POLICIAL ARGENTINO: 23 ene 2011

domingo, 23 de enero de 2011

La mano derecha del diablo - CAPITULO 14

PARÍS, JUEVES POR LA NOCHE


Michelon se sentía moderadamente feliz: la cena transcurría tranquila. Tres mujeres. Tres amigas disfrutando de una comida y una copa de vino. Odette — ya no utilizaban los apellidos fuera de las situaciones de trabajo — era una de las escasísimas personas con las que se atrevía a compartir su relación con Laure. Y esa misma amistad la hacía sentir cada vez más incómoda respecto de la investigación Henri, Dubois y Meyer. Meyer podrá ser tan discreto como un ratón de biblioteca pero Odette es demasiado suspicaz para tragarse los cuentos de mamá Oca durante demasiado tiempo. En algún momento deberemos hablar.
Esa misma mañana, Laure había entrado a su despacho con cara de preocupación:
— ¿Es cierto que RG (1) y el SPHP(2) se pelean por llevarse a Dubois?
— Laure..— la reprendió—, estuviste espiando la correspondencia interna?
— No espío: es mi trabajo — se molestó Laure—. Recibo, ordeno y te transmito todo lo que llega, emails y memos incluídos.
— No habrás abierto la boca delante de Marceau: es información clasificada.
— Claude, el afecto no me empaña la visión. Ni siquiera con ella — replicó Laure, mordaz.
— Mil disculpas— le acarició la mejilla —. Había observadores durante los exámenes y parece que están muy... impresionados por nuestro Dubois.
— ¿Impresionados en qué sentido?
— Parece que sus capacidades son poco menos que espectaculares.
— Bueno, fue deportista antes de meterse en la PN y todavía entrena.
Movió la cabeza y apretó los labios pues no quería ser más específica. Patrice Lejeune de RG sí había sido muy específico al describir a Dubois.
"Un elemento excelente", había dicho el inspector general, con una sonrisa de complacencia que le estiraba la cara de sapo. "Su desempeño en los simulacros fue espectacular. Muy buenas tácticas. Tiene unos reflejos increíbles, con armas de fuego, blancas y en lucha cuerpo a cuerpo. Es perfecto para el SPHP o los RG. Un arma humana al servicio de la Policía."

