POLICIAL ARGENTINO: 3 ene 2011

lunes, 3 de enero de 2011

La mano derecha del diablo - CAPITULO 13

Hotel de Génova, finales de junio





Marcel estaba en tirado en la cama hojeando morosamente el diario cuando la crónica del “Corriere della Sera” lo dejó helado: PierAndrea Giuliani, titular de EuroAvventura, había muerto en un accidente de buceo en las islas griegas. La policía griega retendría en El Pireo el crucero La Fenice mientras durara la investigación de la muerte de Giuliani. En la foto aparecía una rubia atractiva y de grandes lentes oscuros — la doliente viuda, dedujo Marcel— saliendo de lo que parecía ser la central de policía de Atenas, seguida de Ruggieri.  De acuerdo con los periodistas, el socio supérstite de EuroAvventura estaba indignado por las sospechas de la policía griega respecto de su persona. Me gustaría saber cómo mierda se las arreglaron para deshacerse del embarque para Turquía. Carajo, esto sí que es una complicación y ya tengo demasiadas.
El teléfono chirrió.
—¡Marco! — la voz de Sonja sonaba alarmada.
La mujer le pasó el mensaje de Ruggieri: se reunirían en Milán la semana entrante. Sonja le pasó una dirección en la zona comercial de la ciudad. Otro de los negocios-pantalla de Ruggieri,  pensó.
— Quiero verte...— ronroneó Sonja.
— Hoy no, preciosa. Regreso a Marsella mañana muy temprano y me gusta dedicarte tiempo.
Cortó después de prometerle que la llamaría apenas regresara. Carajo, casi me olvido. Levantó el auricular nuevamente y llamó a la central de alquiler de autos. Sedán mediano, no muy nuevo, gris o azul, cualquier marca. Tiró el diario al piso y se recostó en la cama a fumar y planificar sus actividades clandestinas del día siguiente. Lo que iba descubriendo con el "trabajito" le corroía las entrañas como ácido.
Tranquilo, viejo, susurró su conciencia. Todas las evidencias juntas primero. La brasa del Gauloise tembló apenas y la ceniza cayó sobre la cama. Hasta ahora, todo eran preguntas. La semana anterior se habían registrado doce llamados no identificados para la comisario Marceau.  ¿Quién insiste tanto en hablar con ella? ¿O es una forma de decir "Aquí estoy", o "Te estoy esperando" ? Ella entraba y salía, casi siempre sin decir adónde iba o cuándo regresaría. Él había pedido los registros del teléfono celular y de los de su propia casa. ¿Y si está usando una línea no registrada? Mierda, es una posibilidad en la que no había pensado. Si me estás mintiendo... No quería enunciar el siguiente pensamiento que lo estrangulaba. Mañana tengo algo más para verificar.

Buenos Aires, mismo día, por la tarde.
— Tuvieron que arrojar el cargamento completo al mar antes de entrar a puerto, señor.
Ortiz le hizo una seña a Rinaldi para que continuara.
— No podían arriesgar a que la policía griega lo encontrara a bordo.
— ¿Cuál era el monto del embarque?
— Siete millones, señor.
Lo peor no era el revés financiero sino haber quedado en mala posición frente a los compradores. Un idiota que elimina al socio renuente sin pensar en las consecuencias es un peligro para la seguridad de la operación.
— Comuníqueme con Etchegoyen.
— Sí, señor— Rinaldi comprendió que podía retirarse y lo dejó a solas con sus cavilaciones.
Este tipo ya tuvo problemas con las entregas pero es la primera que pierde un cargamento completo. Ya no nos sirve, nos cuesta caro. Y se está volviendo una figura pública: en poco tiempo el cretino querrá imponernos condiciones. Etchegoyen debería comenzar a buscar un reemplazante y ocuparse de la anulación definitiva de esta transacción. Con suma discreción: el tipo es candidato a presidente de Francia.

