POLICIAL ARGENTINO: 9 may 2011

lunes, 9 de mayo de 2011

La mano derecha del diablo - CAPITULO 18

Milán,  Palazzo Bozzi. Lunes por la mañana


Valentina lo esperaba ansiosa y Marcel no se había sentido menos inquieto durante toda la noche. Sabía que hacía peligrar el operativo con esas visitas, pero ya no podía evitar querer saber más de su familia. No puedo dejar Milán como si no me importara nada. Correría el riesgo y pensaría en alguna coartada para Ruggieri, si algo no salía bien.
Guglielmo se asomó con el servicio de café y un enorme cenicero de cristal.
— ¿Qué te pasa? — preguntó Valentina mientras él encendía el sexto Gauloise desde que se levantara, dos horas más temprano.
— ¿Soy tan transparente?
Valentina le tomó la mano.
— Cuando se es vieja como yo todos se vuelven transparentes— le acarició la cara con nostalgia —. Ya te lo dije, pero tienes la mirada de tu madre.
— Se te parecía mucho.
—Ah, no seas zalamero — lo reprendió.
Se quedaron callados sorbiendo el café caliente. Cuando terminó el suyo, Valentina se puso de pie.
— Vamos, quiero mostrarte la casa.
Le ofreció el brazo y salieron del saloncito.
****
Su abuela lo acompañó hasta el que había sido el estudio del viejo, tan recargado y elegante como el resto de la casa. Valentina le contó que ese había sido el estudio de su padre, Ruggiero Bozzi. El mobiliario era el original: maderas espléndidas, talladas e incrustadas en los cajoneros, archiveros y biblioteca; el piso de mármol que parecía taraceado; sillones de cuero de Rusia. ¿Y cómo sabe uno que el cuero es de Rusia? ¿Las vacas mugirían en ruso? ¿Trae el sello de los Romanoff en alguna parte? pensó, irreverentemente divertido.
— ¿Vas a dejarme solo? — le preguntó al verla salir.
— Sí— fue la respuesta tranquila.
— ¿Pero, qué hago?
— Es tu estudio ahora.
— Abuela, por favor... — empezó a protestar.
— No estoy diciendo más que la verdad. Ésta fue la casa de mis padres y después la mía. Marcello vivió aquí e hizo de este sitio, de su vida y de las vidas de los demás lo que quiso, pero siempre fue mi casa y será tuya algún día. Y si yo decido que este cuarto es tu estudio, está bien así. Si no te gusta algo, lo cambiamos o mudamos el estudio a otro lado. Pero lo que hay dentro, es tuyo.
Se quedó sin palabras durante unos instantes larguísimos y Valentina siguió.
— Me gustaría que revisaras los papeles, los archivos, todo y te tomes el tiempo que haga falta.
Asintió y ella sonrió mientras lo abrazaba otra vez.
Bravo ragazzo[1]. Así me gusta, haciéndole caso a sus mayores — y le pellizcó la barbilla.
— No me tomes el pelo.

Paseó por la habitación sintiéndose un intruso. Para tomar confianza, abrió las puertas vidriadas de las bibliotecas y el olor a viejo inundó el estudio. Parecen los rollos del Mar Muerto. Detrás de algunas puertas había más de las porcelanas que había visto cuando visitara la casa familiar por primera vez. Tomó una para mirarla de cerca: Arlecchino le robaba un beso apasionado a Colombina. La estatuilla impresionaba por su realismo y su belleza. La dejó en su lugar con infinito cuidado. Parece que las coleccionan... Mejor las dejo en paz, a ver si encima rompo alguna...  Cristo, ¿cuánto hace que nadie abre una ventana en este cuarto? Abrió una de par en par y el aire gris y húmedo agitó los cortinados. También entró más luz y eso lo animó a abrir las demás. Mejor, bastante mejor. Señoras y señores, el Museo de Cera de Madame Tussaud. Se rió de la impertinencia y abrió el resto de los muebles. Algunos de los libros tenían menos polvo. Un trompe-l'oeil. ¿La cajafuerte? Ajá. Un poco obvia, modelo un poco antiguo. Espero que no guarden nada importante o que los ladrones no frecuenten la zona. Los archiveros, prolijos hasta la exasperación, contenían papeles de negocios: habría que revisar con tiempo y tirar a la basura todo lo que no tuviera más utilidad. Los archivos son mi karma.






