POLICIAL ARGENTINO: 11/01/2008 - 12/01/2008

martes, 11 de noviembre de 2008

La dama es policía - Capítulo 16


SUBURBIOS DE PARÍS, EL MISMO DÍA, AL ATARDECER
—Mayor, tome asiento, por favor.
Jacques le señaló el sillón situado al otro lado de su espléndido escritorio. La habitación estaba decorada ostentosamente: paredes cubiertas de boiserie, techos artesonados, lámparas de cristal y alfombras costosísimas. Pero no había una sola ventana, y la sensación de pesadez y opresión era inevitable.
—Permítame reiterarle cuánto nos complace tenerlo entre nosotros.
Marcel asintió secamente, sin sonreír.
—Monseñor ya se lo dijo, pero es importante que sepa que somos muy rigurosos con nuestra selección.
No lo dudo. Si no estuviera aquí, tendría grandes posibilidades de estar flotando en el Sena. El otro continuó mientras jugueteaba con un anillo de sello en su mano izquierda.
—Su perfil es excelente, por no hablar de su representado. Estábamos deseosos de... entrar en contacto con Su Alteza.
O sea que la Orden ya tenía la mira puesta en Al Faid desde hace tiempo. Razonablemente lógico: Al Faid era un hombre poderoso, de gran influencia en su región. Musulmán hasta la médula y pacifista a ultranza, se mantenía neutral en las eternas disputas, escaramuzas y guerras propiamente dichas, mantenidas por sus vecinos entre sí y con los israelíes. Marcel volvió su atención a Jacques.
—Mayor... ¿puedo llamarlo Maurizio?
—Adelante... Señor Jacques —tenía la sensación de que Jacques ostentaba algún rango delante de su nombre. La actitud física del otro traicionaba la pretendida distensión con la que estaba hablándole.
—Por favor, obviemos los tratamientos distantes. Todos me llaman Jacques, a secas.
Marcel asintió con una media sonrisa. Jacques le ofreció un Gauloise, pero él negó con la cabeza, sacó el paquete de Muratti y encendió uno. Si éstos no me matan antes, voy a morirme del asco de fumar esta basura. Aspiró el humo mientras el otro volvía a hablar.
—Deseamos que tanto Su Alteza como usted confíen plenamente en nosotros. Nuestro objetivo es que dicha confianza sea mutua. Para eso, preparamos en este centro a los que ingresan en la Orden mediante un entrenamiento riguroso, aunque en su caso no será muy diferente de lo que hizo en el ejército. Ese entrenamiento permite crear lazos con nuestros hombres, que fortalecen nuestra relación tanto con ellos como con sus representados.
¿De qué mierda habla...? Condicionamiento. Apretó la mandíbula y siguió fumando en silencio sin distender los hombros. No se perdió la mirada apreciativa y la sutil aprobación de Jacques. Todavía estoy en el papel, si los Muratti no me hacen vomitar.
—Durante las próximas tres o cuatro semanas compartiremos mucho tiempo juntos, usted, yo y un entrenador personal que le asignaremos —el tono de voz de Jacques cambió sutilmente; ya no era una charla de presentación —. Todo dependerá de sus respuestas. Permanecerá dentro de los límites del edificio. No mantendrá ningún tipo de comunicación no autorizada. Estará permanentemente acompañado por su entrenador durante la instrucción. Es probable que se encuentre con otros que están en alguna etapa de su entrenamiento, quizás algo más avanzados que usted.
O sea que soy la última adquisición. Jacques hizo una pausa para permitirle hacer preguntas, pero Marcel prefirió mantener la boca cerrada y las orejas paradas. El otro sonrió apenas y continuó.
—Desalentamos todo tipo de relación entre nuestros hombres hasta que hayan cumplido la etapa final o hasta que lo consideremos adecuado. De todos modos, es una instrucción intensiva, por lo cual no echará en falta las relaciones sociales.
Órdenes estrictamente militares. Y esto no es un ‘centro de entrenamiento’: es un campo de concentración. "No" a deambular en solitario por las instalaciones, "no" a establecer contactos con el exterior, "no" a respirar si no me lo ordenan. Traducción: Jacques tiene poder de vida y muerte sobre sus hombres. Jacques seguía hablando.
—...Nuestros hombres trabajan solos o en parejas a lo sumo. Con instrucciones precisas. Organización en células que responden a un superior inmediato: es la forma de hacer más eficiente nuestro trabajo.
Terrorismo liso y llano. Marcel aplastó el cigarrillo en el cenicero y encendió otro para tener algo que hacer con las manos. No te vayas a poner a temblar ahora, viejo.
—Por supuesto, nuestros servicios cuestan dinero —continuó Jacques—. Su entrenamiento, Maurizio, cuesta dinero. Pero si Al Faid es un conocedor, como nos permitimos creer, encontrará que el precio es razonable, y la oferta, incomparable.
Ahora sí tengo náuseas.
—Entiendo que Su Alteza está abandonando su posición neutral por otra... más radical —Jacques esperó su respuesta.
—Así es. Logré convencerlo de plegarse a los otros países del bloque. Es muy difícil hacer negocios en estos tiempos si no se toma una posición definida —lancemos una sonda, a ver qué pasa —. Su Alteza estaría interesado en la adquisición de armamento adecuado para medidas defensivas... en principio.
Los ojos del otro brillaron, y no pudo evitar una sonrisita feroz. Así que también armas. ¿Qué más venden?
—Su Alteza podrá comprobar que nuestros servicios son muy amplios. La Orden también posee empresas en las que puede invertir sin riesgo...
Una alarma se le disparó en el cerebro. ¿Empresas?
— A decir verdad— continuó Jacques—, pensábamos que el pago por nuestro primer servicio podría hacerse mediante la compra de acciones de alguna de ellas.
Entonces, esas pobres desgraciadas son un anzuelo más para agarrar a los ‘clientes’ por las pelotas. Una vez que se entra en el negocio ya no se sale... vivo. Se las arregló para asentir y sonreir.
—Por supuesto, existen muchas formas de pagar los servicios — Jacques parecía estar vendiendo electrodomésticos por televisión. Cuántos eufemismos, basura, pensó Marcel —.Información bursátil, inversiones, invitarnos a intervenir en alguna operación financiera de importancia...
Hijos de puta, te proveen de todo: mujeres del tipo que elijas, armas, inversiones, un asesino profesional que, casualmente, responde al condicionamiento de la Orden. A cambio, te piden nada más que un pequeño gasto de inversión e información o lo que carajo puedan sacarte. Sin duda que el entrenado por la Orden debe saber cómo obtener lo que la Orden desea de un representado renuente. Me está doliendo la cabeza.
Gracias a Dios, Jacques dio por terminada la entrevista. Después de una llamada, apareció un hombre bajo, cetrino y delgado, de rasgos árabes. Se lo presentaron como Nasir Hamad.
—Nasir, tu nuevo discípulo.
Hamad asintió con un gesto duro en la boca y lo estudió apreciativamente, sin decir una palabra. Marcel se levantó y, respetando su papel, saludó a Jacques cuadrándose, al tiempo que chocaba ligeramente los talones. En un acto reflejo, el otro respondió de la misma forma. Marcel dio media vuelta y salió con Hamad.


