POLICIAL ARGENTINO: 22 may 2011

domingo, 22 de mayo de 2011

La mano derecha del diablo - CAPITULO 19

MILÁN, MARTES POR LA TARDE


— Delbosco, me gustaría encontrarme con usted para coordinar algunos detalles de una de las operaciones.
— Estoy a punto de salir para Malpensa, Ruggieri. Me esperan en Marsella esta noche.
— Podemos reunirnos en alguno de los bares del aeropuerto.
— ¿No podemos arreglarlo por teléfono?— preguntó Marcel sosteniendo el celular entre el hombro y la oreja, mientras metía la ropa de cualquier modo en el bolso.
— Me gustaría hablarlo personalmente.
Ruggieri estaba tan críptico que aceptó el encuentro. No había terminado de poner el pie en el aeropuerto que el celular vibró y la voz herrumbrada de Ruggieri le indicó el sector en donde lo esperaba.
— ¿Algún problema?— preguntó mientras se sentaba.
— No, no — Ruggieri sonrió mostrando los dientes—. Ninguno respecto de la operación principal. Pero quería coordinar con Ud. la otra pequeña operación que tenemos pendiente.
Ante su expresión interrogativa, el otro aclaró:
— La venta del paquete accionario.
Rata. Viniste a encargarme el asesinato de Valentina. Sucio hijo de puta. Sonrió medio de costado y sacó el paquete de Gauloises para tener la excusa de taparse la cara, y que la escoria no le viera la expresión de violencia.
— Lo escucho— farfulló con el cigarrillo entre los dientes.
— Creo que deberemos acelerar algunos tiempos.
Dejó pasar unas pitadas antes de responder, mientras se tomaba el tiempo de observar al tipo a fondo. Ruggieri estaba algo pálido, apenas transpirado, ligeramente desaliñado. No era lo habitual en un tipo que hacía tanto alarde de sangre fría y savoir-faire como él. Le están apretando las pelotas.
— De acuerdo, pero necesitaré preparar un briefing.
— Ningún problema. Puedo reunir la información para cuando guste.
— Prefiero hacerlo yo mismo— Ruggieri empezó a protestar y él lo acalló con un gesto de la mano—. No desconfío de usted. Se trata nada más que de una rutina de trabajo. Soy detallista en extremo, bueno, eso usted ya lo sabe — sonrió sin soltar el Gauloise de entre los dientes—, y me gusta ofrecer satisfacción al ciento por ciento a todos mis clientes.
— ¿Cuánto demorará eso?
Epa, sí que estamos con la soga al cuello. Hagamos sudar un poco al hijo de puta.
— No suelo demorar más de lo necesario. Las desprolijidades me irritan. Y una desprolijidad en este caso podría costar mucho, sobre todo para usted.
— De acuerdo, hagámoslo a su modo— Ruggieri apretó los labios a medias disgustado—. Yo preferiría que fuera lo más expeditivo posible en su metodología.
— Ninguno de mis clientes se arrepiente de mis métodos operativos. Quiero garantizarle completa seguridad.
Ruggieri asintió sin hablar y se bebió el café frío y en ese momento, llamaron para el vuelo a Marsella. La excusa perfecta para alguien con pasaje a París en el último vuelo del día, tres horas más tarde.
— Tengo que irme. A mi regreso me ocuparé de todos los detalles.
El otro se despidió sin tenderle la mano.
— Recuerde que ambos tenemos urgencia en este asunto.
— Por supuesto— tuvo que forzar los músculos de la mandíbula para sonreir—. Estoy al tanto de eso.
Carajo, tendré que sacar a mi abuela de este nido de víboras antes de que a Ruggieri se le ocurra una metodología más expeditiva para llevar a cabo la operación.