                                                                          
                                                                       Arlecchino
                                                         Porcelanas Capodimonte

                                                                      Colombina
                                                       

Dejó el escritorio para lo último. El sillón era asombrosamente cómodo; el cuero tenía el tacto de la seda y el asiento se amoldaba al usuario con silenciosa suavidad. Los rusos hacían bien las cosas, después de todo. ¿Un mueble tan grande y con tan pocos cajones? Los abrió todos y encontró artículos de escritorio y agendas viejas. El resto del contenido era de una inocencia anodina: blocs de papel membrete, tarjetas personales, un tarjetero de visitas, llaveros viejos con llaves probablemente inservibles... El tamaño del escritorio continuaba intrigándolo.
El sobre de cuero hacía juego con el tapizado de los sillones y estaba dividido en seis paneles iguales. El panel frente al sillón estaba libre; los demás, ocupados por portalápices de plata, una lámpara de escritorio de Lalique; un cenicero y un pisapapeles, ambos en cristal de Murano. Levantó el pisapapeles y el cuero estaba marcado debajo: el orden del anterior inquilino había sido fielmente mantenido. Recorrió las divisiones del sobre de cuero con un dedo y las que delimitaban el panel despejado estaban más rehundidas que las otras. Tuvo una sensación rara, y hacía rato que había aprendido a no desechar nunca esas percepciones. 
Recorrió el borde de madera del sobre con los ojos cerrados, buscando alguna imperfección con la yema de los dedos. Notó algo y retrocedió la mano sin abrir los ojos. Aquí: una fisura finísima, casi imperceptible. A simple vista no se observaba: parecía otra veta más de la madera.  Buscó en el otro extremo y encontró la otra fisura. Golpeó, pero si había un hueco debajo, el cuero amortiguaba el eco. Intentó levantar el panel. Nada. Tiene que haber algún resorte, algún botón. El cajón central era tan estrecho que casi no le cabía la mano. Dentro había algunas lapiceras viejas e inservibles, un par de lentes de marco de carey desgastado con su estuche ajado de cuero. Qué absurdo, guardar todas estas basuras. Manías de viejo. O para que nadie sospeche que el cajón tiene otro uso y busque lo que no debe.
Intentó meter la mano y tocar la parte superior del cajón, sin éxito. Tengo manos demasiado grandes para esto pero si lo saco, .... Retiró el sillón y extrajo el cajón hasta el tope: era menos profundo que el resto de los cajones, pero no salía. Tironeó suavemente y entonces oyó el clic. ¿Así de sencillo? Tanteó el panel: estaba suelto. Lo levantó apenas y lo soltó. Clic. Estaba cerrado y no podía abrirlo. Cerró y abrió el cajón otra vez. Clic. Abierto.  Levantó el panel: había una tapa interior con llave. Carajo. ¿El cajón? Volvió a abrirlo, sin bajar el panel, pero no encontró nada nuevo. Examinó la cerradura de combinación, una joyita de cerrajería.
Recordó los llaveros. A primera vista, las llaves eran viejas e inútiles. ¿Todas son inútiles? Las frotó una por una, y una llave le manchó la mano con tizne. La probó sin hesitar. Disfrazó la llave con el humo de una vela. Simple y efectivo. Viejo zorro. La tapa tenía el interior metálico y por fuera estaba forrada en madera; ocultaba un compartimiento que ocupaba todo el espacio profundo debajo del sobre. No había polvo dentro, lo que hablaba de lo bien hecho que estaba el escritorio, tan hermético que no dejaba pasar la mugre ni el eco de los golpes de alguien que buscara lo que no debía.
Se sintió un mocoso espiando los secretos de un adulto. ¿Qué guardaría el viejo, contratos con gente inconveniente? ¿Correspondencia comprometedora? ¿Pornografía? Qué asco. Sacó una caja de madera con llave; probó las más pequeñas y una giró. Dentro había un montón de hojas sueltas con escritura apretada, y fotografías. Qué inocente, su diario personal y fotos viejas. Al levantarlas, cayeron trocitos de lo que alguna vez había sido una foto. Por el color sepia desvahído dedujo que era mucho más antigua que las que estaban enteras. Guardó los trocitos de fotos en un papel doblado y se los metió en el bolsillo del pantalón, prometiéndose que de regreso en el hotel, jugaría a los rompecabezas nada más que para despuntar el vicio de la profesión. Los escritos los leería más tarde: le provocaba un poco de escozor husmear las intimidades de un muerto.
A ver las fotos. Para su sorpresa, descubrió un seguimiento casi policial. Marcello Contardi había perseguido a la mujer de una forma obsesiva. La primera serie de fotos tenía fechas que abarcaban un período de algo más de diez años.  Dios mío, qué es esto... Encendió un Gauloise  y se lo olvidó colgado en la boca mientras cerraba el panel y desparramaba el material  por el escritorio. No lo puedo creer.

