POLICIAL ARGENTINO: 3 feb 2012

viernes, 3 de febrero de 2012

la mano derecha del diablo - CAPITULO 33

QUAI DES ORFÈVRES, JUEVES POR LA MAÑANA


— ¿El comisario Massarino?
— Soy yo, dígame.
— Era como Ud. suponía. La comisario Marceau acaba de venir a preguntarme cuánto podría demorar en preparar un equipo de detección portátil.
Massarino insultó a medio santoral antes de preguntarle a Paworski qué le había respondido a Marceau.
— Que no menos de veinticuatro horas. Lo siento, comisario, no podía decirle más tiempo sin que sospechara.
— Está bien, eso nos da un día más. ¿Le pidió otra cosa?
— No... todavía.
— Manténgame al tanto.
— Algo más. En la madrugada del martes la señal de Dubois se activó en modo operativo normal pero se perdió en menos de cinco minutos. El operador pensó que se trataba de un encendido accidental y no reportó.
Massarino volvió a insultar.
— ¿No llegaron a triangular la posición?— preguntó el comisario cuando dejó a los antepasados del operador en paz.
— No. Trataré de reconstruirla con los datos del registro.
— Si lo consigue, no se lo informe a Marceau.
— En absoluto.
Cuando colgó el auricular, Paworski se sentía más miserable que una cucaracha.
****

