POLICIAL ARGENTINO: 13 sept 2011

martes, 13 de septiembre de 2011

La mano derecha del diablo - CAPITULO 25

PARÍS, QUAI DES ORFÉVRES, SÁBADO POR LA MAÑANA
El teléfono sonó y sonó y ella no hizo caso hasta que insistieron por segunda vez.
 — ¡Marceau! — Michelon no esperó a que ella terminara de decir "hola" —. Encontraron a Lionel Henri muerto en su automóvil, esta madrugada, en el garage de su edificio.
 — Dios santo — suspiró y se sentó en la cama —. Voy para allá.
— No. Ya retiraron el cuerpo. La espero en el Quai.
Odette llegó al piso con dolor de cabeza y el estómago en la montaña rusa. El interno había sonado durante todo el tiempo que ella había tardado en colgar el impermeable en el perchero.
 — Michelon te está esperando — le avisó Laure y cortó.

Mientras subía contando los peldaños, trató de componer una expresión neutra. Odio que mis asuntos personales afecten el trabajo. Tu problema, ricura, es que el trabajo te afectó los asuntos personales. Entró sin golpear: Madame estaba pálida.
 — ¿Quién encontró el cuerpo?
 — El portero. Aparentemente se suicidó con una manguera conectada al escape del motor. Lionel era mi amigo, yo lo conocía bien, nunca hubiera hecho una cosa así....— Michelon tragó saliva antes de hablar, y lo hizo aprovechando que ella no había abierto la boca todavía —. Tiene el caso asignado.
— ¿No están Meyer y Dubois en esto?— Odette casi saltó del sillón—. Sería interferir en la investigación... — Es un homicidio y Ud. está a cargo. Meyer y Dubois reportan a Ud. directamente.
 Se miraron y Odette meneó la cabeza con decepción.
— Madame, no creo que sea lo mejor en estos momentos...
 — Ya me equivoqué lo suficiente. Basta: Ud. está al frente del caso.
Marcel entró azotando la puerta y se quedó cortado cuando la vio; ella encajó los dientes y se apoyó rígida contra el respaldo de su sillón, los ojos fijos en Madame. Marcel tenía mal semblante.
 — Henri murió en la madrugada.... Ya lo saben...
 — Siéntese, Dubois. Marceau queda a cargo de la toda la investigación, incluída la muerte de Henri. Infórmele a Meyer.
 — Madame, no es lo que ...— Odette empezó a hablar y Marcel la interrumpió.
 — Madame, no creo que sea prudente. Ud.misma excluyó a Marceau de la investigación y ahora...
 — ¡Dubois, son mis órdenes!— Michelon restalló.
 — Creí que se trataba de no poner en peligro a más gente que la estrictamente necesaria— Marcel la enfrentó.
 — ¿Está poniendo en duda mi autoridad? — siseó la comisario.
— No, Madame, en absoluto — Marcel vaciló un instante antes de responder entre dientes.
— Madame, permítame disentir. Ya conoce mi opinión acerca de reasignar...— Odette intentó replicar.
 — ¡Marceau, para Ud. también vale mi autoridad!— Michelon estaba furiosa—. Quiero informes completos de todo lo que hagan. Quiero saber en dónde están y a quién van a ver o interrogar. ¡Y quiero al asesino de Lionel Henri!
 Odette se levantó sin mirar a nadie: mejor que me vaya a hacer mi trabajo.
 — Me voy a la morgue.
 ****

Marcel la alcanzó en el estacionamiento y se metió al auto sin que lo invitara. 
 — ¿Adónde estuviste anoche? Volví loca a media PDP buscando tu auto, llamándote a los celulares, al radio...¿No estabas en tu casa? ¿Podrías responderme por favor?
 Ella continuó conduciendo sin despegar la vista del tráfico mientras mantenía un silencio rencoroso. Se estaba comportando de un modo infantil pero si abría la boca terminarían a los gritos, y no eran el momento ni el lugar. Luchó por contener las lágrimas.
