POLICIAL ARGENTINO: 13 nov 2010

sábado, 13 de noviembre de 2010

La mano derecha del diablo - CAPITULO 10

     C* , tercera semana de mayo
Otra vez los gritos. ¿Por qué? Él también quería gritar: por favor, no peleen más. Se encerró en su dormitorio. Mamá está llorando. Salió sin hacer ruido por el corredor, hasta el cuarto grande.
“¿Dónde estabas?” repetía su padre, sordo a las súplicas de mamá. No la escuchaba, tan sólo repetía “¿Dónde estuviste? ¿Con quién?” Sus propias lágrimas le mojaron la cara al oir los insultos. La voz de papá sonaba rara. ¡Está llorando también él!  Se agazapó detrás de la puerta. No podía abrir los ojos y le dolían las rodillas de apretarlas contra el suelo.
En un arranque de coraje, se puso de pie y abrió la puerta. El valor se le diluyó en la boca y le fue a parar en un nudo en el pecho, junto con las palabras que nunca llegó a pronunciar. Papi, no quiero que te enojes con mamá, quería decirle, pero papi estaba fuera de sí.  De alguna manera intuyó que veía lo que no debió haber visto a su edad ni nunca. La violencia de la escena lo asustaba y lo atraía. Ya no oía los gritos ni las súplicas, sólo miraba.  "¡Te amo, puta!", escuchó después de un tiempo interminable. Mamá dijo que ‘puta’ es una mala palabra y no me deja decirla.  "¡Te mato antes de verte con otro!"  Papá es gendarme ¿mata ladrones ? preguntó una vez y mami le dijo que sólo si era muy necesario. Matar es malo, mi chiquito, siempre. Papá también se lo había dicho ¿Entonces, por qué?  No quiero que mates a mami. ¡Por favor, papá ! ¡PAPA... !

Marcel se sentó en la cama con el corazón estallándole en el pecho. Miró alucinado alrededor hasta que reconoció el lugar. ¿Qué hora...? Las cuatro y media. Esa pesadilla de mierda otra vez. Las manos todavía le temblaban. Inspiró profundo tres o cuatro veces, hasta dominar el pulso. Un vaso de agua me vendría bien... Se levantó en silencio,  bañado en transpiración. Volvió a toda velocidad a meterse bajo las mantas.
Se quedó tratando de pensar en nada, pero las imágenes le rondaban los bordes de la conciencia. Tengo que dormir. Se obligó a relajarse. Cuenta regresiva y respiración profunda. Así, viejo. No fue más que un sueño. Las inspiraciones lo oxigenaron apenas en exceso y aprovechó el mareo ligero para acostarse y dormirse. Carajo, mañana tengo la primera evaluación y me puso nervioso. Mejor que me duerma de una perra vez.
En el instante en que se quedaba dormido, una pregunta lo tomó desprevenido: ¿por qué lloraba mi padre? No sé, ni me importa. No me importa nada de tu vida, papá. Ni si alguna vez lloraste por alguien. Yo ya lloré demasiado.

París, Quai des Orfévres,  tercera semana de mayo
— Laure, necesito hablar con Michelon.
La voz del otro lado del intercom fue interrumpida por los timbrazos de varios directos.
— Ahora o nunca— dijo Laure entre una llamada y otra —, antes que llame el prefecto Oustry.
Odette subió  a la carrera los dos tramos de escalera. Entró y Madame le dedicó una ojeada.
— ¿Novedades?
— Malas — de pie, Odette apoyó ambas manos en el escritorio—. Hubo otra muerte similar: hace unos dos meses, unos perros encontraron el cuerpo en el Bois de Vincennes
— Ya recuerdo: una sans-papiers[1]. No había huellas, ni testigos, nada. Como si hubiese aparecido de la nada.
— Bedacarratx me mostró fotos del cuerpo: presentaba el mismo tipo de golpes y fracturas, la misma causa de muerte.
— ¿Y entonces?
— El juez de instrucción ordenó archivar el caso.
— ¡¿Qué!?— Madame estaba moderadamente furiosa.
— Que algo huele a podrido en la PDP. Necesito su autorización para pedir información a otras prefecturas.
— Eso quiere decir que ya tomó contacto con esas otras prefecturas y no hubo información.
— Algo así.
— ¿Qué tiene en concreto?
— Dos muertes en París, una en Orleans, muy posiblemente otra en Maçon. No sé, tengo que seguir buscando.
Madame apretó los labios.
— Déle las indicaciones a Laure para que redacte las notas.
Odette se incorporó y se alejó hacia la puerta.
— ¡Manténgame al tanto! — escuchó que Michelon le decía mientras ella cerraba.