París, La Défense. Mismo día, por la noche

Odette estaba dando vueltas por la cocina, esperando que el café se dignase a pasar cuando sonó el teléfono. Esta cafetera se está volviendo demasiado temperamental. Estiró la mano sin perder de vista al artefacto malvado: un descuido y adiós café.
Ciao, bambina!
— Ciao, Calogero!
Pasaron algunos minutos saludándose con su primo en un intercambio efusivo de informes sobre estados de salud, recién nacidos y demás.
— Odette, estuve averiguando lo que me pediste y encontré algo más.
Se sentó a la mesa de la cocina, haciendo equilibrio con el inalámbrico y la taza. Calogero continuó.
— Valentina Contardi-Bozzi está al frente de BCB desde antes que Marcello Contardi muriera, más o menos dos años. La signora lleva muy bien la empresa. Están saliendo a competir con diseños nuevos, publicidad, parece que la signora es muy progresista y está muy entusiasmada con su trabajo...
Calogero mio, no me llamaste para contarme algo que ya sé...
Ma' no, bimba, no. Ahora viene lo interesante: el director financiero de BCB, un tal Massimo Ruggieri, anda en asuntos pco limpios a escondidas de BCB, pero estas cosas se saben.
— ¿Qué cosas?
— El cuñado de Ruggieri, Andrea Giuliani, ex-campeón olímpico de natación, campeón mundial de buceo...
— Si no hace esgrima, no me interesa.
— Éste te va a interesar: murió en un accidente de buceo en las islas griegas.
— Sigue sin afectarme.
— ¡Ah, non far la spiritosa[1]! Giuliani y Ruggieri tenían una agencia de turismo alternativo, EuroAvventura. Y antes de que vuelvas a interrumpir— rezongó Calogero —, el turismo es la excusa para lo que ya conocemos: juego clandestino, mujeres, droga.
— Ay, Dios, ¿ por qué son tan repetitivos? ¿Cómo hacen?
— Los barcos son de ellos, y son un problema porque el mantenimiento es caro. Justamente por eso, Ruggieri pensó en aumentar sus ingresos ampliando las operaciones de carga.
— Y no me va a gustar lo que cargan, vero[2]?
Vero.  Las excursiones de EuroAvventura tocan la costa dálmata, varios puntos de África y la costa turca.
— Hay muchos uniformes metidos ahí, ¿cierto?
— De todos los colores, incluso de los nuestros. Pero Giuliani murió en circunstancias poco claras y ahora EuroAvventura tiene a la policía y a los Carabinieri encima y tienen que cuidarse, así que stop a las operaciones en el Adriático, que dejaban mucho más que todo lo otro junto.
— ¿Más que la blanca?
Bambina, la blanca era para consumo interno de los clientes que se dejan los calzoncillos en las mesas de juego de Giuliani. Lo mismo las mujeres: caras, elegantes, todas mannequins, o aristócratas venidas a menos.
Ella silbó admirada y Calogero continuó.
Puttane fine fine, nada de albanesas o rumanas molidas a palos. El objetivo es que los parroquianos jueguen y se diviertan mientras juegan. Una nadería comparado con lo de las armas.
Mierda, este Ruggieri es un sujeto peligroso, Odette razonó para sí.
— Una pregunta, cuginetto[3]: ¿quién le vende a Ruggieri?
— ¡Eh, cuginetta, qué buena pregunta! Cuando encuentres al que le vende a Ruggieri encontrarás al que le está causando tantos problemas.
— No entiendo.
— Ruggieri necesita barcos para transportar la mercadería. Con los cruceros cruza el estrecho de Gibraltrar y rodea la costa africana hasta Liberia, a veces Costa del Marfil. Allí, además de “safaris” fotográficos y submarinismo,  hace algún que otro trasbordo de carga, capisci?
— Capisco, capisco. Vai avanti!
— Los barcos de EuroAvventura ya no son seguros, no pueden ir y venir a donde se les dé la gana, ergo no hay carga. Ruggieri necesita asegurarle a su proveedor que podrá recoger y hacer las próximas entregas a tiempo, que es lo que le está empezando a faltar.  Y necesita barcos limpios.
— Esto dejó de gustarme. — Se enderezó en la silla y se tragó lo que le quedaba de café.— BCB se la pasa importando cueros y exportando mercadería...
Brava, bambina. Creí que la profesión te había obnubilado el entendimiento.
Va’ffa‘n’culo, carissimo[4]. ¿Y dónde embarca materia prima BCB?
— ¿De verdad hace falta que te lo diga? En Buenos Aires.
— ¿Quién es el proveedor?
— Una tradicional empresa argentina que opera en el mercado internacional. Normal. Pero desde Buenos Aires desde hace tiempo se están haciendo “exportaciones no tradicionales” a Panamá, puerto de Colón. Cargas que se trasbordan a vapores de bandera liberiana y cuyo destino final es incierto, lo mismo que lo que hay dentro de los contenedores. La compañía que exporta los cueros y la de “no tradicionales” tienen una relación societaria bastante intrincada, pero relación al fin.  En fin: nos topamos con los soliti ignoti[5].
Hubo un silencio agrio. Mierda, me duele el estómago.
— Calogero...— hizo una pausa. ¿Cómo le digo que no se meta con “esa” gente?
— Si vas a advertime que no me meta en donde no me llaman, no hace falta. Ya me lo advirtió Mario y te aconsejo que hagas lo propio. Va bene?— Bien por los Varza, suspiró aliviada.— Va bene?!!! — gritó Calogero.
 — Ya te escuché... va bene.
— Pero, cara, es preciso que Ruggieri y su banda se alejen de BCB.
— ¿Qué, falta alguno?
— La hermanita de Ruggieri, Alessandra Giuliani, viuda inconsolable, fue secretaria del finado Marcello Contardi y es la actual secretaria de donna Valentina. Me atrevería a decir que la pobre mujer no da un paso ni hace un llamado sin que Alessandra lo sepa y se lo informe a su hermano. Si hago una apuesta de a qué se dedicaba la Giuliani con el viejo Contardi, la gano. Además de trabajarse al otro socio en beneficio del hermano. Carlo Santorini está gastando lo que no tiene en Alessandra y metió mano en las cuentas de BCB.
— Parece que BCB es una mina de oro ...
— Es perfecta: limpia, familiar y lista para expandirse, exitosa, ¡una perla! Bambina, Marcel no puede continuar al margen de todo esto: es su familia. Donna Valentina es una excelente persona además de demostrarse una empresaria brillante, pero es una anciana y estos buitres le están volando en círculos encima.
— Ya sé,— suspiró — pero no encuentro modo de hacerle entender a Marcel. Tiene un gran rencor por su familia materna.— Por no hablar de la paterna, pero mejor dejémoslo ahí por ahora.
— Mario puede hablar con él — insistió Calogero.
— Claro y entonces se entera de que yo estuve husmeando a sus espaldas.
— De cualquier modo se enterará. Mejor que sea cuanto antes — sentenció Calogero. — Y una cosa más.
— ¿Más?
— Un tal Corrente, Gaetano. Le hace de investigador privado a donna Valentina y por lo que sé, Valentina está buscando a su única familia: Marcel.
— Mmm, no me queda claro el “hace de”.  ¿Qué  cazzo[6] es Corrente?
— Me gustaría saberlo. Aparentemente, nada más que eso. Y también duerme con la Giuliani.
— ¡Mierda, esa sí que es una malabarista! Me gustaría saber cómo se las arregla con la agenda...
Se rieron a carcajadas.
Después de que Calogero cortó, se quedó pensativa mirando los posos de café en la taza. Ningún investigador privado es impenetrable y menos para los Varza. ¿Por qué éste sí? ¿Y qué quiere?