— ¡Carajo, te estoy hablando!— Marcel le tomó un hombro— ¿Podrías parar el puto auto?
Clavó los frenos y estacionó: acababan de llegar a la morgue. Se bajó sin mirarlo.
Marcel la alcanzó y la detuvo antes de entrar.
— Te estás portando como una chiquilina...— la agarró de un brazo y tiró hacia él.
— ¿Y qué estuviste haciendo hasta ahora, si no fue comportarte como un pendejo?— susurró ella entre dientes.
— ¡Te protegía! Todos te protegíamos, inclusive Michelon y ahora me hace esto. Vas a hablar con ella apenas regreses al Quai: te quiero afuera del caso.
— Da la casualidad que Michelon me hizo este presente griego. Entremos de una buena vez— trató de soltarse y él apretó más.
— No me jodas. Te amo aunque no me creas. No pienso consentir que te expongas por un caso de mierda. — Es por lo que nos pagan, Dubois. Y en cuanto a lo otro, creo que tendrías que revisar las bases de tu filosofía amorosa — remachó.
Él la soltó mascullando un insulto y ella acometió el pasillo blanco y frío con una decisión que le costaba sostener.
****

El forense auxiliar los estaba esperando. Por el bien de la causa, Marcel se quedó unos pasos detrás de Odette, que sin volver a mirarlo se acercó al médico. Al cadáver desnudo a sobre la camilla apenas le estaba comenzando el rigor mortis.
— La muerte se produjo alrededor de las cinco de la mañana, por inhalación de monóxido de carbono — informó el médico—. Es una muerte dulce y rápida. Si yo fuera a suicidarme la elegiría.
El sentido del humor de los forenses es algo que muy pocos le aprecian y yo no soy de esos pocos, pensó Marcel, asqueado.
— ¿Cuán rápida?— preguntó Odette.
El cretino presuntuoso pareció no darse cuenta del tono escueto de la pregunta y se dedicó a pontificar.
— El individuo primero pierde la conciencia, después el cerebro deja de funcionar por la anoxia, finalmente llega el paro cardiorespiratorio pero a esas alturas ya hay muerte clínica...— explicó, didáctico como un profesor de Medicina—. Digamos, veinte minutos como máximo, tratándose del escape de un auto. En el caso de las estufas, lleva un poco más, digamos...
 — ¿Cómo estaba cuando lo encontraron?— interrumpió Odette rodeando la camilla.
 — Sentado al volante, la cabeza sobre el pecho. Típico: conectan una manguera al escape, la meten por la ventanilla casi cerrada, arrancan el motor y ahí se quedan.
No la convenciste, doc, pensó Marcel al observar la expresión de Odette.
 — Las causas de muerte son claras, comisario— se jactó el forense—. Tiene todas las señales típicas...
— No dudo de su capacidad para determinar causas de muerte, doctor. Dudo de que Henri se haya suicidado.
— Para sospechar de un crimen, debería haber señales de violencia ¿Ud. se dejaría meter así como así en un auto en esa situación?— el forense se encogió de hombros—. Era un tipo de contextura fuerte, se hubiera resistido.
— ¿Y si lo drogaron, o algo así?
 — Lo primero que hice fue analizar la sangre: está limpio. Ni un sedante, un vasito de vino, nada. Es un suicidio— el tipo esbozó una sonrisita de suficiencia.
— Carajo— masculló Odette cruzándose de brazos; se apoyó en la camilla vecina y después de unos momentos, descorrió la sábana hasta descubrir los brazos del cadáver.
— No hay pinchaduras de nada, no le inyectaron ningún veneno, no lo golpearon para desmayarlo — enumeró vanidoso y levantó la cabeza del cadáver— ¿Ve? No hay hematomas ni contusiones...
— ¿Qué son estas marcas?
 — ¡Ah, comisario, es la marca del reloj de pulsera! Es la mano izquierda... Lo llevaría algo apretado y cuando se detiene la sangre...
 — No creo que usara dos relojes— Odette acotó sarcástica y levantó la mano derecha— ¿Qué me dice de esta marca?
