POLICIAL ARGENTINO: 31 ago 2008

domingo, 31 de agosto de 2008

La dama es policía - Capítulo 10


36, Quai des Orfèvres - Fuente: Le Figaro

PARÍS, 1980
Cuando Auguste anunció que deseaba ingresar en el cuerpo policial, sus padres se miraron y se sentaron a hablar muy en serio con su hijo mayor. Franco y Lola eran franceses por adopción; la República les había otorgado la ciudadanía como reconocimiento por ser figuras de la danza nacional e internacional, con una prolongada residencia en Francia.
—Pero yo sí soy francés, papá. ¿Qué problemas podría haber?
Figlio mio (1)—había dicho Franco —,la familia de tu madre es siciliana; tu madre nació en Sicilia, y tu abuelo Augusto y yo somos napolitanos. ¿Crees que la policía no podrá averiguarlo? Además, tienes tu carrera de abogado. Creímos que querrías ingresar en algún estudio importante. Tuviste buenas ofertas...
— Papá, no tenemos nada que ocultar, ¿verdad? Quiero decir...
—Un momento, Franco, Auguste tiene razón — Lola saltó —. Nuestras familias no tienen nada de reprobables. Estoy más que orgullosa de ser quien soy y creo que tú sientes lo mismo, ¿verdad?
—El orgullo familiar no tiene nada que ver. No quiero que Auguste se ilusione con algo que quizá no resulte. Además, a la familia podría no gustarle...
—¡Franco! ¡Vivimos en Francia, con hijos franceses, y con uno que desea servir a su país! ¿Crees que me preocupa lo que puedan pensar los amigos de mi padre? ¿Crees que a mi padre le importaría lo que ellos pensaran de su nieto, si hace algo honesto?
Nonno Augusto entró desde la cocina, devorando a conciencia una porción de provolone, e interrogó con la mirada a Odette, a la vez que alzaba el mentón y juntaba los dedos de la mano izquierda en un significativo montoncito.
—Auguste quiere ser policía.
Ohe! ¡O'scugnizzo más famoso de Nápoles va a tener un hijo sbirro(2)! ¡Ja! ¿Te van a dar una moto?— dijo el nonno mientras palmeaba el brazo de su nieto. Auguste había alcanzado un incómodo metro ochenta y siete como para que nonno y papá le palmearan el hombro. —Pregúntale, pregúntale a tu padre cómo se divertía con sus amigos cuando Antunino u'pazzo (3)esquivaba a la policía con su moto—se jactó el nonno mientras volvía a la cocina por un vasito, sólo un vasito, ¿eh?, de Chianti
— ¡Papá, cuidado con el queso que te sube la presión! - advirtió Lola y aterrizó sobre la información —¿Qué? ¡Espera, papá! ¿Qué dijiste de Franco y Antonino?
Ecco perché mi prendo il vino(4).El provolone se come con vino y el vino es bueno para el corazón... ¡Antunino era el rey de la casba en Forcella!
—¡Así que eras amigo de Antonino! —exclamó Lola, mirando a Franco entre ofendida y divertida.
— Un momento, Lola, yo era un mocoso, y Antonino tendría veinte o veintidós años...
—¡Y te atreves a hablar de mi familia!
—¡Yo no dije nada de tu familia!
Lola emprendió el camino de la cocina con gesto de prima donna ofendida mientras Franco la seguía disculpándose a los gritos.
O 'ccapite pecché l'opera è italiana ?(5) —dijo nonno Augusto tirándole de las orejas a Auguste, que se había sentado para reírse más cómodamente —.Policía, ¿eh? ¡Y con la moto!
—No, nonno —riéndose todavía—. Sin la moto. Quiero ser oficial, hacer carrera.
—¡Un figurone(6)! ¡Ja! ¡Como los que vinieron a husmear cuando nos robamos el acorazado americano en la guerra! Nunca les conté, ¿eh? Papá era un bambino y nos divertimos como locos...
