POLICIAL ARGENTINO: 10/01/2008 - 11/01/2008

martes, 21 de octubre de 2008

La dama es policía - Capítulo 14


Gauloises y Gitanes:símbolos de Francia
PARÍS, PRIMERA SEMANA DE NOVIEMBRE DE 1996
Marcel repasó una vez más el equipo mientras fumaba el último Gauloise. Los dichosos blips. Nunca había vuelto a los laboratorios de tecnología electrónica después de su paso por la Escuela de Policía. No sabía si los talleres eran sofisticados o no lo eran, pero las placas de integrados, testers, chips y quincallería electrónica desparramados por todas partes no ayudaban a mejorar la imagen del lugar. Varias pantallas destripadas exhibían sus interiores sin pudor, lo mismo que los ordenadores personales. Parecían esqueletos vacíos de animales exóticos. Para colmo, el jefe de ingenieros, Nikolai Paworski, era un bicho desagradable por el cual resultaba difícil sentir algo lejanamente parecido a la simpatía. Y además estaba empezando a dolerle la boca, pues el efecto de la anestesia se iba perdiendo. Se frotó la mandíbula como si eso sirviera de algo. Era el último lugar del mundo en donde hubiera pensado encontrar a Odette, sentada sobre una de las mesas y prestándole suma atención a Paworski. Carajo, por qué no estudié ingeniería. Al acercarse, vio una chispa de diversión en los ojos de ella.
—¿Ya perdiste tu primer molar en cumplimiento del deber?— dijo Odete haciéndoles señas para que se uniera al grupo.
—Me está empezando a doler —miró a Paworski con rencor—.Podrían hacer los localizadores un poco más chicos.
—¿Más chicos? ¿Usted tiene idea del esfuerzo que representó diseñar un chip que cupiera en una muela? —rezongó el otro, y miró acusador a Odette—. Las muelas de Marceau ya nos dieron bastante trabajo.
—Insisto en que deberíamos contratar ingenieros japoneses —respondió Odette, frunciendo la nariz. Marcel no sabía si reírse o no.
—El reglamento debería prohibir que se aceptaran personas por debajo de ciertos estándares físicos e intelectuales —el comentario de Paworski sonó ácido pero Odette no se molestó.
—Nikolai, uno de estos días voy a arrinconarlo en este laboratorio y exigirle que se case conmigo.
—Antes debería demostrarme que le gustan los hombres.
—Si usted se decide por las mujeres, estoy primera en la lista.
Entró uno de los técnicos, Thibaud, todavía con el abrigo puesto.
—Perdón, me retrasé por el tránsito...
Paworski le echó un vistazo devastador.
—Lástima. Unos minutos más y Paworski era mío— Odette miró al ingeniero con ojos entrecerrados.
—No insista, Marceau. Nunca podrá ponerme las manos encima.
El ingeniero se alejó para buscar algo en el otro extremo del laboratorio. Marcel asistía a la escena sin entender del todo. ¿Paworski tiene sentido del humor? Interrogó a Odette con la mirada y ella le guiñó un ojo cómplice.
—Acá están —gritó Thibaud, alcanzándole una caja a su jefe. Sin darle las gracias, el otro le arrancó la caja de las manos y regresó.
—Para usted, Dubois. Los blips.
La caja contenía esferitas de menos de medio centímetro de diámetro, de material negro y con aspecto de munición de arma de fuego. Marcel miró al ingeniero levantando las cejas.
Blips. Localizadores. No tan miniaturizados como los que les instalaron a ustedes — aclaró Paworski
—¿Por qué se llaman blips? —preguntó Marcel.
—Porque hacen “blip” cuando aparecen en las pantallas de los equipos de detección —la obviedad de la respuesta hizo sonreír a todos, menos a Paworski, por supuesto.
Thibaud intervino, ansioso por un poco de gloria personal.
—Son localizadores para relevamiento. Pueden detectarse a cuatrocientos metros o más, y permiten recomponer un mapa en tres dimensiones del lugar, si se colocan los suficientes blips, claro.
—¿Cuánto es “suficientes”? —preguntó, preocupado.
—Seis por cada planta del edificio —aseguró Thibaud.
—Debería funcionar con cuatro —intervino Paworski, molesto por la intromisión de su subordinado.
—Seis es más seguro —insistió el otro.