ESTACIÓN DE TREN DE ORLEANS. PRIMERA SEMANA DE JULIO

Estación Central de la SNFC de Orléans
La visita había rendido sus magros frutos pero frutos al fin. Odette se sentó en un bar de la estación de tren, a revisar las fotocopias que había recopilado y a beber un café tan malo como el que le habían servido en la prefectura local esa mañana. Miró la hora y le hizo señas al camarero para pedir la cuenta.
Estaba metiendo el reporte de la autopsia en el bolso cuando la musiquita del noticiero irrumpió en el aire viciado del lugar, al mismo tiempo que un celular, ¿cuál de los dos?, sonaba en las tripas insondables del agujero negro que tenía por bolso. Mientras rebuscaba sin mirar, la pantalla atrajo inexorable las miradas de los presentes, comisario parisina incluida.
Ah, la tele. La noticia en el momento en que se produce, la fama instantánea, héroes por un minuto, atrocidades con que alimentar el morbo del público, cuanto más horrorosas, mejor: más televidentes, más gente alrededor del cadáver, más periodistas afanándose por la exclusiva, forenses que se vuelven estrellas, policías que tocan el cielo con las manos cuando les enfocan el uniforme. Mejor que te calles la boca, nena, porque ¿qué mierda estás haciendo paradita frente al televisor de un bar de medio pelo mirando el noticiero: buscando la paja en el ojo ajeno? La imagen era revulsiva pero no podía despegar los ojos. Qué hijos de puta, no deberían mostrar esas cosas. Hay chicos mirando. Besançon lanzada al brillo de bengala de la popularidad televisiva gracias a un cadáver. Un parroquiano la empujó sin miramientos para ver mejor la pantalla y al volverse hacia la tele, la cámara estaba haciendo un primer plano de las marcas de los golpes.


HOTEL DE MILÁN, MISMO DÍA, POR LA TARDE
El teléfono llevaba sonando unos dos minutos y estaba a punto de cortar, exasperado, cuando alguien se dignó a levantar el tubo del otro lado.
— ¿Quién? — ladró Marcel al escuchar una voz masculina.
— Cabo Bardou al habla — respondieron del otro lado.
— Bardou, soy Dubois. ¿La comisario Marceau?
— ¿Eh? Ah, no vino. Viajó y no vuelve hasta el jueves o viernes, capitán.
Se quedó rígido, teléfono en mano. No sabía nada, no me dijo nada.
— ¿Tiene idea del motivo del viaje?— casi podía imaginarse al cretino imbécil frotándose las manos.
— Eh, capitán, usted ya la conoce a la comisario. Va y viene sin decir “a” o “b”. No sé.
— Páseme con Meyer.
— Tampoco está. Ultimamente aquí no hay nadie, todos tienen mucho que hacer fuera. Espero que no pase nada porque no hay oficiales, capitán — Bardou se preocupó ostentosamente.
Lo cortó en seco. Con dedos endurecidos de rabia, tecleó el número de celular: estaba apagado y la casilla de correo estaba saturada de mensajes. Vaciló antes de teclear el número nuevo. ¿Si me responde, que digo? Se supone que no sé que tiene otra línea. Pero si responde, es que espera llamados de alguien más. Del tipo. Apretó cada tecla con un nudo en la garganta. La voz inconfundible le enterró un puñal en las entrañas. Furioso, cortó sin responder. Furioso abrió la notebook, se conectó con el sistema de rastreo de llamadas e ingresó nuevamente el número. Cuando ella respondió, dejó la línea abierta con cualquier excusa hasta que detectó la localización: Orleans. Suficientemente cerca y suficientemente lejos de París como para dedicarse a actividades privadas sin interrupciones. Y no puedo volver hasta la semana próxima. Mil veces carajo. Con los nervios erizados, se trazó un “plan de acción” ¿La comisario Marceau estaría fuera hasta el viernes? Pues bien, el capitán Dubois rastrearía los destinos de la comisario día por día. Se prometió que verificaría las versiones que ella le diera de su itinerario y sus actividades. Se prometió también que mantendrían una conversación seria y racional acerca de las mutuas obligaciones de una pareja estable. Desconectó la notebook prometiéndose que la mataría si lo estaba engañando.


