POLICIAL ARGENTINO: 08/01/2011 - 09/01/2011

lunes, 22 de agosto de 2011

La mano derecha del diablo- CAPÍTULO 24


PARÍS, QUAI DES ORFÉVRES. PRIMERA SEMANA DE OCTUBRE. VIERNES POR LA TARDE

La Brigada Criminal, 3º piso del 36, Quai des Orfèvres
 — Ya me está cansando, Corrente.
El hombre bajo arresto miró de arriba abajo a la mujer que se levantaba de la silla: no sabía que los comisarios franceses usaban portaligas. Estuvo a punto de decírselo. Iba a sacar un MS pero las esposas le recordaron que el brazo derecho no le serviría y él era diestro.
— No entiendo porqué me arrestaron. Quiero fumar — se señaló la muñeca esposada a la pata de la mesa.
Sentada sobre la mesa, la comisario Marceau cruzó las piernas.
— Me molesta el humo...
— ¿Dubois fuma Gauloises y a Ud le molesta el humo?
— El de los MS, sí— ella sonrió con ferocidad digna de un felino, Corrente sintió que su más fiel amigo se ponía de humor conversador. Se concentró en obviar las sensaciones.
— Qué- está- haciendo- en-París — deletreó ella.
— Turismo. No pueden arrestarme por sacar fotos.
— Me dice qué carajo quiere o termina en un calabozo del Quai.
— No tiene un solo cargo...
— Tengo testigos de su persecución y hostigamiento hacia mi persona. Jurarán que trató de violarme— se inclinó hacia él y su perfume levísimo y exquisito lo envolvió.
— No está prohibido andar por las mismas calles que Ud.
— Y supongo que cree que me hace un honor siguiéndome hasta mi casa y esperando que vuelva a salir.
— Siempre quise conocer La Defénse.
Se moría por fumar y como pudo se retorció para sacar el puto paquete de MS del bolsillo interior del saco. Sacó uno y casi lo mordió.
— Por favor, necesito el encendedor.
— ¿Qué es lo que busca, Corrente?
— El encendedor...
— Si no fuera tan cretino me caería simpático.
El perfume y la cercanía hicieron que su amigo insistiera en conversar. Se puso furioso consigo mismo y con ella. Te voy a borrar la sonrisa. Conste que no quería hacerlo.
— Traigo algo para Ud. Si me deja fumar, se lo doy.
— ¿Y si no?
— Lo encontrará de cualquier modo, cuando me revise los bolsillos buscando el encendedor — sonrió.
Ella se bajó de la mesa y rebuscó en el bolsillo derecho exterior del saco. Él se puso a medias de pie, impedido por la mano esposada.
— Está en el bolsillo derecho del pantalón. El encendedor, digo.
La manita entró y salió con suavidad provocándole otro tirón en la bragueta. El ruido del encendedor al caer sobre la mesa lo volvió a asuntos más urgentes. Iba a manotearlo cuando ella le detuvo la mano.
— ¿Y lo mío?
— Eso sí está en el saco.
Ella encontró el sobre, lo abrió y rodeó la mesa para sentarse mentras él encendía el MS como si fuera el último. El rostro de porcelana se volvió inexpresivo. Non ti piace, vero, tesoro? (1)
— A mí tampoco me gustó — dijo, aspirando el humo—. No pierda el tiempo haciéndolas analizar: no hay truco. Yo mismo instalé las cámaras ocultas.
Ni aún con la provocación logró un solo gesto de parte de ella. La comisario se levantó y llamó por el intercom sin dejar traslucir emoción; regresó y se sentó a repasar las fotos, esperando a los oficiales sin uniforme que lo habían arrestado.
— Teniente, fíchelo y enciérrelo. Ya conoce los cargos.
— Sí, señora— el tenientito de mierda soltó las esposas de la mesa, le tomó el brazo izquierdo y el clac metálico le informó que estaba a disposición de la PDP(2).
— ¡No tiene nada, no puede arrestarme!
Ella se limitó a sacudir la cabeza señalando la puerta. Carajo,¿estos pendejos quiénes se creen que son? — ¡Sáquenme las manos de encima!
Otra seña y lo sentaron de prepo y se retiraron hasta la pared a sus espaldas.
— ¿Qué es lo que le preocupa más, Corrente: la hotelería del Quai o cómo le quedará el culo cuando en Milán sepan que quedó al descubierto? — preguntó ella.
La rabia le estrujó los testículos. Sacó la voz de cualquier parte.
— Si sabía que soy de los Carabinieri, ¿para qué hizo toda esta mise en scéne (3)?
Ella sonrió con sonrisa de escultura etrusca.
— No lo sabía: me lo acaba de decir.
La puta madre que te parió. Amagó a levantarse y una mano masculina en el hombro lo convenció de sentarse.La comisario se acercó y le revisó metódicamente y sin segundas intenciones los bolsillos, hasta encontrar la identificación. Uno de los pendejos se acercó, ella le entregó la identificación y el otro salió a la carrera. Una sacudida del mentón, y el pendejo restante le abrió las esposas.

