POLICIAL ARGENTINO: 02/01/2012 - 03/01/2012

jueves, 9 de febrero de 2012

La mano derecha del diablo - CAPITULO 34

VIERNES, AL AMANECER



— Señor...
Lejeune levantó a medias la vista de la nota que leía e interrogó al teniente con la mirada. El otro se mordisqueó el labio superior antes de hablar.
— Está resistiendo demasiado.
— ¿Qué dice el médico?
El teniente meneó la cabeza con un gesto entre negativo y desalentador. Lejeune sintió que la rabia le estrujaba el escroto. Lo necesito receptivo. La Orden lo necesita. Ortiz me cortará las pelotas en pedacitos si este condenado de Dubois no colabora. 
Aplastó los papeles sobre el escritorio y azotó el sillón contra la pared.
Dubois y la puta que te parió.
Sacó el sobre blanco con la tarjeta que había traído uno de los grupos de apoyo recién llegados. “Ella sabrá quién la envía”, le había asegurado Ortiz la noche anterior, cuando él lo había llamado para pasar el reporte de situación.
 Quieren resultados, carajo. Está bien, voy a dárselos.
Tamborileó los dedos sobre el escritorio. El relevo de Michelon estaría fuera del país un día más del previsto y eso le había empeorado el malhumor.
  Carajo, este boludo de Ayrault casi nos echa encima a toda la Brigada Criminal.
En la sala de monitoreo, los hombres se aburrían frente a las pantallas y el oficial a cargo de la de la celda de Dubois le cedió el lugar. Lejeune activó el micrófono.
— Capitán, insiste en no entrar en razones— no obtuvo respuesta pero no esperaba otra cosa—. ¿Quiere hacerse matar?
Cero reacción. Te lo buscaste, boludo de mierda.
— Lo necesitamos vivo y con muchas ganas de colaborar, pero mi paciencia y mi tiempo tienen límites. No así mis métodos. ¿Quiere seguir probando?
El “váyanse al carajo” fue menos que un susurro pero se escuchó.
— ¿Sabe, Dubois? No soporto a los héroes. Sostengo que son todos unos boludos y Ud. no es la excepción. ¿Quiere saber qué es lo que está haciendo la comisario Marceau en estos momentos? Está a punto de venir a ver lo que queda de Ud. Si yo estuviera en su lugar, trataría de recomponerme un poco — hizo una pausa.
¡Tiene que reaccionar!
El silencio se prolongó demasiado.
— ¿No me cree? Siempre hablo en serio, mejor que lo aprenda. Preste mucha atención porque su aprendizaje empieza ahora.

QUAI DES ORFÉVRES, VIERNES A PRIMERA HORA DE LA MAÑANA
Con el pretexto de confrontar las pruebas fotográficas, Odette había pasado buena parte de la noche en el laboratorio junto a Paworski, a la espera de alguna condenada señal de detección del radiofaro. A las tres y media el ingeniero le rogó compasión y ella lo mandó a dormir.
Ella en cambio, sin olvidar sus obligaciones y violando las recientes disposiciones oficiales, le había enviado a Bedacarratx desde su departamento y por correo electrónico privado— si me pescan me echan a patadas de la PN —, copias de los negativos que Michelon le había dado para que pudiera comparar los patrones que él mismo había establecido y avanzar en los casos pendientes. La cabeza le daba vueltas, pero no podía dormir y se duchó para arrancarse el cansancio del cuerpo.
Regresó al Quai antes de las seis. La falta de sueño y el nerviosismo comenzaron a afectarla y los papeles se le cayeron varias veces de las manos y del escritorio.
Mejor me tomo un café y me pongo a archivar.
Miró la hora varias veces pero las agujas se habían detenido en las 6:45. Ni siquiera la hora decente para llamar a Bedacarratx. Volvía a su despacho con un vasito de café y una aspirina cuando Jumbo la alcanzó por el pasillo con cara de pocos amigos.

