POLICIAL ARGENTINO: 14 ago 2008

jueves, 14 de agosto de 2008

La dama es policía - Capítulo 8




Obertura de "El lago de los Cisnes", Pyotr Illich Tchaikovsky

PARÍS, 1957
Los aplausos atronaron el teatro durante una eternidad, mientras los bailarines flotaban en ese Nirvana que ocurre después de un enorme esfuerzo físico y mental. Al agotamiento lo seguía siempre esa maravillosa e indescriptible sensación casi posorgásmica que provoca la aprobación rugiente del público. Esa noche además, aplaudían por partida doble: el Cisne de Kiev, la gran Alina Pawlowska, se retiraba de la danza. Tomada de la mano de sus partenaires, saludaba bajo una lluvia de flores que ya cubría el proscenio por completo, aunque ella no pudiera verlo por las lágrimas.
Había bailado "El lago de los cisnes" no sólo con los pies sino con la vida puesta en cada paso. Su Odette había sido sublime y había arrancado lágrimas y vítores por igual. Si supieran —pensó— que yo también acabo de morir. Tragó saliva para ahogar el nudo que tenía en la garganta. “¡Arriba la cabeza, muchacha! ¡El cuello siempre erguido, el talle como una vara! ¡Con gracia, con gracia!” Las instrucciones de su maestro de baile le resonaban como una cantilena y le servían para alejar otros pensamientos. Era su sonsonete privado cuando necesitaba concentrarse: “¡Arriba la cabeza! ¡Majestuosa!”.
Eso, majestuosa. Y majestuosa debería ser su salida de la escena y de la vida. De la vida de Franco Massarino. Visino di Fata lo había llevado de la mano por los caminos del ballet hasta la fama y el éxito, y él había retribuido con devoción absoluta su dedicación. Demasiada devoción —pensó—. No puedes seguir aquí, ragazzino mio. Nuestros caminos deben separarse.
Hacía apenas unas semanas que Franco había entrado en su camarín para hacerle la proposición más increíble que había recibido en su vida.
—¡Visino di Fata, cásate conmigo! —le dijo con la ilusión bailándole en la cara.
Alina se volvió hacia el espejo para no mirarlo a los ojos, cerró los suyos, tomó coraje y con toda la ironía y el desprecio de que fue capaz, respondió:
—No estás hablando en serio, querido, ¿sí?
—Alina, por favor, nunca hablé más seriamente que ahora...
—¡Fuera de aquí! ¡Cómo te atreves!
—Alina, te amo... —y un sollozo lo dejó sin palabras.
Estuvo a punto de dejarse conmover. Hubiera sido tan fácil ceder y dejarse amar... ¿por cuánto tiempo? ¿Un año? ¿Dos? ¿Cuántos? ¿Y después, qué? Alguna más joven y hermosa la reemplazaría y ella se moriría de dolor. No, era mejor morir ahora, antes de haber probado aquel cuerpo fuerte y dulce, aquel aliento que había adivinado, aquellos brazos que la habían sostenido en el escenario y que se ofrecían a sostenerla en la cama. Él amaba a la estrella, a la imagen que tenía de su Visino di Fata. Ella lo sabía porque ya había pasado por la misma experiencia, hacía tanto, en Kiev. Pero Rudolph no le había destrozado el corazón rechazándola. Había tomado la fruta jugosa que se le ofrecía y, a su extraña manera, la había amado. Sí, alguna vez, fue realmente feliz.
Cuando Franco salió del camarín deshecho de dolor, Alexander se asomó de entre los cortinados con una sola frase:
—¿Por qué?
Se abrazó a su hermano para llorar en silencio. Porque lo amo demasiado, Sasha, pero no puedo decírselo. Porque lo que esperé toda mi vida llega tarde. Lloró como cuando sus padres huyeron con ella en brazos ante el avance imparable de Lenin y la Revolución. Lloró como no había llorado desde los campos de concentración alemanes. Lloró como el día en que decidió desertar para salvar a Alexander de la persecución implacable del Partido, que no aceptaba a los disidentes homosexuales. Tantas pérdidas, y ahora, la más dura de aceptar.
—Madame —dijo el médico pausadamente mientras la auscultaba—, creo que... eh... sería mejor realizar unos estudios un poco más... eh... profundos. Su condición actual no me pare-ce... eh... totalmente adjudicable al agotamiento físico. Vístase, por favor.
Los estudios habían confirmado lo que el médico sospechaba y no se había atrevido a decirle desde un principio: una disfunción valvular cardíaca congénita (¡Dios, cuánto palabrerío científico para decirte que vas a morirte antes de lo que creías!, pensó Alina con leve disgusto), no solucionable mediante medicación adecuada y cuya resolución quirúrgica entrañaba ciertos riesgos (¡Basta, basta! Va a matarme de aburrimiento) aunque él personalmente recomendaba el intento...
—Gracias, doctor. ¿La cirugía es absolutamente inevitable? Quiero decir, ¿qué ocurrirá si no...?
—Si no se opera, Madame, bien... eh... por lo pronto, deberá abandonar toda actividad física fatigosa.
—Mi actividad es fatigosa, doctor — restalló Alina con acidez.
—Lo sé, Madame. Lo que estoy tratando de decirle es...
—Es que si quiero vivir un tiempo más, debo abandonar el ballet, ¿verdad? Olvidarme de la escuela de danza y del teatro y vivir lo que me quede por vivir en un sillón de ruedas.
—Madame, la cirugía puede ayudarla muchísimo en esto.
—¿Podré volver a bailar? ¿O dirigir la escuela de ballet?
—Eso no puedo garantizarlo. Todo depende de cómo reaccione su organismo.
—¿Cuánto tiempo viviré si no me opero?
—No lo sé, Madame. No lo sé — el médico bajó los ojos, entre derrotado y avergonzado.
Para ser una condenada a muerte, me siento bastante bien, pensó Alina de regreso a su casa. Y en definitiva, ¿no estamos todos condenados? ¿No hemos de morir algún día? ¿Y quién te dijo cuándo se ejecutará la sentencia?
—Entonces vivamos, Alina — había gritado Alexander al enterarse del diagnóstico— ¡Vive, ama a Franco, cásate con él, ¡sé feliz!
—No, mi Sasha. No me casaré. Tendré que ser feliz de otra forma.
La felicidad tiene caminos extraños, se decía Alina mientras repasaba la coreografía con el régisseur. "El lago de los cisnes" era más que adecuado para su despedida. ¿No era ella el Cisne de Kiev? Rudolph la había llamado así, y a ella le había gustado. Entonces, estaba decidido. Pero sabía que no podría bailar la obra completa. Necesitaban encontrar una Odile: el Cisne Negro. Qué significativo, pensaba Alina, que el Cisne Negro fuera la sentencia de muerte de Odette. El régisseur le habló entonces de la nueva bailarina: era muy adecuada para el papel. Alina lo supo apenas la vio bailar. Sí, esta vez el Cisne Negro no sólo derrotaría al Cisne Blanco: haría que los que la amaban la olvidaran. “Es magnífica”, comentó ella. “No tiene tu majestad”, insistió el régisseur.
No; tiene la fuerza, el brío, la insolencia de la juventud, la vida. Franco mío, espero que te agrade mi elección: serán una pareja magnífica.
Un año después, en el mismo escenario de la Ópera de París, luego de haber bailado un "Corsario" inolvidable, Franco Massarino y Addolorata “Lola” Vittorello, étoiles de la Ópera-Garnier, anunciaron su boda entre los aplausos y lágrimas del público.