La otra serie de fotos correspondía a una mocosita encantadora, muy parecida a la mujer. Miró el reverso de dos o tres: también estaban fechadas y eran contemporáneas de las últimas de la serie anterior.
Volvió a las fechas; hacía más de veinte años de las tomas. Una lo sorprendió: la chica tenía una expresión que instantáneamente calificó de “sonrisa de Gioconda”. La actitud era la de estar leyendo algo. Había más fotos de ese mismo día: un dedo enroscado en un mechón de cabello, el gesto de acomodarse el flequillo congelado por la toma, un instante de pura sensualidad con una barra de chocolate entre los dientes. Dio un salto en el sillón, dejó las fotografías, manoteó el diario, olvidándose de la renuencia que había sentido y rebuscó entre las páginas.
Al principio le costó descifrar las frases: la escritura era apretada y angulosa, con trazos muy remarcados y fuertemente inclinada. El viejo había llevado el diario durante más de diez años y concluía abruptamente. Buscó fechas que coincidieran con las de las fotografías.

"Es sutil, etérea. Flota en lugar de saltar. Nunca antes me dejé emocionar por una bailarina, no más allá del placer estético del ballet. Ella es tan diferente, destila pasión en cada pirouette, cada fouetté. ¿Cómo lo logra? ¿Qué magia esconde para hechizar así al público?"

"Convencí al regisséur de ofrecerles una recepción. No hizo falta mucho: la ovación duró más de quince minutos; el público estaba electrizado. Se olvidaron que son del Sur y aplaudieron hasta que les dolieron las manos. Yo también aplaudí, pero sólo a ella."

Pasó las páginas deteniéndose apenas en cada una.

" Hoy vuelven al teatro. Las localidades se agotaron hace más de un mes. Dos años sin verte. Dos años de contar los días. "

" Rechazaron la invitación a cenar. Mejor dicho, él la rechazó, con mucha elegancia fingida y mucha educación en la voz pero con una mirada que hablaba a las claras. Ella no dijo nada."

" Él no pudo negarse esta vez, y la recepción fue un éxito. Si cree que puede evitar que yo consiga lo que quiero, está completamente equivocado. Tengo muchos elementos de presión y todavía no ejercí ninguno. Estabas tan hermosa, tan cerca."

El tono de las anotaciones tomó un cariz desagradable.

"Me llamaron de la florería para avisarme que habías devuelto las rosas. Seguro fue tu marido."