Auguste se salió con la suya e ingresó en la Escuela Superior de Policía. Una carrera brillante para un abogado brillante. Y con el respaldo de uno de los mejores, el inspector Jean-Luc Marceau. A los treinta y cinco años y después de ascensos meteóricos, Jean-Luc se había ganado el respeto tanto de sus superiores como de sus subordinados. Solterón empedernido por propia definición, insistía en que el matrimonio era un impedimento para la carrera policial, aunque la prolífica PJ(7) se empeñara en demostrarle lo contrario. Auguste se fascinó desde un primer momento con el inspector, pero el flechazo fue mutuo.
Jean-Luc Marceau había estado a cargo de la investigación de rutina de la solicitud de ingreso en la fuerza, y apasionado él mismo por el ballet, había descubierto con deleite a la familia Massarino. Nunca hubiera relacionado al novato con las étoiles de la danza. Más una hermana menor en la carrera de Psicología... Por alguna razón inexplicable, Marceau se tomó muy en serio la investigación de antecedentes y con ese pretexto se paseó durante algunos días más de los necesarios por los pasillos de la Facultad de Leyes y de la de Psicología.
No contó con que una estudiante en particular notara su presencia ajena al ambiente académico y desconfiara. Tampoco contó con que esa estudiante advirtiera que el extraño había aparecido por las calles del barrio de los Massarino. Una tarde, cuando Odette regresaba de sus clases de esgrima, cargada con la bolsa de floretes y bastones, textos y material de estudio, el interesante extraño —bueno, se puede ser un criminal y tener buena facha; la cátedra de Psicopatología había dado varias clases sobre el tema — apareció, caminando “casualmente” —casualmente una mierda, pensó Odette— por su calle. Sin poder evitar que el corazón le saltara un latido, apretó el paso, pero el extraño la alcanzó sin esfuerzo. Muy gracioso, Dos-Metros, con esos zancos...
—Perdón, señorita, no conozco la zona y me extravié. ¿Sabe dónde estamos?
Lo oyó apurar el paso mientras abría el cierre de su bolso y empuñaba el bastón de caña.
—¡En París, imbécil!
El bastón relampagueó fuera de la bolsa y sacudió los zancos del gigante con una magnífica parada en cuarta. Mientras el grandote se quedaba sin aliento por el golpe, Odette saltó hacia adelante y corrió hasta la puerta de casa, batiendo su propio récord de velocidad con sobrecarga de libros.
Entró en la casa sin respiración y corrió a su cuarto. El corazón le saltaba como loco y casi no podía hablar. Dios, estuvo cerca. ¿Me habrá visto entrar? En un segundo, todos los comportamientos patológicos que conocía desfilaron por su mente. ¿Se lo cuento a Auguste? ¿Y si se ríe de mí? 'Mucha psicología, chiquita, y poco mundo'. Un carajo, soy grande y puedo defenderme muy bien sola. Se tiró en la cama. Ah, un poco más de aire... Ese criminal se veía muy, muy interesante. ¡Mi primer caso real de psicodiagnóstico!
Pasaron unos días y los exámenes le hicieron olvidar el incidente, hasta que un jueves, cuando ya oscurecía, creyó ver a su delincuente favorito en un auto estacionado a las puertas de la universidad. Con el pulso acelerado caminó dos o tres cuadras en el sentido opuesto al tránsito y retomó la calle que la llevaba al club. Entonces vio al auto que doblaba en la esquina que acababa de pasar. Con un escalofrío paró un taxi y volvió a su casa. Dos días más tarde el automóvil reapareció: esta vez era temprano y lo distinguió claramente. Esto se está poniendo serio. ¿Hablo con Auguste? No, voy a resolverlo sola. Por un instante, se sintió muy audaz.


