcurría tranquila. Tres mujeres. Tres amigas disfrutando de una comida y una copa de vino. Odette — ya no utilizaban los apellidos fuera de las situaciones de trabajo — era una de las escasísimas personas con las que se atrevía a compartir su relación con Laure. Y esa misma amistad la hacía sentir cada vez más incómoda respecto de la investigación Henri, Dubois y Meyer. Meyer podrá ser tan discreto como un ratón de biblioteca pero Odette es demasiado suspicaz para tragarse los cuentos de mamá Oca durante demasiado tiempo. En algún momento deberemos hablar.
Esa misma mañana, Laure había entrado a su despacho con cara de preocupación:
— ¿Es cierto que RG (1) y el SPHP(2) se pelean por llevarse a Dubois?
— Laure..— la reprendió—, estuviste espiando la correspondencia interna?
— No espío: es mi trabajo — se molestó Laure—. Recibo, ordeno y te transmito todo lo que llega, emails y memos incluídos.
— No habrás abierto la boca delante de Marceau: es información clasificada.
— Claude, el afecto no me empaña la visión. Ni siquiera con ella — replicó Laure, mordaz.
— Mil disculpas— le acarició la mejilla —. Había observadores durante los exámenes y parece que están muy... impresionados por nuestro Dubois.
— ¿Impresionados en qué sentido?
— Parece que sus capacidades son poco menos que espectaculares.
— Bueno, fue deportista antes de meterse en la PN y todavía entrena.
Movió la cabeza y apretó los labios pues no quería ser más específica. Patrice Lejeune de RG sí había sido muy específico al describir a Dubois.
"Un elemento excelente", había dicho el inspector general, con una sonrisa de complacencia que le estiraba la cara de sapo. "Su desempeño en los simulacros fue espectacular. Muy buenas tácticas. Tiene unos reflejos increíbles, con armas de fuego, blancas y en lucha cuerpo a cuerpo. Es perfecto para el SPHP o los RG. Un arma humana al servicio de la Policía."

Michelon volvió a prestar atención a la conversación que Laure y Odette mantenían en ese momento.
— Querida...— le tocó el brazo a Odette y Laure hizo silencio.— ¿Soy muy indiscreta si le pregunto qué es lo que le pasa?
Odette suspiró pesadamente y a Michelon le pareció que se tomaba unos segundos de más antes de responder:
—Esas mujeres...
— ¿Más novedades? — preguntó sombría.
La mirada de Odette se volvió severa y las líneas sutiles a los lados de su boca se acenturaron.
— ...que en nada afectan a la PDP — Odette replicó sobre sus palabras con un tonito sarcástico desagradable.
— No comprendo — insistió Michelon.
— No es nuestra jurisdicción— respondió Odette con voz neutra.
— ¿Y ahora qué pasa? — no pudo evitar el mal talante.
— Hasta ahora, pasan ocho mujeres asesinadas en distintas ciudades, todas distantes entre sí. Las muertes son similares, pero no se repitieron dos veces en ningún lugar. No hay periodicidad en las fechas. No hay un patrón geográfico, sólo un patrón de homicidio.
Michelon se acomodó en su silla lamentando que la cena hubiera perdido su espíritu. Odette continuó.
— Pensé que estaba loca, tratando de conectar muertes sin relación entre sí. Cada vez que armaba una hipótesis, aparecía algo que la desbarataba, pero ahora creo que hay un hilo conductor. Aunque sin elementos para comprobarlo estoy en un punto muerto — la comisario masculló con furia.
Oh, oh, Marceau está de regreso: no sé si alegrarme o preocuparme. Ya no era una reunión de amigas sino el encuentro entre una superior y su subalterna que le rendía un informe. Laure percibió el cambio y se encogió discreta en su silla.
— ¿Qué tenemos, un loco serial? — preguntó Michelon curvando la boca hacia abajo.
— Un loco con muchísimo dinero para gastar. Se mueve todo el tiempo. Encontré noticias de muertes de prostitutas en periódicos de regiones diferentes. No sabía por dónde empezar y armé un mapa: la dispersión es muy grande. Todavía no recibí respuestas de las morgues a las que pedí informes. Todos están demasiado ocupados para mandar un fax o un email. Tiene que haber algo más en la conducta del tipo, algo que permita armar un patrón más completo, pero necesito la información y pareciera que no quieren dármela o que no existe.
Odette bebió un sorbo de chablis y se entretuvo en saborearlo, pero la arruga leve del ceño decía que estaba ocupada en otra cosa.
— ¿Qué ocurrió con las notas que envió?
— No pasé de los tenientes. A nadie le importa que maten putas, sobre todo si son "extracomunitarias". Bien, tendré que emprender el próximo paso: si la montaña no va a Mahoma...
— ¿Cuando irá?
— Pensaba empezar la semana próxima. No sé cuánto me dejarán husmear en cada archivo pero tengo que intentarlo.
El rostro de porcelana se había transformado en una máscara impasible y helada. Definitivamente, “Marceau” tomó el lugar de Odette en la mesa y está disgustada consigo misma más de lo que yo creería, pensó Michelon. No dijo nada y desvió la conversación hacia temas menos ásperos, aunque el encanto de la reunión se había roto.
Se despidieron en el estacionamiento. Mientras Odette se iba, Laure susurró:
— ¿Por qué no le dijiste nada de lo que hablaron con Lejeune?
— No me pareció el momento adecuado. Además, quiero conversarlo antes con Dubois.
— Pero ella es su superior inmediata... — Laure reparó en su excusa. — ¿Por qué no es el momento adecuado?
Michelon cabeceó, molesta: lo que había querido indagar durante la cena se le había quedado atragantado.
— Laure, hay algo entre ellos que ...
— ¡Seguro! Duermen juntos — Laure la interrumpió jocosa.
— Ah, no seas boba — la despeinó mientras se sentaba al volante. — Quiero decir que me parece que tienen problemas.
— ¡Estás loca! Si alguna vez vi a un tipo enamorado como un idiota, es Dubois.
— No me refiero a eso. Hay algo más.
Laure se encogió de hombros.
— Me rindo: nadie te gana a suspicacias. Mierda, es tardísimo. ¿Quién me levanta mañana?
— Yo.
— ¿Medialunas y café?
— Medialunas y café.
Menos mal que cambiamos de tema, porque no tengo ganas de hacer públicas mis sospechas. Dubois también está extraño. Cada vez que está fuera de la ciudad, los llamados al despacho de Marceau se triplican. Lo sabía por el comentario del noticiero de las ocho, léase Bardou. Tendría que hablar con Dubois tan pronto como esté en París y no sólo por la oferta de Lejeune, que espero no acepte.