— Puede retirarse, teniente — dijo a media voz sin volver la cabeza y se sentó frente a él.
— ¿Yo también puedo preguntar? — aventuró Corrente después de encender otro cigarrillo.
— Las damas primero. ¿Quiénes son las mujeres?
— Una era una tal Sonja Jorgensson, sueca, mannequin de mediana categoría. Trabajaba en uno de los cruceros de EuroAvventura y alli conoció a Dubois. La otra es Alessandra Giuliani — la puttana de Alessandra, pensó tragándose la hiel.
— ¿Y se molestó en venir a verme para que convenza a Dubois de dejar en paz a su Alessandra?
Si no fueras comisario te retorcería el pescuezo. Le devolvió golpe por golpe.
— No: pensé que Ud. podría decirme a qué se dedica Dubois cuando le dice que está en C*.
— Ud. parece saberlo mejor que yo.
La dama no se rinde fácilmente, me gusta. Se sostuvieron la mirada, y en nombre de las relaciones internacionales, decidió ceder.
— Comisario, ¿qué le parece si hablamos en serio?
— Sé que tiene sus propios motivos, o los de los Carabinieri, no sé, para jugar al detective privado con Donna Valentina; sé que Ruggieri quiere a BCB para usarla de pantalla para sus actividades turbias y sé algunas cosas más. Su turno.
— Por “jugar al detective” me topé con Dubois en estrechas relaciones con Ruggieri. Traté de convencerme que se trataba de algún operativo pero resultó que no hay operativo. La PN(4) no tiene noticias de ningún oficial francés actuando encubierto en territorio italiano y por supuesto, los Carabinieri no tenemos información. ¿Qué clase de negocios podría tener Dubois, o Marco Delbosco, como le guste más, con Ruggieri? No queda mucho espacio para su inocencia, ¿no le parece?
— Me imagino que puede probar su culpabilidad...
— Para ser sincero, no. Lo único que tengo son las fotos...
— Que servirían en un juicio de divorcio si Dubois fuera casado — ella lo interrumpió con acidez.
— Alessandra Giuliani le encargó a Delbosco asesinar a Marcel Dubois, y Delbosco cumplió el encargo.
— ¿Oh?— los labios delicadamente dibujados se distendieron apenas en una sonrisa irónica.
— Cuando Valentina se empeñó en encontrar a su nieto, Alessandra se las arregló para que Valentina me conociera. Alessandra la espía constantemente; quizás pescó alguna conversación telefónica en BCB, porque las líneas de la casa de Valentina están limpias, me ocupo de eso. El caso es que se enteró de que Valentina había localizado a su nieto. Alessandra quiere usar a Delbosco para matar varios pájaros de un tiro: librarse de Ruggieri y poner las manos sobre BCB. Delbosco ya le llevó pruebas de que había cumplido con su pedido.
El teniente que había salido con su identificación, volvió con ella y con unas hojas de fax que la comisario leyó en silencio.
— Mayor Gaetano Giuseppe Corrente de los Carabinieri... Qué hacemos ahora... — murmuró Marceau con un suspiro.
— Yo, en su lugar, verificaría las temporadas que Marcel Dubois pasa en C*. Seguramente encontraría que coinciden con las idas y venidas de Marco Delbosco, veronés residente en Marsella y dedicado a comercio internacional, por Génova, a bordo de los cruceros y en Milán.
— ¿Y Ud., cómo lo supo?
La miró fijo antes de responder.
— Sonja Jorgensson...
— Otra chica con agenda ocupada...
— Sonja quería salirse de los cruceros. Le prometí ayuda y un pasaporte con otra identidad...
— Habla en pasado.
— Terminó mal.
— En el fondo del Mediterráneo — ella restalló — ¿Por qué mierda no se metió Ud. en los cruceros, en lugar de usar a la pobre tipa?
— Ya me lo reproché lo suficiente — respondió con amargura—, Sonja era una buena chica.
— Seguro, de otro modo seguiría con vida.
Corrente meneó la cabeza y continuó.
— Alessandra está trampeando a Ruggieri y a Delbosco por partida doble...
— Sin contarlo a Ud —comentó la comisario en tono llano y sin inflexiones —. Sin ofender.
— Yo soy un coglione (5).
— Yo diría que es tan inteligente que consigue que los que la persiguen para encarcelarla, terminen protegiéndola— lo miró directo a los ojos mientras le revolvía el puñal en la herida. Bien, de nuevo estamos intercambiando atenciones.
— No hay pruebas concluyentes contra ella — se defendió.
— ¿No hay, Ud. no puede encontrarlas, o Ud. las eliminó en un momento de debilidad y ahora no sabe qué hacer?
— ¿Siempre disfruta tanto de hacer mierda al prójimo?
— No más de lo que mi prójimo disfruta conmigo. Estamos a mano, Corrente: Ud. y yo somos un hermoso par de cornudos desinformados.
Touché. Pero volvamos a lo urgente: Alessandra está jugando a varias puntas con todos y puede que intente una jugada peligrosa.