— ¿A qué hora se fue anoche?
— No me fui anoche. Volví a casa hoy a las cuatro y regresé hace un rato.
Meyer la empujó dentro del despacho y cerró la puerta tras de sí.
— Gendarmería reportó el hallazgo del auto que Dubois había alquilado en Dijon, lleno de agujeros de bala, con los vidrios rotos y un lateral y el baúl hundidos.
—¿Qué... qué más... encontraron?— preguntó ella mientras el piso se le movía debajo de los pies.
— Había rastros de sangre importantes; los gendarmes suponen que se trataba de varios cuerpos. El forense calcula que pudo haber ocurrido entre las cuatro y las seis de la madrugada del martes. Demoraron en pasar la información porque no podían identificar la procedencia del vehículo y quién lo había rentado. Había cápsulas servidas de 9mm, comunes y acorazadas y Dubois llevaba un cargador de acorazadas...
— ¡La sangre, Meyer! ¿Analizaron la sangre?— preguntó mordiéndose para no gritar.
— Fue lo primero que hicieron: ninguna corresponde a la de Dubois— Jumbo le rozó el hombro con la manaza.
— ¿Y qué hay del radiofaro ese de mierda?— estalló ella sin poder contener el temblor de la voz.
— Debe estar bloqueado por una transmisión más fuerte. Podrían haberselo quitado pero pienso que es lo menos probable. Dubois no haría ninguna locura, y si tiene forma de comunicarse o enviar alguna señal desde donde esté, lo hará. Démosle tiempo. En cuanto pueda escabullirme— Jumbo lanzó una mirada significativa a su alrededor—, iré a ver qué puedo encontrar.
— Dubois estaba camino de París.
— ¿Cómo lo sabe?
— Corrente también lo buscaba— le contó de la extemporánea visita del mayor, sin abundar en los detalles. No quiero a Meyer de niñera—. Por los sitios que enumeró, es la ruta más rápida de regreso desde Milán, si uno viene en auto. Tenemos un radio por dónde empezar a buscar.
— No se mueva del Quai— Jumbo sacudió el índice—. Le prometo mantenerla al tanto de todo.
Ni pensaba prestarle atención a Jumbo y su perorata de seguridad personal.
A la mierda con todos.
Apenas el capitán salió de su despacho, tecleó con dedos rígidos de miedo el número de Corrente y le respondió la voz metálica de la casilla telefónica de mensajes.
¿Dónde te metiste, cretino? ¿Para esto lo buscabas, condenado hijo de puta?
Le dejó un mensaje levemente más civilizado que sus pensamientos, pidiéndole que se comunicara con ella porque tenía novedades. El interno zumbó y lo levantó de un tirón antes de que sonara por segunda vez.
— ¿Comisario Marceau?
¡No conozco esa voz! La paranoia profesional le hizo encender el rastreador de llamadas.
— Soy yo.
— ¿Ya conoce las novedades? Imagino que sí porque la Gendarmería y Meyer son muy eficientes.
Las palabras le hicieron saltar dos latidos.
— ¿Quién es Ud.?
— No necesito decirle que por la seguridad de Dubois, apague el rastreador. ¡Hágalo ahora, comisario!— restalló el tipo. No tuvo más remedio que hacerle caso—. No importa quién soy sino lo que puedo hacer. ¿Quiere volver a ver vivo a Dubois?
Esta vez el costado izquierdo le dio una punzada.
— ¿Qué es lo que quiere?— articuló cuando pudo mover las mandíbulas.
— A usted. Y no intente avisarle a nadie. De cualquier modo lo sabremos, ¿comprendido? Vaya sola hasta el estacionamiento subterráneo del Pompidou. Allí la recogerán.
—¿Cómo sabré quiénes son?
— Ellos saben. A las nueve, en el Pompidou.
El clic la dejó sin respiración. Contra la advertencia, trataba de teclear el número de Auguste cuando golpearon a la puerta de su despacho. Dejó el auricular tratando de recomponer la expresión.
— Señora, llegó un presente para Ud. ¿Es su cumpleaños?— Bardou se asomó con cara de asombro.
— No, Bardou— casi no le salía la voz—. ¿Qué es?
El cabo entró con una sonrisa de circunstancias y un copón lleno de rosas negras. La belleza mortífera de las flores la clavó al piso.

— ¡Guau! ¡ Cuestan una fortuna!— chilló Sully desde la puerta y codeó a Bardou para que saliera— Deben estar reconciliándose. Debería mandarle algo más que flores.
Le dolía el pecho de desesperación mientras rebuscaba en el ramo con dedos como de madera. ¡Dónde está la puta tarjeta! Reconoció la caligrafía angulosa antes de poder leer el texto.

“Usted me necesita. Yo la necesito. Le ofrezco un buen trato y esta vez ganamos los dos.”

VIERNES, NUEVE DE LA MAÑANA
Intentó por tercera vez: “el comisario Massarino está en una reunión y no puedo interrumpirlo”, “Todavía no salió”, “Apenas esté disponible la llamará”, y todo el rosario de excusas del imbécil de Blanchard. “Por favor, avísele que llamé”, repitió.
Entró al estacionamiento y no vio ningún vehículo en movimiento. ¿Espero en el auto? Tendría la oportunidad de salir más rápido si... No había terminado de armar el pensamiento cuando un camión pequeño se acercó impidiéndole el paso. Un hombre joven en overol azul gastado se acercó con un pimpollo de rosa negra en la mano.
— ¿Comisario Marceau?
Asintió, tensa; el hombre le ofreció la flor y ella la dejó caer dentro del automóvil.