"Le exigí al imbecil del régisseur que reprogramara los ensayos. El cretino se olvida de quién sostuvo su candidatura para el puesto. Le llegó la hora de agradecer. Mañana tengo una función off the records en exclusiva para mí, con mi artista favorita, sin partenaires que incomoden."

Saltó hacia adelante con las hojas, cada vez más incómodo y molesto con lo que leía.

"Creí que el paso del tiempo te afectaría. Quería verte ajada, desgastada, tu talento perdido. Te juro que lo deseaba desesperadamente. Estás más hermosa que nunca, floreciste en estos años que no te tuve cerca. ¡Cerca, qué ironía! Nunca logré tenerte más cerca que a la distancia de un besamanos. Nunca pude respirar tu aliento, sostenerte entre los brazos, tenerte en mi cama como te tengo en la sangre. Tu sola presencia es un veneno lento que me quema las venas."

"Impulsé la decisión esta mañana en la reunión del Directorio del teatro. Por supuesto, dijeron que  sí: contrato por cinco años, dos presentaciones al año de cuatro funciones cada una. Estarás feliz, imagino. Yo también, aunque tenga que sufrir  la presencia de él. Tendré que pensar una solución para eso"

 Se le estaba antojando que esa solución no sería de su gusto.

" Conseguí un magnífico elemento de presión: el contrato es muy ventajoso, mejor que el del Met. Los americanos se quedaron nada más con una presentación anual. Costó una pequeña fortuna pero valdrá la pena. Para el público y para el teatro, dijeron los otros Directores. Al teatro se lo puede tragar la tierra. Te tendré cerca mucho, mucho tiempo. Es lo que más me importa "

"Hoy presencié el ensayo de los reemplazantes. Son bastante buenos. Un accidente no ocasionaría problemas a las funciones."

¿Qué clase de hijo de puta eras? La caligrafía de las hojas posteriores mostraba una gran tensión.

"Me rechazaste. Ninguna mujer me rechazó jamás. Hasta ahora me porté como un estúpido pero ya no más: nunca amenazo en vano y me las vas a pagar. Nadie me niega lo que quiero.”

El cigarrillo le temblaba en las manos cuando tomó las hojas otra vez. Las anotaciones eran espaciadas e incoherentes. Por fin aparecieron unas líneas de caligrafía brusca y desigual, casi incomprensibles en su redacción furiosa.

"Te odio. Estoy más loco que antes, ¿cómo es posible? Puta, más que puta, ¿qué me hiciste? ¿Por qué esta maldición? Este veneno tuyo me quema la sangre. Ah, debí haberte matado allí mismo porque si no puedo tenerte para mí no deberías ser de nadie más. Saber que estás viva y en brazos de él me enfurece y me desespera. Saber que te toca, te posee, bebe de tu aliento... Matarte, sí, matarte es lo mejor.” 

Retiró el sillón, dio unos pasos por el estudio y se asomó a una de las ventanas. Necesito aire. ¿Loco? Es un término demasiado suave. Psicópata lo describe mejor. La anotación siguiente había sido hecha unos meses después de la anterior y parecía inconexa con el resto:

“V viajó a ver a C a mis espaldas. Estúpida, cree que puede ocultarme algo. Cuando volvió, la estaba esperando en el aeropuerto. Se aterrorizó de verme. No la golpeé hasta que estuvimos en casa, encerrados en el dormitorio. Pasará un tiempo antes que la ramera pueda volver a salir a la calle. Nadie me desobedece nunca. C está muerta. Murió cuando me abandonó por ese hijo de puta. Era mía, mi sangre y mi carne. Cuando pienso en él tocándola, haciéndole el amor, podría matarlo.”

Se recostó contra el respaldo para encender otro Gauloise. ¿Tu sangre y tu carne? ¡Monstruo, era tu hija! ¡Era mi madre! La angustia y el dolor le cerraron el pecho y la garganta. Soy tu nieto, también soy tu sangre y tu carne y te aborrezco. Cómo consiguiste hacer pedazos la vida de tantas personas. No quería y sí quería seguir leyendo. ¿Por qué hizo tomar la otra serie de fotografías? Sospechaba que el motivo sería igualmente repugnante. Buscó fechas de las últimas tomas de ambas mujeres: el estómago se oponía a que leyera todo lo anterior.

