POLICIAL ARGENTINO: 16 sept 2008

martes, 16 de septiembre de 2008

La dama es policía - Capítulo 12


Crio. Auguste Massarino
PARÍS, PRINCIPIOS DE OCTUBRE DE 1996
—Que hiciste qué? —Auguste mordió las palabras, más que pronunciarlas en voz baja, mientras golpeaba el escritorio y se ponía de pie, empujando el sillón hacia atrás. El hecho de que no gritase era señal inconfundible de furia asesina.
Ella lo miró impasible, sin abandonar su asiento, mientras Auguste rodeaba el escritorio en dos zancadas, para sacudirla por los hombros.
—¿Te volviste loca? ¡Por Dios! ¿Cómo carajo se te ocurrió?
Odette trató de mantener la calma mientras explicaba como si su hermano fuera deficiente mental.
—¿De dónde íbamos a conseguir las preciosas cartas para Dubois? ¿De la embajada? ¿O pensabas presentarte en el puerto de Monte Carlo, placa en mano, a preguntar si alguien estaba dispuesto a cola-borar con la Brigada Criminal? Tienen que ser comprobables, desde el membrete hasta la firma. ¡Deben ser reales! Si no, ¡es lo mismo que mandar a Dubois al pelotón de fusilamiento!
—¡Desapareciste cuatro días! —rugió Auguste sin mirar siquiera los papeles que ella había dejado sobre el escritorio.
—Marguerite te avisó— Odette apoyó los codos en la madera y la frente en las palmas.
—¡Menos mal! ¡Gracias a eso me enteré y estuve un poco menos preocupado! — se detuvo para respirar y bajó la voz —¿Te das cuenta del problema en que estás metiendo a la familia?
—La familia estaba perfectamente al tanto de lo que fui a hacer.
Auguste la miró a medias sorprendido.
—De hecho— Odette continuó—, Renzo y Ciro me acompañaron. Me demoré para esperar esos papeles.
—¡Y volviste en tren! ¡Desde Nápoles! ¿Por qué no tomaste un puto avión? —otro sacudón al sufrido escritorio.
¿Auguste diciendo palabrotas? Debe estar enojado de verdad. Dios santo, es un hinchapelotas. Odette se levantó tratando de contenerse para no patear la silla. Después de todo, el mobiliario pertenece al Estado.
—Porque quería dormir. Tomé el primer vuelo que encontré y llegué a Milán. De ahí, otro avión a Nápoles. Después a Ischia. Después el velero a Capo Calavà. Esperé los papeles y Renzo me llevó de vuelta a Ischia. Quería dormir un poco.



