POLICIAL ARGENTINO: 01/01/2010 - 02/01/2010

sábado, 2 de enero de 2010

La dama es policía - CAPITULO 37

HOSPITAL HÔTEL DIEU, PARÍS, CUATRO DÍAS DESPUÉS


—Así que decidió renunciar.
Odette se volvió sorprendida. Estaba terminando de vestirse, de pie al lado de la cama. Fraulein Hitler le había dicho —le había ordenado— que se sentara para hacerlo, pero ella se sentía bien, sin mareos. Me dieron tantas mierdas que no podía ni levantarme para ir sola al baño, carajo.
—Le hice una pregunta, Marceau —restalló otra vez Michelon.
La comisario estaba pálida, los ojos de acero clavados en ella con furia.
—Sí. Me voy a retirar.
Las manos le temblaban inocultablemente mientras se abrochaba los puños de la camisa. Encajó los dientes para frenar el nudo que se le estaba haciendo en la garganta.
—¿Puedo saber por qué?
—Motivos personales.
—Todavía soy su superior. Esa respuesta no es satisfactoria— MIchelon se acercó, tomó la silla y la empujó para que se sentase —.Quiero escuchar sus razones, que espero sean muy válidas.
—Yo... —le costaba pronunciar cada palabra—...me siento... No. Soy responsable... de la muerte de mucha gente. No protegí como debía a Marguerite, sabiendo que esta gente estaba detrás de nosotros... Si no hubiera regresado a la Brigada, Foulquie y los hombres que enviaron a la casa de... mi hermano, estarían vivos... No cumplí con parte esencial de mi deber como oficial. No puedo continuar. No tengo derecho.
—¿A qué no tiene derecho? ¿A seguir viva cuando ellos murieron, o a haber sobrevivido a Jean-Luc? ¿Ya consumó su venganza y desecha estos años como una cáscara vieja? ¿O no logró el objetivo propuesto de que le ahorraran el trabajo de pegarse un tiro?


Se quedó sin aliento: era la primera vez que oía gritar a Michelon.La otra la obligó a mirarla mientras le espetaba con voz helada:
—¿Se cree que no la observé todo este tiempo? ¿Se cree que no sé cómo pasó todos estos años arriesgándose, sin que le importara nada, como si buscara cruzarse en el camino de algún loco que le metiera una bala en el cuerpo de una vez por todas? ¿Por quién me toma? No es la primera vez que uno de mis oficiales tiene tendencias suicidas, ¡pero nunca fueron tan obvios!
—¿Qué dice...? —se puso de pie y se tambaleó, pero no volvió a sentarse.