—Los localizadores de ustedes dos son diferentes. El rango de detección no es tan amplio, sólo cien metros, pero se intensifican mutuamente cuando están a menos de diez metros de distancia entre ambos.
Odette, que sonreía a medias, enarcó las cejas en un gesto de diversión.
—¿De qué están hechos? —preguntó, levantando una esferita.
Thibaud se apuró a contestar.
—El núcleo del localizador es un isótopo... —Paworski le echó una mirada furibunda y Thibaud se tragó el resto de la frase. El silencio que siguió fue desagradable.
—Lo lamento. Es información clasificada —el tono de voz era brusco: el ingeniero jefe estaba incómodo.
Marcel notó que ya no había diversión en la mirada de Odette: su rostro era una máscara de impasibilidad. Paworski se había puesto nervioso, eso era evidente. El asistente se escabulló por el laboratorio, pretextando algo ininteligible en voz baja.
—Los equipos de radio... también están listos —Paworsrki tartamudeó mientras les entregaba el material.
Odette bajó de la mesa y se apoyó contra ella, cruzada de brazos y con expresión de esfinge. Miró alrededor y, después de comprobar que no había nadie trabajando cerca, preguntó:
—¿De qué están hechos, Paworski?
La cara del ingeniero era un muestrario de culpabilidad. Odette insistió.
—¿Kolya?
—No sé a qué...
—Los blips —ladeó la cabeza.
El hombre inspiró, apretó los labios y miró a todas partes antes de responder.
—Usamos... cerio 141, cerio radiactivo.
Los ojos de Odette se entrecerraron y Paworski se puso violáceo.
—Una cantidad muy pequeña, se lo juro —el hombre parecía a punto de llorar —.Tiene una vida media de treinta y dos días. No... no puede afectar ningún órgano importante; la radiación gamma es muy baja y en menos de un mes les retiramos el implante —Paworski estaba sudando. Marcel tuvo ganas de estrangularlo.
—¿Con quién estamos durmiendo, Kolya? —la voz de Odette era una navaja.
—Inteligencia —murmuró el otro.
Odette tomó su equipo y lo invitó a salir con un gesto. Marcel tomó la caja de los blips y el radio y salieron en silencio.
En el ascensor Marcel dijo:
—Dejémosle los blips de mierda a Paworski.
—Ya es tarde para reemplazarlos. Lo mismo que las prótesis. Los equipos de detección ya deben de estar sintonizados en la frecuencia de estas basuras. ¡Dios! —susurró ella mientras salían del ascensor, camino al despacho de Massarino—. Empiezan por el laboratorio. ¿Y después, qué?
Entraron en la oficina del comisario, que al verlos frunció el entrecejo y lo interrogó con un gesto.
—Tenemos el material electrónico —respondió Marcel, mientras Odette se quedaba de pie en silencio, apoyada contra el archivero.
—A Paworski se le escapó un dato interesante —dijo ella entre dientes.
—¿Qué?
—Los blips. Están construidos con material radiactivo.
—¡Imposible! —Massarino se sobresaltó —.No tenemos acceso a esa tecnología.
—Nosotros no, pero Inteligencia sí. Me gustaría saber cómo mierda llegaron hasta nuestros laboratorios —parecía que Odette mordía las palabras.
El comisario no se molestó en ocultar su desagrado.
—Sabía de un programa de colaboración, pero nunca pensé que fuera esto. La puta que los parió —masculló Massarino—. ¿Y los localizadores de ustedes dos?
Las caras de ambos eran respuesta más que suficiente.
— ¡Qué puta mierda...! —sacudió el escritorio al golpearlo con la mano abierta.
—¿Por qué con Inteligencia? —estalló Odette—. ¡Para ellos somos menos que nada! ¡Escoria que junta la escoria de la calle! ¡Nos desprecian! ¿Qué? ¿Ahora somos sus conejitos de Indias? —estaba a punto de perder los estribos.
Massarino los miró alternadamente. La situación se estaba poniendo difícil y Marcel tuvo la incómoda sensación de que el enojo y la discusión eran acerca de algo que él desconocía.
—Les juro que no sabía que se trataba de esto. Tengo que hablarlo con Michelon...