MILÁN, MISMO DÍA, POR LA NOCHE.
El MS se le estaba amargando en la boca más de lo debido. Corrente repasó una y otra vez las fotografías. ¡Carajo, es el mismo tipo, el nieto de Valentina Contardi-Bozzi! ¿Qué mierda hace con Ruggieri?
Tomó el teléfono y llamó para pedir la información, esta vez en forma oficial. Más de una hora después le llegó la respuesta escueta: “el capitán Marcel Dubois está siguiendo un curso en C*”. Más llamadas y verificaciones. Mierda: ¿usa el curso como pantalla? Haría la llamada. No puedo permitirme errores con este tipo.
— Usted conoce perfectamente las reglas, Corrente — respondió la voz irritada del otro lado y Corrente se maldijo por enésima vez desde que marcara el número.
— Por supuesto, señor. Usted sabe que siempre las he cumplido y...
— Entonces, no veo el motivo para romperlas en esta ocasión — lo cortaron con frialdad.
Inspiró, tomó coraje y continuó hablando.
— Señor, quiero asegurarme de estar haciendo lo correcto.
— Si hace lo que le pido, hace lo correcto.
— Es que la situación es inesperada, señor.
— ¿Por qué, Corrente? —el viejo nunca utilizaba los rangos y raramente los nombres de pila: mantenía la distancia a través de los apellidos y nadie se atrevía a cruzarla jamás.
— Señor — vaciló un segundo y siguió adelante —, nuestro hombre es policía...
— ¿Y bien?— el viejo interrumpió impaciente.
— ... Y está negociando...nuestra mercadería... — Santo Dio, que no hayan pinchado esta línea todavía —, con un alias. Aparentemente para un comprador alemán. También asegura tener contactos rusos interesados.
— No entiendo su preocupación, la Policía también hace negocios sucios.
—Señor, el intermediario es Ruggieri.
— No me preocupa.
— Tampoco me preocupa a mí que se trate de esa cucaracha de Ruggieri: me preocupa el proveedor de Ruggieri.
Hubo un silencio del otro lado, prolongado como para que Corrente creyera que se había cortado la comunicación.
— Comprendo...— respondieron a media voz, del otro lado—. Bien: seguimos adelante sin cambios.
— Señor: pueden darse dos opciones: que el hombre sea realmente negociador, con lo cual no habría mayores inconvenientes. Quizás hasta resulte más cómodo operar con él en lugar de Ruggieri... — del otro lado una tosecita seca lo interrumpió —, pero, ¿y si está actuando undercover? ¡Estaría poniendo en riesgo toda la operación europea!
— Corrente, no puedo darle todas las explicaciones que me pide, por múltiples razones. Digamos que... estoy buscando la mano derecha del diablo y esta sorpresiva actividad de nuestro hombre me ofrece la oportunidad de encontrarla.
El tono del viejo no admitía réplica. Estoy para cumplir órdenes, no para discutirlas, se recordó a sí mismo la filosofía de cada operación.
Después de cortar, Corrente se quedó atando cabos. Lo está probando. Debería asegurarme de los motivos, aunque el viejo es siempre críptico con sus encargos. Pero esta vez demuestra un interés fuera de lo habitual. Tomó la última serie de fotografías, bastante desagradables desde su punto de vista. Puttana, te estás tumbando al hombre más buscado de toda Europa. Utilizaría esas tomas en caso de estricta necesidad.

****


El viejo cerró el teléfono celular y se lo metió en el bolsillo interno del sobretodo. Corrente estaba preocupado y con razón: era un magnífico elemento, un perro guardián de los intereses de la Orden. Pero en esta ocasión, él prefería correr los riesgos. Después de todo, mi hombre vale la pena, se dijo. Se trata de un Contardi y tiene que demostrar lo que vale.