—La verdad. La verdad con la que nunca se atrevió a enfrentarse. Todo este tiempo buscando vengarse como una cría caprichosa a la que le quitaron algo, sin mirar a quién le hacía daño con su obsesión. Sin preocuparse por la gente que la amaba. Porque los que tenían la desgracia de amarla y estar vivos sufrían, ¿lo sabía? No, porque usted se ocupaba nada más que de su propio dolor. Eligió su calvario exclusivo, pero arrastró a los demás con usted. Los vivos no importaban. “Bastante suerte tienen. No me interesan. Jean-Luc está muerto. Yo estoy muerta”. Se equivocó, Marceau: usted estuvo viva siempre. Tan viva que hubo gente que la amó y sufrió por callarse ese sentimiento. Pero es una mujer muy afortunada, porque todavía hay gente que la ama. Y usted es cruel como un chico, porque los rechaza. Odia a todo, a todos, se odia usted misma, no se puede perdonar y como no puede, decidió no perdonar a nadie. Nunca más.
Michelon hizo una pausa para recobrar el aliento y siguió fustigándola con saña.
—¿Sabe que el hombre que está ahí afuera mató por usted?
Odette boqueó: el corazón no le cabía en el pecho. Michelon no se detuvo.
—No importa que el tipo fuera la última escoria del universo. Usted es muy consciente de eso: un policía no puede disparar a matar salvo que corra verdadero riesgo su vida o la de otros. Usted misma respetó siempre esa ley. Podría haberle metido un tiro en la cabeza a Savatier, podría haber matado a Beaumont sin que nadie se lo hubiera reprochado; podría haber rematado a esa bestia de D’Ors. Pero es muy buena oficial. Nunca haría una cosa así. Sin embargo, Dubois le vació el cargador a un hombre desarmado. Por usted.
Las lágrimas le rodaron sin que se diera cuenta.
—¿Qué le pasa? ¿Baja la guardia nada más que cuando cree que ya no hay salida? ¿Puede admitir que es capaz de sentir algo por alguien sólo si se está muriendo o bajo los efectos de un sedante?
Odette se sentó otra vez, porque las piernas no la sostenían. Michelon no le tuvo piedad.
—¿Cuándo piensa madurar? ¿Dejar atrás de una vez todas las corazas y salir a enfrentar la vida como la adulta que se supone que es? Quizá yo también esté equivocada. Quizá nunca dejó de ser la mocosa de veinte años, enamorada de un sueño. Hermoso, pero un sueño —los ojos de Michelon se nublaron y su voz era casi un susurro—. Que terminó dolorosamente. Pero un sueño. Afuera de esta habitación la espera la realidad de todos los días. La calle, llena de hijos de puta y de gente normal, como en cualquier otra parte. Si piensa salir de este lugar— y no se refería al hospital—, crezca. Admita que también usted puede equivocarse. Que no es ni omnipotente ni responsable de todo lo que ocurre a su alrededor, sino en la medida de sus posibilidades, como mujer y como oficial de policía, que creo... No: estoy segura, es lo que mejor sabe hacer. Aprenda a dejarse amar otra vez, no ya por su familia, que la quiso incondicionalmente aun cuando usted no dejaba de castigarlos con su actitud, sino por los que la aman por lo que creen que es: una mujer. Demuéstrese que puede serlo por completo.
Odette abrió la boca para replicar, pero la otra, sujetándola por los hombros, no la dejó.
—Amó como una criatura, tomando lo que le ofrecían generosamente. No dudo de que haya amado mucho y con desesperación. Yo también tuve veinte años. Ahora aprenda a amar como una mujer, viendo las cosas como son en realidad y no como las quiere ver, y ofreciéndose tan generosamente como recibió. Acepte sus propias debilidades y las de los demás. Sólo los sueños son perfectos. La realidad es inmunda. Lo único que nos ayuda a sobrevivirla es poder dar algo de nosotros mismos cada día a los demás. Dar no significa morir por los demás; significa vivir para entregarse, equivocarse y aprender de los errores, aceptarse y aceptar a los demás tal como son, con lo que traen para ofrecernos.
Michelon estaba tan agotada como ella. La soltó y giró hacia la puerta, sin esperar que le respondiera.
—Madame...
Los ojos de Michelon ya no eran de hielo, sino un mar tormentoso por las emociones que los barrían.
—Por favor... perdóneme... Estuve tan equivocada... tanto tiempo.
Se abrazaron y lloraron juntas un rato muy largo.

PARIS, LA DÉFENSE, EL MISMO DÍA
—¿Cómo estás?
—Mareada...
Marcel sentó a Odette en la cama y comenzó a quitarle la ropa. Hubiera querido besarle cada marca, pero se contuvo y se limitó a darle un beso en la frente.
—¿Dónde hay un camisón?
—No tengo. No uso.
En otras circunstancias, le hubiera hecho el amor allí mismo. Ahora era mucho más fuerte su necesidad de protegerla y llenarla de ternura. La acostó como a un bebé y la arropó con el edredón.
—Quiero café.
—No empieces a dar órdenes— sonrió mientras la besaba.
—No es una orden. Por favor, quiero café.
¿Tenía los ojos llenos de lágrimas o a él le pareció?
Cuando Marcel volvió con las tazas, la fotografía ya no estaba sobre la mesita de noche. Tomaron el café sentados en la cama, ella envuelta en las sábanas, acurrucada bajo su brazo. Te amo. Por qué me sentiré tan estúpido, tan feliz, tan miserable, todo a la vez. Te amo.
—Voy a dormir en la habitación de huéspedes. No quiero dejarte sola.
Ella negó con la cabeza, levantó la cara y lo besó.
—Aquí, conmigo. Por favor.
La abrazó en silencio hasta que se quedó dormida.


