POLICIAL ARGENTINO: 15 ene 2009

jueves, 15 de enero de 2009

La dama es policía - CAPÍTULO 20


ALSACIA, PRINCIPIOS DE LA CUARTA SEMANA DE NOVIEMBRE
—El hermano Vangelos Petrakis, el hermano Édouard Legros —la madre Martine hizo las presentaciones con un leve temblor en la voz.
Bienvenidas, ratas. Odette mantuvo la vista baja y la expresión nula, mientras los hombres saludaban educadamente al resto de las hermanas. Ella quedaba para el final. Soy la única ‘novicia’ y junto con Denise y Marie, una de las más jóvenes del convento. ¿Adivinen a quiénes van a elegir nuestros amados hermanos? Las otras dos eran bastante más jóvenes que ella, veintidós o veintitrés años a lo sumo. Unas criaturas. ¿Y tengo que dejar que estas escorias les pongan las manos encima? Podría sacarlas del convento con alguna excusa. Pero, ¿cuándo y adónde? Estos tipos pueden encontrarlas donde sea, no tengo ninguna duda. Tengo que arriesgarme a que nos lleven juntas.
De acuerdo con lo organizado con Auguste, debían iniciar la etapa final luego de la llamada de la madre superiora y de haber esperado el tiempo que calculaban duraría el traslado hasta la sede central de la Orden. Odette no tenía demasiada fe en los localizadores, aunque Paworski le había asegurado que funcionaban a la perfección y se lo había demostrado en el laboratorio. Muchas gracias. Estas cosas siempre funcionan en el laboratorio.
—No es personal, Kolya —le había dicho entonces—, pero no confío en absoluto en ningún tipo de colaboración o buena voluntad entre Inteligencia y la PJ. No esperen a detectar ninguna señal conjunta de mierda.
Paworski se había sentido herido.
—Está en juego mi prestigio profesional.
—Están en juego las vidas de rehenes y oficiales — ella lo había dejado sin réplicas.
Los tipos se estaban acercando. Levantó apenas la mirada e hizo un gesto leve con la cabeza. Si Vangelos Petrakis es griego, yo soy escandinava. La certeza de que los dos hombres la evaluaron de un solo vistazo le hizo saltar un latido. El supuesto padre Legros tenia el físico y probablemente la fuerza de un levantador de pesas. Espero que pueda manejar a su compañero, pensó Odette. El otro tenía la mirada de un cocainómano en los últimos estadios de la adicción. Si alguien nos va a salvar de este monstruo, es el otro bruto. Al menos, hasta que lleguemos a París.



—¿Qué te parecieron?
—Bien— D'Ors encogió un hombro.
—¡Bien! ¿¡Nada más que bien!? ¡Son las mejores que encontramos en mucho tiempo!— Hamad estaba entusiasmado.
—Son bonitas. Pero eso no es lo que importa.
—¡Vamos! No vas a decirme que no valen el doble para Jacques.
—No es asunto nuestro.
—¡Siempre tan formal!
—¿Por qué no te vas a dormir de una vez?
—A que yo sé cuál elige tu Prévost...
—“Mi” Prévost elegirá la que le dé la gana.
—Apostemos...
—En lugar de apostar, si no vas a dormir revisemos el lugar.
Recorrieron el convento con sigilo, determinando los mejores lugares para colocar el gas. No pensaba darle su dosis a Hamad hasta que se comportara como era debido. Le gustaba trabajar con él, hacían buen equipo, pero la adicción le estaba haciendo estragos. Por otro lado, había entrenado a De Biassi hasta convertirlo en un arma humana perfecta. En eso Hamad era imbatible, había que reconocérselo. Si pudieran limpiarle la droga... Cuando volvamos, voy a hablarlo con Vaireaux.


MONTE CARLO, JUEVES POR LA NOCHE
—¡Bruto! ¡Te odio!—lo golpeó con los puños, mientras Muammar trataba de contenerla —¡No te acerques!
Se soltó y corrió al espejo a mirarse: el pómulo izquierdo se le estaba hinchando. Muammar la observó estudiarse atentamente. Bah, se me fue un poco la mano. La mujer tenía marcas en la espalda y en las nalgas. Carajo, si le gusta tanto como a mí, ¿por qué tanto escándalo?
—¡Estúpido! —le gritó ella, entre rabiosa y asustada—. ¡Me lastimaste la cara!
—¡Vamos! Con un poco de hielo se arregla...
—¡No! ¡No me toques más, bastardo de mierda! —y le arrojó un cepillo que tomó del tocador.
Muammar ya estaba un poco irritado pero la agresión de ella terminó por ponerlo violento. Saltó de la cama y tomándola de las muñecas, le golpeó la cara con el dorso de la mano izquierda, en la que ostentaba un anillo con un diamante de dimensiones casi groseras. La piedra arañó la piel suave dejándole un raspón violáceo.
—¿Qué te pasa, Alteza? —siseó, agarrándola de los cabellos—. ¿Ya no te gusta que juguemos? ¿Ahora te importa si soy o no un bastardo? ¿La sangre azul no se te vuelve roja si no es con un poco de polvo de por medio?
La golpeó dos o tres veces más, pero ya no había nada que hacer: había perdido la erección. Puta inútil. Le gritó que se vistiera y llamó a sus custodios. Como siempre, Filippo, impertérrito ante cualquier escena, apareció en la puerta del camarote.
—¡Al hotel! —rugió Muammar, señalando a la mujer desnuda y golpeada.