Marcel entró sin golpear. Llegaba tarde a la reunión con el comisario y las caras de culo que encontró lo dejaron frío. Murmuró una disculpa y volvió a salir, pero antes de que pudiera cerrar la puerta, Odette la sostuvo, salió y cerró.
El vestido negro de lana le disparó la adrenalina. Intentó despegar los ojos, pero fue tan obvio que ella le disparó una mirada asesina. Giró acompañando su paso mientras trataba penosamente de encontrar una disculpa: el puto vestido era tan devastador cuando llegaba como cuando se iba. Inesperadamente ella giró la cabeza y con una extraña sonrisa le dijo:
—La barba te queda bien, Duque de Mantova —y se encerró en su cubículo detrás de una montaña de papeles. Él sonrió, algo más relajado ante la pequeña broma privada. El sargento Foulquie observaba la escena en silencio, y Marcel lo miró con expresión culpable. Foulquie le sonrió con los ojos.
—Yo no lo intentaría, teniente —comentó en voz baja.
Marcel frunció la frente y lo interrogó con un gesto. El otro explicó a media voz:
—En el tiempo que llevo aquí, que es bastante, nadie... Repito: nadie... pudo acercársele más que para entregarle papeles. La dama tiene una gentileza que desarma hasta que intentan pasarse de la raya. Entonces, un glaciar es más simpático.
El cabo Bardou se unió a los comentarios, codeando al sargento.
—Coto de caza privado, Foulquie —y con la cabeza señaló la oficina de Massarino.
—No seas idiota, Bardou. Qué saben —rezongó el otro.
—Dicen... —respondió Bardou, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué cierran la puerta cuando están juntos? ¿Para que no los escuchen? —Foulquie hizo un gesto con la mano y le dio la espalda, pero Bardou insistió: —¿O para discutir? Porque discuten, ¿eh?...
—Seguramente les guste ese estilo —acotó venenosamente alguien de uniforme. Una rubia muy, muy atractiva, esa cabo Sully, muy del tipo que le gustaba a él. Había estado a punto de invitarla a salir un par de veces, con la seguridad de que ella no lo rechazaría. El día que tenía pensado arreglar una cita con la rubia, Massarino lo había asignado al caso con Marceau.
—No sé qué le ven. A ella, digo. A Massarino —siguió la cabo, bajando la voz— lo pasaría por las armas de todo corazón —y miró a Marcel con idéntica vocación por el fusilamiento— Ay, teniente, parece D'Artagnan con la barba.
Pasó a su lado y le acomodó el mechón que se le había deslizado por la frente, mientras Bardou le hacía un gesto cómplice. Marcel le sonrió a medias a Sully, dándose cuenta de que lo hacía casi por compromiso.
—Imbéciles —murmuró Foulquie mientras volvía a su escritorio.
Marcel se detuvo un instante antes de entrar en la oficina del comisario. ¿Qué le ven? La forma de congelarte o incendiarte con la mirada. Cómo te pasa cerca. Cómo camina. Cómo le quedan los vestidos negros.

Auguste hizo el intento de cambiar la cara cuando Dubois entró, pero falló.
—Lamento llegar retrasado, comisario.
—Está bien —Auguste suspiró pesadamente al tiempo que aflojaba las mandíbulas—. Estas son las cartas de recomendación que necesita. ¿Tiene listo el resto de la documentación personal?
—Sí, señor. Las fotos las haré después, cuando me corte el pelo— y se lo tiña, recordó Auguste, pero no eran cosas de decir entre hombres grandes.O policías. Teñirse es cosa de futbolistas y de actores de cine, no de canas, razonó.
— Excelente falsificación— decía Dubois repasando la cartas.
—Son auténticas, teniente. Desde el membrete hasta la firma y el sello— vio la sorpresa pintada en la cara del otro mientras continuaba —.Este dossier es para que lo lea antes de partir.Es información sobre el príncipe Al Faid que podría llegar a necesitar: fotos, fechas, situación del país, cosas así.
Dubois asintió con la boca abierta y la cerró para tartamudear.
—Señor... no esperaba algo tan... real.
—Nos permitimos hacer lo propio con sus datos para el príncipe — Auguste continuó, sin responderle—. El conocimiento debe ser mutuo. Esta gente sin duda verificará por partida doble los datos que usted les dé.
Odette había preparado todo a sus espaldas y eso lo ponía furioso. En realidad, lo que más lo irritaba era no haber previsto lo que ella haría. En fin, lo usual con Odette, pensó con un suspiro furioso. Dubois hojeaba los papeles con expresión de perplejidad cuando sonó el teléfono. Se sobresaltó y tomó mecánicamente el auricular del interno. La campanilla siguió sonando; era la línea directa.
—¡Hola! —respondió bruscamente.
Augusto, sono mamma.
El corazón le dio un vuelco.
Mamma, cos’è successo? - ¿Qué pasó? Auguste sintió que se le retorcía el estómago.Dubois se levantó y salió del despacho,cerrando la puerta.
—Nada, querido — Lola continuó en italiano—, pero quería hablarte de tu hermana.
Dios, ¿y ahora qué? Algo se complicó. Cuando corte, la mato. Golpeó al pobre escritorio, tan fuerte que su madre debió escucharlo del otro lado del teléfono.
Figlio mio, debes confiar en Odette. Ella jamás, jamás haría algo que pudiera perjudicarte. No a nosotros. A ti. Te ama, Augusto. Su única preocupación al venir y hablar con... —Lola no pronunció el nombre. Madre de un cana. —...con ellos... era que nada de lo que ocurriese aquí pudiera afectarte personalmente o en tu trabajo. A te, Augusto, capisci?
Se sintió un absoluto gusano.
—Pero si yo...
—Figlio mio, te conozco. Ellos van a ayudar. De verdad.
Auguste podía imaginar la sonrisa resignada de su madre.
—Ya lo hicieron, mamma. Lo que Odette consiguió es... increíble.
—Harán más. Son gente de honor. Yo te llamaré para mantenerte al tanto. Un beso y un abrazo a Nadine y a mis nietos.
Ciao, mamma. Baci a tutti.
Sin duda, papá estaba junto a la mamma mientras hablaban. Y alguno más. Estas cosas se hacen en familia. Se recostó en el sillón. Entonces mamma sería el “correo”: la intermediaria perfecta. Se levantó para hacer pasar a Dubois.
—Era mi madre. Cosas de familia —se disculpó mientras el otro sonreía comprensivo.
El teléfono volvió a sonar. Esta vez sí era el interno. Hizo un gesto de resignación y levantó el auricular correcto.
Augusto, scusami — era Odette, pidiéndole disculpas.
Scusami tu —cerró los ojos y giró el sillón para que el teniente no viera su expresión culpable.
Non avrei dovuto prendere il treno... (1)
Se reprochó por enésima vez el haberle gritado por lo del tren de porquería.
Non fa’ niente. Ci vediamo stassera?(2)
Va’ bene.
Strega.
Cretino.
Bien, la familia reunida otra vez: mi mujer, mis hijos y mi hermana. Sonrió satisfecho.La sonrisa casi se le congeló cuando después de colgar recordó que Dubois también hablaba italiano. Tengo que pedir que Mantenimiento cambie este interno de mierda. El parlante del auricular amplifica demasiado y se escucha al que habla del otro lado. Bah, tampoco fue una conversación importante. Cosas de familia.


