POLICIAL ARGENTINO: 7 ago 2008

jueves, 7 de agosto de 2008

La dama es policía - Capítulo 6




Puerto de Ischia - Comune d'Ischia

ISCHIA, FINES DE SEPTIEMBRE DE 1996
El "vaporetto"(1) salió alegremente del puerto de Nápoles hacia Ischia. Los napolitanos la llamaban desdeñosos "l'isola dei tedeschi"(2), desaprobando que sus compatriotas hubieran vendido sus magníficas propiedades a extranjeros, por lo general pensionados en buena posición que elegían Ischia para pasar sus últimos días en las termas en medio del Mediterráneo.
Nada de eso empañaba la belleza del paisaje. Apenas comenzaba el otoño y las enredaderas floridas techaban las callecitas estrechas. Como en casi toda la costa sur de Italia, las calles subían o bajaban — aunque los turistas insistían en que sólo subían — entre los acantilados que formaban toda la extensión de la isla. Aun antes de entrar en puerto, se olía el perfume de los azahares y se oía el griterío de tierra. Al atracar, una andanada de turistas ansiosos se descargó en la explanada. El griterío aumentó en proporción ofreciendo taxis, paseos, restaurantes y mercaderías varias, muchas de ellas ostentosamente contrabandeadas.
Una de las pasajeras que cargaba una mochila pequeña, esquivó con elegancia a los voluntariosos que no dejaban de ofrecerle servicios de todo tipo en varios idiomas. Por fin se dieron por vencidos mien-tras uno murmuraba:
—Sti ‘mmericani, caminano sempre, caminano!(3)
La mujer se acomodó los lentes oscuros sobre el pelo rubio desteñido, se colgó la mochila de los hombros, trepó con agilidad la empinada cuesta hacia el centro de la ciudad con paso elástico y, al llegar al "piazzale" (4), giró a la izquierda para perderse en una callecita atestada de puestos al aire libre. El gentío era una masa compacta, pero ella no tenía interés en comprar aunque los comerciantes hicieron su mejor esfuerzo vendedor.
Giró en la segunda esquina a la derecha desde el piazzale y continuó su tranquilo ascenso, internándose cada vez más entre los "viccoli"(5). Alcanzó una calle elevada, alejada del centro atestado; allí sí se respiraba la brisa que soplaba desde el mar. Fue hasta el extremo escondido de un callejón que terminaba en un mirador sobre la costa. Abajo estaban los acantilados; el punto de observación era magnífico. Se detuvo unos momentos a admirar la vista y luego se dirigió hacia una puerta a un lado del mirador. Sacó una llave de la mochila, abrió y entró. Al instante, todos los olores familiares se agolparon en su nariz y se dejó llevar por los recuerdos de innumerables vacaciones durante una infancia feliz y despreocupada.
—Assunta, Gelsomino, so’ arrivata!(6) —gritó alegre, y un hombrecito bajo, de cabellos totalmente blancos y aspecto de pescador, corrió a su encuentro.
—Bambina! —mientras la abrazaba y la besaba en ambas mejillas—. Macchè t’aggia fatto na’ cappa? (7) - El hombre le tiró del pelo.
—Gelsomino! Gelsomino mio! —se rió. —Basta, basta, é ’na parruca!(8)
Se arrancó la peluca rubia y sacudió la corta melena oscura. Abrazados y entre risas entraron en la cocina, donde esperaba una mujer anciana y regordeta que limpiaba unas verduras. De solo verla, saltó gritando de alegría mientras se secaba las lágrimas con el delantal de cocina.
Era bueno estar con la familia nuevamente. Sentirse en casa con mayúsculas, segura como en ninguna otra parte del mundo. Ése era “su” lugar, si es que pertenecía a alguno. Odette suspiró y se sentó a la mesa que la esperaba con "il piatto"(9) recién servido.
Pasaron el día entre confidencias familiares. Assunta había preparado sus mejores platos y almorzaron hasta bien entrada la tarde. Alrededor de las siete bajaron a la playa, que había quedado vacía: todavía oscurecía temprano. Gelsomino cargaba la mochila mientras las dos mujeres iban del brazo. Se sentaron en la arena a charlar y disfrutar del atardecer. Cuando ya no quedaban paseantes en la playa, Gelsomino extrajo un par de prismáticos de sus bolsillos para explorar el horizonte. Se sentó en una de las rocas que brotaban de la arena y se acomodó un bulto bajo el brazo izquierdo, con gesto absolutamente profesional.
En unos momentos oscureció. Los tres quedaron en silencio, atentos, hasta que Gelsomino, luego de inspeccionar el horizonte con los prismáticos, comentó en voz baja:
—Sono ca’(10) .
Odette se quitó la ropa deportiva y la metió en la mochila; debajo llevaba un traje de buceo sin piernas. Se calzó las patas de rana, un snorkel y se colgó la mochila en la espalda. Abrazó a Gelsomino y a Assunta, se metió al mar y nadó en línea recta hacia el horizonte vacío. Pocos momentos después se alzó una vela blanca sobre el tranquilo perfil del mar, que creció conforme una embarcación se acercaba a la costa.
Pronto escuchó el golpeteo de la proa contra las olas. Cuando el velero estuvo a su lado, de a bordo bajaron una escalerilla de sogas. Trepó con agilidad y fue recibida por el abrazo de un hombretón de cabellos oscuros y encrespados. Se besaron de manera ceremoniosa en ambas mejillas y, todavía abrazados, bajaron a la cabina.
—Bambina! —gritaron los demás hombres, sentados alrededor de la mesa del capitán, ya preparada para la cena. Todos la abrazaron y besaron igual que el que la había recibido en cubierta.
Odette suspiró:definitivamente, era bueno estar en familia.




