POLICIAL ARGENTINO: 8 oct 2008

miércoles, 8 de octubre de 2008

La dama es policía - CAPITULO 13

PARÍS, LA DÉFENSE, MEDIADOS DE OCTUBRE DE 1996
—¡Dios santo! —la exclamación de Marguerite la sorprendió cuando estaba a punto de salir.
—¿Qué pasa?
—¡Asesinaron a Taddeo Fiore!
—¿Qué?— Odette se quedó con la boca abierta.
Marguerite le pasó el diario. Mierda, es cierto. El famoso diseñador italiano radicado en Los Ángeles había sido asesinado, al parecer, por un amante ocasional. La servidumbre lo había visto entrar en la casa la noche anterior con un mocoso que no tendría más de quince años, y Fiore había ordenado que se marcharan temprano. Al día siguiente, su ama de llaves lo encontró atado a la cama y apuñalado en varias partes del cuerpo. Los identikits del supuesto criminal no coincidían.
Taddeo Fiore. Nom de guerre (1)de Galeazzo Cagna. Con semejante epónimo nunca habría triunfado en el mundo de la moda. Había dado sus primeros pasos como diseñador de vestuario teatral y se había conocido con los Massarino —una manera de decir— cuando la Ópera-Garnier lo contrató. Brillante hasta la genialidad como profesional, en lo personal era un tipo encantador hasta que se lo conocía a fondo: un deshecho moral. Franco y Lola advirtieron enseguida la catadura del tipo y mantenían el menor contacto posible con él, lo cual no fue obstáculo para que Cagna se dedicara a rondar a Auguste. A los trece años, el hermano de Odette era tan virilmente hermoso como un adolescente renacentista y con una inocencia que sorprendía a los que lo trataban. Cagna había desplegado todos sus encantos para atraerlo y seducirlo.
Fue la primera y última vez que vieron a Franco golpear a un tipo. Quién hubiera imaginado que papá tenía tan buenos conocimientos de pugilato. Bueno, no por nada el viejo nació y se crió en Forcella. Cuando los separaron, Cagna tenía partido el labio y rotos el tabique nasal —que nunca pudo reparar del todo—, el orgullo y el contrato con la Ópera.
Se había radicado en los Estados Unidos, consciente de que en Europa el escándalo lo perseguiría durante bastante tiempo. Sus clientas lo adoraban, los maridos detestaban las cuentas astronómicas por sus creaciones y sus mannequins le temían, aunque esto último corría sotto voce(2). La policía nunca le había podido probar nada concreto, pero se sospechaba que el modisto del jet set estadounidense proveía de modelos afamados del sexo que se deseara, a cierta clientela selecta pero muy anónima. Nunca había tenido una denuncia. Ninguno de los hombres y mujeres que desfilaban para él se había atrevido a hacerla pero varios habían tenido problemas por drogas y dos mannequins habían muerto de sobredosis de heroína. Más los rumores de que todos los aspirantes masculinos a la pasarela o a figurar en el mundo de la moda tenían, como etapa obligada, su cama.
Bien, por fin justicia. Y no precisamente poética. Besó a Marguerite y salió.
Escándalo de sexo y drogas en el mundo de la moda en Milán



QUAI DES ORFÈVRES, EL MISMO DÍA
Apenas dejó el auricular en la horquilla, Auguste le pidió a Bardou que le consiguieran el "Los Angeles Post". La novedad ya la conocía —no se hablaba de otra cosa en los noticiarios—, pero quiso verificar el dato lo antes posible. En el obituario aparecían líneas que lamentaban la triste desaparición de Galeazzo Cagna, gran amigo de la familia Varza. Mientras subía al segundo piso, se cruzó con su hermana.
—¿Te enteraste? —preguntó, mostrándole el diario mientras hacía el gesto universal del teléfono con la otra mano. “Mamma”.
—Espero que le hayan cortado las pelotas —la expresión de Odette era feroz.
—De hecho...


