POLICIAL ARGENTINO: 24 jul 2008

jueves, 24 de julio de 2008

La dama es policía - Capítulo 3






LA DÉFENSE, ÚLTIMAS HORAS DE LA MADRUGADA
Marcel todavía no podía creer lo que estaba ocurriendo, mientras se desvestía sin prestar atención a lo que hacía. La habitación que Odette le había destinado estaba en el extremo de un corredor al que se abrían otras dos puertas. Abrió una de las puertas del armario: había ropa de hombre. Una bata de toalla color azul, ropa interior limpia y camisas y corbatas elegantes.
"Mañana, Marguerite te lava y te plancha la ropa. Desayunamos a las ocho y media”. Des-pués había dado media vuelta y desaparecido por el corredor. Resignado a no poder hacer preguntas, se desnudó y se metió en la cama doble a intentar dormir. El radiorreloj sobre una de las mesitas de noche marcaba las 03:15.
La estrategia de Odette era muy audaz, extremadamente arriesgada, pero ella sería quien más arriesgaría. No estaba seguro de que eso le gustara y se lo había manifestado. Odette le dedicó una de sus miradas de esfinge para luego recordarle educadamente que ella era la superior en la operación, y Marcel se tragó el resto de las opiniones. Estaba de acuerdo con lo que había que hacer aunque seguía creyendo que el peligro era demasiado grande.
El cansancio lo venció finalmente pero le trajo sueños agitados. Se despertó a últimas horas de la madrugada, bañado en transpiración y con una erección fantástica. En la duermevela no pudo contener el clímax violento. Estas cosas le pasan a los pendejos, pensó terriblemente turbado. Tal como ocurre cuando uno se despierta en medio de un sueño, recordó su pesadilla e identificó al objeto de sus deseos en ella. Alguna vez le habían explicado algo a ese respecto: los acontecimientos del día más los datos de la investigación se habían mezclado en una parafernalia digna de un cuadro del Bosco; la mente ordena, procesa y acomoda la información recibida durante el día. Bravo. ¿En qué parte de la información entran mi libido y mi superior?
Respiró profundamente para relajarse y se preguntó si habría hablado mientras dormía, recordando con pánico que el departamento estaba protegido por un circuito cerrado de vigilancia. No podía hacer nada al respecto así que dio media vuelta y trató de seguir durmiendo. Las imágenes de la ¿pesadilla?, lo persiguieron el resto de la noche y se levantó a las siete menos cuarto con el pretexto de darse una buena ducha.
Los golpecitos en la puerta fueron discretos pero persistentes. El radioreloj marcaba las 07:30. Manoteó la bata y saltó a abrir la puerta del baño para encontrarse con una mujer de unos cincuenta y pico de años, de rostro severo pero agradable, que sostenía su pantalón en la mano derecha.
—Buenos días, teniente. La señora dejó dicho que lo despertara. Si me permite su camisa y la ropa interior, prometo devolverle todo limpio para la hora del desayuno— Marguerite tendió la mano libre y él le entregó lo que le pedía sin protestar.
Cuando terminó de afeitarse, encontró una loción que le agradó y se perfumó con cuidado. Se sentía dispuesto a enfrentar el día, cuando lo evidente lo golpeó entre los ojos. ¿Afeitadora y perfume de hombre en casa de una mujer sola? Encendio la radio y abrió de par en par el armario y si sintió alguna culpa, se le olvidó mientras revisaba las camisas y pantalones de unos dos talles más pequeños que el suyo. ¿Y en el otro colgador...? Ropa de mujer. Muy elegante. Muy cara. Pieles. ¿Los cajones? Se sintió un ladrón. Ropa interior delicada. Pero... o yo no entiendo nada de mujeres, o éste no es su talle de corpiño. ¿Se habrá aumentado el busto y...? ¿Y la ropa de hombre, qué...?
Unos golpecitos a la puerta lo hicieron cerrar de golpe las puertas y le confirmaron la eficiencia de Marguerite: al abrir encontró la camisa, el boxer y el pantalón recién planchados en una percha que pendía del picaporte. Se vistió y corrió a mirarse al espejo para asegurarse de que no estaba rojo como un tomate.
Marguerite lo esperaba para guiarlo a un lugarcito encantador y luminoso en un ángulo de la cocina, toda acero y blanco. Odette lo esperaba sentada a la mesa, vestida tan informalmente como la noche anterior, y con el pelo todavía húmedo.
—Buenos días. ¿Dormiste bien? —sonrió —.Espero que no hayas extrañado tu almohada.
—¡En absoluto! —dijo devolviendo la sonrisa. No dormí mucho pero me siento bien, muy bien. Siga sonriendo, capitán y me sentiré magníficamente bien el resto del día.
Marguerite, con un especial sentido de la oportunidad, apareció con el servicio del desayuno: medialunas calientes, tostadas, confitura de duraznos, leche y el infaltable café.
—Mmm, mi favorita - Odette se comió una cucharadita de confitura ante la mirada reprobadora de Marguerite- Marguerite me malcría demasiado —Odette ladeó la cabeza.
—Está muy flaca —respondió la mujer, con cara de resignación.
—El concepto de delgadez de Marguerite es un poco renacentista. Si una no parece salida de un cuadro de Rubens, está flaca — rezongó divertida.