— Ah, bueno, no parece nada demasiado concluyente— el hombre cubrió el cadáver—. No creo que... Bedacarratx entró a la carrera y saludó agitado.
 — Lamento llegar tarde...— una ojeada le bastó para que el auxiliar le alcanzara la ficha de la autopsia. El forense leyó el informe y descubrió el cuerpo hasta la mitad, para revisar los brazos del cadáver. — Tome muestras de la piel de las muñecas alrededor de esas marcas— ordenó y el forense auxiliar se puso colorado—. Son marcas de esposas... aunque casi no hay laceraciones...— Bedacarratx miró la muñeca derecha del cadáver varias veces y comparó las marcas con las de la muñeca izquierda—. Muy leves... parecen arañazos...
— Comisario — el auxiliar tartamudeó, rojo como un tomate —, no comprendo cómo se me pudo pasar... Entonces lo esposaron al volante y sí forcejeó... ¡y por qué no gritó!
— ¿Y si estaba amordazado?— Marcel intervino por primera vez—. Los tipos lo sacan de su casa. En el auto, lo sientan en el lugar del conductor pero en lugar de obligarlo a salir, que es lo que Henri suponía que harían, lo amordazan con cinta adhesiva y lo esposan al volante. Seguramente le hayan vendado las muñecas y por eso las marcas son leves; el resto es historia conocida. Preparan la escenografía, esperan a que el tipo muera, le sacan las esposas y la cinta.
— Y habría restos de adhesivo sobre la piel y alrededor de la boca— Odette sacudió la cabeza. No lo puedo creer, estamos de acuerdo en algo, pensó Marcel y le buscó la mirada. Ella no apartó los ojos pero se mantuvo inexpresiva.
— Sí, siempre queda algo— el forense auxiliar voló a buscar unos tubos de centrífuga, hisopos, una cureta y otras porquerías más, mientras pasaba de rojo a bordó.
Los instrumentos del forense le daban asco. Cuando me muera espero que sea en el mar, así me ahorran el paso por este sitio, pensó Marcel. Quién sabe si el remordimiento por haber dejado escapar el detalle de las muñecas hizo que el auxiliar se pusiera trabajar a toda velocidad. Bedacarratx les pidió que no se fueran.
— Por favor, esperen. Esto no tardará— y se fue a trabajar con el idiota apoplético. Con un ademán invitó a Odette a acompañarlo hasta la pecera de Bedacarratx, mientras encendía un cigarrillo.
— ¡Fume en el cubículo, Dubois! ¡Aquí hay inflamables!— le advirtió el forense.
Mejor no fumo una mierda.
 **** 
—¡Ya está!— Bedacarratx entró triunfante—. No tardé demasiado... ¡Buen Dios, qué humo!
— ¡Qué quiere! ¡Nos archivó aquí dentro casi una hora!— protestó Marcel, malhumorado.
 No habían constituido la mejor mutua compañía, él fumando como el Expreso Oriente y Odette vuelta hacia la pared, con la frente apoyada en una mano.
— Uno de estos días le muestro los pulmones de algún muerto por enfisema y...— bromeó el forense.
— ¡No joda, Ud. fuma Celtiques! ¿Cómo anda su enfisema?
— En casa de herrero...— el médico se encogió de hombros—. Limpiaron los tejidos con alcohol, pero había restos de adhesivo alrededor de la boca y de las muñecas y algunos vellos arrancados. Es homicidio. — Vamos a ver qué encontramos en el auto— Odette frunció el ceño—. Tiene que haber algo.
 — ¿Qué vas a buscar? Si yo lo hubiera hecho, hubiera tomado todos los cuidados posibles, me habría puesto guantes...— Marcel intentó un amago de conversación, animado por el plural.
— Yo hubiera hecho lo mismo, pero nunca se sabe: quizás haya cabellos, huellas de calzado, una colilla de cigarrillos, no sé...Hay que verlo— respondió ella con sequedad, y salió sin invitarlo a seguirla.