Por una puerta lateral disimulada en la boiserie, un hombre bajo y grueso entró en el despacho y tomó asiento en el sillón que Jacques había ocupado durante la entrevista con el "nuevo". Jacques se sentó del otro lado.
—¿Y, Prévost? ¿Qué te pareció?
—Interesante, el mayor... ¿Será realmente italiano? Tenía toda la facha, pero a veces...
—¿Qué? ¡Todavía no conozco a nadie que no lo sea y pueda fumar esa mierda de Muratti!
Se rieron a carcajadas y Prévost suspiró.
—Tengo que irme. Reunión de directorio y asamblea de accionistas. No pueden vivir sin su presidente.
Se rieron otra vez. Prévost preguntó:
—¿Cuándo llegan las nuevas?
—No seas impaciente. El objetivo es Alsacia y, con lo de Al Faid, creo que en tres semanas, más o menos, podríamos estar haciendo la entrega.
—Me aburro... —se encogió de hombros. Jacques aguantó una mueca de disgusto. —¿Quiénes van esta vez?
—D'Ors y Hamad.
—¡Hamad! Te recuerdo que entregamos vírgenes, coronel...
—No te preocupes. D'Ors lo maneja bien.
—¿Cuántas?
—Dos, seguro. Sería ideal que consiguiéramos tres. Si De Biassi es lo que promete, estará listo en poco tiempo.
—La extra... la elijo yo.
—Sólo para tus ojos —Jacques sonrió.
Prévost perdió momentáneamente el control y una mueca perversa le retorció la cara. Demoró unos segundos en recuperar la compostura. Después de que se fue, Jacques se quedó pensativo. Se está volviendo tan peligroso como Hamad, advirtió.