****

Odette condujo despacio mientras pensaba en la conversación con Claude y Laure. No se engañaba respecto de las intenciones de Madame al preguntarle qué le pasaba, ni tampoco respecto del hecho que había aceptado el cambio de tema sin insistir. Siempre mantenían ese sutil respeto mutuo en cuanto a las confidencias y lo agradecía. No me siento preparada todavía.
Su cuñada Nadine, en cambio, no tenía ese tipo de reservas y la había arrinconado abiertamente. El sábado anterior habían llevado a Antonin en una escapada a EuroDisney y se habían divertido casi más que su sobrino.
— Marcel debe estar buscándote por medio país — comentó Nadine cuando llegaron a su casa, pasada la una de la madrugada. El teléfono sonó y Nadine corrió a responder: era Marcel, un Marcel muy irritado. Con infinito tacto, Nadine se había ido a la cocina a preparar café mientras el resto de la familia dormía. La conversación telefónica no fue un éxito diplomático y después de colgar Odette se sentía espantosamente mal. Su cuñada no hizo mención de sus dientes apretados ni del hecho de que no pudo hablar durante unos minutos tratando de dominar las emociones, pero en cuanto sirvió el café, se lanzó de cabeza.
— Odette, las cosas no andan bien. Tu hermano vive en las nubes pero yo no.
Ella cabeceó un asentimiento por respuesta y se sirvió otro café. Nadine insistió.
— Marcel te persigue por teléfono, me pregunta si sé dónde estuviste; lo pesqué interrogando a los chicos sobre tus salidas con ellos ¿Qué pasa?
Odette enroscó las piernas en el banco de cocina y habló despacio.
— Empezó cuando comenzó con el curso para el ascenso. Cierto, pasamos mucho tiempo lejos, pero no puedo hacerle entender que eso no cambia nada entre nosotros.
— Está celoso... — sonrió Nadine — .Te cela porque te ama.
— No, Nadine: eso no es amor, es desconfianza. Lo hace sufrir y yo también sufro por no poder ayudarlo.
—¿Por qué desconfiar si te quiere?
— Ese es el nudo del problema: Marcel no puede confiar en nadie. No pudo hacerlo con sus padres y no puede hacerlo con nadie más.
— ¿Él te lo dijo?
Odette meneó la cabeza con pena.
—Marcel no dijo casi nada, aparte de que sus padres tuvieron una relación de mierda y que su madre abandonó al marido cuando Marcel tenía dieciséis años, llevándoselo con ella. Marcel tuvo que defenderla de su padre y no volvieron a verlo— se quedó callada y Nadine le tomó la mano y el gesto la reconfortó —. El resto lo averigüé por mi cuenta. Siempre me pregunté porqué su padre no fue detrás de ellos cuando se fueron. No es lo habitual cuando hay violencia familiar: el agresor no deja ir a sus víctimas. Las busca, ruega o amenaza para que regresen, mantiene la buena conducta un tiempo hasta que vuelve a la agresión. ¿Por qué los dejó ir...?
— ¿Los golpeaba? ¡Qué horrible!
— Marcel nunca dijo que su padre los golpeara, a él o a su madre. Nada más habló de peleas verbales entre sus padres. Pero imagino que debe haber existido al menos un hecho de agresión física que resultó traumático. Lo que sí es seguro es que Marcel le guarda mucho rencor.
— ¿Y la madre?
— Murió cuando él tenía veinte años. Y antes que preguntes, tampoco habla de ella.
— Hummm, quizás no haya sido la madre modelo que a los hombres les gusta pintar.
— Quizás, quizás... Tengo un cajón lleno de “quizás”.
— Y seguramente tengas otro cajón lleno de hipótesis, si es que conozco a los Massarino.
— Ajá. Quién sabe, su padre haya vivido situaciones parecidas en su propia familia, es bastante común. Por otro lado, la madre se apoyó en Marcel a una edad en la que él todavía necesitaba de todo el soporte familiar posible. Un cuadro desolador para un adolescente con problemas: no hay a quién recurrir salvo él mismo.
— ¿Y no hay familiares?
— Jean-Pierre Dubois es huérfano desde los dieciséis. La familia Contardi Bozzi jamás se interesó por su hija y su nieto. Por lo que sé, gente de la aristocracia milanesa. Marcel nunca los conoció.
—Ugh, unos cogotudos. No creo que les gusten los flics. (3)
— Ni los cognes, (4) eso es seguro. Jean-Pierre Dubois es coronel de la Gendarmería.
— ¿Marcel nunca averiguó nada sobre su padre?— se interesó su cuñada.
— No que yo sepa. Yo sí me ocupé — sonrió, encogiendo un hombro —. Mi tendencia natural a meterme donde no me llaman — se rieron en voz baja —.  Tiene una foja de servicios impecable. Nunca volvió a formar pareja. Y algo más: Marcel informó que sus padres se habían divorciado pero nunca lo hicieron. El padre se plegó a la pequeña mentira del hijo cuando ingresó a la PN — suspiró — .Si el coronel Dubois no reaparece en escena, difícilmente conozcamos la otra versión de la historia. Pero no es lo que más me preocupa en estos momentos.
Nadine se la quedó mirando un rato largo sin hablar. Después la abrazó.
— Él te ama, jamás dudé de eso. Tienen que hablar
— Nadine, a veces me parece que ni siquiera sabe lo que le pasa.