   París, Quai  des Orfévres.Al día siguiente
Con el rabillo del ojo, Odette vio aparecer el ícono en el ángulo de la pantalla: correo. Un movimiento sutil del ratón lo abrió y ella casi dio un salto en el sillón. Las respuestas inmediatas me hacen sospechar de inmediato.
Cliqueó sobre el mail y lo reenvió a Roma y a Milán. A ver qué encuentran ahora. Una hora más tarde entró otro mail con bastante información: así que este Corrente es fotógrafo aficionado. Las tomas recién transmitidas eran muy profesionales. Bueno, ahora yo también tengo tu foto, Corrente. Los hackers de Mario Varza habían detectado la correspondencia electrónica de Corrente: el tipo transmitía desde una notebook conectada a un celular, y el server que usaba re-ruteaba las comunicaciones por infinidad de ramificaciones. Detectar el destino final no sería sencillo, pero mientras tanto...
 Nueva ronda de correo electrónico y a media tarde — eh bien, ça c’est la France[7]—, llegó la información de Migraciones: Corrente iba y venía de Paris con cierta asiduidad con motivos más que inocentes o sin ellos, para qué está el pasaporte de la Comunidad, y casualmente la noche anterior había aterrizado en Orly. ¿Qué carajo estás haciendo acá, Corrente? ¿Más fotografías? El sujeto había alquilado un auto. Bien por el sujeto. Llamó a la agencia: el auto aún no había sido devuelto: nuestro sujeto está todavía en París. Ordenó una búsqueda furiosa del autito y por fin apareció. Allá vamos.
Pasó el radio: seguir y vigilar al sospechoso sin ninguna acción preventiva salvo que intentara evasión. Corrente no pensaba evadirse o no se había dado cuenta de la vigilancia, porque cuando lo interceptó, el tipo se tomaba un café frente a la Opera Garnier.