Marguerite se encogió de hombros e hizo una mueca de desagrado, pero el cariño entre ambas mujeres era evidente. Podrían haber sido madre e hija por cómo se trataban.
Disfrutaron del desayuno en silencio. Marcel encendía un Gauloise cuando recordó que no había visto fumar a Odette. Marguerite le alcanzó un cenicero.
—Perdón, ¿te molesta? —señaló el cigarrillo.
—No...
—Nunca te vi fumar...
—No fumo, pero no me molesta el humo — Odette sonrió mientras comía una tostada.
No deseaba que esos momentos suspendidos en el tiempo pasaran, pero había que trabajar.
—Odio interrumpir, pero...
—Vamos al salón. Marguerite tiene mucho que hacer aquí.
De día, el lugar se veía distinto. La luz entraba a pleno por el ventanal, dando un aspecto irreal al ambiente: como si los sofás flotaran sobre una nube tenue. El aire estaba ligeramente frío y perfumado. El cambio parecía haber afectado también a Odette. Sin maquillaje parecía más humana y accesible. Y también más joven. ¿Cuál será su edad? Por lo general a las mujeres no les gusta confesarla. Digamos, más de treinta. ¿Cuánto más? Se detuvo a pensar que traslucía una madurez que no era sólo cronológica, aun cuando el aspecto físico no la traicionara. Esos ojos de terciopelo habían visto demasiadas cosas desagradables. No era nada más la soledad lo que le daba a su mirada esa profundidad que te hacía desear ahogarte en ella. Desvió sus pensamientos hacia otra parte. Basta de boludeces, viejo. Es una superior antes que una mujer. La pesadilla le volvió en ese instante a la memoria y casi se sonrojó de vergüenza. ¿Los videos quedarían grabados, o se borrarían a las veinticuatro horas? En muchos sistemas de seguridad quedan almacenados hasta que se consultan, pensó con un escalofrío. Estaba seguro de que había un ordenador con muchísima más información en el ala privada de la casa, desde el que se controlaría la seguridad y que la laptop era un portafolios electrónico, y entonces... Sacudió la cabeza y juntó coraje para preguntar casualmente:
—¿El departamento tiene circuito de vigilancia, no?
—Y alarma. Cubre las dos puertas de entrada y los accesos desde ascensores y escaleras —Odette se encogió de hombros —¿Para qué más? El Hombre Mosca no delinque en París todavía.
Obvio; estamos en un piso trece. Contuvo un suspiro de alivio.
—¿Te molesta si escuchamos algo de música?
El negó con la cabeza y Odette conectó el audio e insertó un CD. La música dulcísima inundó el ambiente. Si algo hacía falta para que esa mañana fuera ideal, era eso. Se sintió profundamente conmovido, sin entender claramente por qué.
Después de los primeros acordes reconoció el aria.
—“Caro nome” —murmuró.
—"Rigoletto" —añadió Odette con la sombra de una sonrisa en los ojos.
Escuchó en silencio mientras fumaba, pensativo.
—Era... la favorita de mi madre —las sensaciones se le agolparon en la garganta.
—Tu madre era italiana — no era una pregunta.
—De Milán. Una familia bastante aristocrática... por lo que sé. Casi no los conozco — aspiró el humo en silencio durante unos momentos.
Dolía. Después de tanto tiempo, todavía dolía. La música lo envolvió en recuerdos. Miró a Odette sin pensar y los ojos de ella lo atraparon. Se volvieron cálidos y protectores, invitándolo a hablar. Sintió que podía confiar en ella, sin comprender del todo la razón.
—Ella y mi padre... Su matrimonio fue un desastre. Nunca pudieron superar las diferencias que los separaban... Mi padre... criticaba y sospechaba de cada salida, cada llamada telefónica, cada actitud de mi madre. Creo que odiaba hasta que se comunicara... con su familia, las pocas veces que ella lo hacía. Yo no me di cuenta de que eran infelices hasta que... —vaciló y continuó: —Creía que todas las familias vivían así. Cuando conocí a otras familias, de mis amigos, ... comprendí —le dolía la garganta de la angustia. Aspiró el humo en un intento por relajarse —Finalmente mi madre decidió abandonarlo y llevarme con ella. Él intentó detenernos... —la respiración se le hizo pesada —Yo nunca había hecho algo semejante... Levantar la mano contra mi padre... Jamás lo volvimos a ver.
—¿Qué edad tenías?
La pregunta le llegó desde una distancia infinita.
—Dieciséis años.
Apoyó los codos en las rodillas y sostuvo la frente entre sus manos. Curiosamente, sintió alivio. Miró otra vez a Odette. Los ojos de ella eran lagos serenos donde hundirse y olvidar. Se quedaron en silencio mientras la música inundaba la habitación. Cerró los ojos e inspiró profundamente al tiempo que los abría otra vez.
—Los ingleses tienen una frase muy graciosa para estas cosas —sonrió, incómodo.
—"Skeletons in the cupboard". Esqueletos en el armario. De veras gracioso. —Odette se levantó. Su rostro era una máscara de placidez que lo tranquilizó y entonces se atrevió a preguntar:
—¿Y tus... esqueletos?
La máscara cayó por un instante dejando traslucir un atisbo de dolor.
—En el cementerio. Voy a buscar café.