" No pensé que se te pareciera tanto. Hace muchos años que no vienen a Milán y me obligaste a seguirte por otros teatros. Hice lo imposible para que el teatro hiciera lugar en la agenda de este año, volví locos a los de París y a los de Nápoles. Tu marido y esa debilidad estúpida de acceder a cualquier pedido idiota que haga el San Carlo. Ah, pero es una joya, una piedra preciosa esperando a que terminen de tallarla. No tiene tu esbeltez: es más... terrena, más carnal.  Es una criatura, todavía no tiene trece años y ya se le intuye el fuego en los ojos. Tu mismo fuego. Hasta no hace tanto tiempo, una hembra de trece años estaba presta para casarse y parir. ¿Por qué no? Ah, mi adorada, pensar en tí me vuelve vulgar. Es tu culpa. Pero esta vez prometo ser sutil, no iré a buscarte ni suplicarte: lo harás tú. También prometo ceder no demasiado rápidamente a tus ruegos.¿Cómo será? Madre e hija, ambas tan deseables y tan indefensas. No me importa tu odio: más bien me inspira. Me siento un Scarpia cualquiera: ‘spasimi d’ira /spasimi d ‘amore[2].  Debieran hacer de ‘Tosca’ un ballet.”

Una semana después la locura continuaba.

" No me dejé ver por el teatro, hubiera ocurrido un desastre: tu marido tiene un sexto sentido para intuir mi presencia. Cómo alguien con tu delicadeza puede amar a ese bruto ignorante, nacido en la calle más mugrienta de la ciudad  más miserable y envilecida de toda Italia."  

 Claro, todas deberían admirar y desesperar por el gran Marcello Contardi, deslumbrarse ante su educación y su elegancia, sus cinco idiomas, su don de gentes, su capacidad para los negocios y sus dotes de sádico y corruptor. Cómo una se atrevió a despreciarte por un pobre napolitano. La rabia le dejó amarga la boca. Cómo tu hija te engañó con un miserable gendarme. Miró los Gauloises aplastados en el cenicero. Casi termino con el paquete, mierda. Tomó las hojas restantes y se sentó en el sofá delante de la ventana. Buscó fechas un año y medio después de lo que acababa de leer. Prefiero no enterarme de un año y medio de bajezas.

 "No pude conseguir que los cretinos de sus esbirros aceptaran el encargo, pero me enteré de que él está en Nápoles: perfecto. Si logro convencerlo, están todos donde quiero que estén."

Griego antiguo. ¿Encargo? Huele mal. ¿Quién es “él”? ¿Quiénes son “todos”? La fecha de la última anotación coherente era diez días posterior.

"El imbécil se negó. Cuestión de principios, dijo. ¡Hijo de puta, se atreve a hablarme de moral a mí! Ayudó a huir a torturadores y criminales de guerra, vende su mierda al que se la pague mejor, ¿pero no se ocupa de ese tipo de encargos? ¿Y en su país, de qué se ocupa?
Estaba ahí, al alcance de mi mano. Fui un idiota, debí haberlo hecho yo mismo. Hubieras sufrido, mi adorada, mucho, pensando en lo que le haría a tu hija. Tu dulce hija, tan inocente, tan parecida a tí y sin embargo tan diferente. Nunca la había visto así vestida con la túnica y las zapatillas. Era tu imagen y no lo era: ella tiene algo animal, más sensual, o quizás sea esa misma juventud sin domar todavía, sin haber aprendido la sofisticación de la mentira ni la hipocresía de la educación. Toda esa sensualidad necesita ser despertada y yo lo hubiera hecho con delectación.
Me hubieras rogado por ella, te habrías humillado, ¿qué no habrías dado a cambio de que te  devolviera a tu Cisne? La hija por la madre... y el placer de tenerlas a las dos. Te hubieras muerto de pena, ¿no es cierto? Cómo te odio... No, es mentira, no te odio, pero no puedo tenerte y preferiría verte muerta antes de que de otro."