****

Llegó a casa cansada, pero el olor del tabaco negro y el perfume en el palier del piso le hicieron volar mariposas en el pecho. Lo encontró despatarrado en un sofá, fumando, los pies debidamente calzados y debidamente apoyados al descuido encima del tapizado. Malcriado. Se le arrojó al cuello para besarlo pero Marcel no le devolvió el gesto.
— ¿No me esperabas hoy?— la reprendió.
El corazón le saltó un latido al oirle la voz helada.
— Es jueves, no te esperaba hasta mañana — Odette se disculpó como una cría sorprendida en falta.
Él le devolvió los besos y la abrazó pero se sentía diferente.
— Te llamé por la tarde antes de viajar, para avisarte. ¿Nadie te pasó el mensaje?
— Salí un rato de la oficina. Nada importante — se encogió de hombros al tiempo que se le encogía el estómago por la mentira: me fui a perseguir investigadores privados.
— ¿Y ahora, a la noche? Tenías el teléfono apagado.
— Cenamos con Michelon y Laure.
— Uf, cena de mujeres. Deben haber desollado a la mitad de la Prefectura de París.
— Más o menos. ¿Cómo te fue?
— Bien. Nada nuevo. Tus ocupaciones deben ser más divertidas que las mías — le dio la espalda para apagar el Gauloise y ladró—. Tengo hambre.
Bueno, bueno, el Cro-Magnon tiene hambre. Lo besó y corrió a la cocina. Marcel devoró el primer plato de pasta sin decir mu, los ojos fijos en el noticiero de TV5. Hum, está famélico. Le sirvió el segundo plato y luego una pera al vino que acampaba solitaria en el estante de frío controlado. Le hizo un rato de compañía frente a la tele que él miraba hosco.
— Me voy a dormir — suspiró y le besó el cuello. El "Ya voy" lo escuchó desde el baño.
Se metió en la cama con un sabor amargo en la boca. ¿Qué es lo que está tan mal? Se revolvía inquieta cuando él entró sin encender la luz y se desnudó a oscuras, tirando la ropa por cualquier parte. El Cro-Magnon lo está haciendo adrede, pensó con moderada irritación. Estaba a punto de encender la luz y parlamentar cuando sintió que el cobertor volaba hasta los pies de la cama.
El juego que siguió transcurrió en un silencio duro. Tuvo la convicción de que si intentaba dejar el sexo para después, él estallaría. Esto se está repitiendo demasiado a menudo: sexo a secas. Divertido, sí, pero los excesos nunca son buenos. Somos algo más que animales sexuales, intentó razonar pero su sensualidad se desbocó y la traicionó, entregándola abierta y complaciente al macho que la copulaba rabioso. La cabalgaba como un conquistador que arrasara el territorio sojuzgado, tomando posesión de todas sus intimidades y orificios. La recorría en un juego interminable que ambos conocían de memoria y jugaban como si cada vez fuese la primera. La dominaba absolutamente y ella cedía, hundida en un abismo de sexo sin ternura. No la besaba: la mordía para marcarla y cada mordisco le provocaba escalofríos. No puedo abandonarme así, pero el raciocinio se le escurría junto con sus humedades por entre las piernas.
Perdió la noción de su propia voluntad y era un juguete erótico en manos de un obseso. “Zorra, dámelo todo, me pertenece”, masculló él mientras le hundía los dedos húmedos y la verga exigente. Apretó los ojos y abrió la boca para aspirar más profundo y amplificar los espasmos que preludiaban el orgasmo.
La violencia del hombre que arremetía dentro de ella creció y con ella, su propio oscuro placer. Por Dios, no pares, no me dejes, no seas tierno ni dulce. Así, como un animal embravecido. Sintió que su cuerpo no podría resistir tanta voluptuosidad y gritó pero él le ahogó los gritos con más mordiscos.
Dos que son uno que hacen uno y son tres, hermafrodita bifronte, monstruo que se sodomiza a sí mismo, macho y hembra en el origen de la especie, creced y multiplicaos, génesis, instinto y supervivencia, hágase la luz y la luz sale de tu verga y llena mi vientre que da a luz.
Ella irradiaba sexo en éxtasis y él continuaba, despiadado e interminable, cumpliendo con su autoimpuesta tarea de demolición.
 Floto. Fluyo a tu ritmo, me entrego hasta el final, me extingo y muero en la entrega. Soy el mar que te acuna y te devora. Soy una cosa, tu cosa tuya, tu continente, tu arcilla. No soy. Soy la nada.
Cuando él la alcanzó en su nirvana privado rugiendo su descontrol, ella se acopló a su ritmo hasta el nuevo clímax. Alguna parte de su cuerpo percibió las palabras estremecedoras que él gritaba. Creyó que perdía la conciencia. En el silencio vacío del después, trató de recordar las palabras pero no pudo.
Tuvo un escalofrío: él se movía trabajosamente, agotado por el esfuerzo de someterla por completo a su virilidad. Le dolía todo el cuerpo de haber soportado el peso y el ímpetu del hombre desplomado sobre su espalda. Jugaban un juego enloquecedor y peligroso de sexo y pasión; cópula frenética e instintos primarios. ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto dura una pareja nada más que a fuerza de coitos?
Al regresar a la cama se pegó a él: el cuerpo masculino estaba laxo y transpirado y el corazón todavía le galopaba en el pecho. Ni siquiera tenía fuerzas para abrazarla y ella lo hizo por él. Lo obligó a abrir la boca y se la exploró con dulzura hasta que logró la respuesta que había buscado desde que él se metiera a la cama. Lo besó para impregnarse de su sabor y se dejó caer a su lado.
—Te amo, loco— murmuró y se quedó dormida, mientras se prometía una conversación seria para el día siguiente.

