POLICIAL ARGENTINO: 07/01/2010 - 08/01/2010

miércoles, 7 de julio de 2010

La mano derecha del diablo - CAPITULO 7

PARÍS, XII° ARRONDISSEMENT. SEGUNDA SEMANA DE MAYO

— Ahí llamó tu cliente favorito otra vez.
— ¡No me jodas! El tipo es un enfermo...
— Para eso paga...
— ¡Me importa una mierda la plata! ¡Puede metérsela en el culo! ¡Que se busque a otra!
El Nene Rimbaud se acercó amenazador y sacudió violentamente a la mujer por el brazo.
— ¿Desde cuándo te da por elegir los clientes?
La Turca lo enfrentó con ojos llameantes.
— Para que me caguen a palos me alcanza un solo alcahuete. ¡Si no, que pague el doble!
— Nunca me dijiste que te golpeaba... — le sujetó el otro brazo.
— ¡Nunca me escuchaste! ¡El tipo es un animal! Jugar al SM está bien, pero se pasa de la raya: ¡quiere el reality show! Eso no es chiste, Nene. Disfrazarme está bien, darle el culo, chupársela... ¡pero que me muela a palos no me gusta una mierda!
El Nene se la quedó mirando en silencio, con la cara torcida de disgusto. Carajo, el comi se nos está pasando mucho de la raya. Ya no lo aguantan ni las putas. Ella siguió.
— Nene, viene armado. La última vez me puso el fierro en la boca y lo amartilló. ¡Qué se yo si estaba cargado! Tengo miedo. Está demasiado pasado, no sé... — lo abrazó y lo besó con la boca abierta — Por favor, no me mandes con él de nuevo. Hago lo que quieras pero con él, no. Por favor...
La Turca está asustada de verdad. Le devolvió el beso metiéndole la mano por debajo de la ropa. Ella se le colgó del cuello.
— Y quién va...— masculló resignado.
— La nueva...
— ¡No quiere rubias ni pelirrojas, ni negras, ni una mierda! — continuó sin hacer caso de la mujer.
— ¡Ya sé! Te digo la albanesa... Todavía no se tiñó.
Una buena noticia: le había dicho que se cambiara de color y la putita no le había hecho caso. Menos mal. Evaluó la propuesta. La albanesa no da tan bien el tipo pero peor es nada. Bajita, ojos grandes y oscuros...
— Es demasiado nuevita... — dijo en voz alta.
— Mejor: en una de esas le tiene piedad...
— Bueno, que vaya ella. Dale las instrucciones y la ropa.
— Gracias, Nene... — la Turca se le apretó otra vez contra el cuerpo y él la apartó.
— No te hagas la cariñosa.
— La puta que te parió.
— Afuera— la empujó agarrándola del culo — No quiero que la mocosa haga cagadas con él. Mejor que le enseñes lo que tiene que hacer.
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El cadáver apareció tirado en una esquina del XIIº. Otra puta asesinada y van... Pobrecita, parece que le dieron la paliza de su vida antes del tiro de gracia...
— ¿Qué hace ahí? ¡Salga del cerco, idiota!
Meyer se dio vuelta despacio con las manos en los bolsillos y un Gauloise entre los dientes, para enfrentar al suicida en potencia que lo había llamado "idiota". Sacó la mano y la placa y masculló su identificación sin sacarse el cigarrillo de la boca.
— Ah, la Crim. Capitán Martínez, del XIIº. Hoy llegaron rápido, ¿eh? — el otro se presentó sin disculparse. Si le digo que pasaba con el auto y bajé a mirar, me saca a patadas en el culo.
— Le dieron una linda paliza. Es nueva—Martínez señaló con un cabezazo hacia el cuerpo.
Meyer frunció el ceño interrogativamente.
— No es de la zona, nunca la vimos por aquí antes— Martínez se encogió de hombros.
—¿ Las conocen a todas? — Jumbo preguntó con sorna.
— Sin padrinos no pueden trabajar— Martínez levantó las cejas en un gesto esclarecedor.
Padrinos canas. Qué novedad. Le dieron ganas de zamparle un tortazo a Martínez del XII°
— Era bastante joven...
— Si, dieciocho, diecinueve años. No la mataron acá — Martínez aclaró un poco tarde.
Obvio. Nadie circula por ahí así vestida, aunque sea una mujer de la calle.
— ¿Hay sangre? — le preguntó al auxiliar del forense, que recogía muestras.
— No. Llevaba un par de horas muerta cuando dejaron aquí el cuerpo.
— ¿Huellas de zapatos, algo?
Jumbo se arrepintió de la pregunta casi al instante de haberla hecho: alrededor de la marca del cuerpo había huellas de toda clase: la mitad de la PN había dejado su impronta. Carajo, cuándo aprenderán...
Oyó el ruido del cierre de la bolsa de plástico y cuando se volvió, ya estaban metiendo el cuerpo en la ambulancia.