—¡No puedo creerlo! Cuando la PJ les pidió colaboración, ni se molestaron en contestar —la voz de Odette le temblaba y bajó hasta un susurro ronco —.Estaría vivo si esas ratas hubieran ayudado. ¡Lo dejaron ir solo al matadero! O lo mandaron a sabiendas.
Massarino cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—Odette, las cosas pueden haber cambiado.
—¡Claro que cambiaron! ¡Ahora Beaumont es general! —se cubrió la boca con las manos.
Hicieron un silencio durante el cual ella se recompuso y se sentó. Massarino pidió café para los tres. Marcel anotó mentalmente que, en cuanto pudiera, preguntaría al comisario —a solas— por ese Beaumont y el pleito con Inteligencia.
—¿Cómo mierda se las va a arreglar Dubois para contrabandear los blips? —Odette estaba pensando de nuevo como policía. Massarino respiró mejor y Marcel, también.
—No digas palabrotas. No es propio de una dama —el comisario la reprendió.
—No soy una dama —ella lo miró sombría.
Carajo, ¿qué pasa entre estos dos? Marcel se sintió incómodamente de más. Por suerte, el tono de la conversación cambió. Discutieron varias posibilidades. Como munición, no; le quitarían las armas en la primera oportunidad. Tampoco en un doble fondo del equipaje. Lugar demasiado común.
—Tiene que ser algo más sencillo —apuntó el comisario.
—Ajá. Más obvio —Odette se hamacó en el sillón —,“La carta robada”, de Edgar Allan Poe.
—¿Qué? —preguntaron los hombres a la vez.
—Una carta robada que estaba oculta a la vista, mezclada con otras cartas. El lugar obvio. ¿A qué se parecen estas mierditas? - Odette jugueteó con los blips haciéndolos rodar por el escritorio.
— No juegues con eso — Massarino torció la boca.
Odette moduló un "qué hinchapelotas" y el comisario miró al techo, moviendo la cabeza. Marcel no sabía si reirse.
—Municiones, bolillas de rodamientos, perlas... —enumeró Marcel, tratando de cambiar de tema.
—¡Eso! Perlas, cuentas, abalorios... Un cinturón. Sí, un cinturón. Me gusta —Odette movió la cabeza con expresión pensativa.
—¡Pero eso es de mujer! —protestó Marcel.
—Si es italiano, no —intervino, mirando a Odette, que hacía un gesto afirmativo—. Un cinturón de cuero trenzado con abalorios negros.
—Abalorios radiactivos —Marcel sonrió siniestro.
El intercomunicador interrumpió las risas.
—Marceau, responda a Laboratorio por favor —ea Paworski.
—Estoy en el despacho de Massarino —aclaró Odette por el micrófono.
El teléfono sonó instantes después. El comisario hizo señas para que ella levantara el auricular.
—Marceau —estalló el parlante. Odette se lo apartó instintivamente de la oreja.
—¿Cuándo van a cambiar esta mierda? —gruñó—. Sí, Paworski, no grite. Este aparato amplifica demasiado.
—Marceau... quería disculparme... por lo de esta tarde... los blips.
El parlante les taladró los oídos a todos. Odette mantuvo el auricular alejado.
—Está bien. Todos cumplimos órdenes.
El otro vaciló.
—Teníamos una cita en el gimnasio...
—A las seis —Odette sonrió a medias.
—A las seis. Nos vemos.
—Kolya... Por favor, que alguien cambie este interno.
—No es mi...
—Kolya...
—Mañana lo cambian.
Mientras ella cortaba la comunicación, Massarino preguntó:
—¿Van a tirar?
Odette asintió con un gesto.
—No entiendo. ¿Por qué en el gimnasio, y no en el polígono? —preguntó Marcel, extrañado.
—Esgrima. Con el príncipe Paworski jugamos a los Tres Mosqueteros —Odette tenía una expresión traviesa —.Estrictamente deportivo.
—¿Príncipe?
—Bueno, en los Estados Unidos, Paworski sería uno más de tantos canas polacos. Aquí puede darse el lujo de decir que desciende de la más rancia nobleza europea. Si le creen o no, eso es otra cosa.
Se rieron los tres.
— Aaaah...¿Por eso es tan...?— Marcel torció la cara en un gesto altivo.
Ella se rozó la punta de la nariz con el índice y levantando las cejas.
—Su Alteza consiente en mezclarse con nosotros, pobres plebeyos —agregó Marcel en tono teatral.
Odette se encogió de hombros con una media sonrisa.
— Pero pienso cobrarme lo de esta tarde —su expresión era la de un predador.