PARÍS, QUAI DES ORFÈVRES, FIN DE LA SEGUNDA SEMANA DE NOVIEMBRE
—¿Qué sabemos de Dubois? —preguntó Odette mientras se asomaba al despacho de su hermano.
Auguste levantó la mirada. Desde que Dubois había sido aceptado en la Orden, no habían tenido más comunicaciones. Ahora dependían de los blips.
—Ayer detectamos algunos blips más. Si no me equivoco, los está ubicando de a poco por dos motivos: primero, porque es la forma más segura de hacerlo, y segundo, porque es su manera de avisarnos que sigue con vida.
Odette tuvo un leve sobresalto. Cisne, ¿te preocupa Dubois?, se preguntó Massarino. Se guardó la sonrisa para otra ocasión.
—Bien hecho —comentó ella en tono neutro—. El Cro-Magnon piensa —agregó en voz baja.
—¿El qué?
—Nada. Una observación personal —pero no pudo evitar una sonrisa de Gioconda.
Por supuesto que es personal, querida, pensó Auguste. Hace años que no te escucho ponerle sobrenombres a nadie.
—Dijiste Cro-Magnon...
—Bah. Ya lo ascendí en la escala biológica. Está a punto de graduarse de Homo sapiens sapiens —Odette replicó y volvió a salir.
Definitivo. Esta vez, vamos por el buen camino. Y si a Dubois se le ocurre arruinarlo, lo estrangulo con mis propias manos.