—Entonces se le están acabando las movidas posibles— una ceja pincelada se enarcó, evaluando la situación —. Si me pongo a pensar como Alessandra, digo: "no le caigo tan mal a Delbosco "— sacudió el sobre con las fotos —, "ergo, la situación es relativamente sencilla: Delbosco me hace el favor de eliminar al nietito, Valentina se queda sin herederos, revienta, hago uso de la opción de compra de las acciones de BCB y me quedo con todas las fichas". Pero para eso hay que solucionar el ínfimo problema de lo que Ruggieri quiere hacer con BCB, que no es lo que ella quiere hacer, así que también debe limpiar a su hermano, que es el socio minoritario más importante de BCB. ¿Cómo conseguir el paquete accionario de su hermano? Heredándolo. ¿Logrará convencer a Delbosco? Probablemente sí, pero ¿y si Delbosco luego pretende hacer lo mismo que Ruggieri con BCB? Sabe mucho sobre ella, asesinó para ella. Delbosco se volvió inconveniente: sabe demasiado. ¿Qué haría yo si estuviera en su lugar? Le digo “a” a mi hermanito: cómo me enteré de la terrible verdad acerca de las intenciones de su nuevo socio, etcétera, etcétera, y Delbosco se va a dormir con los peces antes de un parpadeo; luego le digo “b” a los Carabinieri, dignamente representados por el mayor Corrente, y Ruggieri, sospechado de tráfico de estupefacientes, juego clandestino, tráfico de armas, proxenetismo y homicidio, termina en caserma (6) Pastrengo mientras que Corrente termina con un ascenso y eternamente agradecido a los buenos servicios de Alessandretta. Ella quiere BCB: el brillo del tout-Milán y los apellidos importantes. Falta ocuparse de Valentina, pero eso hasta una mujer puede hacerlo y quién sabe, le baste nada más que con presionar un poco... ¿Y Dubois y Ud. duermen tranquilos con la tipa? — ella le lanzó una mirada asesina.
— Sabe, comisario, verdaderamente hace falta la mente retorcida de una mujer para entender a otra.
— Gracias, mayor. Prefiero tomarlo como un halago.
— Lo es. Por mi parte estoy dispuesto a darle un voto de confianza a Dubois.
— Hombres. Todos iguales. Son todos unos cerdos — él la miró y ella aclaró con ironía:— no lo dije yo, fue W.S. Maugham.
— Cerdo o no, Dubois es uno de los mejores oficiales de la PDP y Ud. lo sabe. Lo asignaron a un operativo undercover, tanto que ni el resto de la PN lo sabe; no puede estar actuando solo, sería una chifladura. Alguien más debe estar respaldándolo y cubriéndolo aquí. Quizás su compañero pueda aclararnos algunas cosas a todos.
— Meyer...— dijo ella y encendió el intercom para pedir que llamaran a ese Meyer. Se sentaron en silencio hasta que un mastodonte tamaño XXL asomó la cabezota.
— ¿Comisario Marceau...?
— Siéntese, Meyer — lo invitó sin cortesía y los presentó —. El mayor Corrente tuvo la deferencia de traerme material de la investigación que está llevando adelante para los Carabinieri— le pasó las fotos — ¿Ud. tiene algo para decirme, capitán?
El gordo perdió el color de la cara al revisar las fotos. La comisario siguió, implacable.
— De acuerdo con lo que el mayor Corrente informa, un tal Marco Delbosco — el grandote respingó al oir el nombre —, se encargó de eliminar a Marcel Dubois. ¿No tiene nada que reportar al respecto, Meyer? ¿Uno de mis oficiales está muerto y yo no estoy al tanto?
El gordo se puso púrpura y a duras penas pudo emitir palabra.
— Es un ... operativo especial...comisario...
— ¿Puedo conocer al menos la identidad del finado?
— No... no tiene importancia... Quiero decir... usamos un NN. El encargo, usted entiende...era necesario para la cobertura de Dubois.
— Y supongo que esto también — tamborileó los deditos sobre las fotos.
— Yo... — Meyer tartamudeó —, le dije... que se estaba metiendo en... un despelote...
— Haga el favor de esperarme en mi oficina, Meyer.
— Señora, .... yo...— balbuceó el mamut.
— Ahora.
Meyer se levantó y salió a una velocidad de por lo menos treinta nudos. Ella se volvió hacia él, acusando el impacto de la situación en la mirada opaca.
— Creo que ya sé a quién preguntar desde cuándo Dubois está actuando undercover... y desde cuándo se excede con la pantalla que utiliza — el sarcasmo no le sirvió para esconder la humillación —. El juego fue divertido mientras duró. Mayor, no necesito decirle que puede irse cuando quiera.
— Comisario...¿cómo supo de los Ruggieri... y de mí?
Ella lo miró con una ironía amarga. Carajo, me gusta. Es dura, haríamos buen equipo. Una pena que no trabajemos con mujeres.
— ¿Dónde nació, mayor?
— En Caltanisseta.
— Hace preguntas tontas para ser siciliano.
— ¿Los Varza?
— Somos de la familia — la comisario se encogió de hombros.
— Quería verificar las versiones.
— ¿Se quedará en París?
— Si no ocurre nada raro... — le tendió una tarjeta con la dirección del hotel y su número de teléfono celular—. Aquí me alojo habitualmente. Me parece que el número de celular ya lo conoce, pero por las dudas...
****
Odette entró a su oficina y Meyer estaba de pie frente a su escritorio.
— Señora...
— Sabe, capitán, soy una idiota. La PN y mis superiores me humillaron muchas veces pero nunca lo esperé por parte de mis subalternos. Menos aún de quienes consideraba mis mejores hombres. Soy tan imbécil que inclusive duermo con uno de ellos— giró hacia la ventana para que Meyer no le viera las lágrimas de impotencia.