Se escurrió hasta el gimnasio, que estaba vacío salvo por Odette y Paworski. Estaban tan concentrados en lo que hacían que no notaron su presencia. La tensión entre ambos podía olerse: se les notaba en las actitudes físicas, expectantes, listos a responder a los movimientos del otro. Marcel siempre había creído que la esgrima era un deporte anticuado y sin demasiada fuerza. Elegante, pero muy elaborado para su gusto. Artificioso. Sus opiniones estaban cambiando en ese preciso momento. Odette y Paworski se atacaron velozmente, saltando uno contra el otro con movimientos felinos. No hablaban, nada más acusaban los golpes secamente. Se dio cuenta de que estaba tan tenso como ellos, con el aliento contenido y los puños apretados en los bolsillos del pantalón.

¿Más esgrima?: FencingPhotos

Hubo una sucesión sorprendente de ataques, fintas y contraataques. Ninguno de los dos parecía defenderse en exceso; se estudiaban para golpear donde la guardia del otro lo dejara al descubierto. En un momento, Paworski avanzó sobre Odette, que paró y contraatacó a toda velocidad. El otro intentó una parada a su vez, pero ella penetró su guardia y lo alcanzó. Ambos retrocedieron.
—¡Cuatro iguales! —gritó Paworski.
Fueron al centro de la pedana otra vez. Con el rabillo del ojo vio que Massarino estaba a su lado, también observando.
—No lo vi entrar —susurró sorprendido.
El comisario le tocó el brazo en un gesto que indicaba silencio. Podían oír jadear a Odette y Paworski.
En garde(1) —murmuró el ingeniero. Cruzaron las armas con ferocidad. En un momento, Odette levantó el florete, ofreciendo el flanco. El arma de Paworski buscó el punto débil. Odette paró, contra-atacó y fue a fondo en el mismo salto.
Coupé(2)!
Paworski bajó su arma.
Touché (3)
Se quitaron las caretas y se dieron la mano sonriendo. Paworski saludó militarmente con galantería y se retiró por el lado opuesto del gimnasio. Mientras pasaba entre Massarino y él, desprendiéndose el borde de la chaquetilla, Odette murmuró en tono vengativo:
—Abalorios radiactivos.