Escudo de la Policía Judicial - Policía Nacional
Jean-Luc se derrumbó en el sillón de visitantes del despacho del comisario de división SaintClaire de la Brigada Criminal.
—Tengo un problema.
SaintClaire lo miró por encima de sus anteojos de medio marco. Cuando Jean-Luc "tenía un problema", sus superiores temblaban, porque el asunto era serio. Lo interrogó con la mirada.
—Ah, nada relacionado con un caso. Es... personal.
Ajá, tiene un problema personal. SaintClaire movió la cabeza y se repantigó en su sillón. Polleras, seguramente. Era hora. Demasiado tiempo soltero y comienzan a ocurrírsete cosas raras. No es que te falten oportunidades, muchacho. Si yo tuviera tu facha, no perdería el tiempo...
—Investigué los antecedentes de Massarino y...
—¡Jean-Luc! —se sobresaltó SaintClaire—. ¡Dijiste que eran impecables!
—¡Lo son! Pero cuando hice la investigación... bueno, ya sabe: dónde estudió, su familia, dónde viven...
—Rutina, sí. ¿Qué?
—Tiene... Es decir, la hermana... eh... una mocosa — hizo un gesto con la mano a una altura de menos de 1.60m — de diecinueve años, pero...
Si SaintClaire necesitaba confirmar sus apreciaciones, la incomodidad de Jean-Luc le aseguró que estaba en lo cierto. Se removió en el asiento pensando que reírse a carcajadas haría que el otro se sintiera peor, así que se limitó a apretar los labios en una línea muy fina antes de hablar.
—Jean-Luc, como padre de cinco mujeres puedo jurarte que ninguna hembra de la especie de más de nueve años es una mocosa. Están todas en la Guerra Santa.
—¡Pero me estoy portando como un idiota! La seguí hasta su casa y... ¡me... me cagó a palos!¡ Por Dios, está loca como una cabra!
Las carcajadas de SaintClaire fueron tan contagiosas que Jean-Luc terminó riéndose de su desgracia.
—Jean-Luc, te hiciste amigo del hermano, ¿eh? Y Massarino te tiene en gran estima. Que te invite a la casa. Son italianos y eso les gusta, la comida en familia y con amigos. Quizá puedas devolverle el golpe a tu mini-amazona. Eh, no un palazo —risas—,me refiero al factor sorpresa.