****

Michelon abrió el cajón y sacó la cajita con el zip. ¿Qué voy a hacer con esto? se preguntó por enésima vez.  Miró hacia la puerta como si pudiera taladrarla con los ojos. Debería verificar su versión del incidente "M", pero ¿cómo encaro las preguntas? "¿Odette, querida, podría referirme los hechos de hace diez años?" ¿Y con qué motivo le pediría algo así? Si yo estuviera en su lugar, sospecharía de  inmediato y tendría razón. Había leído los expedientes de Personal, inclusive los ya archivados: unas líneas neutras que no significaban nada. En los registros aparecía como una insubordinación. La versión no escrita de Henri no aclaraba mucho más sobre el asunto.
Ni hablar del resto de la investigación: tengo una bomba de plutonio en el último cajón. Torció la cara en una mueca y sacó el dossier que Meyer actualizaba día a día con los reportes de Dubois. Al principio, la elección del alias la había hecho sonreir: Marcel no era más que el diminutivo latino de Marco, y Delbosco, la traducción de Dubois al italiano. No fue lo que se dice un ataque de originalidad.
Hasta ahora había sido el único motivo de sonrisas de toda la investigación. La preocupaba el hecho de que Dubois no tuviera respaldo en territorio italiano, en tierra o a bordo. Junto con Meyer habían acordado — ella, con suma renuencia — que mientras Dubois estuviera embarcado no habría comunicaciones, salvo en caso de "emergencia mayor", un eufemismo ominoso. El equipo de Dubois se limitaba a un transmisor especial disimulado en una hebilla intercambiable de cinturón, un radiofaro que el usuario podía activar voluntariamente para que enviara una señal determinada. Con una triangulación sencilla, sería detectado satelitalmente en menos de cuatro minutos, en el lugar del planeta donde se encontrara.
Dubois debería recordar desactivar el bendito artefacto cada vez que se quitara el cinturón, pues de otra forma se se activaría en modo automático, generarando falsas alarmas al emitir la señal preestablecida para variaciones del gradiente de temperatura corporal. Se miraron los tres sin decir nada: si llegaban a captar esa señal, significaría que Dubois flotaba en alguna parte del Mediterráneo.
El ingeniero Paworski les había asegurado que el variador secuencial de banda garantizaba una señal indetectable por un equipo que no fuera el específicamente preparado para captarla. 
“Y qué pasa si alguien capta la señal indetectable”, preguntó Dubois con escepticismo. 
“Nada”, se encogió de hombros el jefe de Laboratorios. “Necesitarían saber quién recibe la señal y qué significa”.  A continuación, les dio una clase sobre emisiones de radiación controlada y fiabilidad de los rangos de detección. Dubois le había preguntado si tanta sofisticación nuclear no le afectaría su capacidad reproductiva, o en buen francés, si no le freiría las pelotas, y Paworski lanzó la nariz al aire, ofendidísimo. Ninguno de sus dispositivos había jamás afectado a ningún usuario, replicó el ingeniero, a lo que Dubois respondió que Paworski no era el más indicado ya que jamás era su propio usuario.
La discusión se tornó incómodamente bizantina y Michelon decidió cortar por lo sano, apoyando a Paworski, al menos desde el punto de vista tecnológico. Con todo, era un transmisor y a quienes estuvieran con Dubois no les gustaría que llevara algo así encima.
En Génova habría mucho más equipo sofisticado y recursos a disposición, la  tranquilizó Meyer. Ella miró al capitán sin hablar: ambos sabían que estarían a ciegas mientras Dubois estuviera a bordo y que una vez en puerto, estaba por su cuenta.  Bueno, demostró ser buen actor con el operativo de la Orden. Espero que siga teniendo la puntería y los reflejos de siempre y que los Carabinieri le crean.