PARIS,CASA DE LA COMISARIO MICHELON, ESA MISMA NOCHE

—Fuiste muy dura con ella, Claude.
Cuando Laure me llama por mi nombre de pila se viene una reprimenda.
—¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Dejarla ir y perder a una de mis mejores oficiales? ¿Verla destruirse otro poco cada día y lastimarlo a él por no admitir lo que le pasaba?
—También te preocupa él... Es lo suficientemente grande para resolver sus problemas solo.
—No seas así...
—Ella siempre te importó mucho. Tu enfant terrible favorita— Laure se volvió en la cama, dándole la espalda.
—Laure, Laure, en el nombre de Dios, ¿qué estás pensando? ¿No habrías hecho lo mismo en mi lugar?
Laure asintió a regañadientes y Michelon la abrazó cariñosamente.
—Yo no necesito que me digan a quién. Lo sé perfectamente: te amo.
—Nunca me lo dijiste... así —sus ojos verdes se volvieron brillantes.
—No quiero perder más tiempo, entonces. Te amo, te amo, te amo.
Se hicieron el amor hasta quedar exhaustas y se durmieron.


PARÍS, LA DÉFENSE, DOS SEMANAS MÁS TARDE

La puerta. Son las seis de la mañana. No puede ser... Sí, están tocando el timbre. ¿Marcel? No, para qué, si tiene el código de acceso. Además, la audiencia es a las diez. Se equivocaron de piso.
¡Otra vez! Ya voy, carajo. Terminó de ajustarse la bata frente a la puerta. La voz de Nazaire, el portero de la noche, le informó por el intercomunicador que había un envío para ella.
—Nazaire, ¿no pueden volver más tarde? —qué locura. ¿A esta hora?
—Es que... esperan su respuesta, señora.
Cuando abrió vio al azorado portero que sostenía un espléndido ramo de rosas de color borravino, magníficas, casi negras de tan oscuras. ¡Mis favoritas!. Más un ejemplar de Le Monde.
—Usted disculpe, señora, pero acaban de traerlas y están esperando su contestación.
—¿Quién? —yo estoy dormida y alguien me hace bromas pesadas... No. Demasiado caro como para ser una broma. Un presentimiento le estrujó el estómago.
—El... el señor de la limusina. Abajo
¿Dónde, si no? Se abstuvo de preguntar. Los porteros son insensibles al sarcasmo. Contó las rosas: veintitrés. Todo un caballero. Buscó la nota... porque debía haber una. Una tarjeta blanca, de papel elegantísimo, qué menos, sin identificación, escrita a mano con una caligrafía firme y decidida. Muy masculina. Alguien importante, por cómo dibuja las mayúsculas. Acostumbrado a dar órdenes y que no se le discuta. Leyó el texto, con la boca seca.

“Felicitaciones, señora comisario. Sabe ganar.Yo también.
¿Aprendió a perder, lo mismo que yo?”

—Señora —interrumpió el portero, que hacía esfuerzos inútiles por espiar la tarjeta—.El señor de la limusina dice... —la miró para ver si le prestaba atención—,dice que cuando llegue el teniente Dubois y le pregunte por las flores, le diga que las envió la Brigada para felicitarla por el ascenso.
Las rodillas se le aflojaron durante un latido de corazón.
—¿Quién es el teniente Dubois? —Nazaire estaba ávido de noticias.
—Un amigo.
—Señora... ¿va a enviar una respuesta?
¿Cuánta propina le dieron, Nazaire?
—Sí... Un momento.
Tomó una tarjeta personal y un sobre y escribió la respuesta que le reclamaban. Iba hacia la puerta cuando lo pensó mejor y, tomando una de las flores, la entregó junto con el sobre al portero.
—Por favor, Nazaire, entregue el sobre y la rosa al caballero que está esperando.