Península "Torre de Sant'Angelo" -
Comune d'Ischia



—¿Estás segura de lo que vas a hacer? —comentó Ciruccio con un dejo de preocupación. Habían navegado toda la noche con buen viento y las costas de la isla se delineaban nítidas en el horizonte.
Odette apretó los labios. La familia estaba preocupada: no eran contactos a los que se recurría habitualmente, eso quería decir Ciruccio.
—No tengo muchas salidas — soltó en medio de un suspiro.
—Está bien — su primo la tomó por los hombros y le besó la frente — Sé cuidadosa. Estaremos ahí, pero el viejo quiere verte a solas.
Horas después amarraron en un pequeño muelle privado. Los esperaban con uno de los autos grandes. Necesitaría ropa adecuada. No había pensado que don Mario en persona fuera a recibirla y no era cuestión de ofenderlo vistiendo un conjunto deportivo de porquería.



Mercado en la Vucciria, Palermo - Comune di Palermo


—Adelante, hija.
A los ochenta y un años, Mario Varza seguía teniendo una figura imponente. Flanqueado por su hijo y sus tres nietos, en la habitación cargada de muebles y con cortinados pesados, resultaba casi ominoso.
Mientras se acercaba al escritorio, Odette sintió los ojos de los hombres más jóvenes clavados impúdicamente en ella. Desvió apenas la vista del anciano y enfrentó a los otros, alzando apenas el mentón. Le sostuvieron la mirada un instante y bajaron los ojos.
Salvatore, el hijo mayor y único varón de don Mario; Mariolino, el mayor de los nietos, y los mellizos Andrea y Rosario. Todos de riguroso traje oscuro de la marca de última moda y camisa blanca idem, ostentando —cuándo no — los gruesos anillos de sello. La escena era de otro siglo. El rostro de Salvatore era una máscara tallada en piedra; sólo las aletas de la nariz se movieron con una pesada inspiración. Lujuria debe ser el pecado capital que mejor lo describe, pensó Odette. El hombre era demasiado violento, demasiado apasionado como para suceder al viejo. Los mellizos, demasiado jóvenes: unos mocosos en traje de firma. Mariolino conservaba la expresión neutra, helada. Muy parecido a su padre, carecía de ese halo de vicio que envolvía a Salvatore. Es él. El próximo Don Varza. No va a ser fácil para Salvatore.
— Ascite(11) — ordenó don Mario. Salvatore protestó, pero los nietos obedecieron silenciosamente. Pasaron muy cerca de ella, rodeándola.
—Signora —saludaron con un levísimo movimiento de cabeza que ella correspondió de la misma manera, sin apartar del viejo la mirada firme.
—Tienes coraje — comentó el viejo con una sonrisa cuando la puerta se cerró—. Más de un hombre ha temblado ante mi familia.
—No soy hombre — habló por primera vez, sonriéndole.
—È vero(12) —Don Mario movió la cabeza en un gesto divertido —.Siéntate y cuéntame.
No supo durante cuánto tiempo estuvo hablando. Cuando terminó, se sentía exhausta, desnuda y sola. Había dejado caer todas sus defensas delante de ese hombre de la edad de su abuelo. Don Mario la miró en silencio, largamente, y la mirada se le volvió extrañamente nostálgica.
—Es un favor muy grande.
Odette sintió de golpe un nudo en la garganta. ¿Se había equivocado? Tragó saliva, dispuesta a levantarse aunque le temblaban las piernas.
—Don Mario, La prego (13), no quise...
—Te ayudaré, Nunziattina.
Nadie la había llamado Nunziattina en años, y los recuerdos le llenaron los ojos de lágrimas. Su abuelo y sus tíos la llamaban así cuando era chica, en alusión a su parecido con su adorada nonna Nunzia.
—Se lo debo a tu abuela — don Mario insistió.
Lo miró entre sorprendida y curiosa. La voz del viejo de pronto se cascó.
— Yo... pretendía a tu abuela. Pero ella eligió a Antonino. Fue una buena elección, aunque en aquel momento me volví loco de celos. O de orgullo herido, quién sabe. Hubiera hecho cualquier cosa, cualquier cosa para tenerla —suspiró — .Era una mujer de coraje. No cualquier muchacha de la isla hubiera rechazado a un Varza. Y tú te le pareces tanto... Tienes el mismo fuego en los ojos...