Comisario de división Claude Michelon


PARÍS, LA DÉFENSE, MISMO DÍA POR LA NOCHE
Agregó otro chorrito de edulcorante líquido al café con leche y lo dejó enfriarse tranquilo en la taza. Se recostó en la cama, pensativa.
Ya estamos aquí, al borde del precipicio. No tengo vértigo. Sólo la necesidad de saltar. ¿Qué hay allí abajo? ¿Las piedras sobre las que voy a estrellarme, o el mar en el que puedo nadar y salvar la vida? Nadie me sostendrá en la caída esta vez. Estoy sola. Pero sé que te voy a encontrar. ¿Qué había en tus ojos cuando le hiciste esa atrocidad a Jean-Luc? ¿Qué sentiste al destrozarle la vida? Si puedo, si llego, si vivo, juro que no vas a hacérselo nunca más a nadie. Aunque tengamos que matarnos juntos. El pensamiento le provocó un instante de aprensión.
La misma aprensión que había vislumbrado en Auguste y en Michelon durante el encuentro a última hora del día. Madame la había estudiado en silencio. Mantenía con sus subordinados una distancia que le permitía evaluarlos lo más objetivamente posible, y eso era algo que Odette apreciaba profundamente. A mí tampoco me gusta involucrarme.
—Capitán —le dijo la comisario—, la cobertura que preparó para usted me resulta un poco arriesgada. No sé si estoy totalmente de acuerdo con que se mueva tan... desprotegida.
Auguste le había dicho lo mismo. Carajo, ¿empezamos otra vez?
—Madame, lo estudié desde todos los puntos de vista posibles: no tenemos otra forma de infiltrarnos. Dubois desde adentro de la Orden, y yo como rehén.
—¿Qué pasa si los... selectores... cambian de idea a mitad de camino?
—Ya lo pensé. Es un riesgo que debo correr, pero tengo probabilidades a favor.
—Explíquemelas —la voz de Michelon sonó como un fustazo.
—Si como sospechamos, trafican con mujeres vírgenes, no debería haber demasiado peligro durante el traslado. No pueden arriesgarse a arruinar la “mercadería” —sonrió, sarcástica —.Después, una vez dentro, es cuestión de mantener los tiempos y el plan que establecimos.
—¿Y si hay algún retraso?
—Por lo que observamos, las “entregas” siempre se hacen entre una y tres semanas después de los secuestros. En cuanto a qué es lo que hacen con las mujeres durante ese tiempo, sólo podemos hacer suposiciones, todas desagradables. Pero, otra vez en beneficio de la satisfacción del cliente, no creo que les causen daño físico. Más bien tengo la impresión de que se ocupan de anular la resistencia psicológica de las mujeres o prepararlas para algún tipo de reacción que busque el comprador.
—¿Qué pasa, entonces, si comprueban que entre las elegidas hay una que no se amolda fácilmente a sus especificaciones? —Michelon sonaba sombría.
—Espero que no tengan tanto tiempo a su disposición - Odette enarcó una ceja.
—O tanta capacidad de observación —la comisario la miró fijamente.
—Por favor, son posibilidades absolutamente remotas —intervino Auguste, preocupado—. Está previsto que la fase final concluya apenas lleguen a destino. Para eso están preparados los detectores y los equipos: para evitar demoras.
—Massarino —Michelon replicó —, nunca confíe demasiado en los equipos. Confíe en la gente. Yo lo hago, con buenos resultados —los miró severa —.No quiero perder a mis oficiales. Y eso lo incluye a usted, comisario, y a Marceau, a Dubois. Son “mi” gente. Si no confiara en la capacidad de ustedes, jamás habría permitido este operativo y habría dejado que se ocuparan los cuerpos especiales.
—Hasta ahora no consiguieron nada, Madame —le recordó Auguste—. Por eso hacemos este intento.
Michelon se quedó callada, bebiendo el café sin mirarlos. El cortapapeles de plata le daba vueltas entre las manos, en un ballet que pintaba chispas por las paredes del despacho.
—Madame... —Odette interrumpió la calma tensa —.Ya verificaron los “antecedentes” de Dubois. Los contactos confirmaron las llamadas. Si estos tipos sospecharan algo, ya lo sabríamos. No tengo ninguna duda de que Dubois ya estaría muerto a estas alturas— la mención de la idea le dio una punzada en el estómago —.Él es quien más tiempo pasará ahí dentro. Es el que afronta la prueba de fuego. Dependemos más de él y de sus reacciones que de las mías. Si puede superarlo, y creo que lo está haciendo, el operativo se resuelve en cuestión de horas.
—¿Capitán, pensó en la posibilidad de que actuemos mientras Dubois esté con ellos, sin que usted intervenga?
—¿Y qué conseguiríamos? Si en estos momentos no tienen que hacer ninguna entrega, la probabilidad de que haya mujeres en ese sitio es baja. Tienen una fachada impecable. Por vías legales no hubo forma de pasar de la puerta del lugar. Están limpios. Hasta con algunas pequeñas contravenciones impositivas, como cualquier empresita que se precie de serlo. ¿Qué demostraríamos sólo con Dubois entre esa gente? Tenemos que atraparlos in flagrante, sin dejarles oportunidad a simular otra cosa. Caerles encima cuando estén en plena operación —bebió un sorbo de café y continuó —.No sabemos cómo y cuándo trafican con todo lo otro que suponemos.
Se quedó pensando para sí: ¿Qué demostraríamos si lo dejamos solo y, en contra de todos los pronósticos, lo condicionan? Carajo, teniente, estás empezando a preocuparme.
—Se mueven con mucho cuidado —intervino Auguste—. Camiones en regla, mercadería en regla, entradas y salidas de puertos en regla. Ni siquiera cometen infracciones de tránsito —hizo un gesto de disgusto —.Parece que estuvieran siempre enterados de nuestros movimientos, de los de la Aduana, de Gendarmería —y en voz más baja —:eso es algo que también me preocupa.
No se miraron, pero la sensación de incomodidad de los tres pesaba en el aire del despacho. ¿Un informante dentro de la misma policía?
—No podemos ponerles las manos encima desde afuera — Odette se dio cuenta de que hablaba con los puños apretados y las uñas clavadas en las palmas — .Nos queda esta posibilidad: atacar por el punto más débil que tienen y que no pueden controlar. Podrán estar preparados para un ataque frontal. Quizá... —miró rápidamente en dirección de su hermano —, podrán tener información sobre los movimientos de la policía, pero dudo mucho de que imaginen una infiltración de este tipo. Si lo conseguimos, van a estar completamente al desnudo.
La comisario se recostó contra el respaldo del sillón, sin distenderse.
—Comprenden que hay un momento de la operación en el que estarán a ciegas...
—Es el riesgo más grande que corremos —replicó Odette, sin dar tiempo a Auguste—. Pero ellos también estarán a ciegas. Ya lo están, con Dubois adentro.
Michelon se quedó en silencio una vez más, haciendo girar el cortapapeles.
—No está convencida... —comentó Odette en tono neutro.
—Sí, capitán, lo estoy. Ocurre que también estoy preocupada. Por Dubois. Por usted.
El hecho de que lo dijera sin que le variara un ápice la expresión la estremeció. De pronto, el cortapapeles se quedó quieto. Madame había tomado una decisión.
—Bien, entonces. Adelante como lo planearon. Massarino... —Auguste la miró sin pestañear —,Paworski es responsable por los equipos, así que está en el operativo. Él me lo pidió.
Tanto Odette como su hermano se sorprendieron. Michelon continuó.
—Y no conozco a nadie mejor para esto. De cualquier manera, sabe estrictamente lo que necesita saber para intervenir. Él manejará la información que quiera o no quiera darle a su gente, aunque sé que no dejará filtrar ningún dato que pueda afectarlos. Comisario, capitán, merde —y sonrió apenas.