Las hojas se deslizaron en un susurro hasta el suelo. Caminó hasta la ventana abierta y se apoyó en el alféizar, conteniendo como podía las ganas desesperadas de gritar. ¿Cómo voy a explicarle esto a Odette? ¿A Lola? ¿Cómo voy a decirles que soy el nieto de este hijo de puta?

****
Golpearon suavemente pero el ruido lo sobresaltó y volteó con brusquedad. Valentina se quedó de pie en la solia, sin atreverse a dar un paso.
— Abuela... ¿qué pasa?
La anciana suspiró antes de hablar.
— La memoria nos juega malas pasadas...— Valentina sacudió la cabeza y se acercó a tomarle las manos. Cuando lo hizo, Marcel notó que le temblaban.
— ¿Qué te pasa? — repitió él y le pareció que Valentina buscaba las palabras con dificultad.
— Te vi...de pie junto a la ventana... Tan gallardo, tan arrogante...
— Abuela, me voy a poner colorado — dijo medio en broma, medio en serio, pero la anciana no le hizo caso.
— ... ¡Santo Dio, me dije, es posible, se le parece tanto! — ella le acarició las mejillas con ambas manos, — que tuve miedo...
— ¿Miedo? — murmuró Marcel.
— De que seas ... como él... ¿No es así, verdad? — suplicó su abuela.
— ¡Por supuesto que no! ¿Qué...?
— ¿Le serías fiel a una mujer? ¿La respetarías?
La pregunta le secó la boca.
— Abuela, por favor — enrojeció hasta las orejas —. ¿Qué significa todo esto? Ya te hablé de Odette...
— La hija de los Massarino — Valentina se cubrió la cara con las manos —. No podía creerlo: tú, ¡el nieto de Marcello Contardi! y ella... Díme la verdad,  ragazzo mio[3] : tú no la harías sufrir, ¿no es cierto? — los ojos de la anciana se volvieron aguachentos.
La tomó por los hombros y la sentó a su lado en el sofá, abrazándola y sintiéndose un gusano. Dios sabe que la amo y que lo que voy a decir es cierto.
— La amo, abuela. Quiero que sea la madre de mis hijos. Nunca se lo dije todavía... pero es verdad.
Valentina asintió y apretó los labios para pasear la mirada por la habitación y vio los papeles y fotos encima del escritorio.
— Ya descubriste los secretos de este cuarto.. — afirmó a media voz.
Se maldijo por no haber ocultado sus hallazgos. Tengo que esconder el diario. Se levantó y mientras tomaba las fotos, acomodó las hojas ocultándolas con un sobre. ¿Para qué hacerla sufrir con las locuras que había escrito ese canalla?
— Encontré estas fotos en un compartimiento debajo del sobre del escritorio— le explicó el funcionamiento del panel oculto. Valentina meneó la cabeza.
— Yo casi no entraba aquí, a Marcello no le gustaba. Sé dónde está la cajafuerte pero jamás la utilicé — Valentina se encogió de hombros —. Ni siquiera sabía de ese escondite del escritorio.
— ¿Qué pasó cuando enfermó?
— Lo de BCB siempre estuvo en la empresa. Aquí Marcello llevaba sus “otros asuntos”, como él los llamaba.
— ¿Cuáles?
— No lo sé. Ni siquiera entré a ver qué había después de que murió suspiró su abuela —. Éste fue el estudio de mi padre, Ruggiero Bozzi. Era médico psicoanalista, y aquí ejerció hasta que abandonó el psicoanálisis por la clínica médica durante la guerra. Después de que mi padre murió, ni mi madre ni yo veníamos a este sitio. Luego de casarnos, Marcello y yo vinimos a vivir aquí porque mi madre estaba muy delicada. Yo no quería entrar a este lugar: las pertenencias de mi padre me traían recuerdos. Con el tiempo, Marcello fue ocupándolo con sus cosas. Ese escritorio, por ejemplo. Había pertenecido a su padre y él le tenía una especial estima. Jamás habló mucho de sus padres; nada más sé que él murió cuando Marcello tenía quince años y que su madre murió durante la guerra— la anciana se estremeció—. Nunca me gustó esta habitación...