Odette bajó la mirada, confusa. La conversación tomaba un giro inesperado.
—¿Crees que no me di cuenta de cómo te miraban mi hijo y mis nietos? Soy viejo, pero hombre. Caminas como ella, miras con la misma intensidad. Si yo no hubiera estado aquí, Salvatore y los muchachos estarían peleando como cabras montesas... por ti.
—No soy hermosa como para eso, don Mario.
—¿Quién habló de esa hermosura? Mi nuera es hermosa, la esposa de Mariolino es hermosa. Bellezas huecas, frías. Tú tienes el fuego de esta tierra aquí — se tocó el pecho —, y aquí — señaló las entrañas—. Tu abuela hizo lo imposible por sacar a Addolorata de Sicilia, para que tuviera otra vida, distinta de la que ella conoció. Pero la sangre no se niega. Tú perteneces a esta tierra tanto como yo.
Era tan cierto como que era de día. Odette se sonrojó sin poder evitarlo.
—Esos ojos queman. Ese cuerpo provoca con sólo caminar. Eso mismo tenía Nunzia. Cuando subía al mercado con su madre, la gente se detenía y les cedía el paso. Los hombres se quedaban mudos de deseo y se habrían acuchillado entre ellos si alguno hubiera osado faltarle el respeto. Cuando se casó con tu abuelo, enloquecí. Podría haber arrasado la isla para tenerla, y ella me habría apuñalado en nuestra noche de bodas. Amaba a Antonino. Siempre lo amó. Con el tiempo lo entendí y la respeté por ello y cuando eso pasó, ella... me perdonó. Tú eres como ella.
Retiró el sillón lentamente hacia atrás para levantarse. Rodeó el escritorio enorme de caoba, caminando con una leve renquera. Acarició el cabello de Odette con dulzura.
—Podrías haber sido mi nieta. Quizás hubieras sufrido menos.
Odette se puso de pie, todavía sin poder hablar.
—No te preocupes, Nunziattina. Mi ayuda no te traerá problemas. No podrán relacionarte con nosotros. Buscaremos los contactos que necesitas. Tengo algunos buenos amigos que estarán muy interesados en colaborar para terminar con este asunto. En cuanto a lo otro... déjalo por nuestra cuenta. Encontraremos la forma de avisarte qué estamos haciendo.
—Don Mario, no tiene que hacer nada.
—Esos "stronzi"(14)no merecen seguir vivos. Los encontraremos y les enseñaremos buenos modales.
Se besaron ceremoniosamente en ambas mejillas y el viejo la abrazó contra su pecho.
—Vete rápido. No quiero que mi hijo te persiga por toda la isla. Aunque si yo tuviera veinte años menos, no te dejaba salir de aquí.
Afuera esperaban Salvatore y Mariolino, junto a Ciruccio y Renzo, que la habían acompañado. Don Mario la escoltó hasta la puerta llevándola del brazo. Volvieron a besarse, esta vez delante de todos. Salvatore le tomó la mano para besársela mientras no le despegaba la mirada sombría. Mariolino le tomó también la mano pero con el gesto correcto, sin tocarla con los labios, mientras murmuraba:
—Signora.
Ella aceptó los saludos con un gesto leve de asentimiento. Sus primos se dieron la mano y se besaron con los Varza.
—Andrea Varza anda detrás de Antonietta —comentó Renzo mientras regresaban al amarradero.
Antonietta era la hija menor de Vincenzo, el menor de los hermanos de mamá y el más parecido a Lola. En la fami-lia todos decían que el parecido entre Tonina y Odette no era sólo físico: la mocosa tenía un genio explosivo.
— E be': si a Tonina no le gusta Andrea, que ese Varza se cuide — respondió secamente Ciruccio, ocupado en conducir a toda velocidad por el espantoso camino de montaña.

(1)Barco que hace el recorrido entre las islas del golfo de Nápoles
(2)La isla de los alemanes
(3)Estos americanos se la pasan caminando
(4)Explanada
(5)Callejuela
(6)¡Ya llegué!
(7)¡Pero qué te hiciste en la cabeza!
(8)Es una peluca
(9)El plato: tradicionalmente, el plato de pastas
(10)Están aquí
(11)Salgan
(12)Es cierto
(13)Le pido disculpas
(14) Hijos de puta (lit.:soretes)