(1) En guardia
(2) Golpeado
(3) Tocado

miércoles, 8 de octubre de 2008

La dama es policía - CAPITULO 13

PARÍS, LA DÉFENSE, MEDIADOS DE OCTUBRE DE 1996
—¡Dios santo! —la exclamación de Marguerite la sorprendió cuando estaba a punto de salir.
—¿Qué pasa?
—¡Asesinaron a Taddeo Fiore!
—¿Qué?— Odette se quedó con la boca abierta.
Marguerite le pasó el diario. Mierda, es cierto. El famoso diseñador italiano radicado en Los Ángeles había sido asesinado, al parecer, por un amante ocasional. La servidumbre lo había visto entrar en la casa la noche anterior con un mocoso que no tendría más de quince años, y Fiore había ordenado que se marcharan temprano. Al día siguiente, su ama de llaves lo encontró atado a la cama y apuñalado en varias partes del cuerpo. Los identikits del supuesto criminal no coincidían.
Taddeo Fiore. Nom de guerre (1)de Galeazzo Cagna. Con semejante epónimo nunca habría triunfado en el mundo de la moda. Había dado sus primeros pasos como diseñador de vestuario teatral y se había conocido con los Massarino —una manera de decir— cuando la Ópera-Garnier lo contrató. Brillante hasta la genialidad como profesional, en lo personal era un tipo encantador hasta que se lo conocía a fondo: un deshecho moral. Franco y Lola advirtieron enseguida la catadura del tipo y mantenían el menor contacto posible con él, lo cual no fue obstáculo para que Cagna se dedicara a rondar a Auguste. A los trece años, el hermano de Odette era tan virilmente hermoso como un adolescente renacentista y con una inocencia que sorprendía a los que lo trataban. Cagna había desplegado todos sus encantos para atraerlo y seducirlo.
Fue la primera y última vez que vieron a Franco golpear a un tipo. Quién hubiera imaginado que papá tenía tan buenos conocimientos de pugilato. Bueno, no por nada el viejo nació y se crió en Forcella. Cuando los separaron, Cagna tenía partido el labio y rotos el tabique nasal —que nunca pudo reparar del todo—, el orgullo y el contrato con la Ópera.
Se había radicado en los Estados Unidos, consciente de que en Europa el escándalo lo perseguiría durante bastante tiempo. Sus clientas lo adoraban, los maridos detestaban las cuentas astronómicas por sus creaciones y sus mannequins le temían, aunque esto último corría sotto voce(2). La policía nunca le había podido probar nada concreto, pero se sospechaba que el modisto del jet set estadounidense proveía de modelos afamados del sexo que se deseara, a cierta clientela selecta pero muy anónima. Nunca había tenido una denuncia. Ninguno de los hombres y mujeres que desfilaban para él se había atrevido a hacerla pero varios habían tenido problemas por drogas y dos mannequins habían muerto de sobredosis de heroína. Más los rumores de que todos los aspirantes masculinos a la pasarela o a figurar en el mundo de la moda tenían, como etapa obligada, su cama.
Bien, por fin justicia. Y no precisamente poética. Besó a Marguerite y salió.
Escándalo de sexo y drogas en el mundo de la moda en Milán



QUAI DES ORFÈVRES, EL MISMO DÍA
Apenas dejó el auricular en la horquilla, Auguste le pidió a Bardou que le consiguieran el "Los Angeles Post". La novedad ya la conocía —no se hablaba de otra cosa en los noticiarios—, pero quiso verificar el dato lo antes posible. En el obituario aparecían líneas que lamentaban la triste desaparición de Galeazzo Cagna, gran amigo de la familia Varza. Mientras subía al segundo piso, se cruzó con su hermana.
—¿Te enteraste? —preguntó, mostrándole el diario mientras hacía el gesto universal del teléfono con la otra mano. “Mamma”.
—Espero que le hayan cortado las pelotas —la expresión de Odette era feroz.
—De hecho...