Marcel reconoció instantáneamente la voz del otro lado. Así que coto de caza privado. ¿Pero quién sale de cacería? Apretó la boca para que el gesto de irritación no lo traicionara.
La alianza de oro en la mano del comisario no era garantía de fidelidad. ¿Y ella se tomó el trabajo de aprender italiano para darle gusto? No me parece del estilo de darle gusto a nadie. La llamada de disculpas pareció más una segunda oportunidad para Massarino que para ella.
Chocolate en estado puro. El solo aroma te hace desear probarlo, aunque sepas que te deja la boca amarga. No, viejo. Lejos de la tentación, lo más lejos posible. Aunque me muera por saber a qué sabe, capitán. La sonrisa de Massarino terminó de arruinarle la mañana y lo dejó de muy, muy mal humor para el resto del día.


Scilingo admitió que hubo unos 200 vuelos de la muerte - Infobae.com
BUENOS AIRES, PRINCIPIOS DE OCTUBRE DE 1996
—El Tano nos cagó —dijo el Tigre mientras le pasaba el diario.
La foto del “Tano” acompañaba un titular y notas de varias páginas. Un arrepentido y la puta que lo parió. Sintió intensos deseos de reventarle los sesos a patadas.
—Tranquilos. No nos pueden hacer nada —comentó Mengele.
Tenía razón. Nadie podía tocarlos. Ése había sido el arreglo para la “pacificación nacional”
—Dejálo que hable al pedo— insistió el doctor.
—Tengo una idea mejor —se le acababa de ocurrir —.Llamen al Turco. Que lo tape de mierda hasta la nariz. Que lo enganche con algo y lo entierre.
—¿A cuál? Digo, cuál Turco... —preguntó el Tigre, con los ojos muy abiertos.
— ¡Al Camionero, pelotudo! Se enganchó en la custodia, ¿no?
—Bien pensado, capi —el Tigre sonrió, más tranquilo.
—Mayor, nene. Ahora soy mayor.
Se rieron a carcajadas. El negro de mierda ascendió a teniente coronel. El pensamiento le amargó su propia promoción.
—Esperen —Mengele, siempre tan puntilloso, tan memorioso —¿Qué sabe el Tano de la operación nueva?
—Nada. Ya estaba afuera cuando empezamos.
—Pero lo del franchute... la encomienda.
—¡Cómo no va a saber, si él lo llevó al hotel!
—Entonces...
—¡Pero quién carajo se acuerda!
Mengele dio media vuelta y salió sin contestar.
—Hacete el vivo y tratá de poner un pie en Francia, y vas a ver cómo se acuerdan —chicaneó el Tigre.
—No necesito estar para dirigir las operaciones —fanfarroneó—. Les di las instrucciones, la forma de hacer los operativos, de entrenar al personal... —se rieron a carcajadas.
—Briga, sos un hijo de puta —en ese tonito admirativo que cambiaba el sentido del insulto.