— Comisario, por favor, déjeme explicarle...
— Salga, Meyer. Déjeme sola.
— Comisario...
— Puede retirarse, Meyer — masculló con saña.
No se sentó hasta que escuchó cerrarse la puerta. El pulso le azotaba las sienes. Un operativo de “especiales”, ¿qué otra cosa podría ser? Yo misma diseñé la estrategia y ellos son parte del grupo. Los dos mejores. La puerta se abrió.
— Necesito estar sola — dijo sin volverse.
— No, Marceau — la voz la sobresaltó —, necesita explicaciones— Michelon se estaba sentando frente a ella— Yo ordené la investigación y fui estricta al aclarar que Ud. estaba fuera y debía ser mantenida fuera. Si alguien se equivocó, esa fui yo. Meyer habló de fotos: quiero verlas — exigió.
Sin hablar, Odette le entregó el sobre.
— Jesús...— murmuró Michelon entre dientes—. Esto no estaba dentro de los cálculos... Sabía lo de la Jorgensson, pero esta mujer Giuliani...
Bien, todo volvió a la normalidad: ahora es un superior quien me trata de idiota. Me siento reconfortada. Apoyó la frente en la palma de la mano.
— Esta mujer Giuliani está usando a Delbosco y sus servicios de killer para hacerse de BCB— retrucó Odette con aspereza—. Parece que la Giuliani es irresistible porque el carabiniere que está haciendo de topo detrás de Ruggieri también se la monta— la vulgaridad no hizo nada por su acidez.
— Marceau, asumo la total responsabilidad...— Michelon empezó a hablar.
— Dubois es mayor de edad — la interrumpió —, y por lo tanto responsable de sus actos— y de mis papelones, la puta madre que lo parió. Su expresión debió traicionarla porque Michelon meneó la cabeza con preocupación y levantó las manos en señal de paz.
— Déjeme empezar por el principio. ¿Recuerda a Lionel Henri?
— ¿Henri de IGPN? — fue su turno de saltar sorprendida—. Por supuesto que sí.
Michelon llamó a Laure por el interno y le pidió unos papeles. Luego, habló en voz baja.
— Personalmente ordené esta investigación a Dubois. Sabía que lo mandaba a la guarida del lobo y sin posiblidad de respaldo por nuestra parte, hasta tanto no tuviéramos algo cierto. Dubois tenía que ofrecer una cobertura impecable. Ruggieri utiliza a las mujeres habitualmente como una más de sus armas de ventas y de espionaje; Dubois sabía que Ruggieri usaba a la Jorgensson y tenía que seguir el juego...
Laure entró interrumpiendo el relato inconexo de Michelon y le susurró algo al oído que le provocó una mueca de disgusto a Michelon. La comisario le entregó el dossier que había traído Laure y se levantó.
— Es parte del informe Henri. Léalo y véame. Hoy. No se vaya sin verme — insistió desde la puerta.
****
Odette entró sin llamar. El dossier hizo un ruido seco al caer encima de los demás papeles. Le ofreció café y Odette negó con un gesto, sin dejar de mirarla. Michelon no sabía por dónde empezar, pero su subordinada le ahorró el trabajo de encontrar las palabras.
— Lo peor de todo esto es que nadie confió en mí. ¿Qué se supone debo hacer? Lo razonable sería pedir la transferencia, algo que el mismo Henri me aconsejó hace diez años. Tenía razón, no confiaron en mí entonces, por qué deberían hacerlo ahora...
— Está siendo injusta... — Madame intentó interrumpirla.
— ¿Injusta? ¡Esa mierda — Odette estrelló una palma sobre el dossier —, dice que me usaron! Se sirvieron de mí para librarse del grano en el culo de la PN que representaba Ayrault. En ninguna parte se mencionan los hechos. Eliminaron todas mis declaraciones: la que Henri me tomó y la que hice ante el Tribunal de Deontología.
— Es cierto — trató de apaciguarla —. Henri me dijo que fue el arreglo que Ayrault consiguió para retirarse de la PN sin involucrar a nadie...
— A nadie más que a mí. ¿A quién carajo le importaban la reputación y la carrera de una oficial? ¿La humillación que pasé delante de esos hijos de puta de IGPN, la mitad de ellos amigos de Ayrault, que me pedían que describiera por dónde me había metido la mano, si creía que el comisario me había tocado los pechos con alguna intencionalidad y si yo estaba segura de que efectivamente se había abierto la bragueta? “¿No se sentía Ud. atraída por la figura de su superior, capitán?”, “¿No lo provocó con sus repetidas insubordinaciones?” ¡Las insubordinaciones que Ayrault había inventado! Uno me preguntó cómo me había hecho los desgarros en el uniforme. Henri sabía perfectamente cómo, porque fue él quien me tomó testimonio en este mismo piso, el día de los hechos, en una oficina vacía y sin testigos. Me suspendieron diez días hasta que se resolviera el caso. Menos mal, porque al menos me evité la vergüenza de circular por el Quai con la cara y el cuerpo magullados por los golpes.