****

Cuando salía del baño oyó entrar a Marcel. Fue hasta la cocina a preparar el café, mientras la loción para después de afeitar le cosquilleaba en la nariz y le soltaba mariposas en el pecho.
—No quiero pasar otra noche lejos—Marcel le rodeó la cintura por la espalda y le besó el cuello
Yo tampoco —se volvió para besarlo y abrazarlo. Fuerte, muy fuerte. Él sonrió y le levantó la cara.
—Estás pálida...
—Acabo de bañarme y todavía no me maquillé.
—¿Y las rosas? Son bellísimas. El color es increíble... ¿Algún admirador del que tenga que encargarme? —hizo un cómico ademán de sacar de la cartuchera el arma que no llevaba.
—¿Por qué la violencia policial siempre en primer lugar? —decidió hacer caso del consejo—Las mandó la Brigada. Todo un gesto de cortesía — si se ocuparon de pasarme el libreto, imagino que habrán hecho lo propio con la PJ. El pensamiento le dio vértigo.
—Y ahora yo parezco un incivil por no enviarte nada.
Lo besó sin responderle. No preguntes más. Te amo, incivil.
Se sentaron en la cocina a desayunar y Marcel tomó el diario después de encender un Gauloise.
—No sabía que lo recibías.
—El portero debe de haberse equivocado. Cuando salgamos lo devolvemos.
—¡Mierda! —la miró azorado por encima de las hojas —¡Nohant se suicidó!- le leyó los titulares y copetes de las primeras páginas. - "A altas horas de la noche — Detesto ese léxico periodístico de mierda, pensó Odette mientras escuchaba, — Didier Nohant, ex Director General de la Policía Nacional, saltó desde las ventanas del último piso del Palais de Justice, cuando era trasladado para declarar por los cargos que se le habían efectuado. Al recientemente destituido funcionario se le habrían comprobado vinculaciones con organizaciones de lavado de dinero proveniente del narcotráfico". ¿Qué tal? La última rata se tiró del barco y se ahogó.
Odette bebía su café con leche en silencio cuando Marcel dejó las hojas sobre la mesa y se levantó.
—Demasiado café. Voy al baño.
—¿Por qué a mi baño? —protestó ella—.Está el de huéspedes. Tengo que maquillarme.
El la miró con esa expresión de macho de la especie que le hacía correr escalofríos de placer por la espalda, aunque ni pensara siquiera en admitirlo delante de él. Fanfarrón adorable.
—Estoy marcando el territorio.
Mientras lo oía silbar, buscó en el obituario hasta que encontró las líneas: “D. Nohant, amigo dilecto. Sus compañeros de tareas de la OCT lo recuerdan con afecto y elevan una plegaria en su memoria”. Llamó al diario a la sección correspondiente.
—¿Con cuánta anticipación se publican las necrológicas?
—Veinticuatro horas como mínimo, señora. ¿Desea publicar?
—No, está bien. Muchas gracias.
Veinticuatro horas.
—¿Con quién hablabas?— preguntó Marcel mientras se sentaba y se servía otro café.
—Con el servicio meteorológico.
—¿Qué dice?
—Que va a ser un día espléndido.
Levantó el auricular casi antes de que dejara de sonar el primer campanillazo, con la mano húmeda de transpiración fría. Marcel la miró sorprendido. Era Auguste.
—¿Te enteraste?
—¿Lo de Nohant? Sí...
—Increíble... Todavía le quedaba un ápice de vergüenza a ese inmoral....
—¿Quién es? —preguntó Marcel con cara de “quién mierda es”.
—Mi hermano, Otelo— y de nuevo por el teléfono: —Auguste, tengo que vestirme...
Le pasó el auricular a Marcel y los dos se quedaron charlando sobre la novedad.
Auguste no sólo no sabe nada: tampoco se lo imagina. Se tomaron el trabajo de averiguar qué diario recibe mi hermano en su casa. El estómago comenzó a dolerle. Se llevó el Le Monde a su dormitorio y, tras separar las necrológicas, rompió la hoja minuciosamente y arrojó los papelitos por la ventana.

PALAIS D'ELYSÉE, A MEDIODÍA
Cuando estaban a punto de entrar a la audiencia, una delegación salía del despacho. Extranjera, por lo que podía apreciarse. El hombre de alrededor de ochenta años que iba en el centro del grupo destacaba entre los otros más que por su estatura, por el aura de poder que emanaba.
A medida que ambos grupos se acercaban, Auguste siguió los ojos del hombre, que se clavaron entrecerrados en Odette. Después de un vistazo rápido y apreciativo a toda la gente de la Brigada, volvió su mirada otra vez a ella, que no le había despegado los ojos. Mientras se cruzaban, lo observó rozarse apenas la solapa izquierda con el pulgar, a la vez que inclinaba la cabeza con un esbozo de sonrisa en los labios. Ella le devolvió la sonrisa y levantó apenas el mentón, en absoluto silencio. Parecían medirse como en un lance de esgrima. Auguste no supo por qué sintió una mano helada sobre el corazón ante ese intercambio mudo. Los dos grupos habían aminorado el paso al cruzarse y nadie pronunció una palabra.
Sólo cuando se hubieron alejado lo suficiente se atrevió a tragar saliva, mientras el resto reanudaba la charla en voz baja. Oyó que detrás de él alguien comentaba lo infrecuente que era ver hoy en día a un hombre con una flor en la solapa.