Odette escuchó a su madre discutir el menú de la cena con Marguerite, sin prestar mucha atención.
—Mañana por la noche, hija, ¿estarás en casa para la cena? Un amigo de tu hermano, un inspector...
—Sí, mamá. Cocinen algo rico. No importa si el mismísimo comisario Maigret viene a encanar a Auguste con tal de que hagas struffoli(8).
Volvió a su casa muy temprano; estaba preparando un examen y no había ido a la habitual práctica de esgrima. Picoteó los struffoli a escondidas junto con nonno Augusto y se chuparon la miel de los dedos entre risitas. "Hay que esperar que vengan figuroni a casa para que tu madre haga struffoli”, había protestado el nonno. Lola y Franco estaban muy elegantes. Bah, papá y mamá siempre están elegantes. ¿Tan importante es el tipo? ¿Un viejo carcamán que ayudaría a Auguste en sus ascensos? No era el estilo de su hermano. Adoraba al grandote, cosa que él retribuía con absoluta idolatría por su Cisne.
Llamaron dos veces y luego oyó la llave en la cerradura. Era Auguste. Corrió a la planta alta a cambiarse los jeans gastados por algo más decente, mientras oía las presentaciones. Un timbre de voz le sacudió las entrañas. Dios, ¿dónde lo escuché antes? Le saltaron dos latidos. ¡Esa voz! Jamás olvidaba una, con su oído magníficamente educado por años de canto.
—¡Odette! —mamá llamaba.
El nudo del estómago amenazaba con estallar. Se miró al espejo y estaba pálida. El nuevo corte de pelo le afinaba la carita y le enmarcaba los ojos. “Destácalos siempre, bambina. Son lo más bello de tu cara y el espejo de lo que eres”. Se había maquillado con cuidado siguiendo los consejos de mamá para ver el efecto del conjunto, y le había gustado. Ahora no había tiempo de lavarse la cara. Bien; abajo, entonces, aunque el nudo estuviera subiendo a la garganta.
—El inspector Jean-Luc Marceau. Mi hermana, Odette —Auguste sonrió orgulloso, mientras ella entornaba los ojos al darle la mano.
—Buenas noches.
Cuánta buena educación. Pura hipocresía. Hola, rata. ¿No serás un caso de doble personalidad?
Durante la cena, Dos-Metros se mostró encantador. Hasta sabía de ballet, qué desfachatez. Los padres de Odette, por no hablar de Auguste, estaban fascinados mientras ella recorría el repertorio de los peores epítetos de Víctor Hugo y Émile Zola, sin decidirse por ninguno. Insecto. Comió en absoluto silencio, y cuando Lola se levantó para traer el café y los struffoli, la rata comentó:
—Casi no recuerdo su voz.
—Tiene muy mala memoria, inspector —le soltó en su más aterciopelado tono de contralto. Él se quedó helado mientras ella disfrutaba de la estocada —Le dije “buenas noches” — Coupé. Finta y contraataque impecables. Jean-Luc movió la cabeza galantemente. Touché.
—Mmm, se los ve tan apetitosos como la cena. ¿Qué son?— preguntó Jean-Luc cambiando rápidamente de tema.
Struffoli, y se comen con la mano. Así —tomó dos o tres y se los metió en la boca, para luego chuparse la miel de los dedos, uno a uno, con los ojos entrecerrados clavados en él. Simone Signoret estaría orgullosa de mí. Me falta el cigarrillo.
Dos-Metros continuó comportándose como un par de la corona británica, sin aludir al patinazo de momentos antes. Cuando se marchó, se inclinó hacia ella para saludarla.
—Buenas noches, Scaramouche(9)—la última palabra fue casi inaudible, sólo para sus oídos.
¿Lo diría por el espadachín? Sonrió contra su voluntad. Me encantó Stuart Granger en esa película...
—Mitad escarabajo, mitad mosca —dijo él, más bajo que antes. Sonrió y se fue. Escoria. Subió hasta el estudio y trató de desencajar la mandíbula al cruzarse connonno Augusto. Desde el pie de la escalera, el nonno canturreaba divertido: “Lo sai che i papaveri /son alti, alti, alti / se tu sei piccolina /che cosa ci vuoi far!”(10).
—¡Abuelo! —gritó, ofendida, y se encerró con sus libros.
Durante los tres meses siguientes no supo nada de él y le sorprendió sentirse tan molesta. Por fin una tarde lo encontró apoyado en su auto a las puertas del club.
—Hola, Scaramouche.
—Hola, Maigret — ¿Por qué no podía decirle todo lo que había pensado al estúpido psicópata fanfarrón?
—¿Puedo invitarte con un café? Sin bastones ni floretes, en lo posible.