****

Estaba desparramado en casi la totalidad de la cama, escuchando la respiración suave y rítmica de ella, que dormía acurrucada en el mínimo espacio que su propio cuerpo no ocupaba.
Tenerla así cerca, tan entregada, lo volvía loco y le encendía la sangre. Sus besos todavía le escocían en los labios y en la lengua, y los había saboreado con glotonería. Las reglas de cortesía de la cama decían que debiera haber respondido a su “te amo” con las palabras adecuadas: “yo también más mucho más te amo estuvo hermoso”. Él, en cambio, se había limitado a gruñir su satisfacción.
Te poseo porque te amo, te amo porque te poseo, ambas cosas están indisolublemente unidas, no puedo pensar en amarte sin cogerte, pero esas palabras jamás tomarían forma en su boca simplemente porque eran un todo con él y nadie anda por ahí definiendo su filosofía de vida con cada paso. Te amo y basta. Ya deberías saberlo. Ella tenía que saberlo; se lo decía la forma tan frágil, tan sexual, en que se abandonaba a su locura. Tenía que amarlo tanto como lo deseaba. Debía ser así. Y sin embargo no podía olvidar la tarde aciaga: el tipo, el teléfono, las salidas imprevisibles, la llegada tarde. Sintió que el pecho se le agarrotaba. Si me estás mintiendo, te mato, pensó sin querer y las lágrimas le rodaron por la cara hasta las sábanas revueltas.

(1) Reinseignements Généraux - Servicio de Información (PN)
(2) Service de Protection de Hautes Personnalités - Servicio de Protección de Altas Personalidades (PN)
(3) cana
(4) gendarme

lunes, 3 de enero de 2011

La mano derecha del diablo - CAPITULO 13

Hotel de Génova, finales de junio





Marcel estaba en tirado en la cama hojeando morosamente el diario cuando la crónica del “Corriere della Sera” lo dejó helado: PierAndrea Giuliani, titular de EuroAvventura, había muerto en un accidente de buceo en las islas griegas. La policía griega retendría en El Pireo el crucero La Fenice mientras durara la investigación de la muerte de Giuliani. En la foto aparecía una rubia atractiva y de grandes lentes oscuros — la doliente viuda, dedujo Marcel— saliendo de lo que parecía ser la central de policía de Atenas, seguida de Ruggieri.  De acuerdo con los periodistas, el socio supérstite de EuroAvventura estaba indignado por las sospechas de la policía griega respecto de su persona. Me gustaría saber cómo mierda se las arreglaron para deshacerse del embarque para Turquía. Carajo, esto sí que es una complicación y ya tengo demasiadas.
El teléfono chirrió.
—¡Marco! — la voz de Sonja sonaba alarmada.
La mujer le pasó el mensaje de Ruggieri: se reunirían en Milán la semana entrante. Sonja le pasó una dirección en la zona comercial de la ciudad. Otro de los negocios-pantalla de Ruggieri,  pensó.
— Quiero verte...— ronroneó Sonja.
— Hoy no, preciosa. Regreso a Marsella mañana muy temprano y me gusta dedicarte tiempo.
Cortó después de prometerle que la llamaría apenas regresara. Carajo, casi me olvido. Levantó el auricular nuevamente y llamó a la central de alquiler de autos. Sedán mediano, no muy nuevo, gris o azul, cualquier marca. Tiró el diario al piso y se recostó en la cama a fumar y planificar sus actividades clandestinas del día siguiente. Lo que iba descubriendo con el "trabajito" le corroía las entrañas como ácido.
Tranquilo, viejo, susurró su conciencia. Todas las evidencias juntas primero. La brasa del Gauloise tembló apenas y la ceniza cayó sobre la cama. Hasta ahora, todo eran preguntas. La semana anterior se habían registrado doce llamados no identificados para la comisario Marceau.  ¿Quién insiste tanto en hablar con ella? ¿O es una forma de decir "Aquí estoy", o "Te estoy esperando" ? Ella entraba y salía, casi siempre sin decir adónde iba o cuándo regresaría. Él había pedido los registros del teléfono celular y de los de su propia casa. ¿Y si está usando una línea no registrada? Mierda, es una posibilidad en la que no había pensado. Si me estás mintiendo... No quería enunciar el siguiente pensamiento que lo estrangulaba. Mañana tengo algo más para verificar.