Gaetano Corrente
 Se acercó con una sonrisa espléndida y el abrigo sobre el brazo. El vestido de lana color uva podía convertirse en una radiografía según el modo de caminar y el imbécil no le despegaba los ojos de la delantera.
— Creo que nos conocemos — ella le sonrió mientras apartaba la silla y se sentaba.
— No estoy seguro, pero de cualquier modo es un placer — respondió el cretino galante.
—  E invece mi conosce[8]— replicó a media voz, mientras se recostaba felina contra el respaldo. Cuando la mirada insolente del tipo bajó, encontró el cañón de la reglamentaria asomado por debajo del abrigo. La expresión de Corrente se endureció y se le acabó la galantería.
Non capisco...— y se enderezó, rígido en su asiento. Estaba evaluándola tan duro como ella a él.
— ¿Y ahora, entiende un poco más? — arrojó sobre la mesa las copias de las fotos que le habían llegado por e-mail.
Duro y todo, no pudo evitar un gesto levísimo de sorpresa. Ah, investigador privado, ¿no te gusta que te investiguen, eh?
— Soy fotógrafo profesional.
— Y yo soy Caperucita Roja.
— Oiga, Caperucita, no es delito fotografiar. Si se cruza delante...
— Se le cruza demasiada gente— sacó el resto de las copias.
El hombre dio una ojeada calculadora a la boca de la .38.
— Soy investigador privado— no se molestó en sacar la identificación.
— No me diga.
— Me encargaron buscar a un tal Marcel Dubois— el tipo golpeó las fotos con el índice y se encogió de hombros.
— Yo no soy Marcel Dubois — ella golpeó las otras fotos.
— Ya veo— le miró el busto con tal desfachatez que ella tuvo el impulso irracional de tirar del gatilo. Imbécil.
— ¿Para qué lo buscan?
— Me pagan por buscar, no por abrir la boca.
Estuviste viendo demasiadas películas de Boogie, querido. Se levantó sin dejar de apuntarle y sin que el tipo le desprendiera la mirada. Lo estás haciendo adrede. Buen intento de distracción.
— Dígale a Donna Valentina que si quiere encontrar a Marcel Dubois — le arrojó una tarjeta blanca con un número —, lo único que tiene que hacer es llamar por teléfono.
Corrente dio un respingo y se quedó rígido. Furioso. Ella se puso de pie y se alejó, aprovechando para espiarlo  por los cristales del café: el tipo no le despegaba los ojos mientras hablaba por el celular. Dobló en la esquina para meterse a la carrera en otro bar y pedir la intercepción de la llamada. Estaba tan concentrada en Corrente, que no advirtió el sedán de un azul anodino que la había seguido desde el Quai y que ahora esperaba pacientemente, en la esquina en diagonal al café.

****

—¡Tengo a los franceses pegados al culo! — Corrente casi mordió el celular.
— Es su problema — le respondieron más ásperamente que de costumbre. Cristo, había olvidado cuánto le molestan las palabrotas.
— Esto se está complicando demasiado...
— Usted aceptó la misión. No hay marcha atrás posible.
Señor, esto es diferente.
— ¿Por qué motivo?
— Ella sabe quién soy. No sé cómo pero lo sabe — evitó mencionar que “ella” también tenía una copia de las fotografías. Me pincharon el  correo electrónico — De ahí a que averigüe el resto...
— Es un riesgo que había que correr, ya lo habíamos evaluado. Es muy inteligente. Trate de ser mejor que ella.
Luchó por mantener la calma: estoy en un lugar público, no puedo ponerme a los gritos. Odio que use el “nos” mayestático. ¡Carajo, no puedo explicarlo por teléfono!
— Puede arruinarse toda la operación... — siseó entre dientes.
— Corrente, no podemos aclararlo en este momento.
— ¿Cuándo entonces? — interrumpió.
— Llámeme desde Milán — cortaron antes de que pudiera replicar.
Se volvió al hotel a levantar campamento y volver a Milán, antes de que su ausencia se notara en los círculos que solía frecuentar. Mientras cerraba el maletín contrahecho con el que solía salir de viaje, sonó el celular.
— ¿Gaetano? — era Alessandra.
¡Qué!— gruñó mientras se desparramaba por la cama deshecha.
—¿Dónde estás? —ella llorisqueó — ¡Te estoy buscando desde ayer! — sonaba tan convincente...
— Tuve que salir de Milán. Vuelvo esta noche y quiero verte.
— No sé...
— Esta noche— casi suplicó. Soy un auténtico cretino.
— Está bien — ella cedió demasiado rápido — Gaetano, ¿es cierto que la vieja te pidió que encuentres al nieto?
Porco Dio[9], ¡parece que lo publicaron en el “Corriere della Sera”!
— Me contrató para ese trabajo— trató de restarle importancia.
— ¿En dónde estás? — insistió Alessandra.
— Volviendo a casa. ¿Te veo en tu departamento?
Hubo un silencio. No la quiero en casa. Por suerte, ella aceptó sin protestar.
— Está bien... ¿A qué hora, a las nueve?
— Las diez.
— Te voy a extrañar hasta esa hora.
— Mentirosa.
— Mentiroso. ¿En dónde estás?
— Hasta luego— cortó y apagó el teléfono nada más que por precaución.