Merde, break a leg, in bocca al lupo... ¿Cuántas formas hay de desear buena suerte? Hará falta mucho más que eso. Jugó con la cucharita en el café con leche frío. Porque de veras nos estamos metiendo en la boca del lobo. ¿Cómo se siente uno de estar ahí, teniente? Es una experiencia que vamos a compartir muy pronto. Espero que no te coman. O a mí. O a todos.

sábado, 1 de noviembre de 2008

La dama es policía - Capítulo 15

Ritz Hotel de París

PARÍS, SEGUNDA SEMANA DE NOVIEMBRE DE 1996
Mientras acomodaba sus pertenencias en la lujosa suite del Ritz, Marcel pasó delante del gran espejo del vestidor y su reflejo lo tomó por sorpresa. La barba y el corte de cabello le daban un aspecto por completo diferente — y apenas perverso —, al habitual. Qué increíble es no reconocerse en el espejo. Odette estaba en lo cierto:la caracterización era convincente sin resultar artificial; el cambio sutil de color de cabellos no estaba nada mal y le agregaba años. Ella también había insistido en el estilo de ropa. "Los italianos son peculiarmente severos con su ropa informal y absolutamente desprejuiciados con la ropa formal" le había dicho, y él se había provisto de un guardarropas un poco excéntrico para su gusto pero que le quedaba pintado.
— ¡Qué buen look, Duque de Mantova! — lo había piropeado con una chispa de diversión bailándole en los ojos oscuros—. Casi me arrepiento de que no hayamos elegido “Gualtier Maldé” como seudónimo.
—Estás a tiempo de elegir “Gilda” para el tuyo.
—No soy del estilo y no doy el phisique du rôle (1).
—¿Por qué?
—No me dejo seducir en la iglesia y tengo registro de contralto.
—La mala de la película. O de la ópera. Entonces Amneris...
—O Carmen...
—¡Eh, ésa es soprano!
—Ah, ah, el papel original se escribió para mezzo y una de las primeras en cantarla fue una contralto. Las sopranos lo interpretan de puro envidiosas.
—No veo qué tengan que envidiar. Las sopranos son las chicas buenas.
—Bah, las chicas buenas van al cielo, las malas vamos a todas partes.
—Excelente motivo.
Habían bromeado mientras iban por los pasillos del segundo piso, Odette camino a su cubículo atestado de expedientes, y él, al Laboratorio de Electrónica, a hacer la última prueba y ajuste con los blips.
—Parece un esnob italiano de clase alta. No: mejor, un rufián —comentó un Paworski más seco que lo habitual. Contuvo la sonrisa mientras pensaba en el protagonista de "Rigoletto": el aspecto exterior coincidía con lo que trataría de representar. Si podía ser convincente, eso ya era harina de otro costal.
Marcel se recostó sobre la cama enorme y tomó el paquete de cigarrillos con la mecanicidad del hábito, sólo para recordar que la bruja de mierda le había prohibido sus amados Gauloises. "Nada de eso", había ladrado Odette. "Muratti, MS o alguna marca estadounidense". Claro, ella no fuma, carajo.
Como siempre, tenía razón: los extranjeros no fuman Gauloises. Frunció la cara ante los asquerosos Muratti y encendió uno. Algo bueno tiene que resultar de esto: en una de esas dejo el vicio. Al fin y al cabo, es el único que tengo y me encariñé.
Un recuerdo lo asaltó: una mano grande y fuerte sobre su hombro infantil, sosteniendo un Gauloise a medio fumar, mientras los ojos preocupados revisaban el magullón de la rodilla con una sonrisa cálida. La misma mano y el mismo Gauloise acunándolo cuando se había pescado el sarampión. Se había acostumbrado a quedarse dormido con el olor del tabaco de la mano de su padre. La puta que lo parió, no quiero acordarme. Apartó esas memorias tiernas en favor del rencor acumulado por años de lejanía y de dolor sordo, reflejo del de su madre. No sabía si ella lo había perdonado alguna vez; él no tenía intención de hacerlo.
Volvió sus pensamientos a preocupaciones más actuales. Durante los últimos días había curioseado en los escasos ratos libres, en busca de literatura sobre la Orden del Temple, sus orígenes y hazañas en el Cercano Oriente y sus relaciones con los infieles. Lo de "infieles" es bastante relativo: para los musulmanes, los verdaderos infieles serían los cristianos, razonó. Uno de los grupos más interesantes lo constituía la secta de los Asesinos del Viejo de la Montaña. Los puntos de contacto entre esa secta y los grupos terroristas le arrancaron más de una sonrisita irónica. O la historia se repite hasta el aburrimiento, o la Humanidad no encontró soluciones mejores todavía, o ambas cosas a la vez.
En la Escuela de Policía habían estudiado casos de lavado de cerebro a secuestrados hasta convertirlos en parte del “equipo”. El lavado de cerebro era la especialidad de los grupos comando: en algún punto del entrenamiento, se recurría a técnicas sospechosamente similares para generar en sus miembros la capacidad de respuesta incondicional a las necesidades del grupo y la aceptación y ejecución de las órdenes sin discusión. Por muy sutil que fuese, el condicionamiento existía siempre en todas estas organizaciones, fueran militares, policiales o clandestinas. Con Odette habían discutido la posibilidad de que la Orden empleara esos mismos métodos con sus reclutados, y ella había insistido en que él se interiorizara en técnicas de resistencia mental.