****
En las escalinatas del Elysée, Michelon los abrazó efusivamente, uno a uno. La ceremonia había sido sencilla y privada. Sin prensa, había exigido la Brigada. De otro modo, los “especiales” dejarían de serlo.
Auguste miró a su hermana. Todavía estaba un poco pálida. Casi no había abierto la boca durante la audiencia y no había hablado desde que salieran de ella. Bajó los escalones de dos en dos para alcanzarlas a ella y a Michelon, que bajaban juntas.
—¿Estás bien, Cisne?
Odette le dedicó una sonrisa de Gioconda.
—Estoy en paz— murmuró.
La abrazó contra su pecho y le besó la frente.
—No más fantasmas —le dijo muy bajo. Odette asintió con la cabeza. Bajaron juntos unos escalones, mientras él esperaba que le pasara un poco más de aire por la garganta. De pronto, ella le dio un golpecito en la nariz con un dedo.
—Nonno Augusto tenía razón. Vas a ser un figurone de verdad. Hoy, un cargo en el Ministerio del Interior; mañana... ¡a conquistar el mundo! —le hizo un gesto graciosamente malévolo.
Michelon se reía sin mirarlos. Voy a echar mucho de menos a Madame. Debería tomar unas clases sobre cómo sacudir a Odette tal como hace ella.
—Usted no puede quejarse... comisario Marceau. ¿No estás contenta?
—Supongo que debería... Aunque me suena a que me ataron a la pata de un escritorio. ¿La condecoración incluye la cadena? —y se apresuró a bajar.
Así lo espero. De todo corazón, Cisne. Pero creo que conseguí una cadena mejor. Como no se encargue de tenerte bien sujeta, voy a pedirle a Michelon que lo degrade y lo transfiera a Archivos.
****
Marcel los observó mientras bajaban juntos unos escalones, el brazo derecho de Auguste rodeando los hombros de Odette. El parecido entre ambos hermanos se le hizo tan evidente que durante medio segundo tuvo una punzadita de culpabilidad. Cómo nadie se dio cuenta en tanto tiempo. Cómo yo no me di cuenta. Las mismas cejas pinceladas, los mismos rasgos delicados, tallados en él en mármol, en ella en porcelana. La chispa de comprensión en los ojos al cruzar las miradas. "Comparten algo muy íntimo, que no es el dormitorio". Claro que es íntimo. La misma sangre.Cuando pasaba a su lado, Michelon volvió a medias la cabeza y sonrió de una manera extraña, mitad comprensión, mitad complicidad. Ella lo sabía. Siempre lo supo. Le devolvió una sonrisa resignada y ambos miraron en la misma dirección.
—Tenga cuidado, capitán. Si se deja atrapar difícilmente pueda resistirse.
Marcel apretó el paso para alcanzar a Odette, que se alejaba del grupo.
—Me avisó tarde, Madame.

****
Oustry, que ahora bajaba a la par de Michelon, le tocó el codo con el entrecejo fruncido mientras le señalaba con la cabeza a Dubois y Marceau. Michelon sonrió levantando las cejas y el prefecto entendió y sonrió él también.Michelon se guardó un suspiro.Una carrera brillante. Jean-Luc estaría orgulloso de ella, igual que yo. Ahora podía pensar en él sin demasiado dolor. Pobre Dubois, la que le espera. Es muy del estilo de Massarino, un poco inocente. Buenos oficiales los dos. No hay nada que hacer: las mujeres somos más retorcidas. Quién sabe si volvemos a dejarlos dirigir la Brigada.



****


Marcel corrió detrás de Odette para tomarla por los hombros y cuando ella se sacudió el abrazo, la sujetó por la cintura. Esta vez no insistió en soltarse. Bruja caprichosa.
—¿Qué? ¿No puedo intimar con un superior?
—Dubois... —respondió ella, enarcando una ceja. Pero apoyó la cabeza en su brazo. Marcel aprovechó la ocasión y la besó. En público. En las puertas del Elysée y delante de la mitad de la PN. Uno a cero, viejo. Y al que se atreva a acercársele le rompo las costillas.Estrechó el abrazo y le dijo al oído:
—Ese viejo verde tardó una eternidad en colgarte la medallita, haciéndose el simpático.
—Ese viejo verde es tu Presidente.
—Me importa una mierda. También es el tuyo.
—Yo no lo voté.
¿Cuándo voy a ganar una discusión con esta mujer?