La casa de Don Mario Varza Fuente: Italian Photo Gallery

CAPO CALAVÀ, MEDIADOS DE OCTUBRE DE 1996
Mariolino, assittati(3).
Estaban solos en el enorme estudio de su abuelo. "Sin Salvatore", había especificado el viejo. Una sensación extraña le aprisionó los intestinos. El viejo tenía delante un listado de nombres. Se miraron en silencio: los nombres que le habían arrancado a Cagna, literalmente hablando.
—Esto fue un poco escandaloso —comentó don Mario.
Asintió, molesto. A él tampoco le había gustado la forma en que se habían resuelto las cosas. Podrían haber obtenido los nombres con más sutileza y ensuciando menos las paredes. En la caja fuerte de Cagna se guardaban los archivos de "clientes”.
—Además —continuó su abuelo— arriesgaron al hijo de Matteo. No me gustó.
—Es lo menos preocupante de todo. Tenía el pelo teñido, lentes de contacto, limpiaron sus huellas de todos lados... No van a identificarlo.
—No justifiques a tu padre.
Bajó la cabeza mientras el viejo seguía hablando.
—Ese Cagna merecía cualquier cosa que le pasara. Pero nosotros no hacemos esas cosas — después de una pausa, el viejo soltó la bomba —.Salvatore ya no está a cargo.
Mariolino Varza sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Su abuelo siguió hablando.
—No sirve. La violencia, esta violencia, ya no sirve. Estoy tratando de limpiarles el camino a mis nietos y esto es una mancha muy grande.
—Abuelo...
—Estás al frente, Mario — era la primera vez que el viejo no usaba el diminutivo familiar —.Vas a estar al frente de todo. Quiero que me demuestres que no me equivoqué.
Le temblaron las piernas. Apretó los labios y enfrentó la mirada de su abuelo.
—No sólo vamos a ayudar a unos amigos. Vamos a limpiar escoria y a desembarazarnos del pasado de una vez por todas. Quiero que entiendas eso.
—Sí, abuelo.
Avanti, quinni(4). Mis hombres son tuyos.
Mientras se levantaba a besar al viejo, éste le preguntó por su mujer.
—Bien. Hermosa como siempre. En Roma — pero un ramalazo de pena le cruzó los ojos. A su abuelo no se le escaparía.
T'adda aviri maritatu 'na picciotta siciliana(5)
Después de un momento, le respondió en voz baja:
—La única siciliana con la que me hubiera casado no nació en la isla.
El viejo sonrió tristemente.
Sembri cche nun sunnu pe'noi(6)


Avda. del Libertador
fuente: Universidad Panamericana

BUENOS AIRES, MEDIADOS DE OCTUBRE DE 1996
—¡Mierda! ¡Se lo cargaron a Fiore!
—¡Andá! ¿A ver?
El Tigre le pasó el diario.
—La puta, che. Lo boletearon lindo.
—¿Boleta? Eso es una vendetta, hermano.
—¡Nooo! Con lo puto que era éste... Se la habrá dado algún filito despechado.
Mengele los miró a los dos.
—Filito, las pelotas. Un pendejo de quince años no te hace eso. Ahí hubo manos expertas.
—El Tigre tiene razón.Lo torturaron antes de matarlo
El Brigadier miró sorprendido un semanario sensacionalista que le alcanzó el Tigre, y que publicaba fotos del cadáver.
—Si vos lo decís... y la sabés lunga —murmuró el Brigadier. Mengele le hizo un gesto obsceno con la mano.
—También... con todas las hijoputeadas que hizo, alguna vez se la tenían que dar —al Tigre nunca le había gustado Fiore.
—Bien que cuando te volteaste a las pendejas que te llevó al hotel, no parabas de darte dique. "Fulanita coge así, Menganita me la chupó asá"...
—¿Y qué querés? Una vez que tengo la oportunidad de moverme a semejantes minas... Eso sí, más flacas que la mierda, y repasadas de merca.
—Y sin la merca, ¿cómo carajo te creés que le iban a dar bola a un negro como vos?
—¡Callate, pelotudo! Claro, el nene es rubiecito, bonito, el malcriado del “namberguán”, se le tiran a los pies.... ¡Al grone general ese de los Marines bien que se le tiraban encima!
—¡Qué vivo! ¡Era un grone con estrellas hasta en el pito! —se rieron a carcajadas.
—Muchas estrellas y poco seso —comentó Mengele—.Lo de Centroamérica salió como el culo.
—Eso porque se metieron los civiles de los servicios de ellos. ¿Ves lo que digo? ¿Cuánto llevamos con el operativo en Europa? Casi doce años. Un violín, hermano. ¿Quién dirige? Un milico. ¿Los mejores hombres? Milicos. Y tenemos a los civiles bien agarraditos de las bolas.
—Igual, lo de las monjas no me gusta. Y al número uno tampoco. Te lo dijo catorce mil veces y vos te emperraste igual.
Mengele siempre en la contra, carajo, pensó el Brigadier y casi se le torció la boca. Lo mismo se pavoneó.
—Es un toquecito. ¿No estuve sutil? Mejoramos el servicio y la clientela está fascinada.
—Fascinada no: caliente —al Tigre sí le gustaba lo de las monjitas. Había probado un par de veces y se había endulzado. El problema de no poder pisar suelo francés se había solucionado con el yate de unos amigos que compraban armas y de paso se prendían en las joditas.
Cuando las cosas están bien hechas, siempre funcionan. Pensándolo bien, hace mucho que no me anoto en ningún tiroteo. Podríamos hacer un crucerito y ya que estamos... Voy a llamarlo a Armand. Ese turro se está divirtiendo solo.