PARÍS, 1962
Franco abrazó a su mujer y la cubrió de besos.
—¡Una niña, mi vida!
Después de tantos varones en la familia, una preciosa niñita para su preciosa Lola. No podía dejar de contarle los deditos de los pies ni evitar emocionarse al verla en el pecho de su madre. Hasta el pequeño Auguste, un poco desconcertado por el revuelo, se había acercado de la mano de nonna Nunzia a la ventana de la nursery para conocer a su diminuta hermana. El bautizo sería ocasión para una fiesta grandiosa, casi tanto como lo había sido el de Auguste.
—No pensamos en el nombre — susurró Lola cuando las visitas se fueron.
Franco se quedó en silencio y con la mirada perdida en quién sabe qué recuerdos.
—Me gustaría llamarla Odette.
—Pensé que querrías ponerle el nombre de tu madre.
Franco negó con la cabeza. Vita le había pedido expresamente que no llamara a ninguno de sus hijos con su nombre y él quería respetar ese último deseo. Alcanzaste a verme debutar, mamá. Al menos pude bailar para ti una vez. Intentó pasarse la mano por la cara para detener las lágrimas que se le escapaban despacio, pero Lola se la retuvo entre las de ella.
—Es bueno llorar.
—Pero es tan triste, y hoy...
El cáncer pulmonar se había llevado a Vita una semana después del debut de Franco como primer bailarín del San Carlo. Habían pagado fortunas por la morfina que había hecho que la pobrecita no sufriera los dolores atroces del final.
—¿Cómo la llamaremos? —insistió Lola para desviar su atención.
—¿Annunziata, como tu madre?
—No, basta de abuelos. Quiero un nombre francés.
Don Antonino había insistido en ello al nacer Auguste: "Será ciudadano francés; entonces, que tenga nombre francés”. Y aunque llevaría los nombres de sus dos abuelos porque Lola se había encaprichado con la tradición italiana, deberían escribirse en francés.
Lola estaba dejando a la niña en la cuna cuando oyó a Franco decir:
—La llamaremos Odette. Nuestro pequeño cisne.
El silencio duró unos segundos; luego ella comentó suavemente:
—La amaste mucho, ¿verdad?
Franco la abrazó con fuerza, la besó y, mirándola a los ojos, respondió:
—A ella la amé como un niño. A ti te amo como un hombre — y era la absoluta verdad.