Filippo hizo subir a la mujer a la limusina y le tendió el sobrecito que por lo general le daba cuando la dejaba en el hotel. Ella lo miró llorosa.
—Tengo otro más. Para después — dijo Filippo.
Ella asintió, agradecida.
Pobre putita hueca. Tan hermosa y tan presa fácil de estos hijos de puta. Se le revolvió el estómago al recordar lo que había visto a bordo. Mientras ponía en marcha la limusina, Filippo sacó el control remoto del bolsillo y apuntándolo hacia el yate, tecleó la clave que activaba el reloj.
Cuando dejó a Su Alteza en el hotel, la explosión iluminó de rojo el cielo nocturno y los cristales del lobby vibraron con la onda expansiva. Desde un teléfono público de la avenida, marcó el número de Milán.



Muammar se tranquilizó después de aspirar un par de líneas. Me tiene harto. Voy a tener que encargársela a Filippo. Debería llamar a la austríaca; esa puta sí que sabe jugar fuerte. Lo único que le importa es el monto del cheque y es capaz de convertirse al Islam si le conviene. No tiene tan buena imagen como esta imbécil, pero el título de nobleza es igualmente válido a la hora de abrir puertas importantes. Podría ayudarme a encontrar un socio nuevo en Japón. Ese estúpido de Nakamura nos arruinó el negocio. ¿Cómo mierda te vas a suicidar por una caída en la Bolsa de Valores? Mi mercadería no tiene esos problemas; no cotiza en Bolsa.
Mientras aspiraba la cuarta o quinta línea, la ola de fuego envolvió la nave.
No quedó un solo cuerpo reconocible. A él lo identificaron por el anillo de diamante. La policía de Mónaco determinó que la explosión había sido provocada por una falla en el arsenal escondido en las bodegas del yate. Saad Muammar sería fugazmente recordado por los medios como otro traficante de armas traicionado por su propio contrabando más que por su fama de playboy, como seguramente habría preferido.


PALACIO DE INVIERNO DE SU ALTEZA EL PRÍNCIPE AL FAID, MAÑANA DEL VIERNES
El susurro de telas en movimiento lo hizo girar la cabeza. Uno de sus edecanes, vestido con la impecable chilaba blanca sobre el uniforme, se acercó respetuosamente y le alcanzó el teléfono celular.
—Alteza...
El familiar acento hizo que no necesitara nombres.
—Mi muy querido amigo. Lo escucho.
—Lo que debía ser ha sido.
—Alá es grande.
Después de cortar la comunicación, ordenó a sus ministros tomar las medidas necesarias para adquirir las acciones de los pozos petroleros de Muammar. No vamos a dejar a nuestro pueblo sin trabajo, y no vamos a dejar los pozos en manos de los norteamericanos. Ya exprimieron bastante nuestras reservas sin dejar nada a cambio para nuestra pobre tierra. NSI es un socio mucho más serio.



PARÍS, QUAI DES ORFÈVRES, MAÑANA DEL VIERNES
—Comisario, tiene una llamada. La línea directa, señor.
— Gracias, Sully.
Massarino tomó el teléfono y sonrió mientras hablaba. También sonreía cuando colgó. Sully se quedó mirándolo. Es esa... Marceau. Le conozco la voz, aunque hable en italiano. Carajo, ¿ni cuando no está lo deja vivir en paz? No se puede tener tanta buena suerte con los hombres. Dubois se fue y ella se fue detrás. ¿En qué mierda andarán? Revolcándose por ahí, seguramente, mientras el soplón de turno hace el trabajo sucio por ellos. Porque no me van a decir que la Marceau trabaja sin soplones. Todos tienen algún dealer que proteger a cambio de datos y un poco de gloria cuando simulan pescar un embarque. Todos son la misma mierda... Encima, no tiene que usar uniforme. Es injusto.
—Señor, ¿le traigo un café?
—Gracias, cabo. Por favor. Ah... Sully...
Ella giró en el vano de la puerta, agitando la cola de caballo. Esto nunca me falla.
—¿Podría conseguirme un ejemplar de "Le Figaro"?
—Sí, señor. Enseguida —no me importa que sea casado. Si a Marceau no le importa, a mí tampoco.