PARÍS, QUAI DES ORFÈVRES, FINES DE OCTUBRE DE 1996
—¿Qué te parece? —comentó Odette señalando la carpeta.
—Muy bueno. Me gustaría verificar un par de datos que tengo en mente y agregarlos—Auguste repasó los papeles que su hermana le acababa de entregar y comentó al pasar —¿Sabías que encarcelaron al general Constantini?
—¿Alessandro Constantini? ¿El de los Cascos Azules?
—El mismo. Le están lloviendo denuncias por violaciones a los derechos humanos en Etiopía y Somalía.
—¡Mi Dios! ¿Qué hizo esta vez?
—De todo menos robar gallinas. Palizas, violaciones a civiles, vejaciones y torturas a prisioneros, razzias, fusilamientos...
— ¡Qué horror! ¿Quiénes lo denunciaron?
—Algunos de sus propios hombres y los pobres somalíes, que consiguieron que un grupo de periodistas filmara con teleobjetivo una de las “diversiones” del general.
—¡Carajo! El paladín de la Patria es miembro del Ku-Klux-Klan...
—Ajá, y nos viene como anillo al dedo para la cobertura de Dubois.
Odette lo miró calculadora y sonrió a medias.
—¿Un ex-Casco Azul de Constantini?
—Un fanático de sus ideas contratado como asesor de seguridad de Su Alteza, el príncipe Tarik Al Faid— esperó callado mientras ella evaluaba la propuesta —.No será necesario alterar las cartas de presentación.
—Hmm... No, son lo suficientemente ambiguas... Una clase magistral de diplomacia... ¿Pero eso no sería fácil de verificar? Quiero decir, si investigan en los archivos de enrolamiento... Esta gente debe de tener buenos contactos...
—Yo también tengo buenos contactos... —respondió satisfecho.
—Y me los ocultaste. A tu propia sangre —Odette lo miró con los ojos entrecerrados, fingiendo enojo, pero una sonrisa le bailaba en los labios.
Él sonrió mientras pensaba cuánto hacía que no bromeaban juntos. A veces sentía miedo por ella, tan lejana, tan sola por su propia tenaz decisión. Le había asignado diferentes compañeros en casos anteriores, pero nunca había resultado del todo bien. Ella era demasiado sutil, iba demasiado delante de ellos. Algunos de sus compañeros habían tenido la pésima idea de tratar de llevársela a la cama. Era lo peor que se podía hacer con Odette: insinuársele o intentar abiertamente la seducción. El Cisne respondía con la ferocidad y la velocidad de una cobra. Cuando no terminó como el escándalo de Ayrault. Cerró los ojos como si pudiera evitar el recuerdo. Espero que con Dubois sea diferente. Él es diferente.
—¿Qué te parece? —le preguntó a su hermana en voz alta, siguiendo el hilo de sus pensamientos.
—Excelente... ¿Qué mejor recomendación?
—Gracias. Perdón, pero me refería a Dubois.
Ella lo miró con una expresión indefinible y a Auguste se le saltó un latido. ¿Acerté?
—Dubois... —Odette hizo una pausa —Me enteré de lo de su padre. El tipo es todo un caso.
—¿Todavía vive? Creí que...
—No lo ve desde hace quince años, por lo menos.
En pocas palabras le refirió los hechos que Marcel le había confesado un mes atrás.
—Una bomba de tiempo, ¿eh? ¿Cómo cuernos sabías de su familia y...?
—Leí su expediente.
—Odette, eso es...
—Tengo amigos en Archivos —vanidosa.
—¿Archivos? ¡Creí que se habían declarado la guerra!
—Siempre hay un traidor al que utilizar —retrucó ella, imitando la voz de Humphrey Bogart. Se rieron.— Me... gusta — refiriéndose al teniente —.Creo que tiene potencial. Me recuerda a alguien que conozco —sonrió traviesa.
—¿Sí?
—A un abogado metido a policía —
Tramposa. La miró levantando una ceja y ella se rió.
—¡Eh, eh, debería ser un elogio, al menos para Dubois!
Rieron otra vez. La observó pensando que ella no se daba cuenta. Había líneas diminutas alrededor de su boca y en el entrecejo. Líneas de preocupaciones presentes y de dolores pasados.
—Ya no somos más unos chicos —dijo Odette en voz baja, sobresaltándolo—. También te ganaste tus arruguitas. Y canas — hicieron silencio —Te quiero, Auguste. Te voglio bene assaje.(7)
Lee tan bien en mí... Se mordió el labio mientras la miraba.
—Sé que es difícil trabajar conmigo. A veces, ni yo misma me soporto. Te pido disculpas por ser un incordio.
Auguste se levantó del escritorio para abrazarla.
—Yo también te quiero, Cisne. Estoy asustado —no se había atrevido a confesárselo hasta ahora.
—El miedo es saludable. Te mantiene vivo — se abrazaron en silencio —.Estamos cerca, muy cerca. Quisiera... que esto terminara lo más pronto posible.
—¿Cuándo... cuándo te vas? —a Alsacia. No lo mencionó.
—En dos semanas, más o menos. Pensaba llegar allí unos días antes que... "ellos", y preparar un poco el terreno.
La besó en la frente mientras todavía estaban abrazados. Sully entró y se soltaron despacio, pero no antes de que la cabo pusiera cara de circunstancias. Dios, ahí va el noticiero de las ocho. Odette lo miró con la risa en los ojos, alzándose de hombros. La suboficial dejó una pila de papeles en el escritorio y salió con gesto ofendido.
—Soy un hombre casado —susurró al oído de su hermana.
—No te preocupes. Voy a hacer unas llamadas anónimas a Nadine para ponerla en guardia.
Mientras salía de su despacho le dijo:
—Voy a archivar. Un poco. No sea cosa que se malcríen.