“Y resulta que nada consta en ninguna parte. Fui tan estúpida como para insistir en quedarme en la Brigada. Me aguanté los chismes y la maledicencia gratuitos y estúpidamente creí que podría usarlos para que me dejaran en paz. ¿Querían colgarme el sambenito de puta? De acuerdo, mientras no me jodieran y me dejaran trabajar tranquila. ¿Querían hacer apuestas para ver quién le hacía sombra a Ayrault? Apuesten, muchachos. Nadie tuvo una sola palabra de apoyo o de consuelo salvo el pobre Foulquie. Todas las mujeres a las que Ayrault acosó, renunciaron a la PN o pidieron el pase. Tendría que haber hecho lo mismo que ellas.”
Jesús, cómo pude equivocarme de esta forma. Michelon sacudió la cabeza con pesadumbre.
— Ni siquiera Ud. confió en mí, Madame— la acusación llegó en un susurro y cuando levantó la vista, la otra lloraba en calma, sin mirar a ninguna parte, meciéndose suavemente en el sillón.
— Odette, déjeme explicarle...
Odette ya no la escuchaba; hablaba para sí, con una media sonrisa entre escéptica y amarga.
— Sabe, Madame, una cree que la peor humillación es la que acaba de sufrir, pero siempre llega otra que la supera. IGPN y la misma PN me hicieron sentir peor que Ayrault. Hoy superaron los records anteriores: no tengo siquiera derecho a saber qué hace la gente que se supone está bajo mi comando, y que incluye al tipo que casualmente comparte mi cama. Ya sé: ese es un error que yo no debería haber cometido. Uno de los dos sobra en el sector. Debí saber que no resultaría y quién llevaría las de perder — hizo una pausa para tomar aliento—, y que si no había sido promovida en tanto tiempo era porque no consideraban que lo mereciera. Ni siquiera yo estuve dispuesta a creérmelo cuando lo hicieron, ¿porqué deberían creérselo los demás?
Yo tampoco me preocupé por saber qué había pasado, se reprochó Madame. Me quedé cómodamente aposentada sobre los legajos. Levantó la mirada y la otra estaba exhausta. Derrotada. Jesús, cómo pudo pasar todo esto.
— Mejor me voy a casa— murmuró Odette, poniéndose de pie con un esfuerzo.
— Querida, escúcheme ... — la alcanzó cuando la otra tomaba el picaporte.
Odette le tomó las manos y se demoró unos segundos en hablar.
— Mañana. Me sentiré mejor mañana, se lo prometo. Dije un montón de cosas injustas.
— No es así...
— Sí, fui injusta y sobre todo con Ud., pero me siento como si acabara de atropellarme un camión. Discúlpeme, Madame. No puedo razonar.
— La entiendo, créame que la entiendo— Michelon bajó los brazos y la dejó ir.
La puerta no terminó de cerrarse que tomó el teléfono.
— ¿Lionel?— no le dio tiempo a su interlocutor a ponerle excusas— ¡Necesito algunas aclaraciones!— demandó. Cuando cortó la comunicación, la sensación de impotencia le estrujó el estómago: si se trata de ocultar información, a mí también me trataron de estúpida. No la alivió el hecho de que Henri le hubiera prometido enviarle la “información faltante” de inmediato, y reunirse con ella tan pronto como pudiera.
Le pegó a las teclas del intercom para ladrarle a Laure:
— ¡Que pase!
Se detuvo frente a la ventana, de espaldas a la puerta. El reflejo desvahído en el cristal le dijo que el hombre que había estado escuchando la última media hora en el despacho anexo, había entrado. Sin molestarse en volver la cabeza, le espetó:
— Espero que tenga explicaciones suficientemente convincentes como para que no lo eche a patadas de la PDP, Dubois.
****
— Tome asiento, ingeniero— Michelon le señaló el sillón vacío. Dubois ocupaba el otro, el ceño fruncido y la expresión impenetrable.
Antes de continuar, Michelon tomó un cortapapeles de plata y empezó a hacerlo girar entre sus manos.
— Paworski, Ud. está en el Quai desde antes que yo fuera asignada a la Brigada Criminal.
— Creo que estoy en el Quai desde la época del inspector Maigret, Madame— sonrió y Michelon le devolvió un gesto desvahído. Dubois no mosqueó.
— Entonces estuvo durante la época de Ayrault— afirmó Michelon.
Paworski asintió en silencio. El cortapapeles evolucionó un par de giros antes de la siguiente pregunta.
— ¿Qué sabe de las circunstancias en las que Ayrault... se retiró?
— Lo que sabe todo el mundo, Madame — Paworski se encogió de hombros.
Michelon lo estudió con la mirada de un gris tormentoso; Dubois continuaba sumido en un mutismo absoluto.
— Lionel Henri me confirmó que fue Ud. quien llamó a IGPN el día del incidente M— el cortapapeles se detuvo en medio de un giro—. Me gustaría escuchar su versión de los hechos.
Al ingeniero, algo le subió y le bajó en el estómago. El cortapapeles chasqueó contra el sobre del escritorio. Paworsli frunció la boca y se dispuso a relatar.
— Ayrault había llamado a Marceau por el intercom en llamada general, para que subiera a su despacho. Tenía la costumbre de usar el intercom para llamar a los que caían en desgracia y le aseguro que el efecto era devastador. Esa vez, por lo menos sirvió de algo: se lo olvidó encendido. Yo estaba con Foulquie, que había venido por un problemita de nada con el radio, una tontería con el selector de banda, cuando salieron las voces por el intercom..., amenazando e insultando...