****

Cerró el maletín que contenía la notebook conectada a la central de detección: no había alcanzado a captar la conversación pero sí pudo pescar los números telefónicos de ambos teléfonos celulares. El número de ella era nuevo y él no lo conocía. El del tipo era de Milán y había llamado a Milán, pero la llamada se había redireccionado vía Nueva York. No alcanzó a rastrear el último destino pero ya no importaba: ella se estaba alejando hacia la avenida y el tipo  se quedó sentado. Tenía que optar entre seguirla a ella o a él. El hombre anduvo unas cuadras a paso vivo y se metió en un hotel. Gracias a la placa con el emblema de la Brigada,  averiguó en qué habitación se alojaba. Llevaba la notebook con él nada más que por deformación profesional, y se entretuvo en rastrearle las comunicaciones. Esta vez sí pudo pinchar la conversación. Una mujer, íntima del tipo, desde Milán. Salió del hotel después del tipo pero no lo siguió: ya sabía que iba al aeropuerto.
No pudo resistir la tentación y marcó el número del nuevo celular de ella: apagado. Entonces, lo usa nada más que fuera del Quai y fuera de casa. ¿Quién es el tipo? ¿Se encontraron en un lugar público para no despertar sospechas? Se conocen, eso es tan evidente como que es de día.
Camino de la agencia de alquiler, las manos se le apretaron al volante hasta dolerle. En ese momento de furia  irracional,  Marcel Dubois no habría reconocido su propia imagen en el espejo.

Provincia de Buenos Aires, estancia "La Augusta". El mismo día, por la tarde


Los dedos se le enredaron varias veces sobre el teclado hasta que pudo dominar la ansiedad e ingresar la contraseña correcta: ¡las fotografías! El viejo esperó inquieto a que se descargaran los archivos, dando suaves golpecitos con el mouse contra la almohadilla. Clic-clic, la primera imagen se desplegó ante sus ojos ávidos y un envión de adrenalina como hacía mucho no sentía,  le recorrió el cuerpo desde las ingles hasta el estómago. Clic-clic, la siguiente, la otra, y otra más. Los dedos tamborilearon impacientes al abrir el último archivo: una toma magnífica, tres cuartos de perfil con acercamiento, cada músculo del rostro en perfecta tensión, cada hueso altivo majestuosamente destacado por el claroscuro, la boca apenas contraída en una mueca despectiva. La adrenalina le llegó al corazón y se lo hizo galopar durante veinte latidos. 
Se puso de pie y sin atreverse a enfrentar su reflejo en el cristal, rebuscó en el compartimiento de la cajafuerte donde se guardaban los DVD de los entrenados de la Orden. Se arrellanó a mirarlo. Cuánta crueldad inútil. Casi todos los hombres que habían sido condicionados de esa forma habían terminado mal. Aceleró las imágenes: no le interesaba ver a Prévost demostrando sus habilidades en el ejercicio del arte de la picana. Sacudió la cabeza. ¿Y quién le enseñó a Prévost el arte de picanear? Detuvo la proyección en el momento en que el hombre arrancaba la venda negra y sostenía el rostro contraído en agonía. La cámara había cambiado de foco, tomando el tenso rostro masculino: gotas de sudor le rodaban por la frente y las sienes; los ojos muy abiertos y los labios apretados en una línea blanca mostraban una violencia interior indominable. Congeló la imagen y la imprimió, comparándola luego con la última del correo electrónico. La barba y corte de cabello diferentes que el hombre llevaba cuando se había grabado el video no le impidieron reconocerlo. Ya no le quedaron dudas: hacía mucho que había encontrado lo que buscaba y no lo sabía. Marcel Dubois. La vida tiene caminos extraños para devolvernos el pasado.


[1] ¡No te hagas la chistosa!
[2] ¿Cierto?
[3] primito
[4] Andate a la mierda, querido
[5] Los desconocidos de siempre
[6] carajo . Vulg. : pene
[7] Y bueno, esto es Francia
[8] Y sin embargo me conoce
[9] Puta madre