Michelon volvió a prestar atención a la conversación que Laure y Odette mantenían en ese momento.
— Querida...— le tocó el brazo a Odette y Laure hizo silencio.— ¿Soy muy indiscreta si le pregunto qué es lo que le pasa?
Odette suspiró pesadamente y a Michelon le pareció que se tomaba unos segundos de más antes de responder:
—Esas mujeres...
— ¿Más novedades? — preguntó sombría.
La mirada de Odette se volvió severa y las líneas sutiles a los lados de su boca se acenturaron.
— ...que en nada afectan a la PDP — Odette replicó sobre sus palabras con un tonito sarcástico desagradable.
— No comprendo — insistió Michelon.
— No es nuestra jurisdicción— respondió Odette con voz neutra.
— ¿Y ahora qué pasa? — no pudo evitar el mal talante.
— Hasta ahora, pasan ocho mujeres asesinadas en distintas ciudades, todas distantes entre sí. Las muertes son similares, pero no se repitieron dos veces en ningún lugar. No hay periodicidad en las fechas. No hay un patrón geográfico, sólo un patrón de homicidio.
Michelon se acomodó en su silla lamentando que la cena hubiera perdido su espíritu. Odette continuó.
— Pensé que estaba loca, tratando de conectar muertes sin relación entre sí. Cada vez que armaba una hipótesis, aparecía algo que la desbarataba, pero ahora creo que hay un hilo conductor. Aunque sin elementos para comprobarlo estoy en un punto muerto — la comisario masculló con furia.
Oh, oh, Marceau está de regreso: no sé si alegrarme o preocuparme. Ya no era una reunión de amigas sino el encuentro entre una superior y su subalterna que le rendía un informe. Laure percibió el cambio y se encogió discreta en su silla.
— ¿Qué tenemos, un loco serial? — preguntó Michelon curvando la boca hacia abajo.
— Un loco con muchísimo dinero para gastar. Se mueve todo el tiempo. Encontré noticias de muertes de prostitutas en periódicos de regiones diferentes. No sabía por dónde empezar y armé un mapa: la dispersión es muy grande. Todavía no recibí respuestas de las morgues a las que pedí informes. Todos están demasiado ocupados para mandar un fax o un email. Tiene que haber algo más en la conducta del tipo, algo que permita armar un patrón más completo, pero necesito la información y pareciera que no quieren dármela o que no existe.
Odette bebió un sorbo de chablis y se entretuvo en saborearlo, pero la arruga leve del ceño decía que estaba ocupada en otra cosa.
— ¿Qué ocurrió con las notas que envió?
— No pasé de los tenientes. A nadie le importa que maten putas, sobre todo si son "extracomunitarias". Bien, tendré que emprender el próximo paso: si la montaña no va a Mahoma...
— ¿Cuando irá?
— Pensaba empezar la semana próxima. No sé cuánto me dejarán husmear en cada archivo pero tengo que intentarlo.
El rostro de porcelana se había transformado en una máscara impasible y helada. Definitivamente, “Marceau” tomó el lugar de Odette en la mesa y está disgustada consigo misma más de lo que yo creería, pensó Michelon. No dijo nada y desvió la conversación hacia temas menos ásperos, aunque el encanto de la reunión se había roto.
Se despidieron en el estacionamiento. Mientras Odette se iba, Laure susurró:
— ¿Por qué no le dijiste nada de lo que hablaron con Lejeune?
— No me pareció el momento adecuado. Además, quiero conversarlo antes con Dubois.
— Pero ella es su superior inmediata... — Laure reparó en su excusa. — ¿Por qué no es el momento adecuado?
Michelon cabeceó, molesta: lo que había querido indagar durante la cena se le había quedado atragantado.
— Laure, hay algo entre ellos que ...
— ¡Seguro! Duermen juntos — Laure la interrumpió jocosa.
— Ah, no seas boba — la despeinó mientras se sentaba al volante. — Quiero decir que me parece que tienen problemas.
— ¡Estás loca! Si alguna vez vi a un tipo enamorado como un idiota, es Dubois.
— No me refiero a eso. Hay algo más.
Laure se encogió de hombros.
— Me rindo: nadie te gana a suspicacias. Mierda, es tardísimo. ¿Quién me levanta mañana?
— Yo.
— ¿Medialunas y café?
— Medialunas y café.
Menos mal que cambiamos de tema, porque no tengo ganas de hacer públicas mis sospechas. Dubois también está extraño. Cada vez que está fuera de la ciudad, los llamados al despacho de Marceau se triplican. Lo sabía por el comentario del noticiero de las ocho, léase Bardou. Tendría que hablar con Dubois tan pronto como esté en París y no sólo por la oferta de Lejeune, que espero no acepte.