—Mmm... sí — contestó, encogiéndose de hombros. ¡Sí! ¡Le dije que sí! ¡Dios, estoy completamente loca!
—¿A algún lugar en especial? —preguntó mientras se sentaban en el automóvil.
—A donde te quepan las piernas, Dos-Metros.
—Uno noventa y tres, Scaramouche.
Ella lo miró con ferocidad.
—Paz. Por favor — Jean-Luc levantó la mano.
Fue una tarde increíble, seguida por otras cuatro más, hasta que Jean-Luc le dijo que no podría verla por un tiempo porque le habían asignado un nuevo caso. Odette casi se puso a llorar— ¿cómo vas a llorar, mocosa estúpida?—, pero se despidió con dignidad.
Cuando dos meses después lo encontró esperándola a las puertas de la universidad, se sintió ridículamente feliz. Retomaron los cafés y los paseos en automóvil. Otras tres semanas de ausencias y encuentros alternados. Quizá debería rever su psicodiagnóstico.
—Mañana viajo por unos días a Estrasburgo. Cuando regrese, ¿querrías cenar conmigo?
Claro que le gustaría. Estaría encantada. Quería mostrarse reticente, pero a lo único que atinó fue a asentir con un gesto mientras le deseaba buen viaje.
—Me importa más el regreso —dijo Jean-Luc mientras le acariciaba la cara, antes de subir al auto y salir a velocidad un poco mayor que la permitida.
Odette estaba en su casa, tratando de desentrañar un caso planteado por la cátedra de Psicología Infantil, cuando el teléfono estalló en medio del silencio. Mierda, estoy sola, recordó mientras saltaba para responder.
—Hola, Scaramouche.
—¡Maigret!
—¿Cenamos mañana?
—A las ocho y media está bien.
Mientras se probaba el vestidito negro —¡ah, Cocó, cuánta sabiduría!— no podía sacarse esa miradita estúpida. Jeanne Moreau, ¿dónde está lo que me enseñaste? Papá y mamá estaban ya en el teatro, lo mismo que toda la semana, porque era temporada de ballet y los ensayos comenzaban temprano. Nonno Augusto, que acompañaba a papá —y desde que se habían casado, a ambos— a todas las funciones desde la muerte de Vita, se estaba poniendo el esmoquin cuando la vio pasar.
—¡Eh, bambina! ¿Sales con el papavero?
—¡¿Quée?!
—¡Con zampelunghe (11)! ¡El amigo de tu hermano! —El nonno rió, guiñando un ojito cómplice. Ella se le colgó del cuello, muerta de risa, y lo besuqueó pero no dijo nada.
Cuando salieron del restaurante, Odette sintió que podría bailar por la calle sin vergüenza. Caminaron en silencio hasta el automóvil y antes de subir se besaron. Jean-Luc volvió a abrazarla una vez adentro y se dio cuenta de que le temblaban los labios.
—Puedo llevarte a tu casa —dijo suavemente mientras la besaba otra vez.
—No.
Puso en marcha el motor y salieron en silencio mientras Odette se acurrucaba contra el hombro de él. Llegaron, subieron al departamento y sólo entonces percibió que Jean-Luc estaba más nervioso que ella.
—¿Tomamos algo? —preguntó él casualmente.
—Café.
Sonrió, la besó con dulzura y fue a la cocina a prepararlo. Idiota, no podías pedir un coñac. Si algo falta para que se convenza de que soy una mocosa, es esto. Era mejor esperar el café juntos y lo siguió.
—Cafetera express italiana. Uno de mis vicios ocultos, junto con los Gitanes. Me lo paso tratando de dejar de fumar —dijo Jean-Luc, riendo, mientras le alcanzaba la taza.
Volvieron al salón y él se sirvió un coñac generoso.
—¿Otro vicio oculto?
—No, éste es bien público. La mayoría de las botellas son regalos de mis compañeros.
Se dio cuenta de lo asustada que estaba mientras él dejaba la copa en la mesita al costado del sofá. Jean-Luc la abrazó contra su pecho y le besó el cabello sin soltarla.
—Lo que más deseo es que te quedes... pero prefiero llevarte a tu casa. No soy un estúpido de quince años...
Odette le tapó la boca con la mano.
—No quiero irme —Dios, si pudiera dejar de temblar, y hablar con mi tono habitual de voz. Por favor, no creas que soy una chiquilina —.Nunca... nunca estuve con un hombre.
Él la miró a los ojos intensamente, sin soltar todavía el abrazo.
—Nunca me acosté con nadie — murmuró Odette mientras él le bebía a besos las lágrimas que le caían hasta el cuello.
Le hizo el amor con ternura, luego con pasión y finalmente con locura, y antes de quedarse dormidos él susurró:
—También es mi primera vez. Te amo.