La casa de Don Mario Varza Fuente: Italian Photo Gallery

CAPO CALAVÀ, MEDIADOS DE OCTUBRE DE 1996
Mariolino, assittati(3).
Estaban solos en el enorme estudio de su abuelo. "Sin Salvatore", había especificado el viejo. Una sensación extraña le aprisionó los intestinos. El viejo tenía delante un listado de nombres. Se miraron en silencio: los nombres que le habían arrancado a Cagna, literalmente hablando.
—Esto fue un poco escandaloso —comentó don Mario.
Asintió, molesto. A él tampoco le había gustado la forma en que se habían resuelto las cosas. Podrían haber obtenido los nombres con más sutileza y ensuciando menos las paredes. En la caja fuerte de Cagna se guardaban los archivos de "clientes”.
—Además —continuó su abuelo— arriesgaron al hijo de Matteo. No me gustó.
—Es lo menos preocupante de todo. Tenía el pelo teñido, lentes de contacto, limpiaron sus huellas de todos lados... No van a identificarlo.
—No justifiques a tu padre.
Bajó la cabeza mientras el viejo seguía hablando.
—Ese Cagna merecía cualquier cosa que le pasara. Pero nosotros no hacemos esas cosas — después de una pausa, el viejo soltó la bomba —.Salvatore ya no está a cargo.
Mariolino Varza sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Su abuelo siguió hablando.
—No sirve. La violencia, esta violencia, ya no sirve. Estoy tratando de limpiarles el camino a mis nietos y esto es una mancha muy grande.
—Abuelo...
—Estás al frente, Mario — era la primera vez que el viejo no usaba el diminutivo familiar —.Vas a estar al frente de todo. Quiero que me demuestres que no me equivoqué.
Le temblaron las piernas. Apretó los labios y enfrentó la mirada de su abuelo.
—No sólo vamos a ayudar a unos amigos. Vamos a limpiar escoria y a desembarazarnos del pasado de una vez por todas. Quiero que entiendas eso.
—Sí, abuelo.
Avanti, quinni(4). Mis hombres son tuyos.
Mientras se levantaba a besar al viejo, éste le preguntó por su mujer.
—Bien. Hermosa como siempre. En Roma — pero un ramalazo de pena le cruzó los ojos. A su abuelo no se le escaparía.
T'adda aviri maritatu 'na picciotta siciliana(5)
Después de un momento, le respondió en voz baja:
—La única siciliana con la que me hubiera casado no nació en la isla.
El viejo sonrió tristemente.
Sembri cche nun sunnu pe'noi(6)


Avda. del Libertador
fuente: Universidad Panamericana

BUENOS AIRES, MEDIADOS DE OCTUBRE DE 1996
—¡Mierda! ¡Se lo cargaron a Fiore!
—¡Andá! ¿A ver?
El Tigre le pasó el diario.
—La puta, che. Lo boletearon lindo.
—¿Boleta? Eso es una vendetta, hermano.
—¡Nooo! Con lo puto que era éste... Se la habrá dado algún filito despechado.
Mengele los miró a los dos.
—Filito, las pelotas. Un pendejo de quince años no te hace eso. Ahí hubo manos expertas.
—El Tigre tiene razón.Lo torturaron antes de matarlo
El Brigadier miró sorprendido un semanario sensacionalista que le alcanzó el Tigre, y que publicaba fotos del cadáver.
—Si vos lo decís... y la sabés lunga —murmuró el Brigadier. Mengele le hizo un gesto obsceno con la mano.
—También... con todas las hijoputeadas que hizo, alguna vez se la tenían que dar —al Tigre nunca le había gustado Fiore.
—Bien que cuando te volteaste a las pendejas que te llevó al hotel, no parabas de darte dique. "Fulanita coge así, Menganita me la chupó asá"...
—¿Y qué querés? Una vez que tengo la oportunidad de moverme a semejantes minas... Eso sí, más flacas que la mierda, y repasadas de merca.
—Y sin la merca, ¿cómo carajo te creés que le iban a dar bola a un negro como vos?
—¡Callate, pelotudo! Claro, el nene es rubiecito, bonito, el malcriado del “namberguán”, se le tiran a los pies.... ¡Al grone general ese de los Marines bien que se le tiraban encima!
—¡Qué vivo! ¡Era un grone con estrellas hasta en el pito! —se rieron a carcajadas.
—Muchas estrellas y poco seso —comentó Mengele—.Lo de Centroamérica salió como el culo.
—Eso porque se metieron los civiles de los servicios de ellos. ¿Ves lo que digo? ¿Cuánto llevamos con el operativo en Europa? Casi doce años. Un violín, hermano. ¿Quién dirige? Un milico. ¿Los mejores hombres? Milicos. Y tenemos a los civiles bien agarraditos de las bolas.
—Igual, lo de las monjas no me gusta. Y al número uno tampoco. Te lo dijo catorce mil veces y vos te emperraste igual.
Mengele siempre en la contra, carajo, pensó el Brigadier y casi se le torció la boca. Lo mismo se pavoneó.
—Es un toquecito. ¿No estuve sutil? Mejoramos el servicio y la clientela está fascinada.
—Fascinada no: caliente —al Tigre sí le gustaba lo de las monjitas. Había probado un par de veces y se había endulzado. El problema de no poder pisar suelo francés se había solucionado con el yate de unos amigos que compraban armas y de paso se prendían en las joditas.
Cuando las cosas están bien hechas, siempre funcionan. Pensándolo bien, hace mucho que no me anoto en ningún tiroteo. Podríamos hacer un crucerito y ya que estamos... Voy a llamarlo a Armand. Ese turro se está divirtiendo solo.