Puerto de Génova, tercera semana de mayo

os pasajeros no eran los mismos del crucero anterior pero algunos nombres eran igual de rimbombantes. Había sin embargo un par de tipos cuyo aspecto no generaba una excesiva confianza. Le recordaron a algunas caras con las que se había cruzado durante el operativo de la Orden del Temple y una tenaza fría le aferró el escroto, hasta que recordó que lo que había visto de ellos eran las fotos en los expedientes secuestrados. Asesinos profesionales entrenados por la Orden. Ellos no me conocen, gracias a Dios, pero que anden sueltos es una muy mala noticia. Apenas regresara a Génova le pasaría la información a Jumbo.
Sonja lo recibió con efusividad.
— Me puso contenta saber que vendrías también esta vez.
— Me hiciste un gran favor al conseguirme esa reunión con Ruggieri, preciosa — y le deslizó un billete doblado entre los pechos— Eso sí, la próxima vez que me revises las cosas, no las dejes desordenadas.
La mujer retrocedió, asustada y rabiosa,  pero él la apretó contra sí levantándole el mentón.
— Está bien, no tiene nada de malo. Ruggieri tiene que tomar sus precauciones, yo en su lugar haría exactamente lo mismo.  Pero no le digas que me enteré porque no creo que le guste saber que sus chicas a veces meten la pata. ¿OK? — la besó detrás de la oreja — Buena chica.
— ¿No estás enojado?
Negó con un gesto.
— Cada uno hace su trabajo... y el tuyo es muy, muy bueno— acentuó con total intención—. Me gustaría que nos encontráramos cuando no estás a bordo.
Los ojos verdes brillaron de anticipación. Sí, es muy probable que estas pobres tipas estén esperando que alguno las “baje del barco”, literalmente. Ruggieri se acercaba y lo saludó.
— Veo que el comité de recepción ya se encargó de las relaciones públicas.
— Estaba por presentarlo a los demás— sonrió Sonja, colgada de su brazo, y se lo llevó hacia el grupo más grande de hombres y mujeres.
Los tipos de la Orden se presentaron como “negociadores” para compradores de Medio Oriente.  Ruggieri le lanzó una mirada de entendedor: "estamos todos juntos". ¿Habrá un remate?
— Esta noche quiero invitarlos a una rueda especial — les dijo a los tres, en un aparte. Parece que veremos la mercadería.