— Vámonos a otra parte entonces — le propuso, pero Valentina estaba inmersa en sus recuerdos. La anciana estiró la mano y tomó dos o tres fotos.
— Addolorata Massarino — murmuró con amargura —.  Virgen Santa, lo que sufrimos ambas... Diez años de persecuciones y amenazas. Cuanto más lo rechazaba ella, más se empecinaba él en perseguirla. La amenazó con anularles los contratos, no dejarlos bailar en toda Europa. En el teatro se decían tantas cosas... Marcello era capaz de cualquier locura por conseguir lo que quería — Valentina  tomó una foto de Odette y las manos le temblaron violentamente—. Tú no sabes cuánto recé por esta criatura...
— No... no te entiendo ... — Cristo, sí te entiendo pero no puedo decírtelo. Sus sentidos se rebelaban ante la insania de ese hombre.
— ¿Qué es lo que no entiendes? ¿Que él hubiera sido capaz de usar a la hija para conseguir a la madre? Estaba dispuesto a todo. La chiquita no le importaba, para él hubiera sido un juego. Él quería a Addolorata: destrozarla, destruirla para vengarse de su desprecio... Si yo hubiera podido hacer lo mismo... despreciarlo y no temerle... Quién sabe hoy, tu madre... mi chiquita...— los sollozos la sacudieron y no la dejaron hablar. Marcel la abrazó para consolarla —. Después de Constanza, perdí varios embarazos... — Valentina vaciló y cerró los ojos y él la besó en la frente—. Después del tercer aborto, me dijeron que ya no podría volver a quedar embarazada.  Estúpida de mí... creía que si  teníamos otro hijo, las cosas cambiarían.. Tenía amantes en cualquier parte, a la vista de todo el mundo. Yo no sabía si lo hacía para humillarme...— la voz le bajó hasta ser casi inaudible—. Creía que era mi culpa, que yo no era lo suficientemente mujer para él. Siempre me acusaba... y yo... le temía cada vez más... y entonces comenzó a golpearme. No entendía que Marcello nunca había sido diferente. Me consiguió y se terminaron su enamoramiento y su galantería. Alguna vez fui joven y hermosa. Él destruyó todo lo que yo era y después todo lo que me quedaba: mi hija...  — la  anciana hizo un alto para inspirar profundamente y enjugarse una lágrima—. Constanza amaba tanto a su padre que yo no me atreví a decirle qué clase de monstruo era. El la adoraba casi con locura... Era absolutamente posesivo con ella: vigilaba cada uno de sus pasos, le objetaba las amistades. "Tus compañeros de escuela no son de nuestra clase", "Ninguno de esos mocosos malcriados merece una mirada tuya" y cosas por el estilo. La perseguía implacablemente y Constanza disfrutaba de enfurecerlo con sus caprichos de chiquilina.... Llegué a creer... que Marcello...no la amaba... como a una hija... — Valentina se ahogó en sollozos.
— No me cuentes más si te hace tanto mal — murmuró en su oído.
Valentina recuperó el aire.
— Necesito hacerlo. ¡La culpa que cargué todos estos años es muy grande!
— ¡Culpa! ¡Por qué!
— Porque tenía tanto miedo de Marcello que no me atreví a hacer nada y la abandoné. Cuando... cuando Constanza vino con tu padre, a decirnos que se amaban y que estaba embarazada, lloré de alegría: Jean-Pierre se la llevaría lejos de toda esta violencia. ¡Tu padre la amaba tanto! — se quedó callada unos momentos, mientras él le sostenía las manos—. Marcello ...
