POLICIAL ARGENTINO: 14 ago 2011

domingo, 14 de agosto de 2011

La mano derecha del diablo - CAPÍTULO 23

Génova: ciudad y puerto
HOTEL DE GÉNOVA, ÚLTIMA SEMANA DE SEPTIEMBRE
— Jumbo, necesito un cadáver.
— ¿Qué te pasa, te volviste loco? —aulló Meyer del otro lado de la línea codificada. Por el tono de voz, parecía punto de salir por el auricular.
— Alguien de mi contextura y mi edad. Si se me parece, mejor— continuó Marcel sin hacerle caso.
— ¿Qué carajo estás maquinando?
— Delbosco tiene que hacer un “trabajo”.
Jumbo insultó, gruñó y ladró durante toda la conversación y se demoró sus buenos tres días en devolverle el llamado.
—¿Qué mierda hago con el paquete? — preguntó sin siquiera el “hola, habla Meyer” de cortesía.
— Viejo, me salvaste la vida.
Le explicó a Jumbo qué debía hacer con el cuerpo.
— Jawohl, Herr Doktor . Igorr vife parra complacerrle...— masculló Jumbo, medio riéndose.
— ¿Quién carajo es Igor?
— El sirviente del Joven Frankenstein que le conseguía los cadáveres. Bomboncito, hará falta un auto. ¿También tengo que robarlo?
— Jumbo, tu papel en esta película es el de productor. El cómo consigas el auto es tu problema.
— ¿Algo más, bwana? ¿Necesitará también mi culo o puedo disponer de él?
— No te quejes, Jumbo. Yo soy el que está en la línea de fuego.
— Sí, seguro. Esa Alessandra se ocupa de atizarte bien el fuego, ¿eh?
Un pinchazo de remordimiento le retorció el estómago pero no acusó recibo del dardo de Meyer.
— ¿Cuando sale en los diarios?
— Dame un par de días más.
— De acuerdo.
****
A punto de tirarse en la cama, control remoto en una mano y lata de cerveza en la otra, su mirada distraída tropezó con el sobre marrón que asomaba entre las camisas. Frunció el ceño pero la duda duró menos que un parpadeo: eran el diario y las fotografías ocultas de Marcello Contardi. Marcel dejó en paz el control remoto para tomar el sobre y al hacerlo, los fragmentos de la fotografía sepia se dispersaron sobre la cama. Masculló una grosería mientras juntaba los pedacitos pero, a punto de tirarlos a la basura, recordó que quería jugar a los rompecabezas. Durante un buen rato se distrajo reconstruyendo la imagen que Marcello Contardi parecía haber aborrecido tanto como para romperla, pero no lo suficiente como para deshacerse de ella.

La imagen tomó forma pero los bordes rotos conformaban un mapa difícil de leer. Excitado como un mocoso, sacó la notebook y conectó el scanner, todo en medio de la cama. Ensimismado en pelear con el programa, no se dio cuenta del paso del tiempo hasta que entre dos bostezos miró el reloj. ¡Mierda, las dos y media de la mañana!
El esfuerzo y la vigilia valieron la pena porque la pantalla mostraba una mujer de cabellos oscuros que abrazaba a un niñito rubio de boquita enfurruñada, ambos de pie. La sonrisa de ella le nacía en los ojos y le iluminaba el rostro enmarcado por mechones que se escapaban del peinado recogido y alcanzaban el escote generoso. Calculó que podría haber cercado el talle de la mujer con sus manos. Por la moda, la foto parecía tomada en los años ’20. Ella es muy joven. ¿Y el crío? Unos cinco años. Puso el zoom en la cara del niño. Si me hubieran vestido de marinero y me hubiera visto así de ridículo, tendría la misma cara de culo. Deslizó el mouse hasta el rostro femenino, centró el cursor y lo amplió. Está mirando a alguien, mostrándole al pendejo malcriado. Orgullosa como sólo una madre puede estarlo. El pensamiento lo hizo sonreir con ternura distraída mientras jugaba con el mouse. Clic, y la foto volvió a su tamaño original.