"Caro nome",de "Rigoletto" (Giuseppe Verdi)


Había pensado en usar la música para que Marcel se relajara y poder trabajar más cómodos, pero no esperó sensibilizarlo tanto como para llegar a esa reacción. Camino a la cocina recordó los nombres leídos en el expediente del teniente. Gracias, Jean-Pierre Dubois, grandísimo hijo de puta. Gracias por arruinar la vida de tu familia y regalarle una bomba de tiempo a la Brigada. Quién sabe cuándo estallará, y de qué forma. Los que estuvieran cerca no saldrían ilesos, y Marcel tampoco. Debería ocuparme de la evaluación psicológica de mis compañeros, además de la de mis criminales.
—Es agradable —comentó Marguerite desde el otro extremo de la cocina. Odette la interrogó con la mirada. Marguerite hizo un gesto con la cabeza apuntando hacia la puerta, con las cejas enarcadas y una sonrisita pícara.
Odette llenó el termo con café mientras contenía una sonrisa. Marguerite es incorregible.
—¿Qué hay para comer?
—Pescado. ¿Le gustará?
—Y a mí que me parta un rayo...
Marguerite la miró con reprobación mientras ella volvía al salón con el café.



"Duetto de las flores", de "Lakmé" (Leo Delibes)


El “Duetto de las flores”, de "Lakmé", flotaba en el aire.
—¿Qué es? — Marcel preguntó, maravillado.
—"Lakmé", de Leo Delibes. Una de mis óperas favoritas —Odette sonrió —.Tu autógrafo para el club de fans —dijo, tendiéndole un papel. La música estaba haciéndole algo indefinible, sensibilizándolo todavía más, aunque ahora dominaba sus emociones.
—¿Para qué? —preguntó mientras firmaba.
—Mmm... Bien, deberíamos elegir un nombre con tus mismas iniciales... —comentó ella después de unos momentos, luego de observar detenidamente su firma. Se había recostado contra el respaldo del sofá y la sombra de sonrisa en su boca, su leve gesto de asentimiento y el silencio lo intrigaron y no pudo dejar de preguntar incrédulo:
—¿Estudiaste grafología?
—Es parte del entrenamiento. Se pueden conocer muchas cosas de una persona a través de su escritura. Quiero escucharte hablar italiano — lo miró esperando que lo hiciera. Marcel dijo un par de frases, y ella cerró los ojos, entre divertida y espantada.
—Atroz. Un auténtico milanés - aprobó sacudiendo la cabeza.
—¿Cómo supiste? Que hablaba italiano, digo.
—Dubois, leí tu expediente —meneó la cabeza mirando al techo desesperanzada.
Era tan obvio que se sintió tonto. Odette asintió con una ceja levantada.
—Yo no tuve esa ventaja. Ver tu expediente, claro.
Ella lo miró con calma.
—Si todo esto termina bien, te voy a dejar leer hasta mi diario íntimo.
Por supuesto que me gustaría, capitán. Mantuvo la boca prudentemente cerrada.
—¿Y qué más se puede saber de mí con mi firma? —preguntó entre molesto y divertido.