— ¿Quién amenazaba a quién?
— Ayrault a Marceau. La llamó a los gritos por el apellido y así supimos que esa vez se trataba de ella...
— ¿Esa vez? ¿Hubo otras?— interrogó Michelon.
— Demasiadas. Una de mis mejores técnicas se fue, lo mismo que varias suboficiales. Una teniente pidió que la transfirieran a otra ciudad— hizo una pausa.
— Continúe.
Paworski abrió la boca y sacudió la cabeza pero las palabras se le enredaron detrás de la lengua, sin decidirse. Madame decidió por él.
— Me basta con que repita su declaración ante Henri. Paworski, por favor...— Michelon retomó el zarandeo del cortapapeles.
— Sí, sí, ya continúo. Yo ...
— ... estaba con Foulquie, en su laboratorio...— Michelon empleó un tono conciliador.
— Sí, en el laboratorio...— la pausa fue algo larga porque el cortapapeles giró furioso: Madame se está impacientando—. Pasó un rato, no sé cuánto después de eso y de pronto... los gritos de Ayrault casi hicieron estallar los parlantes. “¡Tiene que aprender a ser lo suficientemente agradecida, Marceau! Hay gente que se rompe el culo por agradecerme, no querrá ...ser... la excepción”...— se sintió enrojecer.
— ¿Y después? — insistió Michelon.
— Después... hubo un ruido ahogado y él volvió a gritar : “¡Te vas a arrepentir!”. Gritó algunas cosas más, insultos... Ahora no recuerdo— pero sabía que el color de su cara lo traicionaba porque sí recordaba.
Hubo otra pausa durante la cual Paworski advirtió que Dubois contenía la respiración.
— ¿Entonces? — la voz de Michelon ya no sonaba imperiosa.
— Todo pasó tan rápido... Hubo ruidos... Después me enteré de que la había golpeado. Foulquie salió corriendo sin darme tiempo a reaccionar. Me gritó que llamara a IGPN. Por los altoparlantes seguían los gritos y... los golpes. Lo último que él gritó fue “¡ De rodillas, puta! ¡Es una orden!” y entró Foulquie: hizo saltar la cerradura a tiros. Creo que fue la única vez que el viejo usó su reglamentaria— sonrió con tristeza.
Michelon dejó transcurrir un silencio y leyó un expediente.
— De acuerdo con la información oficial, Ayrault había degradado a Marceau y la había asignado al Archivo por ofender a la Fuerza con sus manifestaciones de índole política— lo invitó a hablar con una ojeada de hielo gris.
— Había hecho público que la había degradado y mandado al archipielago Gulag por "jugar a la activista pro-judía". Había ido al funeral del padre de un amigo y llegó con retraso a tomar su turno...
— Ezra Benzacar — dijo Madame y Paworski respingó.
— ¿Benzacar el director de orquesta? Dios, murió en el atentado de Francfort. No sabía que... Bueno, no tendría porqué saberlo... Roulet y sus secuaces estaban de lo más divertidos; el cretino repetía a quien lo quisiera escuchar que Marceau se lo merecía porque, a mayor resistencia, más grande es la caída en desgracia. El idiota es técnico electricista, me gustaría saber qué mierda analiza la PN cuando estudia a los postulantes— masculló irritado.
Michelon suspiró.
— “Nadie te pone el revólver en la cabeza para que ingreses a la Policía, nena”. Es la filosofía de Roulet y de unos cuantos más.
— Derecho de pernada — agregó Paworski.
— ¿Qué?— Dubois abrió la boca por primera vez.
— Ayrault decía que estaba en posición de cobrarse el derecho de pernada.
Dubois palideció y largó un insulto grueso por lo bajo.
— Ella no vino durante muchos días, pensé que había renunciado... Sólo Foulquie y Henri la vieron. El viejo me contó cómo la había golpeado esa bestia. Me enteré de que le habían ofrecido pasar a otra repartición — meneó la cabeza —. Menos mal que es terca como una mula y no quiso dejar la Brigada.
Transcurrió una pausa pesada hasta que Michelon la rompió, a media voz cansada.
— Es todo, ingeniero. Muchas gracias por su testimonio— un rictus de amargura tironeaba hacia abajo la boca de la comisario. Dubois seguía petrificado, los ojos fijos en un punto detrás del sillón de Michelon, y no había vuelto a pronunciar palabra.
Asintió, se levantó y se dirigió a la puerta del despacho. Impulsivamente giró en redondo y con la mano en el picaporte, enfrentó a los otros dos.
— IGPN la usó, ¿no es cierto? Se sirvieron de ella para sacarse de encima a Ayrault.
Michelon asintió, muda y él continuó.
— Por eso la dejaron olvidada en un escritorio. El reglamento no escrito de la PN: el que jode a un compañero... Menudo compañero había resultado Ayrault. Qué compañeros resultamos todos.
— No Ud., Paworski — dijo Dubois en voz baja, todavía de espaldas a él.
— Yo no cuento, Dubois y Ud. conoce perfectamente las razones.
Dubois giró el sillón y lo miró a los ojos:
— Gracias.
— No sea idiota — retrucó Paworski.
— Ud. también es un idiota. Gracias.
Paworski sacudió la cabeza marcialmente, saludó y se fue.