PARÍS, AL DÍA SIGUIENTE
Odette salió del centro médico con la amarga convicción de que conocía de sobra el motivo de sus cuitas. Sus estudios ginecológicos eran asquerosamente normales. Debería dar gracias a Dios por estar sana y por el perdón de todos mis pecados. La médica había sugerido que Marcel también se hiciera estudios, al menos para tranquilizarse ambos. Luego, había sonreído comprensiva. ”La ansiedad a veces juega en contra en estos casos. Tómense vacaciones y verán los resultados antes de lo que esperan”. Marcel ni siquiera está enterado de esta consulta.
Te lo dijimos y no nos hiciste caso, canturrearon en la parte trasera de su cabeza.
 ¡Váyanse a la mierda y déjenme en paz!
No somos nosotros los que no te dejamos en paz, señora "puedo-hacerlo-sola". Fuiste a hacer esa consulta sabiendo cuál sería el diagnóstico.
¡No es cierto, podría haber habido algo!
Claro que hay algo: telarañas en ese rincón de tu cabeza que te maneja las hormonas. Telarañas, oscuridad y un pretendido manto de olvido. Mal hecho. Te está pasando la cuenta. Hasta que no lo destierres de tu vida defintivamente te va a seguir jodiendo. Te violó, preciosa, pero sobreviviste. Estás entera, sana, viva; hay un hombre que te ama: no merece que le hagas esto. Si no quieren tener hijos, no hay problemas, pero no es tu caso... ni el de él.
No estoy tan segura.
¡Sï, sí lo estás! No te pongas excusas. Una mujer se completa con un hijo, es su propia vida. Un hombre se prolonga en un hijo: es su futuro, su legado a la posteridad. Para una mujer es carne de su carne. Para un hombre, es reflejo de su espíritu. No se lo niegues.
Se sentó al volante distraída por sus pensamientos amargos y enfiló hacia el Quai en medio del tránsito bovino del lunes por la mañana.
                                                                       ****

— Es una buena oportunidad para optimizar su cobertura— Michelon apoyó la taza con cuidado.
Meyer se inclinó hacia adelante, sentado en el borde de un sillón algo escaso para contener su humanidad, y separó las manos con las palmas hacia arriba.
— Madame, yo... — para qué carajo habré metido el morro...Nunca aprendo
— Pienso asignar el caso a Marceau; usted nada más la secunda con “apoyo logístico”-
Meyer frunció la trompa, no demasiado convencido y Madame continuó.
— ¿Qué es lo que puede interferir con su otra asignación? Podrá justificar sus idas y venidas con mejores fundamentos y nos permitirá a Dubois, a usted y a mí mantener a Marceau estrictamente al margen del operativo más importante. Ya sabe, Meyer: lo hacemos para proteger a la comisario.
Jumbo meneó la cabeza y asintió. Después de todo, es lo que Dubois me pidió: que la cuide y la vigile.¿Qué mejor forma de hacerlo que trabajando con ella?
— De acuerdo, Madame.
                                                                           