****

Odette condujo despacio mientras pensaba en la conversación con Claude y Laure. No se engañaba respecto de las intenciones de Madame al preguntarle qué le pasaba, ni tampoco respecto del hecho que había aceptado el cambio de tema sin insistir. Siempre mantenían ese sutil respeto mutuo en cuanto a las confidencias y lo agradecía. No me siento preparada todavía.
Su cuñada Nadine, en cambio, no tenía ese tipo de reservas y la había arrinconado abiertamente. El sábado anterior habían llevado a Antonin en una escapada a EuroDisney y se habían divertido casi más que su sobrino.
— Marcel debe estar buscándote por medio país — comentó Nadine cuando llegaron a su casa, pasada la una de la madrugada. El teléfono sonó y Nadine corrió a responder: era Marcel, un Marcel muy irritado. Con infinito tacto, Nadine se había ido a la cocina a preparar café mientras el resto de la familia dormía. La conversación telefónica no fue un éxito diplomático y después de colgar Odette se sentía espantosamente mal. Su cuñada no hizo mención de sus dientes apretados ni del hecho de que no pudo hablar durante unos minutos tratando de dominar las emociones, pero en cuanto sirvió el café, se lanzó de cabeza.
— Odette, las cosas no andan bien. Tu hermano vive en las nubes pero yo no.
Ella cabeceó un asentimiento por respuesta y se sirvió otro café. Nadine insistió.
— Marcel te persigue por teléfono, me pregunta si sé dónde estuviste; lo pesqué interrogando a los chicos sobre tus salidas con ellos ¿Qué pasa?
Odette enroscó las piernas en el banco de cocina y habló despacio.
— Empezó cuando comenzó con el curso para el ascenso. Cierto, pasamos mucho tiempo lejos, pero no puedo hacerle entender que eso no cambia nada entre nosotros.
— Está celoso... — sonrió Nadine — .Te cela porque te ama.
— No, Nadine: eso no es amor, es desconfianza. Lo hace sufrir y yo también sufro por no poder ayudarlo.
—¿Por qué desconfiar si te quiere?
— Ese es el nudo del problema: Marcel no puede confiar en nadie. No pudo hacerlo con sus padres y no puede hacerlo con nadie más.
— ¿Él te lo dijo?
Odette meneó la cabeza con pena.
—Marcel no dijo casi nada, aparte de que sus padres tuvieron una relación de mierda y que su madre abandonó al marido cuando Marcel tenía dieciséis años, llevándoselo con ella. Marcel tuvo que defenderla de su padre y no volvieron a verlo— se quedó callada y Nadine le tomó la mano y el gesto la reconfortó —. El resto lo averigüé por mi cuenta. Siempre me pregunté porqué su padre no fue detrás de ellos cuando se fueron. No es lo habitual cuando hay violencia familiar: el agresor no deja ir a sus víctimas. Las busca, ruega o amenaza para que regresen, mantiene la buena conducta un tiempo hasta que vuelve a la agresión. ¿Por qué los dejó ir...?
— ¿Los golpeaba? ¡Qué horrible!
— Marcel nunca dijo que su padre los golpeara, a él o a su madre. Nada más habló de peleas verbales entre sus padres. Pero imagino que debe haber existido al menos un hecho de agresión física que resultó traumático. Lo que sí es seguro es que Marcel le guarda mucho rencor.
— ¿Y la madre?
— Murió cuando él tenía veinte años. Y antes que preguntes, tampoco habla de ella.
— Hummm, quizás no haya sido la madre modelo que a los hombres les gusta pintar.
— Quizás, quizás... Tengo un cajón lleno de “quizás”.
— Y seguramente tengas otro cajón lleno de hipótesis, si es que conozco a los Massarino.
— Ajá. Quién sabe, su padre haya vivido situaciones parecidas en su propia familia, es bastante común. Por otro lado, la madre se apoyó en Marcel a una edad en la que él todavía necesitaba de todo el soporte familiar posible. Un cuadro desolador para un adolescente con problemas: no hay a quién recurrir salvo él mismo.
— ¿Y no hay familiares?
— Jean-Pierre Dubois es huérfano desde los dieciséis. La familia Contardi Bozzi jamás se interesó por su hija y su nieto. Por lo que sé, gente de la aristocracia milanesa. Marcel nunca los conoció.
—Ugh, unos cogotudos. No creo que les gusten los flics. (3)
— Ni los cognes, (4) eso es seguro. Jean-Pierre Dubois es coronel de la Gendarmería.
— ¿Marcel nunca averiguó nada sobre su padre?— se interesó su cuñada.
— No que yo sepa. Yo sí me ocupé — sonrió, encogiendo un hombro —. Mi tendencia natural a meterme donde no me llaman — se rieron en voz baja —.  Tiene una foja de servicios impecable. Nunca volvió a formar pareja. Y algo más: Marcel informó que sus padres se habían divorciado pero nunca lo hicieron. El padre se plegó a la pequeña mentira del hijo cuando ingresó a la PN — suspiró — .Si el coronel Dubois no reaparece en escena, difícilmente conozcamos la otra versión de la historia. Pero no es lo que más me preocupa en estos momentos.
Nadine se la quedó mirando un rato largo sin hablar. Después la abrazó.
— Él te ama, jamás dudé de eso. Tienen que hablar
— Nadine, a veces me parece que ni siquiera sabe lo que le pasa.