"Garage Olimpo" - Fuente: Cinenacional.com
BUENOS AIRES, 1980
La venda sobre los ojos se le caía sobre la nariz y le molestaba para respirar, y las esposas le habían sacado ampollas en las muñecas. Ya no tenía más lágrimas ni voz para llorar.
Los alaridos de uno de sus compañeros atravesaron el aire fétido de las celdas. Dos, tres disparos. Nada. Gritos y llanto desde los demás cubículos.
Entraron. Le metieron un trapo en la boca y lo aseguraron con una mordaza. El miedo la petrificó. Uno le pasó las manos por los sobacos y la levantó mientras el otro le sacaba los jeans a tirones y después la sujetaba por los tobillos. Pudo sentir una corriente de aire frío: iban por un corredor. Fue un trayecto corto. La bajaron sobre una superficie acolchada y estrecha: una camilla. Le separaron las piernas para atarle con correas los muslos por encima de las rodillas, a algo frío, de tacto metálico. Después le sujetaron también los tobillos. Intentó desesperadamente moverse, pero el que estaba detrás de su cabeza le pasó otra correa por el cuello y la aseguró en alguna parte. Ahora no podía incorporarse. Los gemidos se le convirtieron en un mugido aterrorizado. Oyó el ruido horrible de unas tijeras y el roce frío de la hoja mientras le cortaban la camisa y la ropa interior. Si se movía demasiado, la correa del cuello la estrangulaba. Los oyó salir y cerrar la puerta. No podía gritar, no podía moverse. Sintió que los pezones se le erizaban de frío hasta dolerle y que las piernas se le agarrotaban por la posición y la tensión de las correas. Por fin entendió dónde estaba atada: a una camilla ginecológica.
Una presencia. Una mano caliente y seca la estaba recorriendo morosamente, en silencio, dibujándole los contornos. La mano descendió y se le metió en la entrepierna. Hubiera querido gritar, cerrar las piernas, cubrirse los pechos. Estaba crucificada en la camilla.
—No te quiero lastimar... —Se quedó helada. —¿Eh? Sos muy chiquita, muy linda. Si te portás bien, vamos a andar bárbaro. ¿Qué te parece?
La voz educada de un hombre joven. La mano no había dejado de moverse, adentro, afuera, más abajo, por el pubis. El miedo no la dejaba pensar.
—Quiero que me digas qué sabés...
¿Qué sé de qué? ¡No sé nada de nadie, por Dios! Sacudió desesperada la cabeza entre gemidos ahogados.
—No, muñequita. Tenés que ser razonable. Los nombres de tus amiguitos de la facultad que están con los 'montos'. No me vas a decir que no los conocés... Si te pasabas el tiempo con ellos, de joda. Como tu amiga Liliana. O la otra, la... ¿Ginette, le dicen? ¿Qué sabés de Mirta? Todas tus amigas están en la pesada.
¿De qué habla? ¿Qué montos? ¡No lo puedo creer, mi Dios!
La mano subió, pero no supo qué era peor. La estaba pellizcando con crueldad.
—Mirá, te propongo algo. Te saco ese trapo de mierda de la boca, y vos me decís lo que yo quiero. Vas a ver todo lo que puedo hacer por vos si colaborás... ¿Estamos?
La mordaza le había dejado la boca como arpillera. Aunque hubiera querido o sabido, no habría podido hablar. Tosió para escupir unas pelusas. Él le sostuvo la cabeza apenas levantada y le dio un sorbo de agua.
—¿Y?
—N-no sé nada.... —le temblaba la voz —.Se lo juro, señor, no sé de qué me habla.
—No me gusta que me mientan, muñeca — un apretón en un pecho la hizo gritar.
—¡Por Dios! ¡Se lo juro! —sollozó—. ¡No sé!
—No estás en posición de negar nada. Yo sé que vos sabés... —Otro pellizco la retorció de dolor.
—¡Por favor!
El silencio del hombre era más aterrorizante que sus palabras. Oyó el tintineo de algo metálico, después el roce de la tela. Cuando se hundió en ella con saña, abrió la boca para gritar pero no le salía la voz, tal era el dolor. Tragó aire en un estertor y quiso retorcerse. El trapo la ahogó cuando iba a gritar otra vez. El bruto la estaba destrozando por dentro. Se desmayó y él la reanimó a cachetazos.
—¡No te lo pierdas! —gritó mientras sacudía la camilla a golpes de pelvis. Los mismos sacudones que lo enterraban en su carne. Cuando por fin la dejó, ella sintió que el interior de su cuerpo le quemaba como si le hubieran metido ácido.
—Mirá vos. Una virgencita — le sacó el trapo de la boca —.Soy tu primer hombre. Tu primer macho.
La dejó tirada y se fue. Vinieron, la desataron y la llevaron de vuelta a la celda.