Clic, fuera el sepia. Clic, más contraste, clic, más brillo. Ella se veía radiante. Qué hermosa es. Volvió su atención al mocoso y entendió: no estaba enojado sino asustado. Bobito, nadie va a quitarte a tu mamá.
Guardó la imagen y desconectó el cablerío, dispuesto a dormir, pero tardó un buen rato tejiendo hipótesis acerca de la identidad de los personajes y las razones del viejo Contardi para conservar la foto rota, hasta que los bostezos lo hicieron lagrimear. Mejor me duermo de una vez.

MILÁN, OFICINAS DE BCB. PRIMERA SEMANA DE OCTUBRE

Corriere della Sera
Alessandra hojeaba aburrida el ejemplar del Corriere della Sera sobre la pila de periódicos que llegaban todos los días para la signora Contardi Bozzi, cuando el suelto policial le llamó la atención. El corazón se le aceleró mientras leía. El accidente había sido fatal: el automóvil se había desbarrancado por un problema en los frenos y su ocupante había muerto instantáneamente. La policía francesa lo había identificado como Marcel Dubois, treinta y cuatro años, de profesión comerciante. De los documentos que se habían encontrado en un maletín, surgía que el hombre tenía familiares y negocios en Milán.
El murmullo del personal de la entrada le dijo que Valentina acababa de llegar. Dobló el diario en esa página y lo dejó apoyado en el extremo de su escritorio. Valentina leía ritualmente todos los diarios apenas llegaba, en tanto ella le alcanzaba un caffelatte liviano.
Llevó la pila al escritorio de donna Valentina y salió a servir el caffelatte. Cuando volvió, la anciana estaba pálida como una muerta, con la mano sobre el diario. Se contuvo para no relamerse de gusto.
— ¿Le sucede algo, donna Valentina? ¿Se siente mal?
— No, cara — Valentina parecía haberse quedado sin aliento—. Supongo que... que estoy a punto de engriparme porque... no me siento muy bien. No me sentí bien desde anoche...
— ¿Por qué no se va a casa? ¿Donna Valentina...— le tocó el brazo —, quiere que pida el auto y la acompañe a su casa?
La anciana tenía la mirada perdida
— No, puedo... puedo irme sola. Pídeme el auto, por favor — y se levantó del sillón haciendo un esfuerzo inaudito.
Valentina no acababa de salir que Alessandra tecleó el número de Delbosco, tan nerviosa que se equivocó la primera vez.
— Sabía que llamarías. ¿Ya leíste el Corriere de hoy? — respondió Delbosco del otro lado.
— Yo... no esperaba que fuera... tan pronto —se rió nerviosa. ¡Cristo Santo, hice asesinar a un tipo!
— Me gusta cumplir mis compromisos en tiempo y forma, y espero reciprocidad.
— ¿Do-dónde estás? — preguntó, esquivando la respuesta de él.
— En Génova.
— ¿Cuándo vendrás a Milán?
— Pronto. Me gustaría tener el resto de la información reunida para entonces.
La comunicación terminó sin que ella pudiera volver a intervenir.

****
Los dos hombres morenos vestidos con trajes sobrios pero carísimos, y de acusados rasgos del Sur, esperaban de pie en el salón principal, bajo la mirada vigilante de Guglielmo. Valentina sintió que el corazón le tamborileaba en el pecho como a una colegiala mientras le hacía una seña al mayordomo para que se retirase. Me siento Miss Marple. ¿Me veré tan vieja como ella?
— Donna Valentina — ambos hombres inclinaron la cabeza en un besamanos.
Miró a los dos sin decidirse a cuál de ellos debía llamar "Signor Varza". El hombre más joven — y el más atractivo, pensó con una chispita de picardía —, comprendió su inquietud y con otra levísima inclinación se presentó.
— Él es Calogero Colosimo — señaló a su compañero y éste se adelantó medio paso —. Es de mi absoluta confianza. Él la acompañará.
Y me protegerá de todo mal, pensó Valentina mientras lo estudiaba. Los ojos negros de Colosimo no rehuían ninguna mirada pero no la enfrentaron sino que la tranquilizaron. Supo que podía confiar su vida a ese hombre y que no se equivocaría al hacerlo.
Guglielmo entró con café para los tres y grappa para los caballeros. Mario Varza estaba muy al tanto de la situación por la que ella y BCB atravesaban en esos momentos. Parecía estar al tanto de muchas cosas más pero evidentemente prefería callar, haciendo gala de muy buena educación.
— ¿Debemos salir hoy mismo? — ella preguntó con algo de desánimo.
— Es mejor así y además es completamente creíble — Varza insistió —. Los documentos que se encontraron en el maletín la mencionaban a usted. Había cartas suyas — Valentina se sobresaltó y abrió mucho los ojos. Los hombres sonrieron—. No se preocupe: nadie le pedirá una pericia caligráfica, donna Valentina. Calogero tiene los pasajes aquí. Si le parece bien...
Prefirió no darse tiempo para pensar. Llamó a Bellarmina, la mujer de Guglielmo, y le pidió que le preparara una valija pequeña con ropa para dos o tres días; más hubiera sido sospechoso. Si alguien preguntaba, Guglielmo y Bellarmina podrían responder sin mentir. Además, Colosimo disponía de fondos para proveerle todo lo que necesitara. En menos de dos horas estaba en Malpensa, tomada del brazo recio y protector de Calogero Colosimo, que la cuidaría como a su propia madre.