****

Llegó a casa cansada, pero el olor del tabaco negro y el perfume en el palier del piso le hicieron volar mariposas en el pecho. Lo encontró despatarrado en un sofá, fumando, los pies debidamente calzados y debidamente apoyados al descuido encima del tapizado. Malcriado. Se le arrojó al cuello para besarlo pero Marcel no le devolvió el gesto.
— ¿No me esperabas hoy?— la reprendió.
El corazón le saltó un latido al oirle la voz helada.
— Es jueves, no te esperaba hasta mañana — Odette se disculpó como una cría sorprendida en falta.
Él le devolvió los besos y la abrazó pero se sentía diferente.
— Te llamé por la tarde antes de viajar, para avisarte. ¿Nadie te pasó el mensaje?
— Salí un rato de la oficina. Nada importante — se encogió de hombros al tiempo que se le encogía el estómago por la mentira: me fui a perseguir investigadores privados.
— ¿Y ahora, a la noche? Tenías el teléfono apagado.
— Cenamos con Michelon y Laure.
— Uf, cena de mujeres. Deben haber desollado a la mitad de la Prefectura de París.
— Más o menos. ¿Cómo te fue?
— Bien. Nada nuevo. Tus ocupaciones deben ser más divertidas que las mías — le dio la espalda para apagar el Gauloise y ladró—. Tengo hambre.
Bueno, bueno, el Cro-Magnon tiene hambre. Lo besó y corrió a la cocina. Marcel devoró el primer plato de pasta sin decir mu, los ojos fijos en el noticiero de TV5. Hum, está famélico. Le sirvió el segundo plato y luego una pera al vino que acampaba solitaria en el estante de frío controlado. Le hizo un rato de compañía frente a la tele que él miraba hosco.
— Me voy a dormir — suspiró y le besó el cuello. El "Ya voy" lo escuchó desde el baño.
Se metió en la cama con un sabor amargo en la boca. ¿Qué es lo que está tan mal? Se revolvía inquieta cuando él entró sin encender la luz y se desnudó a oscuras, tirando la ropa por cualquier parte. El Cro-Magnon lo está haciendo adrede, pensó con moderada irritación. Estaba a punto de encender la luz y parlamentar cuando sintió que el cobertor volaba hasta los pies de la cama.
El juego que siguió transcurrió en un silencio duro. Tuvo la convicción de que si intentaba dejar el sexo para después, él estallaría. Esto se está repitiendo demasiado a menudo: sexo a secas. Divertido, sí, pero los excesos nunca son buenos. Somos algo más que animales sexuales, intentó razonar pero su sensualidad se desbocó y la traicionó, entregándola abierta y complaciente al macho que la copulaba rabioso. La cabalgaba como un conquistador que arrasara el territorio sojuzgado, tomando posesión de todas sus intimidades y orificios. La recorría en un juego interminable que ambos conocían de memoria y jugaban como si cada vez fuese la primera. La dominaba absolutamente y ella cedía, hundida en un abismo de sexo sin ternura. No la besaba: la mordía para marcarla y cada mordisco le provocaba escalofríos. No puedo abandonarme así, pero el raciocinio se le escurría junto con sus humedades por entre las piernas.
Perdió la noción de su propia voluntad y era un juguete erótico en manos de un obseso. “Zorra, dámelo todo, me pertenece”, masculló él mientras le hundía los dedos húmedos y la verga exigente. Apretó los ojos y abrió la boca para aspirar más profundo y amplificar los espasmos que preludiaban el orgasmo.
La violencia del hombre que arremetía dentro de ella creció y con ella, su propio oscuro placer. Por Dios, no pares, no me dejes, no seas tierno ni dulce. Así, como un animal embravecido. Sintió que su cuerpo no podría resistir tanta voluptuosidad y gritó pero él le ahogó los gritos con más mordiscos.
Dos que son uno que hacen uno y son tres, hermafrodita bifronte, monstruo que se sodomiza a sí mismo, macho y hembra en el origen de la especie, creced y multiplicaos, génesis, instinto y supervivencia, hágase la luz y la luz sale de tu verga y llena mi vientre que da a luz.
Ella irradiaba sexo en éxtasis y él continuaba, despiadado e interminable, cumpliendo con su autoimpuesta tarea de demolición.
 Floto. Fluyo a tu ritmo, me entrego hasta el final, me extingo y muero en la entrega. Soy el mar que te acuna y te devora. Soy una cosa, tu cosa tuya, tu continente, tu arcilla. No soy. Soy la nada.
Cuando él la alcanzó en su nirvana privado rugiendo su descontrol, ella se acopló a su ritmo hasta el nuevo clímax. Alguna parte de su cuerpo percibió las palabras estremecedoras que él gritaba. Creyó que perdía la conciencia. En el silencio vacío del después, trató de recordar las palabras pero no pudo.
Tuvo un escalofrío: él se movía trabajosamente, agotado por el esfuerzo de someterla por completo a su virilidad. Le dolía todo el cuerpo de haber soportado el peso y el ímpetu del hombre desplomado sobre su espalda. Jugaban un juego enloquecedor y peligroso de sexo y pasión; cópula frenética e instintos primarios. ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto dura una pareja nada más que a fuerza de coitos?
Al regresar a la cama se pegó a él: el cuerpo masculino estaba laxo y transpirado y el corazón todavía le galopaba en el pecho. Ni siquiera tenía fuerzas para abrazarla y ella lo hizo por él. Lo obligó a abrir la boca y se la exploró con dulzura hasta que logró la respuesta que había buscado desde que él se metiera a la cama. Lo besó para impregnarse de su sabor y se dejó caer a su lado.
—Te amo, loco— murmuró y se quedó dormida, mientras se prometía una conversación seria para el día siguiente.