Buenos Aires, mismo día, por la tarde.
— Tuvieron que arrojar el cargamento completo al mar antes de entrar a puerto, señor.
Ortiz le hizo una seña a Rinaldi para que continuara.
— No podían arriesgar a que la policía griega lo encontrara a bordo.
— ¿Cuál era el monto del embarque?
— Siete millones, señor.
Lo peor no era el revés financiero sino haber quedado en mala posición frente a los compradores. Un idiota que elimina al socio renuente sin pensar en las consecuencias es un peligro para la seguridad de la operación.
— Comuníqueme con Etchegoyen.
— Sí, señor— Rinaldi comprendió que podía retirarse y lo dejó a solas con sus cavilaciones.
Este tipo ya tuvo problemas con las entregas pero es la primera que pierde un cargamento completo. Ya no nos sirve, nos cuesta caro. Y se está volviendo una figura pública: en poco tiempo el cretino querrá imponernos condiciones. Etchegoyen debería comenzar a buscar un reemplazante y ocuparse de la anulación definitiva de esta transacción. Con suma discreción: el tipo es candidato a presidente de Francia.

París, La Défense. Mismo día, por la noche

Odette estaba dando vueltas por la cocina, esperando que el café se dignase a pasar cuando sonó el teléfono. Esta cafetera se está volviendo demasiado temperamental. Estiró la mano sin perder de vista al artefacto malvado: un descuido y adiós café.
Ciao, bambina!
— Ciao, Calogero!
Pasaron algunos minutos saludándose con su primo en un intercambio efusivo de informes sobre estados de salud, recién nacidos y demás.
— Odette, estuve averiguando lo que me pediste y encontré algo más.
Se sentó a la mesa de la cocina, haciendo equilibrio con el inalámbrico y la taza. Calogero continuó.
— Valentina Contardi-Bozzi está al frente de BCB desde antes que Marcello Contardi muriera, más o menos dos años. La signora lleva muy bien la empresa. Están saliendo a competir con diseños nuevos, publicidad, parece que la signora es muy progresista y está muy entusiasmada con su trabajo...
Calogero mio, no me llamaste para contarme algo que ya sé...
Ma' no, bimba, no. Ahora viene lo interesante: el director financiero de BCB, un tal Massimo Ruggieri, anda en asuntos pco limpios a escondidas de BCB, pero estas cosas se saben.
— ¿Qué cosas?
— El cuñado de Ruggieri, Andrea Giuliani, ex-campeón olímpico de natación, campeón mundial de buceo...
— Si no hace esgrima, no me interesa.
— Éste te va a interesar: murió en un accidente de buceo en las islas griegas.
— Sigue sin afectarme.
— ¡Ah, non far la spiritosa[1]! Giuliani y Ruggieri tenían una agencia de turismo alternativo, EuroAvventura. Y antes de que vuelvas a interrumpir— rezongó Calogero —, el turismo es la excusa para lo que ya conocemos: juego clandestino, mujeres, droga.
— Ay, Dios, ¿ por qué son tan repetitivos? ¿Cómo hacen?
— Los barcos son de ellos, y son un problema porque el mantenimiento es caro. Justamente por eso, Ruggieri pensó en aumentar sus ingresos ampliando las operaciones de carga.
— Y no me va a gustar lo que cargan, vero[2]?
Vero.  Las excursiones de EuroAvventura tocan la costa dálmata, varios puntos de África y la costa turca.
— Hay muchos uniformes metidos ahí, ¿cierto?
— De todos los colores, incluso de los nuestros. Pero Giuliani murió en circunstancias poco claras y ahora EuroAvventura tiene a la policía y a los Carabinieri encima y tienen que cuidarse, así que stop a las operaciones en el Adriático, que dejaban mucho más que todo lo otro junto.
— ¿Más que la blanca?
Bambina, la blanca era para consumo interno de los clientes que se dejan los calzoncillos en las mesas de juego de Giuliani. Lo mismo las mujeres: caras, elegantes, todas mannequins, o aristócratas venidas a menos.
Ella silbó admirada y Calogero continuó.
Puttane fine fine, nada de albanesas o rumanas molidas a palos. El objetivo es que los parroquianos jueguen y se diviertan mientras juegan. Una nadería comparado con lo de las armas.
Mierda, este Ruggieri es un sujeto peligroso, Odette razonó para sí.
— Una pregunta, cuginetto[3]: ¿quién le vende a Ruggieri?