****
Mario Varza marcó el número mientras esperaba el cambio de luces del semáforo.
— Está fuera de peligro — dijo al teléfono, sin mencionar ningún nombre.
— Te debo una grande — le respondieron con alivio del otro lado.
— No necesito decirte que tengas los ojos bien abiertos: éstos son carroña. Y ella peor que el hermano.
— Estoy aprendiendo a conocerla. Una sola cosa más...
— No te preocupes: ni una palabra hasta que nos lo digas.
Por el auricular se escuchó el suspiro de alivio.
Arrivederci.
Arrivederci.

****
No había terminado la comunicación con Mario que el celular vibró contra su pecho. Marcel respondió a medias distraído y casi dijo "Sí, Mario". Menos mal que no llegó a abrir la boca porque era Ruggieri.
— ¡Delbosco! ¿Este chiste es responsabilidad suya ? — ladró el tipo.
— ¿De qué habla ? – ya sé de qué estás hablando, pero me gusta romperte las pelotas. Abrio la puerta del auto y se sentó al volante.
— ¡No se haga el inocente! ¿Se cree que no leo los diarios? ¿Cómo carajo se le ocurrió semejante idiotez?
— No hago idioteces con mi trabajo — retrucó con desdén.
— ¡No me diga! – el volumen de los aullidos hizo zumbar los circuitos del celular— ¿Y qué mierda vamos a hacer ahora que se va de viaje? ¿Cómo piensa llevar adelante el compromiso? Porque usted tenía uno conmigo, ¿lo recuerda ?
Marcel se permitió un suspiro ostentoso y aburrido.
— Siempre garantizo el ciento por ciento de satisfacción y seguridad a mis clientes, ya se lo dije. Con esta modalidad operativa aseguré el cambio de predisposición vendedora. Si hubiera elegido una forma más directa, en poco tiempo más se habría recibido el reclamo de los herederos, ¿comprende ? – hizo una pausa de efecto.
Del otro lado ladraron una serie bastante gráfica de insultos.
— No proteste, sabe que tengo razón.
— ¡Lo que no tengo es tiempo ! ¡Carajo, si hubiera hecho... !
— Ahora es usted el idiota – restalló con dureza—. Si hubiera hecho la operación de la otra forma, ni siquiera habría entrado en los tiempos legales para posibles reclamos de herederos. Más todo lo que llevaría reunirse después, ofertar, esperar la aceptación y en caso de negativa, tener que optar por un segundo operativo. Insisto: así le aseguré lo que usted necesitaba, en el menor tiempo posible y de una forma impecablemente limpia.
Pausa prolongada, suspiro pesado y un " Va bene" entre dientes.
— Todo resultará como le dije y en menos tiempo de lo que cree.
El celular cliqueteó sin siquiera un "arrivederci". Al carajo con este boludo. Ya me tiene harto. Tecleó el número de Jumbo para pasarle el reporte del día. Por lo menos, algo bueno saldrá de toda esta mierda. No van a hacerle daño a mi familia.