PARÍS, QUAI DES ORFÈVRES, FINES DE OCTUBRE DE 1996
—¿Qué te parece? —comentó Odette señalando la carpeta.
—Muy bueno. Me gustaría verificar un par de datos que tengo en mente y agregarlos—Auguste repasó los papeles que su hermana le acababa de entregar y comentó al pasar —¿Sabías que encarcelaron al general Constantini?
—¿Alessandro Constantini? ¿El de los Cascos Azules?
—El mismo. Le están lloviendo denuncias por violaciones a los derechos humanos en Etiopía y Somalía.
—¡Mi Dios! ¿Qué hizo esta vez?
—De todo menos robar gallinas. Palizas, violaciones a civiles, vejaciones y torturas a prisioneros, razzias, fusilamientos...
— ¡Qué horror! ¿Quiénes lo denunciaron?
—Algunos de sus propios hombres y los pobres somalíes, que consiguieron que un grupo de periodistas filmara con teleobjetivo una de las “diversiones” del general.
—¡Carajo! El paladín de la Patria es miembro del Ku-Klux-Klan...
—Ajá, y nos viene como anillo al dedo para la cobertura de Dubois.
Odette lo miró calculadora y sonrió a medias.
—¿Un ex-Casco Azul de Constantini?
—Un fanático de sus ideas contratado como asesor de seguridad de Su Alteza, el príncipe Tarik Al Faid— esperó callado mientras ella evaluaba la propuesta —.No será necesario alterar las cartas de presentación.
—Hmm... No, son lo suficientemente ambiguas... Una clase magistral de diplomacia... ¿Pero eso no sería fácil de verificar? Quiero decir, si investigan en los archivos de enrolamiento... Esta gente debe de tener buenos contactos...
—Yo también tengo buenos contactos... —respondió satisfecho.
—Y me los ocultaste. A tu propia sangre —Odette lo miró con los ojos entrecerrados, fingiendo enojo, pero una sonrisa le bailaba en los labios.
Él sonrió mientras pensaba cuánto hacía que no bromeaban juntos. A veces sentía miedo por ella, tan lejana, tan sola por su propia tenaz decisión. Le había asignado diferentes compañeros en casos anteriores, pero nunca había resultado del todo bien. Ella era demasiado sutil, iba demasiado delante de ellos. Algunos de sus compañeros habían tenido la pésima idea de tratar de llevársela a la cama. Era lo peor que se podía hacer con Odette: insinuársele o intentar abiertamente la seducción. El Cisne respondía con la ferocidad y la velocidad de una cobra. Cuando no terminó como el escándalo de Ayrault. Cerró los ojos como si pudiera evitar el recuerdo. Espero que con Dubois sea diferente. Él es diferente.
—¿Qué te parece? —le preguntó a su hermana en voz alta, siguiendo el hilo de sus pensamientos.
—Excelente... ¿Qué mejor recomendación?
—Gracias. Perdón, pero me refería a Dubois.
Ella lo miró con una expresión indefinible y a Auguste se le saltó un latido. ¿Acerté?
—Dubois... —Odette hizo una pausa —Me enteré de lo de su padre. El tipo es todo un caso.
—¿Todavía vive? Creí que...
—No lo ve desde hace quince años, por lo menos.
En pocas palabras le refirió los hechos que Marcel le había confesado un mes atrás.
—Una bomba de tiempo, ¿eh? ¿Cómo cuernos sabías de su familia y...?
—Leí su expediente.
—Odette, eso es...
—Tengo amigos en Archivos —vanidosa.
—¿Archivos? ¡Creí que se habían declarado la guerra!
—Siempre hay un traidor al que utilizar —retrucó ella, imitando la voz de Humphrey Bogart. Se rieron.— Me... gusta — refiriéndose al teniente —.Creo que tiene potencial. Me recuerda a alguien que conozco —sonrió traviesa.
—¿Sí?
—A un abogado metido a policía —
Tramposa. La miró levantando una ceja y ella se rió.
—¡Eh, eh, debería ser un elogio, al menos para Dubois!
Rieron otra vez. La observó pensando que ella no se daba cuenta. Había líneas diminutas alrededor de su boca y en el entrecejo. Líneas de preocupaciones presentes y de dolores pasados.
—Ya no somos más unos chicos —dijo Odette en voz baja, sobresaltándolo—. También te ganaste tus arruguitas. Y canas — hicieron silencio —Te quiero, Auguste. Te voglio bene assaje.(7)
Lee tan bien en mí... Se mordió el labio mientras la miraba.
—Sé que es difícil trabajar conmigo. A veces, ni yo misma me soporto. Te pido disculpas por ser un incordio.
Auguste se levantó del escritorio para abrazarla.
—Yo también te quiero, Cisne. Estoy asustado —no se había atrevido a confesárselo hasta ahora.
—El miedo es saludable. Te mantiene vivo — se abrazaron en silencio —.Estamos cerca, muy cerca. Quisiera... que esto terminara lo más pronto posible.
—¿Cuándo... cuándo te vas? —a Alsacia. No lo mencionó.
—En dos semanas, más o menos. Pensaba llegar allí unos días antes que... "ellos", y preparar un poco el terreno.
La besó en la frente mientras todavía estaban abrazados. Sully entró y se soltaron despacio, pero no antes de que la cabo pusiera cara de circunstancias. Dios, ahí va el noticiero de las ocho. Odette lo miró con la risa en los ojos, alzándose de hombros. La suboficial dejó una pila de papeles en el escritorio y salió con gesto ofendido.
—Soy un hombre casado —susurró al oído de su hermana.
—No te preocupes. Voy a hacer unas llamadas anónimas a Nadine para ponerla en guardia.
Mientras salía de su despacho le dijo:
—Voy a archivar. Un poco. No sea cosa que se malcríen.