                                                                         ****
Los titulares de los diarios se revolcaban en la noticia. Las fotos publicadas eran obscenas de tanto horror que exhibían. Dios, pobre chica.
— Por favor, dejen de regodearse con esas fotografías.
— Perdone, señora — Bardou dobló apresurado el semanario sensacionalista y lo metió en el cajón de su escritorio. Los demás se desparramaron por la oficina. Sully estaba pálida de asco.
Luego de dejar su bolso y el impermeable en el perchero — carajo, llueve más en París que en Londres —, Odette tomó un alfiler de color y lo clavó en el mapa en la esquina de la calle Vincennes, calle de prostitutas baratas, donde había aparecido el cuerpo. Cuando el interno sonó a sus espaldas ya sabía lo que escucharía. Suspiró mientras descolgaba el impermeable al tiempo que levantaba el auricular.
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Odette marcó el número del forense mientras se subía al auto.
— ¿Dr. Bedacarratx? Estoy en camino.
— La espero, comisario.
El forense le pidió que esperara a que le diera una ojeada al cuerpo que acababa de llegar.
— Unos quince minutos...
Los quince minutos se hicieron más de una hora y media hasta que Bedacarratx se reunió con ella en su cubículo, en un extremo de la sala de autopsias. Aún cerrado hermeticamente y con aire acondicionado, el olor de los antisépticos mezclado con el leve tufo a carne en inevitable descomposición, enrarecía siempre el lugar. Sobre una de las mesas, uno de los forenses auxiliares hojeaba el diario, merendando sobre lo que quedaba de un NN, un vagabundo encontrado bajo uno de los puentes. La muerte no sólo iguala, también te inmuniza contra sí misma. Apuró el paso. Todavía no soy tan inmune.
El forense cerró la puerta y la invitó con un café y Celtiques.
— No fumo. ¿Ya se olvidó?
— Hace bien. Si tuviera que ver lo que yo veo... La chica, vino por la chica, ¿cierto? — el forense cambió abruptamente de tema —. La mataron a golpes. El disparo fue post-mortem. Estuve tomando algunas fotos para analizar mejor el patrón de los golpes; se las pasaré con el informe cuando tenga algo definitivo pero no tengo dudas respecto de la causa de muerte — Bedacarratx encendió otro Celtique —. Era menuda, no más de uno con cincuenta y cinco, y unos cincuenta y dos kilos. Quien lo haya hecho conoce el método porque podría haberla matado con un solo revés. Tiene fracturada la mandíbula y tres costillas, el pulmón derecho perforado por una de ellas y varios hematomas en la región abdominal. Una auténtica salvajada. Comisario, ¿se siente bien?
— No, debe ser el humo — respondió aguantando el asco —. Bueno, Baptiste, envíeme el reporte en cuanto pueda.
— Hace unos dos meses llegó otro cuerpo con una paliza así — agregó el forense mientras ella se levantaba.
Odette levantó las cejas y Bedacarratx explicó.
— Una NN, en el Bois de Vincennes. El cuerpo estaba muy descompuesto como para apreciar golpes superficiales a simple vista, pero también tenía fracturas en las costillas y contusiones en el cráneo y maxilares... A ver... — se levantó a rebuscar en el archivo y sacó una carpeta. — Es éste. Vea las fotos. — le mostró una serie de tomas del Museo del Terror—. El cuerpo fue encontrado por un perro. Blanca, alrededor de veinticinco años, cabello oscuro, un metro con sesenta y tres.
En el nombre de Dios, qué espanto. Contuvo las nauseas: vomitar sobre el expediente hubiera sido una demostración de pésimos modales.
— ¿Por casualidad sabe quién se hizo cargo? — preguntó después de una prolongada inspiración.
El forense revolvió entre los expedientes y le dio el dato, ofreciéndole la carpeta. Ni loca pienso volver a mirar eso. Se estrecharon la mano y casi corrió hasta la entrada de la morgue. El aire viciado de smog le pareció maravilloso.
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Lejeune se sentó ante la pantalla después de ordenar que no le pasaran llamados. De su notebook extrajo un CD e introdujo el que llevaba encima. El mapa con las señalizaciones se desplegó y agregó otro alfilercito electrónico. Vamos de mal en peor. Al número uno y al número dos no va a gustarles si se enteran. Tendríamos que ver cómo solucionar esto.