Siguen las hostilidades. Masticó el Gauloise y se le lanzó detrás. La alcanzó cuando abría la puerta del auto. Carajo, es capaz de irse y dejarme a pie. Maldita gata caprichosa. 
 — Dame las llaves— tendió una mano imperiosa. Por la expresión de Odette, creyó que se las tiraría por la cabeza. Tuvo suerte: un par de oficiales entraban al edificio y los saludaron. Las llaves le cayeron en la mano y ella se subió al auto, muda. Ofuscado por su silencio, Marcel detuvo el auto en una callecita medio desierta y tomándola por los hombros la obligó a mirarlo.
 — Hablemos.
 — No queda mucho por decir— replicó ella.
— No me hagas esto...
 — ¿Y qué me hiciste a mí?
 — Soy un imbécil— susurró—, un boludo, un hijo de puta, sé que no tengo excusas pero por favor...
— Nunca escuché una definición tan acertada — el sarcasmo fue peor que un cachetazo.
 — Dame una oportunidad... — le rogó con los ojos llenos de lágrimas.
 — ¿Me la hubieras dado a mí? ¿Me la diste alguna vez? — Odette perdió el control —. ¿En todo este tiempo merecí una sola vez tu confianza? ¡El señor no soporta la mentira! Serías capaz de matar por algo así, ¿no es cierto, Dubois?... ¡Creí que era una forma equivocada de amor y no era más que tu ego de macho inflado como un globo!
 Ella trató de bajarse del auto y él la retuvo por la fuerza. Lo insultó y él se aguantó los insultos. Lo odiaba desde sus mismas entrañas y se lo gritó, pero él aceptaba cualquier cosa con tal que lo escuchara. Forcejearon, él tratando de dar explicaciones que ambos sabían no tenían sentido.
— Estoy metido en esta mierda hasta el cuello y no puedo salirme en este momento... Tengo que seguir hasta el final...— trató de tomarle la cara entre las manos para obligarla a mirarlo—. ¡Cristo, cometí millones de errores, ya lo sé, pero te amo! ¡Qué debo hacer para que me creas!
— Nada...— murmuró ella exhausta y sin mirarlo.
— ¡Odette, por favor...!
— No es nada más lo de esas mujeres...¡sería tan sencillo! Pero, mentirme así sobre todo lo demás es... humillante.
 — ¡Tenía órdenes!
 — Creí que podías confiar en mí.
 — Yo no inventé el procedimiento— rebatió con sequedad. El que mencionara el caso lo irritó más de lo que podía admitir. Tenía órdenes: Odette debía ser mantenida al margen. Y ahora se la ponían delante, haciéndolo sentir un incompetente. Para colmo, ¿cómo mierda se las arreglaría para protegerla de los hijos de puta con los que se había cruzado? Era una locura y se sentaría a hablar con Michelon: Odette tenía que permanecer afuera.
— No, no inventaste el procedimiento: yo lo hice y no tuve en cuenta casos “excepcionales”— ella respondió con acritud—. Por ejemplo, que te acostaras con tu jefe y tuvieras que cumplir con un operativo a sus espaldas, haciéndola pasar por estúpida.
— ¡No es cierto! ¡Estás siendo injusta con los dos!
— ¿Y en el próximo operativo, qué? ¿Cuándo deberé enterarme que estás durmiendo con alguien más? Fui una idiota al pensar que esto podía funcionar— ella susurró y la pausa que transcurrió le heló la espina dorsal. “Esto”, eso, eran ellos dos. Pero entre ambos se levantaba una investigación que les destrozaba la confianza mutua. Maldijo a media voz y arrancó el auto. Llegaron al Quai en medio de un silencio pavoroso. Ninguno de los dos atinó a bajar en el primer momento.
— Odette... — hizo un último intento cuando ella estiraba la mano hacia la puerta.
— Pediré el traslado en cuanto termine esta investigación. No podemos seguir juntos en la misma unidad— bajó del auto y no se volvió una sola vez.