— ¡Eh, cuginetta, qué buena pregunta! Cuando encuentres al que le vende a Ruggieri encontrarás al que le está causando tantos problemas.
— No entiendo.
— Ruggieri necesita barcos para transportar la mercadería. Con los cruceros cruza el estrecho de Gibraltrar y rodea la costa africana hasta Liberia, a veces Costa del Marfil. Allí, además de “safaris” fotográficos y submarinismo,  hace algún que otro trasbordo de carga, capisci?
— Capisco, capisco. Vai avanti!
— Los barcos de EuroAvventura ya no son seguros, no pueden ir y venir a donde se les dé la gana, ergo no hay carga. Ruggieri necesita asegurarle a su proveedor que podrá recoger y hacer las próximas entregas a tiempo, que es lo que le está empezando a faltar.  Y necesita barcos limpios.
— Esto dejó de gustarme. — Se enderezó en la silla y se tragó lo que le quedaba de café.— BCB se la pasa importando cueros y exportando mercadería...
Brava, bambina. Creí que la profesión te había obnubilado el entendimiento.
Va’ffa‘n’culo, carissimo[4]. ¿Y dónde embarca materia prima BCB?
— ¿De verdad hace falta que te lo diga? En Buenos Aires.
— ¿Quién es el proveedor?
— Una tradicional empresa argentina que opera en el mercado internacional. Normal. Pero desde Buenos Aires desde hace tiempo se están haciendo “exportaciones no tradicionales” a Panamá, puerto de Colón. Cargas que se trasbordan a vapores de bandera liberiana y cuyo destino final es incierto, lo mismo que lo que hay dentro de los contenedores. La compañía que exporta los cueros y la de “no tradicionales” tienen una relación societaria bastante intrincada, pero relación al fin.  En fin: nos topamos con los soliti ignoti[5].
Hubo un silencio agrio. Mierda, me duele el estómago.
— Calogero...— hizo una pausa. ¿Cómo le digo que no se meta con “esa” gente?
— Si vas a advertime que no me meta en donde no me llaman, no hace falta. Ya me lo advirtió Mario y te aconsejo que hagas lo propio. Va bene?— Bien por los Varza, suspiró aliviada.— Va bene?!!! — gritó Calogero.
 — Ya te escuché... va bene.
— Pero, cara, es preciso que Ruggieri y su banda se alejen de BCB.
— ¿Qué, falta alguno?
— La hermanita de Ruggieri, Alessandra Giuliani, viuda inconsolable, fue secretaria del finado Marcello Contardi y es la actual secretaria de donna Valentina. Me atrevería a decir que la pobre mujer no da un paso ni hace un llamado sin que Alessandra lo sepa y se lo informe a su hermano. Si hago una apuesta de a qué se dedicaba la Giuliani con el viejo Contardi, la gano. Además de trabajarse al otro socio en beneficio del hermano. Carlo Santorini está gastando lo que no tiene en Alessandra y metió mano en las cuentas de BCB.
— Parece que BCB es una mina de oro ...
— Es perfecta: limpia, familiar y lista para expandirse, exitosa, ¡una perla! Bambina, Marcel no puede continuar al margen de todo esto: es su familia. Donna Valentina es una excelente persona además de demostrarse una empresaria brillante, pero es una anciana y estos buitres le están volando en círculos encima.
— Ya sé,— suspiró — pero no encuentro modo de hacerle entender a Marcel. Tiene un gran rencor por su familia materna.— Por no hablar de la paterna, pero mejor dejémoslo ahí por ahora.
— Mario puede hablar con él — insistió Calogero.
— Claro y entonces se entera de que yo estuve husmeando a sus espaldas.
— De cualquier modo se enterará. Mejor que sea cuanto antes — sentenció Calogero. — Y una cosa más.
— ¿Más?
— Un tal Corrente, Gaetano. Le hace de investigador privado a donna Valentina y por lo que sé, Valentina está buscando a su única familia: Marcel.
— Mmm, no me queda claro el “hace de”.  ¿Qué  cazzo[6] es Corrente?
— Me gustaría saberlo. Aparentemente, nada más que eso. Y también duerme con la Giuliani.
— ¡Mierda, esa sí que es una malabarista! Me gustaría saber cómo se las arregla con la agenda...
Se rieron a carcajadas.
Después de que Calogero cortó, se quedó pensativa mirando los posos de café en la taza. Ningún investigador privado es impenetrable y menos para los Varza. ¿Por qué éste sí? ¿Y qué quiere?