—Ahí va, con esa sonrisita de gato que se acaba de comer el pescado —murmuró ácidamente Sully. Sus labios modularon un insulto que no pronunció en voz alta. Foulquie la reprendió con la mirada
—¡Qué más quiere! ¡Tiene al comisario de la nariz, y Dubois que no le despega los ojos del culo!
—Basta, Sully. Qué sabe...
—¡Estaban abrazados cuando entré! —miró a su alrededor buscando apoyo logístico.
—Te lo dije, viejo: la dama es propiedad privada —Bardou se unió a la turba con un gesto socarrón —-.Avísenle a Dubois.
—Me muero por darle las novedades —agregó Sully, acomodándose el pelo con la mano.
—¿Cuáles? —preguntó el teniente mientras entraba a la oficina general desde el pasillo. Foulquie la miró con aire amenazador. No me importa, pensó la cabo y apoyó una mano cómplice en el brazo de Dubois.
—Si me invita después a un café... — no me voy a perder la ocasión, dulzura.
—Sully —Foulquie, siempre tan oportuno, viejo de mierda —, lleve estos expedientes a Prontuarios. Ahora.
Mientras la cabo salía, Dubois interrogó con la mirada a los presentes. El sargento se sentó de espaldas a él, mientras Bardou señalaba con la cabeza hacia el cubículo de Marceau. La cara de Dubois era un monumento a la curiosidad.


(1)Seudónimo
(2)En voz baja
(3)Siéntate (dial. siciliano)
(4)Adelante, entonces (id.ant.)
(5)Debieras haberte casado con una muchacha siciliana (id.ant.)
(6)Parece que no son para nosotros (id.ant.)
(7)Te quiero mucho (dial.napolitano)