Sala de tortura a embarazadas - Marinería - ESMA

—¿Viste cómo aprendiste?
Estaba sentado, las piernas separadas y ella de rodillas delante de él, arrancándole la vida con una fellatio
—¿Te gusta?
—Sí, papi, sí...
—Sos preciosa. Mi muñeca — le tomó la carita entre las manos, la besó con delicadeza y ella abrió la boca para ofrecérsela —Levantate. Sentate acá — le señaló la entrepierna —.Así. ¿Me querés?
—Te quiero. ¿Y vos? —asintió mientras lo besaba.
—Te quiero. Me volvés loco. Esa boca, esas piernas... — la abrazó y la penetró despacio. Ella se arqueó de placer. La luz ubicada detrás de su silla le destacaba las marcas diminutas de las quemaduras de cigarrillo en el vientre suave y los muslos. Pero las que más loco lo volvían eran las de los pechos. También se las había hecho él mismo, pero con la picana. Le había costado. Después del terror inicial, ella había mostrado una resistencia que lo enfureció. Lo miraba con rabia, con odio. La había quebrado, la había domado y ahora tenía a la hembra más hermosa y dulce del “campito”. Toda para él. Mi pendeja. Yo la estrené.
Habían cometido un error al llevársela esa noche, en la puerta de la facultad. Bueno, esas cosas pasan. Con tanto zurdo terrorista suelto, a veces no se sabe quién es quién. Y las denuncias estaban a la orden del día, con tanta gente con cagazo y tanta gente con ganas de cagar a otro. Por lo que había podido averiguar, la batida de la pendejita fue para vengarse del padre, un empresario de guita que, decían, había echado a un par de tipos de la fábrica. La nena iba a Filosofía y Letras. Todos montos. Quién carajo iba a decir que la pende no era, ni sabía un carajo, ni sospechaba de nadie. Bueno, salió bien al final. La única cagada es que no la puedo devolver. Sabe demasiado, me conoce demasiado... me calienta demasiado. Y tiene demasiada merca encima. Él la había iniciado. No consumía, pero la merca venía bien en muchos casos. Hace hablar a algunos muertos. Le había servido para quebrarle las últimas reservas y enseñarle a disfrutar.
¿Y si me la llevo a la estancia? Un tiempo, hasta que tengamos la situación dominada del todo. Mientras tanto, podríamos limpiar al padre, que rompe bastante las pelotas con los Derechos Humanos, la Justicia, el hábeas corpus y la puta madre que lo parió. No jodan más. Qué derechos ni qué humanos para esos zurdos de mierda.
La nena dormía con él en el casino del “campito”. No era ninguna novedad ni tampoco la excepción: había unas cuantas que ya habían aflojado antes, para zafar de la picana o porque habían cantado hasta La Traviata y enchufado a unos cuantos de sus antiguos compinches. Todas con una buena carrera encima. Más pasadas que el túnel subfluvial, macho. Ésta fue siempre para mí. A las otras, a veces se las pasaban entre oficiales y suboficiales. Había una en particular, que cogía con el Tigre y el Yarará. Decían que se encamaba con los dos a la vez. Al final, la soltaron porque se habían aburrido de ella. Pero en Uruguay, y sin pasaje de vuelta. También, si volvía... A mi nena no la presto. No se toca.
—Más... más —le pedía mientras se retorcía encima de él.
—Lo que quieras, muñeca. Es todo para vos.