La visita al laboratorio había sido frustrante: no había novedades y Paworski no tendría un equipo portatil antes del día siguiente. De regreso a su despacho, Odette encontró la puerta cerrada y ella la había dejado abierta. Dentro, El mayor Corrente medía la oficina con pasos inquietos.
— ¿No sabe anunciarse, mayor?— preguntó sin saludarlo.
— ¿Dónde está Dubois?— restalló el tipo, grosero.
— No debajo de mi escritorio, eso es seguro.
— Lo vieron por última vez con Alessandra. ¿Cuánto hace que no se reporta?
El tono perentorio del tipo la irritó.
— Alessandra solía ser vista con unas cuantas personas. ¿Quiénes vieron a Dubois por última vez?
— Mis informantes— respondió él con brusquedad—.Compró un pasaje en Malpensa como Marcel Dubois e hizo el check-in pero de acuerdo con mis contactos, nunca subió al avión. Alquiló un auto y lo cambió al llegar a Turín. Entró a Francia por Montmélian y volvió a cambiar de vehículo cuando llegó a Lyon. Allí lo perdieron. Tengo que encontrarlo— deletreó el hombre.
— Sigo sin ver la razón de su premura por localizarlo.
— Asesinaron a Alessandra— siseó Corrente a la distancia del aliento—. La molieron a golpes y la remataron con un disparo de .45 en la cabeza.
El corazón le subió hasta detrás de la lengua y tardó dos latidos en volver a su lugar. Se rehizo para seguir hablando en tono neutral.
— ¿Tiene una orden de arresto?— lo enfrentó.
— Por supuesto que no.
—¿Entonces, qué hace aquí en lugar de investigar en Milán? ¿O está usando a Dubois de coartada? ¿Y si fue usted quien mató a Alessandra? Las circunstancias apuntan más a usted que a Dubois, mayor: usted dormía con ella antes de que Dubois apareciese en escena. Usted se ocupó solícitamente de traerme la prueba de sus propios cuernos, todavía no sé con qué motivos
Corrente apretó los dientes sin responder y ella continuó.
— Es evidente que conoce los movimientos de Dubois mejor que yo. ¿Para qué lo busca?
— Ya se lo dije...
— ¡Vamos, Corrente! La excusa de Valentina se le terminó hace rato.
El mayor soltó un suspiro largo antes de hablar.
— Los Carabinieri estamos detrás de Ruggieri desde hace bastante. Me serví de Alessandra para acercarme a BCB; lo de Valentina fue, digamos, un intercambio de favores con Alessandra. Cuando Dubois resultó ser Marco Delbosco, me inquieté: no sabía si estaba operando undercover o era otro policía corrupto.  Reconozco que me excedí un poco tratando de saber qué era lo que realmente hacía, y descuidé otros frentes— Corrente meneó la cabeza con pesadumbre—. Eran dos pájaros en un mismo tiro, ¿entiende?, una tentación demasiado grande como para no ceder. Ahora las cosas se complicaron y... bueno, él se convirtió en uno de los eslabones de la cadena de investigación. Lo siento si me porté como un rústico. Estoy algo alterado— tragó saliva y la nuez de Adán le subió y bajó ostensiblemente—. La muerte de Alessandra me... afectó— se pasó la mano por la cara.
—Comprendo— respondió ella con una amabilidad que no sentía—. No sé nada de Dubois desde hace unos días— no pensaba decirle cuántos—, pero le prometo mantenerlo informado. ¿Se quedará en París?
— No sé todavía. Puede localizarme en mi celular.
— Lo llamaré.
— Se lo agradezco, comisario— Corrente le estrechó la mano y se fue y ella se quedó mirando la puerta.
No le había despegado los ojos al hombre mientras hablaba: las pupilas de Corrente ni siquiera se habían dilatado; su mirada no reflejaba emoción alguna.
Está mintiendo...¿respecto de quién? ¿Alessandra no le importaba tanto como quiere aparentar? ¿Quién carajo es Corrente? La información que maneja y su red de soplones son mucho más amplias que las de los Carabinieri. ¿Cuál es tu juego, Corrente? O mejor, ¿cuál es tu equipo? Demasiadas coincidencias, demasiada información.
Dudó entre enviar un fax o un e-mail y se decidió por la mayor discreción del primero. A ver qué nos responden ahora. Marcó el número de Calogero Colosimo en Roma y despachó nuevamente la hoja de pedido de información.
La respuesta oficial fue bastante más rápida que la de Calogero, pero ésta última era mucho más confiable porque la información era mucho más confidencial. Te cubren bien las espaldas, mayor. No quería imaginar las posibles razones de porqué buscaba tan desesperadamente a Marcel Dubois, pero la punzada en el estómago le decía que las conocía a la perfección. Se tiró el impermeable encima y se lanzó a la calle a caminar.
Corrente se había acercado a Valentina haciéndose pasar por investigador privado, cobertura que usaba como oficial de los Carabinieri con una particular independencia de movimientos. ¿Por qué en lugar de ocuparse de Ruggieri y sus socios, que debían ser los objetos obvios de indagaciones de la Polizia Finanziaria y los Carabinieri, Corrente estaba emperrado detrás de Dubois? Podría decirse que es su único objetivo: rastrearlo en donde se encuentre. ¿Para qué lo busca? ¿O es “para quién”? ¿Por qué estás tan cerca de nosotros todo el tiempo?
“Células pequeñas, perfectamente organizadas, que no conocen a otras células que operan dentro del mismo caso; sólo se informa a un oficial de rango, al que en ciertos casos no se conoce; especialistas que trabajan solos, supervisados por un único superior y que reciben órdenes exclusivamente de éste. Instrucciones precisas, específicamente codificadas para cada célula, con claves que cambian semanal o diariamente, según las necesidades...”
Los “especiales” de Michelon trabajaban de esa forma... Igual que los terroristas, las organizaciones clandestinas y parapoliciales. La Orden del Temple tenía ese modus operandi y por esa razón ellos habían logrado penetrar en sus filas. Y nuestro mayor Corrente sigue el patrón al pie de la letra. La certeza le quitó el aliento. ¿Corrente? ¿Y por qué no?
Los recuerdos se le hicieron carne y la nausea la hizo sostenerse del parapeto del puente. “Mátela, Maurizio. Es una orden” y Marcel había estado a punto de cumplirla. El condicionamiento había funcionado aunque ella siempre se hubiera negado a admitirlo. Estuviste frente al cañón de esa pistola, suplicándole que no te matara. Y ellos lo saben. Saben que aún es hombre de la Orden. El horror le secó la boca y le llenó los ojos de lágrimas.
Son “ellos” los que lo buscan. Maurizio De Biassi era uno de los “elegidos” y sólo quienes estuvieran al tanto del resultado del operativo de la Orden, sabrían que Maurizio De Biassi es Marcel Dubois y podrían intentar rastrearlo. Dios, tengo que encontrarte antes que ellos. No puedo permitir que te hagan daño nuevamente.