—Ahí va, con esa sonrisita de gato que se acaba de comer el pescado —murmuró ácidamente Sully. Sus labios modularon un insulto que no pronunció en voz alta. Foulquie la reprendió con la mirada
—¡Qué más quiere! ¡Tiene al comisario de la nariz, y Dubois que no le despega los ojos del culo!
—Basta, Sully. Qué sabe...
—¡Estaban abrazados cuando entré! —miró a su alrededor buscando apoyo logístico.
—Te lo dije, viejo: la dama es propiedad privada —Bardou se unió a la turba con un gesto socarrón —-.Avísenle a Dubois.
—Me muero por darle las novedades —agregó Sully, acomodándose el pelo con la mano.
—¿Cuáles? —preguntó el teniente mientras entraba a la oficina general desde el pasillo. Foulquie la miró con aire amenazador. No me importa, pensó la cabo y apoyó una mano cómplice en el brazo de Dubois.
—Si me invita después a un café... — no me voy a perder la ocasión, dulzura.
—Sully —Foulquie, siempre tan oportuno, viejo de mierda —, lleve estos expedientes a Prontuarios. Ahora.
Mientras la cabo salía, Dubois interrogó con la mirada a los presentes. El sargento se sentó de espaldas a él, mientras Bardou señalaba con la cabeza hacia el cubículo de Marceau. La cara de Dubois era un monumento a la curiosidad.


(1)Seudónimo
(2)En voz baja
(3)Siéntate (dial. siciliano)
(4)Adelante, entonces (id.ant.)
(5)Debieras haberte casado con una muchacha siciliana (id.ant.)
(6)Parece que no son para nosotros (id.ant.)
(7)Te quiero mucho (dial.napolitano)