****

Estaba desparramado en casi la totalidad de la cama, escuchando la respiración suave y rítmica de ella, que dormía acurrucada en el mínimo espacio que su propio cuerpo no ocupaba.
Tenerla así cerca, tan entregada, lo volvía loco y le encendía la sangre. Sus besos todavía le escocían en los labios y en la lengua, y los había saboreado con glotonería. Las reglas de cortesía de la cama decían que debiera haber respondido a su “te amo” con las palabras adecuadas: “yo también más mucho más te amo estuvo hermoso”. Él, en cambio, se había limitado a gruñir su satisfacción.
Te poseo porque te amo, te amo porque te poseo, ambas cosas están indisolublemente unidas, no puedo pensar en amarte sin cogerte, pero esas palabras jamás tomarían forma en su boca simplemente porque eran un todo con él y nadie anda por ahí definiendo su filosofía de vida con cada paso. Te amo y basta. Ya deberías saberlo. Ella tenía que saberlo; se lo decía la forma tan frágil, tan sexual, en que se abandonaba a su locura. Tenía que amarlo tanto como lo deseaba. Debía ser así. Y sin embargo no podía olvidar la tarde aciaga: el tipo, el teléfono, las salidas imprevisibles, la llegada tarde. Sintió que el pecho se le agarrotaba. Si me estás mintiendo, te mato, pensó sin querer y las lágrimas le rodaron por la cara hasta las sábanas revueltas.

(1) Reinseignements Généraux - Servicio de Información (PN)
(2) Service de Protection de Hautes Personnalités - Servicio de Protección de Altas Personalidades (PN)
(3) cana
(4) gendarme