EPÍLOGO
PROVINCIA DE BUENOS AIRES, FINALES DE 1996


Me gusta. Inteligente. Atractiva. Una combinación casi fatal. No es exactamente de mi tipo, pero me gusta. Una pena que no admitamos mujeres en la Orden. Improvisan más rápido y mejor que nosotros. Parece que nos leyeran la mente. Muy peligroso. En poco tiempo las tendríamos ocupando lugares clave. Una verdadera pena, mi querida. Menos mal que usted es joven todavía, con mucha pasión en la sangre. Si tuviera veinte años más y la frialdad de la edad, tendría que haberla eliminado. Así de brillante, no hubiera parado hasta llegar a la tranquera de la estancia. Por suerte para usted, prefirió seguir viva para su teniente... perdón, su capitán. Y mantenerlos vivos a él y a su familia. Una decisión muy importante, señora comisario. Una elección inteligente. Aprende rápido. Seguramente supere al maestro algún día. No espero menos de usted.
—Señor...
—¿Qué pasa, José?
—¿No piensa hacer nada?
—¿Con qué?
—Con... ellos, señor. Ella, el hermano, el... otro...
—Nada. Son intocables.
—¡Pero...!
—Nos ahorraron el trabajo de limpieza, que era algo que me molestaba mucho. Por otro lado, tienen muy bien cubiertas las espaldas. Nunca nos metimos con esa gente, y no vamos a empezar ahora.
—A él lo identificaron, señor...
—Arreglé para que se encarguen el Ministerio de Relaciones Exteriores y el del Interior. No se preocupe más.
—¡Pero esos tanos hijos de puta liquidaron a nuestra gente!
— Epa, no se me vaya así de boca. Se cuidaron muy bien de eliminar a "nuestra" gente. Se ocuparon de contactos, nada más. Útiles, no se lo voy a negar, pero que habían entrado en ese jueguito perverso. Lacras morales. Capítulo cerrado —hizo un silencio que Ortiz no interrumpió —¿Usted oyó hablar alguna vez del “coste de oportunidad”? Esto es más o menos parecido. Empezamos en otra parte. Llame a Londres. Quiero saber qué novedades hay.
Se arrellanó en su bergère favorito y, antes de que Ortiz saliera, comentó a media voz:
—Tendría que haberla visto... Orgullosa, no me bajó los ojos ni una vez. Y sabía, ¿eh?, sabía que había perdido.Una dama. Me debe mucho. No se va a olvidar, se lo aseguro. Pero tampoco me voy a cobrar.Esta vez, salimos hechos...
—No entiendo, señor— Ortiz estaba moderadamente horrorizado— ¿Ella lo reconoció?
—Digamos que me dejé reconocer. Ella también puso su granito de arena, o más bien la rosa en el ojal. Soy un anticuado.
—¡Pero, por qué...!
—No pude evitar la tentación, viejo y todo como soy.Quería verla personalmente y que ella supiera que yo estaba ahí, antes que ella y que su gente; que siempre vamos a estar un paso adelante y un escalón más arriba, pero que reconozco a un gran oponente cuando me le enfrento.
Se puso melancólico sin saber por qué.
—Hubiera preferido no encontrarla nunca, no saber de ella, que no me importara. Siempre creí que las mujeres estaban para otras cosas: parir, acompañar, ser tu sombra complaciente y callada o una joya que se lleva colgada del brazo para que te envidien los obsecuentes... A ver quién lleva la hembra más linda y más estúpida. Los estúpidos somos nosotros, que creemos eso de ellas, José —rara vez lo llamaba por su nombre y vio que José se había emocionado—. Ahora me importa. Aprenda usted también, porque es una lección difícil de tragar.Debo de estar poniéndome viejo...
—Usted no es viejo, señor —murmuró el otro, desviando la mirada.
—Vaya a hacer esa llamada, José. Después vuelva, que tenemos que hablar de unas cuantas cosas.
Los ojos de Ortiz relampaguearon de expectación. Así me gusta; orgulloso del puesto que le toca ahora. A ver cómo se porta.
Mientras Ortiz salía del estudio, el viejo leyó la tarjeta por enésima vez. Caligrafía firme. Acostumbrada a tomar decisiones.

“Tuve un maestro magnífico. Aprendí una lección inolvidable”,

decía.
Lo que más le gustaba, sin embargo, era la postdata:

“Adoro las rosas negras. Gracias por tener en cuenta ese detalle”.

Guardó la rosa seca en el sobre junto con la tarjeta y las fotos y metió todo en un compartimiento de la caja fuerte, mientras sonreía. Toda una dama.


FIN