.— No hace falta que me cuentes...— la consoló.
Valentina negó con la cabeza, sin poder hablar. Continuó después de un rato.
— Creí que se había vuelto loco. Destrozó todo lo que encontró en el dormitorio de tu madre: su ropa, sus objetos personales, sus libros. Tiró las fotografías, hasta le prohibió a la servidumbre mencionar su nombre. Yo me mantuve en contacto con Constanza, traté de ayudarla como pude... Tu padre también era orgulloso, no aceptaba nada de nosotros. Yo quería conocerte. Una vez que Marcello había viajado a Génova a recibir un embarque de cueros, me atreví a hacer la escapada. Quería saber si mi hija era feliz: eso me bastaría para serlo yo también. Pero Constanza estaba... extraña. Le pregunté muchas veces por tu padre y comprendí que eran desdichados. Me dolió terriblemente entender que tu padre no había sido más que otro capricho de mi hija, pero más doloroso fue no poder ayudarla o acompañarla. Los errores de los hijos nos duelen más que los propios... — la voz le vaciló por el esfuerzo enorme de seguir con el relato—. Y entonces, cuando regresé... él... me estaba esperando en el aeropuerto... Casi me desmayé al verlo... Nunca supe cómo se enteró... y... cuando llegamos a casa...
— No sigas, por favor. Te hace mucho daño — le susurró al oído mientras la abrazaba.
— ¡No! ¡Necesito contárselo a alguien! — sollozó su abuela—. Me golpeó... como tantas otras veces... no pude salir a la calle durante un tiempo... como tantas otras veces... No me hubiera importado...  pero me prohibió volver a ver a mi hija... Me dijo que... si lo intentaba, iría a buscarla él mismo. “¿Te gustaría que yo fuera en persona a traértelos, a ella, a tu nieto?” me gritó...— el llanto casi no la dejaba hablar—. Y entonces... nunca, nunca más me atreví a volver a verla. ¡Tuve tanto miedo! Por mi hija, por tí.
La sostuvo entre sus brazos durante un tiempo muy largo, mientras le besaba el pelo y se quedaron abrazados en silencio, consolándose mutuamente.
****
Valentina lo miró con preocupación.
— ¿Qué debo hacer ahora?
— Nada, abuela. Sobre todo, no dejar entrever que estás al tanto de quién soy.
Le había explicado someramente la operación y había insistido en el peligro que ella corría, sin hacer mayores aclaraciones. Lo único que me falta es que se entere de que me acuesto con Alessandra.
— Sería bueno que te tomaras vacaciones a cualquier parte y si es a París, mejor. Allí puedo cuidarte.
— Pero no puedo salir corriendo, a París o a cualquier parte. Tengo que seguir adelante como si no supiera nada— le espetó su abuela muy calma.
— Necesito protegerte.
— ¿Qué mejor protección que mi propio nieto policía? — sonrió Valentina.
Vas perdiendo uno a cero, Dubois, se dijo. ¿Por qué las mujeres me ganan todas las discusiones? Prefirió cambiar de tema.
—Quiero conocer a tu fotógrafo. Parece que sabe hacer bien las cosas.
— Oh — Valentina chasqueó la lengua , un detective privado y nada más. Me ayudó con algunas cositas y  me atreví a pedirle el favor de buscarte,  ¡y te encontró! — s abuela lo besó sonoramente.
Para ser un 'oh, detective privado y nada más' se mueve bastante bien. Le pidió a su abuela los datos del tal Gaetano Corrente. Otra cosa más para corroborar. Otro sujeto de investigación más. Esto se está poniendo complicado.


[1] Buen muchacho
[2] "Espasmos de ira / espasmos de amor..." Versos del villano Scarpia, personaje de "Tosca", de Puccini.
[3] Muchacho mío