****

La “mercadería” era de excelente calidad y origen variado: ruso, americano, francés y en buena proporción, argentino.
Ruggieri esperó pacientemente mientras los tres desarmaban y revisaban las armas con la eficiencia y la mecanicidad del hábito. Al tiempo que lo hacía, un flashback conmovió la conciencia de Marcel: las horas pasadas armando y desarmando armas a oscuras, a ciegas, en cuclillas, en posiciones imposibles e insoportables. En cualquier situación, aún bajo fuego.  Uno por uno, los mismos gestos se repetían hasta volverse tan automáticos como un reflejo condicionado.  "Hasta que las armas sean parte de tu cuerpo" repetía el loco de Hamad,  el entrenador que el coronel Jacques, responsable de la instrucción militar de los seleccionados por la Orden, había elegido para él. Ese mismo entrenamiento que había hecho que aprobara la primera tanda de exámenes en C* dentro del grupo con mejores calificaciones.
¿En qué mierda nos convierten? Desmontó una mira infrarroja telescópica y la apuntó sobre sus compañeros. ¿Cuál es la diferencia entre uno de estos asesinos y yo? Con un esfuerzo del diafragma ahogó los latidos que amenazaban con acelerarse.
Cada uno eligió un grupo de armas. Discutieron los precios y los tiempos de entrega. Uno de los hombres  tenía cierta prisa por el "equipamiento", como lo llamaba. El otro no tenía problemas en esperar.
— ¿Qué hay de Ud., Marco? — preguntó Ruggieri.
— Mi cliente gusta de preparar las cosas con cierta anticipación. Puede esperar un tiempo prudencial pero quiere certeza en las entregas.
— ¿Para quién compra? — preguntó el más alto, rubio desvahído y de mirada gris glacial. Alemán. Recordó el apellido: Wenger. El nombre del otro tardó un poco más en llegar: Alvarado, colombiano.
Ruggieri y el colombiano lo miraron sorprendidos: no eran la pregunta ni el lugar para hacerla.
— Mis clientes son tan afectos a la discreción como los suyos, espero— lo encaró —. Ruggieri, me imagino que no acostumbra publicar sus listados de compradores en los diarios. 
— No creo que el capitán Wenger haya querido ofenderlo, señor Delbosco Ruggieri enrojeció.
— ¿Brigadistas? — insistió el alemán,  obviando a Ruggieri — ¿O etarras?
— No trabajo con fanáticos — Marcel se permitió una sonrisa piadosa—. Suele haber problemas a la hora de los cheques. No adhiero a ninguna causa más que a la mía.
Wenger estiró la boca y enseñó los dientes.
— A mí tampoco me gustan los fanáticos— tendió la mano—. Nunca pregunté nada.
Le estrechó la mano. Un completo chiflado.
— Me sorprendió su habilidad con los equipos— continuó Wenger —. Creí que era uno de ellos, un brigadista o algo parecido.
Si supieras, Wenger, que fuimos compañeritos en la peor escuela de fanáticos que conozco.
Alvarado se atusó el bigote tupido, muy molesto por el intermezzo. Era el que tenía urgencia.
— Señores, no vinimos a intercambiar experiencias personales.
Ruggieri, más tranquilo, les explicó la metodología de los embarques.
— Las armas salen del puerto de Colón, Panamá. Allí son trasbordadas, tanto para cruzar el canal si vienen a Europa como para cargarse en buques del Pacífico si van a Medio o Lejano Oriente.  Los pagos se hacen a través de un banco de Luxemburgo. Cuando llegue el momento, les indicaré cuál y el número de la cuenta...
La puta madre, es precavido hasta el final. Ruggieri seguía hablando.
—... buques de bandera liberiana. Ninguno cruza Gibraltar, de eso nos encargamos nosotros. Esta noche haremos un trasbordo de mercadería que debe entregarse en la costa dálmata. Pueden acompañarme si lo desean pero les sugiero mantenerse fuera del alcance visual de la tripulación: estos argentinos son sumamente desconfiados.
—¿Argentinos? — preguntó el colombiano.
— Todos, hasta el grumete— bromeó Ruggieri—. Marinos profesionales, oficiales y suboficiales retirados en su mayoría. No hay nombres— recalcó — Ni siquiera los de ustedes— miró el reloj — Vamos a cubierta.
La operación de trasbordo se hizo sin problemas, muy cerca de la costa africana. Seguramente tengan arreglada a la prefectura o lo que sea que patrulle la costa. Lo más probable es que la patrulla esté compuesta por tiburones, Marcel filosofó.
A bordo del crucero, la tripulación se afanó en acomodar las cajas sin identificación.  Las naves se alejaron a toda máquina a un tiempo, una hacia alta mar y la otra rumbo a Gibraltar. El operativo se había llevado con una sincronización perfecta que hablaba de una habitualidad y una frecuencia poco comunes. Mierda, esto es más grande de lo que parecía.
Cuando volvió al camarote, Sonja dormía profundamente, gracias a Dios. Apenas llegue a casa, voy a hacerle el amor a Odette en el umbral.


[1] indocumentada