—No sabemos qué pueden intentar. Si te aceptan, quién sabe cuánto tiempo deberás permanecer bajo vigilancia hasta que puedas moverte libremente. Podrían incluso usar drogas heroicas.
Era una posibilidad desagradable pero real, considerando las circunstancias.
Ella le recordó los casos de jovencitos rescatados de manos de sectas religiosas, y del tiempo de recuperación psiquiátrica que llevaba devolverlos a la normalidad.
—En muchos casos la recuperación nunca es completa. Depende del tiempo que hayan pasado en esa situación y de la intensidad y el tipo de condicionamiento...
—Vamos, Odette. No soy un adolescente con conflictos familiares por resolver —la interrumpió, un poco picado—. Soy un policía adulto con el mejor entrenamiento de los cuerpos europeos.
Odette le echó una mirada de esfinge, larga y silenciosa, y desvió luego la vista hacia otra parte. Se sintió tentado de preguntarle en qué estaba pensando, pero la expresión de ella desanimaba cualquier intento.
—Por favor, Marcel. No bajes la guardia ni por un momento.
Es la primera vez que me pide algo ‘por favor’. ¿Qué es lo que la preocupa tanto? Sintió una punzada en las entrañas. ¿Es por mí? Ella disimuló un sobresalto pero él lo notó y durante una décima de segundo tuvo la impresión de que Odette lo estaba evaluando. No, no a él, sino a lo que estaban a punto de iniciar, y lo ojos oscuros se velaron de temor. No el que se siente ante el peligro personal, sino el que causa saber que otros van a correrlo. Después, levantó nuevamente la barrera entre los dos y su rostro fue la habitual y hermosa máscara de impasibilidad a que lo tenía acostumbrado. Le tendió la mano al tiempo que le decía:
In bocca al lupo(2) , teniente. Te queremos de regreso vivo.
Marcel se atrevió a retenerle la mano por medio segundo más de lo prudente, y ella no la retiró.
—Tengo toda la intención de regresar y en las mejores condiciones posibles. Merde, capitán.
Ninguno de los dos sonrió: ya no era tiempo de bromas. Se dio cuenta de que también tenía miedo por ella, y le apretó la mano. Ella lo interrogó con la mirada. ¿Y si te pido que no intervengas en esto? La sensación de peligro lo abrumó. Qué frágil te ves, capitán Marceau...¿Y tengo que dejarte correr semejante riesgo sola? Pero tenía la lengua pegada al paladar, y no pudo decir nada.
Todavía se sostenían la mano, mirándose en silencio, cuando Massarino entró. El comisario lo había citado para ajustar los últimos detalles. Notó cómo Massarino los observaba con expresión indefinible mientras ella salía, y tuvo otra vez la sensación incómoda de que los otros dos compartían algo que él desconocía.
Después de repasar algunos detalles del operativo, el comisario pidió café para ambos. Bebieron sin hablar pero era obvio que Massarino estaba preocupado.
—¿Hay algo que quiere decirme? —preguntó Marcel, inquieto.
—Teniente, este caso es muy delicado —dijo Massarino por fin, como si le costara pronunciar cada palabra—. Tenemos sospechas firmes sobre las posibles ramificaciones de esta gente. No creo que la Orden termine en sí misma; más bien me da la impresión de que es una de las tantas extensiones de algo mucho, mucho más grande.
—¿Una red de prostitución, tráfico de drogas, algo así?
—No sólo eso, teniente. Cuando circula mucho dinero sucio, se ensucian demasiadas cosas. Si podemos agarrarlos y poner fin al horror que desataron, magnífico. Pero creo que no se acaba ahí — dijo, apretando los labios hasta que fueron una línea en su cara—. Vamos a encontrar algo más grande y más desagradable, me temo. Los supuestos clientes de la Orden están o han estado bajo investigación, no una sino muchas veces. Por contrabando de armas, drogas, por cualquier cosa que se pueda comprar y vender con beneficios inmensos. Hasta ahora no se les pudo comprobar nada. Ni la MILAD(3) ni la UCRAM(4) pudieron infiltrarse nunca. Estos tipos tienen muy bien cubierto el culo: alguien de muy arriba los protege.
La expresión de Massarino era feroz. Los ojos se le habían ensombrecido y parecía un predador a punto de saltar sobre la víctima. El comisario siguió hablando.
—No creo que esperen este intento nuestro. La Brigada nunca intervino hasta ahora, y nos cuidamos muy bien de que nadie, fuera de nosotros tres... usted, Marceau y yo... supiera algo. Sólo Michelon está al tanto de todo el operativo. No arriesgue su vida en una comunicación o un contacto antes de tiempo. Con los rastreadores que lleva y que le instalamos podremos seguirlo dentro de lo razonable. Estaremos detrás de usted durante toda la operación. Tenga en cuenta que en algún momento, de usted dependerá la vida de las mujeres que se encuentren con usted.
No lo dijo, pero ambos sabían que en ese momento, también la vida de Odette dependería de él.
Aplastó el Murati de mierda en el cenicero, pensando seriamente en dejar de fumar, y se concentró en recordar lo que había aprendido sobre técnicas de condicionamiento mental. Todas incluían un agotador entrenamiento físico, pero eso no le preocupaba; había jugado durante muchos años al rugby como aficionado y rechazado la oferta de pasar al profesionalismo, para ingresar en la Escuela de Policía. A veces dudaba de su capacidad para hacer buenas elecciones.