   París, Quai  des Orfévres.Al día siguiente
Con el rabillo del ojo, Odette vio aparecer el ícono en el ángulo de la pantalla: correo. Un movimiento sutil del ratón lo abrió y ella casi dio un salto en el sillón. Las respuestas inmediatas me hacen sospechar de inmediato.
Cliqueó sobre el mail y lo reenvió a Roma y a Milán. A ver qué encuentran ahora. Una hora más tarde entró otro mail con bastante información: así que este Corrente es fotógrafo aficionado. Las tomas recién transmitidas eran muy profesionales. Bueno, ahora yo también tengo tu foto, Corrente. Los hackers de Mario Varza habían detectado la correspondencia electrónica de Corrente: el tipo transmitía desde una notebook conectada a un celular, y el server que usaba re-ruteaba las comunicaciones por infinidad de ramificaciones. Detectar el destino final no sería sencillo, pero mientras tanto...
 Nueva ronda de correo electrónico y a media tarde — eh bien, ça c’est la France[7]—, llegó la información de Migraciones: Corrente iba y venía de Paris con cierta asiduidad con motivos más que inocentes o sin ellos, para qué está el pasaporte de la Comunidad, y casualmente la noche anterior había aterrizado en Orly. ¿Qué carajo estás haciendo acá, Corrente? ¿Más fotografías? El sujeto había alquilado un auto. Bien por el sujeto. Llamó a la agencia: el auto aún no había sido devuelto: nuestro sujeto está todavía en París. Ordenó una búsqueda furiosa del autito y por fin apareció. Allá vamos.
Pasó el radio: seguir y vigilar al sospechoso sin ninguna acción preventiva salvo que intentara evasión. Corrente no pensaba evadirse o no se había dado cuenta de la vigilancia, porque cuando lo interceptó, el tipo se tomaba un café frente a la Opera Garnier.

Gaetano Corrente
 Se acercó con una sonrisa espléndida y el abrigo sobre el brazo. El vestido de lana color uva podía convertirse en una radiografía según el modo de caminar y el imbécil no le despegaba los ojos de la delantera.
— Creo que nos conocemos — ella le sonrió mientras apartaba la silla y se sentaba.
— No estoy seguro, pero de cualquier modo es un placer — respondió el cretino galante.
—  E invece mi conosce[8]— replicó a media voz, mientras se recostaba felina contra el respaldo. Cuando la mirada insolente del tipo bajó, encontró el cañón de la reglamentaria asomado por debajo del abrigo. La expresión de Corrente se endureció y se le acabó la galantería.
Non capisco...— y se enderezó, rígido en su asiento. Estaba evaluándola tan duro como ella a él.
— ¿Y ahora, entiende un poco más? — arrojó sobre la mesa las copias de las fotos que le habían llegado por e-mail.
Duro y todo, no pudo evitar un gesto levísimo de sorpresa. Ah, investigador privado, ¿no te gusta que te investiguen, eh?
— Soy fotógrafo profesional.
— Y yo soy Caperucita Roja.
— Oiga, Caperucita, no es delito fotografiar. Si se cruza delante...
— Se le cruza demasiada gente— sacó el resto de las copias.
El hombre dio una ojeada calculadora a la boca de la .38.
— Soy investigador privado— no se molestó en sacar la identificación.
— No me diga.
— Me encargaron buscar a un tal Marcel Dubois— el tipo golpeó las fotos con el índice y se encogió de hombros.
— Yo no soy Marcel Dubois — ella golpeó las otras fotos.
— Ya veo— le miró el busto con tal desfachatez que ella tuvo el impulso irracional de tirar del gatilo. Imbécil.
— ¿Para qué lo buscan?
— Me pagan por buscar, no por abrir la boca.
Estuviste viendo demasiadas películas de Boogie, querido. Se levantó sin dejar de apuntarle y sin que el tipo le desprendiera la mirada. Lo estás haciendo adrede. Buen intento de distracción.
— Dígale a Donna Valentina que si quiere encontrar a Marcel Dubois — le arrojó una tarjeta blanca con un número —, lo único que tiene que hacer es llamar por teléfono.
Corrente dio un respingo y se quedó rígido. Furioso. Ella se puso de pie y se alejó, aprovechando para espiarlo  por los cristales del café: el tipo no le despegaba los ojos mientras hablaba por el celular. Dobló en la esquina para meterse a la carrera en otro bar y pedir la intercepción de la llamada. Estaba tan concentrada en Corrente, que no advirtió el sedán de un azul anodino que la había seguido desde el Quai y que ahora esperaba pacientemente, en la esquina en diagonal al café.