BUENOS AIRES, MAÑANA DEL SÁBADO
—¿Leíste el diario?
Detrás del escritorio, el otro levantó las cejas interrogativamente.
—El bote de Muammar voló a la mierda— aclaro el Cachorro.
—Lo vi en el noticiario de esta mañana... Estaba embarcando armas... Seguro se descuidaron al estibar, los boludos.
—Los embarques son seguros. Nunca hubo problemas. Con nosotros tampoco, y mirá que los trajimos hasta en contenedores con autos, en fardos, cualquier cosa...
—Sí, es raro...
Hicieron un silencio.
—Tengo una sensación rara... No sé...
El Tigre lo miró, con la boca tensa.
—¿Qué no sabés, Cachorro? —quería restarle importancia, pero las entrañas se le estrujaron un poco.
—Nakamura se suicidó la semana pasada...
—Pero ésos son medio así. El honor, la empresa...
—¡Pará, Negro! ¡Si era un hijo de puta drogón!
—¿De veras?
—Igual que Muammar. ¿De qué honor me hablás? Por lo que decían, iba a ser mejor cliente de las minitas que de la merca. Un tipo así de reventado, con semejante negocio como el que tenía por delante, ¿se va a suicidar? Andá, Negro...
—¿Lo hablaste con el Briga?
—No. Todavía no.


ALSACIA, DOMINGO POR LA NOCHE
Les llevó tres días reconocer el lugar y determinar los sitios donde ubicar las granadas de gas. El gas siempre da buen resultado: nos da tiempo a preparar las cosas para que parezca una fuga. De cualquier forma, nunca tienen tantos efectos personales que llevarse. Mejor; menos cosas de las que desembarazarse en el camino. D'Ors era un tipo minucioso y le gustaba alardear de ello.
Se despidieron la mañana del domingo, muy temprano, después de la primera misa. Hamad había preparado copias de las llaves de todos los portones del convento. Decidieron que lo mejor era entrar por la puerta que daba a los claustros más antiguos, ya que casi nadie utilizaba ahora ese sector. “Esta noche, a las tres”.


ALSACIA, MADRUGADA DEL LUNES
Se quitaron las máscaras antigás en el camión. Las tres mujeres estaban en el piso del vehículo. Mientras Hamad preparaba las literas, D’Ors inyectó a cada una con el anestésico. Duraría hasta más o menos tres horas antes de que llegaran a destino, suficiente para que las mujeres se despertaran y se aterrorizaran en grado tal como para que el tratamiento posterior pudiera iniciarse cuanto antes. Había que despacharlas lo más pronto posible. Eran para Al Faid y Jacques estaba ansioso por comenzar a proveerlo.
—¿Recogiste las granadas vacías? —preguntó D'Ors, de espaldas.
—Sí. Dejé todo tan limpio que parece un convento— respondió Hamad.
La broma los hizo sonreír a los dos.
Las aseguraron una a unacon las correas a las literas, les vendaron los ojos con tela negra y las amordazaron con cinta adhesiva. Cuando acomodaron a la última, Hamad se demoró unos instantes de más sujetándola.
—Te estás tomando demasiado tiempo —le dijo D’Ors en tono amenazador.
—Ésta no va para “Su Alteza”. Vas a ver. No es joven como las otras dos. Treinta, por lo menos...
—No es problema nuestro.
—La va a elegir tu Prévost. Es un desperdicio que nos la perdamos —le recorrió con ambas manos el cuerpo inerte y le levantó el borde del camisón.
—Hamad...
—No seas idiota, D’Ors. De cualquier modo van a matarla. Si no es Prévost, es De Biassi.
Del bolsillo, D’Ors sacó el sobre. No, mejor dos.
—A la cabina.
Los ojos de Hamad brillaron.
—Siempre me das en el corazón, viejo.
Mientras el otro bajaba, se acercó a la litera inferior. Es cierto, Prévost va a elegir a ésta. Hace mucho que no conseguimos una de este tipo. Le temblaron las manos. Pero cuando termine, es mía: Prévost siempre me las deja. Le acarició el cuerpo, un poco frío por la anestesia. Un estremecimiento le recorrió la espina dorsal.
Se inclinó y rozó los pechos que subían y bajaban regularmente bajo el camisón. Las manos le quemaban de excitación. Sin poder contener el gesto, quitó la venda negra y giró el rostro hacia él. La mía era como ésta. Griega, un poco más llena; se resistió hasta el final. El recuerdo le azotó la ingle. De Biassi tiene suerte. Le colocó la venda y la acarició una vez más. Es tan... Podría ser. Pero no quiero compartirla con Hamad. Salió, cerró la compuerta estanca y se sentó al volante.