Escuela de ballet de la Opera de París (Opera-Garnier)

Odette no resultó ser el "pequeño cisne" que sus padres esperaban. No para la danza. Después de ocho años en la escuela de ballet, el maestro de danza llamó a ambos padres para decirles que, aunque buena alumna, era algo indisciplinada y él recomendaba algo un poco más enérgico. Por otra parte, su contextura física no se adaptaría bien.
—Claro que tiene la altura y el peso correctos, pero... Bien... Quiero decir, el desarrollo de la joven...
—Lo que M. Bertrand quiere decir, mamá, es que los cisnes no tienen tetas —disparó la mocosa.
El maestro de danza enrojeció, palideció y asintió y Lola se rindió ante la evidencia: Odette tenía silueta de sirena, no de sílfide. En eso, su hija se parecía más a nonna Nunzia que a ella.
—Bien — filosofó Franco—, no seremos una familia de bailarines.
Odette estaba feliz de abandonar la escuela de ballet más terrible del mundo. Desilusionar a sus padres era lo último que deseaba en la vida pero la idea de horas y más horas como rat(1)la estaba volviendo loca . Lola la abrazó diciendo que lo que su hija eligiera estaría bien para ella, y lo decía con el corazón. Así que el "ex-cisne", como la llamaba su hermano mayor, dedicó sus esfuerzos al noble arte de la esgrima. Sus reflejos pronto se hicieron notar y el maestro italiano tuvo más de un motivo para enorgullecerse. Odette insistía en que le enseñara a esgrimir el sable o por lo menos la espada, pero tuvo que conformarse con el florete.
—No es un arma para mujeres, "signorina" Massarino. Las damas sólo esgrimen florete.
—Yo no quiero ser una dama —insistió testaruda, pero el “no” fue definitivo. Muy bien, ¿ni sable ni espada? Entonces, nada más que con contrincantes masculinos. No hubiera hecho falta aclararlo: ni una sola compañera del club se habría atrevido con el Cisne. Demasiado feroz para ellas, un hermano mayor maledicente aseguraba que disfrutaba asustando a las chicas en la pedana.
Para satisfacción de Franco, continuó con sus estudios de canto. Llevaba la ópera en la sangre y si hubiera tenido los agudos requeridos, quizás hubiera sido cantante lírica. Pero las contralto nunca son "prime donne" así que desistió de ingresar al coro del teatro. De todos modos, a "nonno" Augusto le encantaba cantar canzonette a dúo con su bambina.
Después llegó la esgrima de bastón. Esta vez Lola sí protestó, pero Odette insistió en que era muy elegante.
— ¡Seguro! Le dará de bastonazos a sus pretendientes “elegantemente” —, dijo Auguste, muerto de risa, y a continuación experimentó en carne propia un curso acelerado de la disciplina deportiva que acababa de criticar.
—Bueno, tiene carácter —comentó Franco, tratando de contener las carcajadas mientras Lola abrazaba a los beligerantes que se amenazaban con la mirada.

(1) rat: rata. Estudiante de la escuela de ballet de la Opera-Garnier