(1) No te gusta, ¿cierto, linda?
(2) Prefectura de París
(3) Puesta en escena
(4) Police Nationale - Policía Nacional
(5) Boludo
(6) Cuartel. En el arma de los Carabinieri, equivale a una comisaría.

domingo, 14 de agosto de 2011

La mano derecha del diablo - CAPÍTULO 23

Génova: ciudad y puerto
HOTEL DE GÉNOVA, ÚLTIMA SEMANA DE SEPTIEMBRE
— Jumbo, necesito un cadáver.
— ¿Qué te pasa, te volviste loco? —aulló Meyer del otro lado de la línea codificada. Por el tono de voz, parecía punto de salir por el auricular.
— Alguien de mi contextura y mi edad. Si se me parece, mejor— continuó Marcel sin hacerle caso.
— ¿Qué carajo estás maquinando?
— Delbosco tiene que hacer un “trabajo”.
Jumbo insultó, gruñó y ladró durante toda la conversación y se demoró sus buenos tres días en devolverle el llamado.
—¿Qué mierda hago con el paquete? — preguntó sin siquiera el “hola, habla Meyer” de cortesía.
— Viejo, me salvaste la vida.
Le explicó a Jumbo qué debía hacer con el cuerpo.
— Jawohl, Herr Doktor . Igorr vife parra complacerrle...— masculló Jumbo, medio riéndose.
— ¿Quién carajo es Igor?
— El sirviente del Joven Frankenstein que le conseguía los cadáveres. Bomboncito, hará falta un auto. ¿También tengo que robarlo?
— Jumbo, tu papel en esta película es el de productor. El cómo consigas el auto es tu problema.
— ¿Algo más, bwana? ¿Necesitará también mi culo o puedo disponer de él?
— No te quejes, Jumbo. Yo soy el que está en la línea de fuego.
— Sí, seguro. Esa Alessandra se ocupa de atizarte bien el fuego, ¿eh?
Un pinchazo de remordimiento le retorció el estómago pero no acusó recibo del dardo de Meyer.
— ¿Cuando sale en los diarios?
— Dame un par de días más.
— De acuerdo.
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A punto de tirarse en la cama, control remoto en una mano y lata de cerveza en la otra, su mirada distraída tropezó con el sobre marrón que asomaba entre las camisas. Frunció el ceño pero la duda duró menos que un parpadeo: eran el diario y las fotografías ocultas de Marcello Contardi. Marcel dejó en paz el control remoto para tomar el sobre y al hacerlo, los fragmentos de la fotografía sepia se dispersaron sobre la cama. Masculló una grosería mientras juntaba los pedacitos pero, a punto de tirarlos a la basura, recordó que quería jugar a los rompecabezas. Durante un buen rato se distrajo reconstruyendo la imagen que Marcello Contardi parecía haber aborrecido tanto como para romperla, pero no lo suficiente como para deshacerse de ella.

La imagen tomó forma pero los bordes rotos conformaban un mapa difícil de leer. Excitado como un mocoso, sacó la notebook y conectó el scanner, todo en medio de la cama. Ensimismado en pelear con el programa, no se dio cuenta del paso del tiempo hasta que entre dos bostezos miró el reloj. ¡Mierda, las dos y media de la mañana!
El esfuerzo y la vigilia valieron la pena porque la pantalla mostraba una mujer de cabellos oscuros que abrazaba a un niñito rubio de boquita enfurruñada, ambos de pie. La sonrisa de ella le nacía en los ojos y le iluminaba el rostro enmarcado por mechones que se escapaban del peinado recogido y alcanzaban el escote generoso. Calculó que podría haber cercado el talle de la mujer con sus manos. Por la moda, la foto parecía tomada en los años ’20. Ella es muy joven. ¿Y el crío? Unos cinco años. Puso el zoom en la cara del niño. Si me hubieran vestido de marinero y me hubiera visto así de ridículo, tendría la misma cara de culo. Deslizó el mouse hasta el rostro femenino, centró el cursor y lo amplió. Está mirando a alguien, mostrándole al pendejo malcriado. Orgullosa como sólo una madre puede estarlo. El pensamiento lo hizo sonreir con ternura distraída mientras jugaba con el mouse. Clic, y la foto volvió a su tamaño original.

Clic, fuera el sepia. Clic, más contraste, clic, más brillo. Ella se veía radiante. Qué hermosa es. Volvió su atención al mocoso y entendió: no estaba enojado sino asustado. Bobito, nadie va a quitarte a tu mamá.
Guardó la imagen y desconectó el cablerío, dispuesto a dormir, pero tardó un buen rato tejiendo hipótesis acerca de la identidad de los personajes y las razones del viejo Contardi para conservar la foto rota, hasta que los bostezos lo hicieron lagrimear. Mejor me duermo de una vez.

MILÁN, OFICINAS DE BCB. PRIMERA SEMANA DE OCTUBRE

Corriere della Sera
Alessandra hojeaba aburrida el ejemplar del Corriere della Sera sobre la pila de periódicos que llegaban todos los días para la signora Contardi Bozzi, cuando el suelto policial le llamó la atención. El corazón se le aceleró mientras leía. El accidente había sido fatal: el automóvil se había desbarrancado por un problema en los frenos y su ocupante había muerto instantáneamente. La policía francesa lo había identificado como Marcel Dubois, treinta y cuatro años, de profesión comerciante. De los documentos que se habían encontrado en un maletín, surgía que el hombre tenía familiares y negocios en Milán.
El murmullo del personal de la entrada le dijo que Valentina acababa de llegar. Dobló el diario en esa página y lo dejó apoyado en el extremo de su escritorio. Valentina leía ritualmente todos los diarios apenas llegaba, en tanto ella le alcanzaba un caffelatte liviano.
Llevó la pila al escritorio de donna Valentina y salió a servir el caffelatte. Cuando volvió, la anciana estaba pálida como una muerta, con la mano sobre el diario. Se contuvo para no relamerse de gusto.
— ¿Le sucede algo, donna Valentina? ¿Se siente mal?
— No, cara — Valentina parecía haberse quedado sin aliento—. Supongo que... que estoy a punto de engriparme porque... no me siento muy bien. No me sentí bien desde anoche...
— ¿Por qué no se va a casa? ¿Donna Valentina...— le tocó el brazo —, quiere que pida el auto y la acompañe a su casa?
La anciana tenía la mirada perdida
— No, puedo... puedo irme sola. Pídeme el auto, por favor — y se levantó del sillón haciendo un esfuerzo inaudito.
Valentina no acababa de salir que Alessandra tecleó el número de Delbosco, tan nerviosa que se equivocó la primera vez.
— Sabía que llamarías. ¿Ya leíste el Corriere de hoy? — respondió Delbosco del otro lado.
— Yo... no esperaba que fuera... tan pronto —se rió nerviosa. ¡Cristo Santo, hice asesinar a un tipo!
— Me gusta cumplir mis compromisos en tiempo y forma, y espero reciprocidad.
— ¿Do-dónde estás? — preguntó, esquivando la respuesta de él.
— En Génova.
— ¿Cuándo vendrás a Milán?
— Pronto. Me gustaría tener el resto de la información reunida para entonces.
La comunicación terminó sin que ella pudiera volver a intervenir.