Cascos Azules: violaciones a los derechos humanos en Somalia
Cascos Azules en la mira
Respondieron a su llamada más pronto de lo que esperaba. Estaban muy interesados en conocerlo. O el contacto de Odette era realmente bueno o... Mejor creer lo primero.
La primera entrevista la mantuvo, prudentemente, en el mismo Ritz. El aspecto del hombre de la Orden era desagradable, aunque vistiera traje gris oscuro y camisa celeste con cuello romano, con la cruz sobre el pecho. Unos lentes de marco redondo y dorado daban algo de expresión al rostro anodino, de cejas casi inexistentes de tan claras. Los ojos, de párpados pesados, estaban permanentemente entornados, de forma que el azul pálido del iris casi no se veía. Llevaba el cabello claro muy corto, al estilo militar. Le tendió una mano blanda y fría. Todo en él exhalaba violencia contenida. Se presentó simplemente como “Monseñor”. Marcel venció la repugnancia que le causaba el individuo y se sentaron en el bar del lobby.
Cuando el otro cruzó sus manos sobre la mesa en un gesto clerical, casi no pudo ocultar un respingo de sorpresa al ver el anillo con amatista en la mano izquierda. Entonces ‘Monseñor’ es realmente un monseñor. El estómago le dio una punzada de asco.