JUEVES, EN ALGÚN LUGAR DE PARÍS
Los escalofríos de agotamiento le hacían doler la piel. Los músculos le temblaban en espasmos involuntarios y por momentos el corazón se le aceleraba furioso. Sentía las piernas hinchadas al triple del volumen normal y pesadas como el plomo; la sed le estaba arrasando la boca y le incendiaba el estómago.
Lo que estuvieran inyectándole o suministrándole con la escasa agua que le daban a beber, lo condenaba a una vigilia atroz. Había perdido por completo la noción del tiempo y ya no era capaz de razonar; sólo ansiaba cerrar los ojos y hundirse en un olvido negro y sin imágenes.
El techo se iluminó con luz cegadora: otra vez las malditas proyecciones. Apretó los párpados y los dientes negándose a ver, pero no podía dejar de oir. Los gemidos atravesaron su cerebro como una lanza de fuego. Voces que le forzaban sensaciones que en una situación normal le hubieran resultado repelentes y que ahora se le hacían carne y le conmovían las entrañas.
— Mire, Dubois— ordenó la voz cascada.

No pudo resistirse y abrió los ojos. Las sensaciones odiosas le serpearon como una corriente eléctrica por el cuerpo. No quiero verlo, no quiero... Los gemidos degeneraron en gritos desgarradores y las imágenes se volvieron caóticas. Manos enguantadas, pedazos de cuerpos desnudos, ojos, bocas, piernas retorcidas, la varilla metálica adentro-afuera-adentro-afuera imitando obscena el coito, los espasmos, los gritos, un cuerpo extrañamente laxo, una vagina inerte penetrada con furia, más gritos, más carne desnuda y lacerada, más sexos erectos y violentos.
“Parece que va a dar trabajo. ¿Le gustará a su representado?”, preguntaron. “No lo dudo, es de su tipo”, respondía su propia voz.
Con terror sintió el cuerpo entero pulsarle en la entrepierna. La erección era independiente de su voluntad estragada por las drogas; crecía y latía rítmicamente. Tensó las piernas para evitar que continuase. “Entremos”. El cuerpo desnudo sujeto a la grilla metálica se retorcía espasmódico. No es verdad. No soy como ellos. Yo nunca...nunca...
— ¿Lo ve, Dubois? ¡Usted también está excitado! ¿Lo está disfrutando? Vamos, déjese llevar. Mírela a los ojos.
Quería gritar que no, que sentía horror, repudio, que no quería mirarla ni matarla, pero no tenía voz ni aliento. Las escenas se sucedieron con violencia creciente y le pareció que su propio corazón bombeaba al ritmo enloquecido de lo que veía. La tensión le hacía doler los testículos. “Matela, Maurizio. Es una orden” y los disparos retumbaron en los parlantes. Abrió la boca jadeando por aire y al inspirar, un envión le subió desde el bajovientre hasta la base de la cabeza, obligándolo a retorcerse. La eyaculación se le disparó sin que pudiera dominarla, y la humedad viscosa y caliente de sus propios fluidos le mojó el vientre. Era una liberación y una tortura.
El cuerpo entero se le sacudió en estertores agónicos que se disolvieron en un hormigueo desagradable, dejándolo sucio y transpirado, y sintiéndose inmensamente miserable. Sollozó sin voz y sin lágrimas, con la boca abierta y el rostro contraído.
— ¿Lo ve?— la voz atronaba el aire— ¿Para qué negarse a lo evidente? ¿No gozó con esto? ¡Usted es como nosotros! ¡Uno de nosotros! ¡CONFIÉSELO, DUBOIS! ¡ES UNO DE NOSOTROS!