****
Los dos hombres morenos vestidos con trajes sobrios pero carísimos, y de acusados rasgos del Sur, esperaban de pie en el salón principal, bajo la mirada vigilante de Guglielmo. Valentina sintió que el corazón le tamborileaba en el pecho como a una colegiala mientras le hacía una seña al mayordomo para que se retirase. Me siento Miss Marple. ¿Me veré tan vieja como ella?
— Donna Valentina — ambos hombres inclinaron la cabeza en un besamanos.
Miró a los dos sin decidirse a cuál de ellos debía llamar "Signor Varza". El hombre más joven — y el más atractivo, pensó con una chispita de picardía —, comprendió su inquietud y con otra levísima inclinación se presentó.
— Él es Calogero Colosimo — señaló a su compañero y éste se adelantó medio paso —. Es de mi absoluta confianza. Él la acompañará.
Y me protegerá de todo mal, pensó Valentina mientras lo estudiaba. Los ojos negros de Colosimo no rehuían ninguna mirada pero no la enfrentaron sino que la tranquilizaron. Supo que podía confiar su vida a ese hombre y que no se equivocaría al hacerlo.
Guglielmo entró con café para los tres y grappa para los caballeros. Mario Varza estaba muy al tanto de la situación por la que ella y BCB atravesaban en esos momentos. Parecía estar al tanto de muchas cosas más pero evidentemente prefería callar, haciendo gala de muy buena educación.
— ¿Debemos salir hoy mismo? — ella preguntó con algo de desánimo.
— Es mejor así y además es completamente creíble — Varza insistió —. Los documentos que se encontraron en el maletín la mencionaban a usted. Había cartas suyas — Valentina se sobresaltó y abrió mucho los ojos. Los hombres sonrieron—. No se preocupe: nadie le pedirá una pericia caligráfica, donna Valentina. Calogero tiene los pasajes aquí. Si le parece bien...
Prefirió no darse tiempo para pensar. Llamó a Bellarmina, la mujer de Guglielmo, y le pidió que le preparara una valija pequeña con ropa para dos o tres días; más hubiera sido sospechoso. Si alguien preguntaba, Guglielmo y Bellarmina podrían responder sin mentir. Además, Colosimo disponía de fondos para proveerle todo lo que necesitara. En menos de dos horas estaba en Malpensa, tomada del brazo recio y protector de Calogero Colosimo, que la cuidaría como a su propia madre.

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Mario Varza marcó el número mientras esperaba el cambio de luces del semáforo.
— Está fuera de peligro — dijo al teléfono, sin mencionar ningún nombre.
— Te debo una grande — le respondieron con alivio del otro lado.
— No necesito decirte que tengas los ojos bien abiertos: éstos son carroña. Y ella peor que el hermano.
— Estoy aprendiendo a conocerla. Una sola cosa más...
— No te preocupes: ni una palabra hasta que nos lo digas.
Por el auricular se escuchó el suspiro de alivio.
Arrivederci.
Arrivederci.

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No había terminado la comunicación con Mario que el celular vibró contra su pecho. Marcel respondió a medias distraído y casi dijo "Sí, Mario". Menos mal que no llegó a abrir la boca porque era Ruggieri.
— ¡Delbosco! ¿Este chiste es responsabilidad suya ? — ladró el tipo.
— ¿De qué habla ? – ya sé de qué estás hablando, pero me gusta romperte las pelotas. Abrio la puerta del auto y se sentó al volante.
— ¡No se haga el inocente! ¿Se cree que no leo los diarios? ¿Cómo carajo se le ocurrió semejante idiotez?
— No hago idioteces con mi trabajo — retrucó con desdén.
— ¡No me diga! – el volumen de los aullidos hizo zumbar los circuitos del celular— ¿Y qué mierda vamos a hacer ahora que se va de viaje? ¿Cómo piensa llevar adelante el compromiso? Porque usted tenía uno conmigo, ¿lo recuerda ?
Marcel se permitió un suspiro ostentoso y aburrido.
— Siempre garantizo el ciento por ciento de satisfacción y seguridad a mis clientes, ya se lo dije. Con esta modalidad operativa aseguré el cambio de predisposición vendedora. Si hubiera elegido una forma más directa, en poco tiempo más se habría recibido el reclamo de los herederos, ¿comprende ? – hizo una pausa de efecto.
Del otro lado ladraron una serie bastante gráfica de insultos.
— No proteste, sabe que tengo razón.
— ¡Lo que no tengo es tiempo ! ¡Carajo, si hubiera hecho... !
— Ahora es usted el idiota – restalló con dureza—. Si hubiera hecho la operación de la otra forma, ni siquiera habría entrado en los tiempos legales para posibles reclamos de herederos. Más todo lo que llevaría reunirse después, ofertar, esperar la aceptación y en caso de negativa, tener que optar por un segundo operativo. Insisto: así le aseguré lo que usted necesitaba, en el menor tiempo posible y de una forma impecablemente limpia.
Pausa prolongada, suspiro pesado y un " Va bene" entre dientes.
— Todo resultará como le dije y en menos tiempo de lo que cree.
El celular cliqueteó sin siquiera un "arrivederci". Al carajo con este boludo. Ya me tiene harto. Tecleó el número de Jumbo para pasarle el reporte del día. Por lo menos, algo bueno saldrá de toda esta mierda. No van a hacerle daño a mi familia.