—Es una orden.
La garganta se le atenazó.
—Mi coronel, no... — no pudo seguir hablando.
—Lo lamento, teniente. Órdenes son órdenes. Es una situación muy irregular. Muy peligrosa. Sabemos de algunas que fueron liberadas cuando la consigna era trasladar. Los responsables la van a pasar bastante mal.
Cerró los ojos y tragó saliva. No se discute con un superior. Pero, carajo, si éste también tiene minitas. Y no una; dos o tres que comparte con otro tira. Tenía una favorita, claro. No era joven y había sido muy pesada. Esa sí que ponía bombas. Se había cargado a unos cuantos canas y un par de milicos grosos. El coro en persona la había quebrado en una lección magistral. Pero, al final, la turra se había ganado la conmutación de pena.
—Coronel... usted...
—Yo también tuve que cumplir, teniente. Todos tenemos —la cara del tipo era un bloque de cemento picoteado por el granizo. El bigote negro y escrupulosamente recortado no se le había movido ni un pelo cuando se lo dijo —.La orden es de trasladar. Yo cumplo órdenes —la nuez de Adán le subió y le bajó visiblemente. A la mierda. El coro dio media vuelta y se fue con paso rápido.
Llegó al casino y le dio a la nena una dosis de merca mucho más fuerte que la habitual. Cuando quedó inconsciente en el suelo, llamó para que se la llevaran. Sabía que iba a estar muerta por la sobredosis antes de que la tiraran al río. Se tumbó en la cama, aguantando las ganas de gritar. Sabía de dónde había venido la orden. Viejo hijo de mil putas, me la quitaste.


Madres de desaparecidos arrojadas vivas al mar
Infobae: Scilingo admitió que hubo unos 200 vuelos de la muerte

—¡PELOTUDO DE MIERDA! ¡QUÉ HICISTE!
Podía sentir los sacudones, pero no abrir los ojos o responder.
—¡TRAIGAN AL TORDO!
Para qué mierda quieren un médico. Déjense de joder. Déjenme en paz.

—¡Qué carajo pasó!
—¡Dale, no preguntés! ¡Se pasó de merca!
—¡La reputa madre que lo parió!
Con la velocidad que da la práctica, "Mengele" le clavó la jeringa con aguja y todo entre las tercera y cuarta costillas. La dosis de adrenalina directa al corazón lo hizo saltar por el aire, y reaccionó resollando como un buey. "Menguele" lo cacheteó un poco y lo hizo sentar. Los resuellos eran cada vez más seguidos, más violentos.
—Ya está. Déjenlo en la cama hasta que se le pase. Y averigüen qué mierda tomó.
—Tomar, nada. Se jaló.
—¿Con qué?
El "Tigre" le pasó "Menguele" un sobre vacío. La que se usaba para terminar a alguno.
—La orden de trasladar a las minitas.
—¡Boludo! ¡Cómo te vas a dar con esto! ¡Si querés, usá de la fina, carajo!
Andate a la mierda, Mengele. No podía decírselo, pero el otro se lo leyó en los ojos todavía alucinados por la frula. Estuvo vomitando casi un día entero. Fue la primera y la última vez en su vida que se jaló. Viejo hijo de puta, algún día me las vas a pagar.

Más acerca de la represión en Argentina: Desaparecidos.org - Argentina


(1)Hijo mío
(2)cana
(3)Antonino el loco. Famoso delincuente napolitano de los años '50, escapaba de la policía en moto
(4)Por eso tomo vino
(5)¿Entienden por qué la ópera es italiana?
(6)Papelón. Fig: cartonazo, un burócrata importante.
(7)Police Judiciaire - Policía Judicial
(8)Frutos de sartén tradicionales del sur de Italia, elaborados con vino y miel.
(9)Famoso personaje de aventuras francés. Película con Steward Granger y Janet Leigh
(10)Canción popular italiana: "Ya sabes que las amapolas/son altas, altas,altas/Si tú eres pequeñita/qué le vas a hacer!"
(11)Patas largas