—Que te será más fácil utilizar un nombre falso que contenga las mismas letras que el tuyo verdadero, por ejemplo. Que la Brigada no se equivocó al elegirte. —Se le saltó un latido al escucharla mientras ella clavaba sus ojos en los suyos. —Ya te lo dije: si no tuvieras “el fuego sagrado”... —Hizo una pausa significativa y volvió al tema del nombre falso. —¿Qué te parece... Maurizio De Biassi?
—¿Italiano? ¿Con mi atroz acento milanés? — agradeció el cambio de dirección de la conversación.
— ¡Es perfecto! Representar el papel de italiano residente en Francia será fácil: el acento no te va a traicionar... - los ojos oscuros lo miraron burlones -. El nombre tiene varias de las letras del tuyo; te permite firmar sin problemas. Hacen falta pasaporte, carné de conductor y tarjetas de crédito. Y, sí, también chequera —iba diciendo mientras tecleaba rápidamente—. Papelería personal... Ah, podrías dejarte la barba. Algo discreto; bien recortada.
—Entiendo. También sería conveniente cambiarme el corte de pelo. Algo más audaz — bromeó pero le salió mal porque ella saltó sobre la idea. Boludo, para qué habré abierto la boca, , se insultó.
—Excelente. Y también cambiar de color.
—¿Negro? — Cristo, voy a parecer un gigoló.
—No; sería muy evidente y no podrías ocultar el crecimiento. No, un color un poco más oscuro que el tuyo, algo más... italiano.
—¡Mierda! ¿Tengo que personificar a un mafioso?
—Como no sea del Clan de los Marselleses... No hay sicilianos rubios. Y no tienen nada que ver con este asunto — el tono de Odette se había vuelto gélido y Marcel supo que había metido la pata.
—No quise parecer tonto — se disculpó como un colegial y de inmediato le dio rabia. ¿Pero por qué carajo me preocupo por no parecer un boludo? ¿Y por qué mierda no dije "boludo"? Pero la expresión de ella había cambiado y él se olvidó del asunto.
—No hay problema. Gracias a Dios, las familias todavía conservan un estricto código de honor. Estamos seguros de que no están involucrados en esto — enchufó la laptop a una conexión telefónica que él no había visto, bajo la mesa.
—Estoy informando que en una semana vas a necesitar la documentación que requiere fotografías. Las tarjetas de crédito y chequeras estarán listas esta tarde. Deberías practicar la rúbrica.
—¿También vas a cambiarte el color del pelo?
— ¿Yo? ¿Para qué? Alguien de mi tamaño puede pasar inadvertida cuando se lo propone — bromeó.
Cierto que tiene la estatura de un adolescente o un chico, pero no creo que pase inadvertida. Me equivoqué al pensar en ella como en una muñeca de porcelana. Tiene la intensidad y la fuerza de una 'prima donna', por no hablar del carácter. Notó que ella lo observaba a su vez, con una sonrisa de Gioconda que lo hizo sentir incómodo.
—Odette...
Ella lo interrogó con la mirada, inclinando la cabeza.
—¿Lo del diario íntimo... es verdad?
—Dubois... — y el “Dubois” sonó a “qué idiota”.
—Era una pregunta —pidió disculpas con la mirada, y Odette sonrió a medias. Pero si existe ese diario, de veras quiero leerlo, capitán. Muero por eso.