****

—¡Tengo a los franceses pegados al culo! — Corrente casi mordió el celular.
— Es su problema — le respondieron más ásperamente que de costumbre. Cristo, había olvidado cuánto le molestan las palabrotas.
— Esto se está complicando demasiado...
— Usted aceptó la misión. No hay marcha atrás posible.
Señor, esto es diferente.
— ¿Por qué motivo?
— Ella sabe quién soy. No sé cómo pero lo sabe — evitó mencionar que “ella” también tenía una copia de las fotografías. Me pincharon el  correo electrónico — De ahí a que averigüe el resto...
— Es un riesgo que había que correr, ya lo habíamos evaluado. Es muy inteligente. Trate de ser mejor que ella.
Luchó por mantener la calma: estoy en un lugar público, no puedo ponerme a los gritos. Odio que use el “nos” mayestático. ¡Carajo, no puedo explicarlo por teléfono!
— Puede arruinarse toda la operación... — siseó entre dientes.
— Corrente, no podemos aclararlo en este momento.
— ¿Cuándo entonces? — interrumpió.
— Llámeme desde Milán — cortaron antes de que pudiera replicar.
Se volvió al hotel a levantar campamento y volver a Milán, antes de que su ausencia se notara en los círculos que solía frecuentar. Mientras cerraba el maletín contrahecho con el que solía salir de viaje, sonó el celular.
— ¿Gaetano? — era Alessandra.
¡Qué!— gruñó mientras se desparramaba por la cama deshecha.
—¿Dónde estás? —ella llorisqueó — ¡Te estoy buscando desde ayer! — sonaba tan convincente...
— Tuve que salir de Milán. Vuelvo esta noche y quiero verte.
— No sé...
— Esta noche— casi suplicó. Soy un auténtico cretino.
— Está bien — ella cedió demasiado rápido — Gaetano, ¿es cierto que la vieja te pidió que encuentres al nieto?
Porco Dio[9], ¡parece que lo publicaron en el “Corriere della Sera”!
— Me contrató para ese trabajo— trató de restarle importancia.
— ¿En dónde estás? — insistió Alessandra.
— Volviendo a casa. ¿Te veo en tu departamento?
Hubo un silencio. No la quiero en casa. Por suerte, ella aceptó sin protestar.
— Está bien... ¿A qué hora, a las nueve?
— Las diez.
— Te voy a extrañar hasta esa hora.
— Mentirosa.
— Mentiroso. ¿En dónde estás?
— Hasta luego— cortó y apagó el teléfono nada más que por precaución.

****

Cerró el maletín que contenía la notebook conectada a la central de detección: no había alcanzado a captar la conversación pero sí pudo pescar los números telefónicos de ambos teléfonos celulares. El número de ella era nuevo y él no lo conocía. El del tipo era de Milán y había llamado a Milán, pero la llamada se había redireccionado vía Nueva York. No alcanzó a rastrear el último destino pero ya no importaba: ella se estaba alejando hacia la avenida y el tipo  se quedó sentado. Tenía que optar entre seguirla a ella o a él. El hombre anduvo unas cuadras a paso vivo y se metió en un hotel. Gracias a la placa con el emblema de la Brigada,  averiguó en qué habitación se alojaba. Llevaba la notebook con él nada más que por deformación profesional, y se entretuvo en rastrearle las comunicaciones. Esta vez sí pudo pinchar la conversación. Una mujer, íntima del tipo, desde Milán. Salió del hotel después del tipo pero no lo siguió: ya sabía que iba al aeropuerto.
No pudo resistir la tentación y marcó el número del nuevo celular de ella: apagado. Entonces, lo usa nada más que fuera del Quai y fuera de casa. ¿Quién es el tipo? ¿Se encontraron en un lugar público para no despertar sospechas? Se conocen, eso es tan evidente como que es de día.
Camino de la agencia de alquiler, las manos se le apretaron al volante hasta dolerle. En ese momento de furia  irracional,  Marcel Dubois no habría reconocido su propia imagen en el espejo.

Provincia de Buenos Aires, estancia "La Augusta". El mismo día, por la tarde


Los dedos se le enredaron varias veces sobre el teclado hasta que pudo dominar la ansiedad e ingresar la contraseña correcta: ¡las fotografías! El viejo esperó inquieto a que se descargaran los archivos, dando suaves golpecitos con el mouse contra la almohadilla. Clic-clic, la primera imagen se desplegó ante sus ojos ávidos y un envión de adrenalina como hacía mucho no sentía,  le recorrió el cuerpo desde las ingles hasta el estómago. Clic-clic, la siguiente, la otra, y otra más. Los dedos tamborilearon impacientes al abrir el último archivo: una toma magnífica, tres cuartos de perfil con acercamiento, cada músculo del rostro en perfecta tensión, cada hueso altivo majestuosamente destacado por el claroscuro, la boca apenas contraída en una mueca despectiva. La adrenalina le llegó al corazón y se lo hizo galopar durante veinte latidos. 
Se puso de pie y sin atreverse a enfrentar su reflejo en el cristal, rebuscó en el compartimiento de la cajafuerte donde se guardaban los DVD de los entrenados de la Orden. Se arrellanó a mirarlo. Cuánta crueldad inútil. Casi todos los hombres que habían sido condicionados de esa forma habían terminado mal. Aceleró las imágenes: no le interesaba ver a Prévost demostrando sus habilidades en el ejercicio del arte de la picana. Sacudió la cabeza. ¿Y quién le enseñó a Prévost el arte de picanear? Detuvo la proyección en el momento en que el hombre arrancaba la venda negra y sostenía el rostro contraído en agonía. La cámara había cambiado de foco, tomando el tenso rostro masculino: gotas de sudor le rodaban por la frente y las sienes; los ojos muy abiertos y los labios apretados en una línea blanca mostraban una violencia interior indominable. Congeló la imagen y la imprimió, comparándola luego con la última del correo electrónico. La barba y corte de cabello diferentes que el hombre llevaba cuando se había grabado el video no le impidieron reconocerlo. Ya no le quedaron dudas: hacía mucho que había encontrado lo que buscaba y no lo sabía. Marcel Dubois. La vida tiene caminos extraños para devolvernos el pasado.


[1] ¡No te hagas la chistosa!
[2] ¿Cierto?
[3] primito
[4] Andate a la mierda, querido
[5] Los desconocidos de siempre
[6] carajo . Vulg. : pene
[7] Y bueno, esto es Francia
[8] Y sin embargo me conoce
[9] Puta madre