—Entiendo que usted representa a interesados en nuestros servicios, señor De Biassi. ¿O debería decir "mayor"?
Mayor Maurizio De Biassi, de los Cascos Azules italianos. La cobertura que Massarino había preparado. Marcel asintió con un gesto seco y cuadró ligeramente los hombros.
—Así es, monseñor. El príncipe Al Faid tuvo la oportunidad de comprobarlos personalmente. —Mantener una expresión impasible le estaba dando acidez.
Entregó a "Monseñor" la carpeta de cuero con interiores forrados en seda verde y con la media luna del Islam estampada en relieve en la tela, con sus “antecedentes” y las cartas en árabe y en francés.
El otro hojeó los papeles sin expresión alguna en la cara, pero pudo observar cómo en un momento los ojos de Monseñor se abrían rápidamente, sorprendidos. Un esbozo de sonrisa —si es que esa mueca era una— le apareció en las comisuras.
—Estaremos en contacto, mayor. Pronto tendrá nuestras novedades.
Se dieron la mano, nuevamente de pie. Por supuesto que pronto tendremos novedades. Si no me aceptan... No tenía dudas acerca de sus posibilidades de supervivencia si los antecedentes no eran convincentes.
La Beretta Combat 92, nueve milímetros, esperaba en la cartuchera, cargada y sin el seguro. Con trece bellísimos proyectiles acorazados, full metal jacket. Totalmente antirreglamentaria, pero espectacularmente eficaz. Qué otra arma podría llevar un ex de Constantini. “Espero que no la necesites”, le había dicho Odette cuando fueron a buscarla a la armería de la Brigada. “Se van a enterar muy rápido si la necesito antes de tiempo”, le había respondido él.

Beretta International
Se comunicó con la Brigada para pasar lo que sabía sobre "Monseñor". Quizás sirviera de algo.
Un día después, "Monseñor" en persona lo visitó en el Ritz. Esta vez, la mueca intentaba ser una sonrisa franca.
—Mayor, será un verdadero placer tenerlo entre nosotros. ¿Cuándo podemos contar con usted?
—Como le dije ayer, estoy a su entera disposición. Tengo órdenes estrictas de Su Alteza.
Se dieron la mano y acordaron que una limusina lo recogería esa misma tarde.

(1)el aspecto físico para el papel
(2)Buena suerte (lit.: en la boca del lobo)
(3)Unidad Anti-Droga de la Policía Nacional
(3)Unidad Anti-Mafia de la Policía Nacional