—Hay problemas —comentó Mengele, preocupado.
—¿Otro arrepentido?
—No. Algo referido a nuestra encomienda.
—¡Pero carajo, basta! Eso está terminado hace años. El tipo debe de estar muerto hace rato.
—Sí. Pero tenía familia.
—¿Y?
—Parece que aparecieron.
—Repito: ¿y?
—¿No sabés? Alguien contactó al Tano en la cárcel.
—No puede salir del país aunque lo larguen. El Turco hizo bien las cosas. Está hasta la jeta en no sé qué quilombo —reaccionó ante la información —¿Quiénes son? Los que lo fueron a ver...
—No sé. Otros tanos. Parientes, pareciera. De afuera.
—¿Y qué tiene que ver con la encomienda?
—Los escucharon, ¿entendés? Siempre escuchan cuando es uno de los nuestros. Y los tanos le preguntaron por ese asunto. Nada más que por ese asunto. No me gusta una mierda.
—¿Qué más? —la conversación había tomado un giro que no esperaba.
—Hablé con el contacto francés. Comentó que están pasando cosas. Cosas raras...
El Brigadier lo interrogó con una mirada que erizaba los pelos de la nuca.
—Se está armando algo dentro de la Brigada Crimi-nal. La misma de la que vino la encomienda — explicó el doctor.
—¡Ya sé, ya sé! ¿Y? —el tono cambió de impaciente a violento —¡No te hagas el misterioso, Mengele! ¿Qué pasa con la Brigada?
—Parece que es un operativo del que nadie sabe mucho. Habló de cuerpos especiales. No se sabe quiénes son. Pero parece que manejan asuntos gordos. A nivel internacional.
—Si la Interpol está metida, no hay problema. El viejo se encarga de que no jodan. Tiene buenos contactos —se rió sobrador, con una tranquilidad que estaba dejando de sentir.
—No, no es la Interpol. Es francés. Andan atrás de cosas grandes, jodidas, pero con mucho cuidado, ¿entendés? Nada de publicidad, nada de uniformes. Todo muy calladito. Ya hubo otros operativos que anduvieron bien. El asunto del tráfico de bebés, por ejemplo.
—No me vas a decir que con eso no pudieron saber de quiénes se trata.. Hacé el favor...
—Sí te lo voy a decir —Mengele encajó la mandíbula para no putearlo —Nadie larga información, ni para los diarios. Cuando se destapó la olla de los pibes, se mencionó solamente a la Prefectura de París, sin especificar nada más. Sin nombres ni fotos. Saltaron un par de capitostes en una secretaría de no sé qué, gente de guita en cana, pero sin demasiado ruido en los medios. No quieren levantar la perdiz, tanto que ni la propia gente de ellos está segura de quiénes son.
—¿Y el contacto cómo mierda sabe del “escuadrón secreto”, entonces? —burlonamente incrédulo.
—Siempre algún boludo deja escapar algo. Pero esto es en serio. Parece que después de la buchoneada al boludo le dieron el traslado.
—¿Boleta? —preguntó el Tigre, sorprendido.
—No, animal. Lo trasladaron al interior. A un pueblito de mierda —contestó Mengele, moviendo la cabeza—. Así que chau, no hay más rumores. Pero no me gusta.
—A mí tampoco —murmuró el Brigadier, apretando la mandíbula en un gesto sombrío—. A mí tampoco.


(1)No debería haber tomado el tren
(2)No es nada. ¿Nos vemos esta noche?