QUAI DES ORFÉVRES, JUEVES POR LA TARDE
Después de de bucear en las redes de destinos aéreos y carreteras de interconexión, Odette pudo armar un cuadro más o menos lógico de situación. Algunos hechos comenzaban a encajar, como por ejemplo por qué habían confundido a Dubois padre con Dubois hijo. No era sólo el parecido físico: los que lo habían hecho, estaban siguiendo muy de cerca a Marcel, casi tanto como el mismo Corrente, aunque con motivos diferentes. Ahora tenía una idea bien precisa de la ruta que podría haber tomado Marcel, que sin duda estaba regresando a París. Bajó los escalones hasta el Laboratorio de dos en dos.
— ¿Paworski?
— Salió— gruñó uno de los auxiliares sin levantar la vista de lo que estaba haciendo.
Carajo, ¿que hago, espero? Dio media vuelta y emprendía el camino hacia la salida cuando la tapa de un diario le llamó la atención.
—¿De quién es el "Corriere della Sera"?— preguntó sacudiendo el diario de dos días atrás.
El mismo auxiliar se encogió de hombros con otro gruñido, ni sí ni no. A la mierda, me lo llevo.
Subió las escaleras buscando la página de "Cronache" (1) , y releyó la noticia para asegurarse de que no había equivocado los nombres. La descripción meticulosa del cronista de policiales le dio piel de gallina. ¿Hace falta ser tan gráficos? Su contacto en Carabinieri estaba de humor comunicativo, porque le tomó sus buenos diez minutos llevar al hombre al tema que le interesaba. El oficial le prometió las fotos “para dentro de quince minutos”.
Corriere della Sera
Quince minutos italianos pueden ser dos horas, o mañana, o quién sabe cuando, pensó desesperanzada, pero el chirrido de la pc y el iconito del correo oficial le dijeron que esta vez se había equivocado: ahí estaba la información, vivita y coleando.
Santo Dios, qué le hicieron a esta pobre tipa. Nadie merece algo así. Con un clic reenvió las fotos al Laboratorio y a Bedacarratx. Esperó cinco minutos con los dedos repiqueteando inquietos sobre el teléfono, y citó al forense en el Quai.
****
— ¿Qué le pasa, Marceau, ahora se dedica al snuff (2) ? — Paworski puso cara de asco.
— Por favor, Kolya, esto va en serio. Superpóngala con las otras tomas.
— ¿Qué, hay más?— ladró Paworski mientras abría los otros archivos— ¡Mi Dios! ¿Por qué no va a lo del forense con esta porquería?
— Bedacarratx está por llegar. Pase las tomas a negativo.
Quai des Orfèvres- Local de secado de pruebas y fotografías
Estrecharon filas con el forense, delante del monitor, para que los ayudantes no se regodearan con el espectáculo en pantalla. Bedacarratx pidió acercamientos y Paworski comenzó a interesarse.
— ¿Podríamos imprimirlas?— pidió el forense.
— ¿Con o sin copyright?— chanceó Paworski.
— Basta, Kolya, por favor— Odette suspiró y el ingeniero asintió, algo más rojo que lo normal.
Se encerraron en el cubículo del ingeniero y Bedacarratx tuvo la deferencia de no fumar.
— Yo diría que es el mismo tipo— dijo el forense—. Vea: el tipo y tamaño de marcas y sobre todo, el sentido. Golpea siempre de la misma forma. ¿Ve estas marcas alargadas?
El forense se explayó en una clase sumamente didáctica sobre ejercicio de la violencia física. Cuando terminó, Paworski tenía náuseas y ella estaba completamente segura de la identidad del asesino.
****
Bedacarratx se despidió prometiendo un informe completo sobre las fotografías. Odette regresó a su oficina y se servía un café cuando Sully asomó sin golpear, blanca como el papel, y le entregó copia de una circular. La cabo salió sin haber soltado la respiración.
El texto le secó la boca: la comisario Michelon había sido relevada de su cargo y todas las acciones no estrictamente inmediatas quedaban suspendidas hasta tanto asumiera el nuevo Director de la Brigada Criminal. Se convocaba al personal para el acto de asunción del día... Alguien más entró: Michelon, el rostro de color ceniciento. A la comisario le costaba dominar la voz cuando habló.
— Veo que ya recibió la notificación— Michelon traía un sobre en la mano y se lo tendió—. Si hubieramos tenido esto antes, quizás hoy la situación sería diferente.
Odette revisó el contenido, palideciendo a medida que lo hacía.
— Madame... esto define la investigación...
— Es mi deber informarle además, que oficialmente no existe investigación alguna acerca del ciudadano Ayrault, diputado nacional y candidato para la presidencia.
Hubo una pausa durante la que ambas respiraron casi a la fuerza. Madame continuó en un susurro.
—Tiene hasta el lunes. Haga lo que pueda, como pueda.

(1) Policiales
(2) Género porno que incluye tortura y asesinato