— Acompáñeme, por favor— la tomó del brazo con una violencia que desdecía la cortesía del “por favor” y la llevó hasta la parte trasera del camión. Abrió la doble puerta y la empujó dentro. En la entrada del estacionamiento, una Trafic con problemas de arranque obstruía el ingreso a una fila de automóviles.
Tienen todo controlado.
Las puertas se cerraron con un “clanc” ominoso. El vehículo arrancó y la sacudió contra las paredes desnudas. Un miedo irracional se le trepó por las piernas y le aferró las entrañas. Como pudo, se arrimó a una de las paredes mientras el camión aceleraba rabioso. Varios cambios bruscos de dirección cumplieron con el objetivo de desorientarla, además de desollarle los nudillos. Se sentó en un rincón y entonces distinguió en la penumbra de la cabina, el lente de una cámara fijada en un ángulo de la carrocería. La luz testigo titilaba roja.
¿Me están filmando, por qué?
El camión se detuvo y abrieron la puerta. Los faros de un auto la encandilaron y se cubrió la cara. Dos hombres subieron de un salto; uno la levantó de un brazo y le esposó las manos a la espalda y otro la vendó con algo negro. Entre ambos la bajaron y la metieron a un auto con interiores que olían a cuero y perfume masculino caro. Al entrar, rozó otro asiento delante de ella. Una limusina...
— Vamos— golpearon y sonó a vidrio. El auto se movió.
El corazón le latía al doble de lo normal.
— ¿Quién es “madame”?— preguntó en castellano alguien sentado frente a ella—. ¿El tira se aburre y nos mandó a buscarle diversión? No vale, él jode y la tropa mira.
— ¡Si fuera para Etchegoyen no sería una mina, boludo!— se rieron a carcajadas—. Es la mina del tipo que trajeron el martes, ese Dubois.
—¿Viste lo que hizo con los que lo fueron a buscar? ¡Los destrozó! Menos mal que Etchegoyen mandó otra unidad de refuerzo. Schwartz está entusiasmadísimo. ¿De dónde lo habrán sacado?
— Alguno de los servicios de acá, seguro. Nadie más aguantaría tanto. ¿Y vos, cuánto aguantás?— la mano del que hablaba le rozó el pelo y ella se apartó. Los tipos se rieron por lo bajo—. Lo apretaron y no aflojó así que Etchegoyen nos mandó a buscarla. Hay que aplicarle tratamiento.
— ¡Upa! ¿Y para esto Ortiz le prestó la limo al enano?
— Ordenes de Etchegoyen. La cámara— ordenó el mismo tipo con voz repentinamente dura, y un ‘ping’ le dijo que se había encendido una camcorder.
¿Por qué graban todo esto?
Hicieron silencio, y eso la asustó más que el tono obsceno de la conversación en un argot por momentos ininteligible. Una mano le acarició una pierna y se metió debajo del vestido, mientras una voz burlona hacía un comentario grosero. Se apartó con brusquedad y los tipos se rieron. Un dedo le rozó la línea de la mandíbula y se le metió entre los labios. Intentó alejarse y la mano le estrujó el mentón y la empujó contra el asiento. Una tira de cinta adhesiva le cruzó la boca mientras otro par de manos le separaba las rodillas.
Mientras uno la agarraba por los cabellos, el otro le hizo saltar los botones de la delantera del vestido. El pánico la aturdió y se contorsionó aterrorizada mientras le forzaban las piernas brutalmente. El golpe en la entrepierna le hizo doblarse en dos, gimiendo por el aire que no le llenaba los pulmones, pero el que la sujetaba por el pelo la enderezó de un tirón.
Unas manos transpiradas le manosearon los pechos y le retorcieron los pezones, y se arqueó de dolor. Sus propios gritos le retumbaban en el interior del cuerpo. Un acceso de tos amenazó con asfixiarla y en medio de las convulsiones, sintió que le separaban otra vez las rodillas. El miedo cedió ante el instinto y disparó ambas piernas juntas, pero el animal le sujetó los tobillos y se los retorció hasta separárselos. Sintió frío sobre el estómago y los muslos: le estaban abriendo el vestido. El pulso terminó de enloquecerle cuando una mano le manoseó los calzones, pero el puñetazo en el estómago fue completamente inesperado. Creyó que se ahogaría con su propio vómito y luchó desesperada contra el reflejo.

El juego espantoso se prolongó hasta que la limusina se detuvo. La bajaron casi a la rastra, le arrancaron la cinta adhesiva y la arrojaron dentro de lo que ella percibió como un cubículo. La bocanada de aire la mareó. Respirar normalmente era un acto más allá de sus fuerzas. Le llevó varios latidos de corazón el comprender que por fin la habían dejado sola. Entonces, se acurrucó contra una pared y lloró de desesperación.

****
— ¿Está mirando, Dubois? ¿Cuánto tiempo más permitirá que continuemos? Vino aquí por Ud. ¿Ud. no hará nada por ella?
El micrófono cliqueteó y la proyección en el techo volvió para torturarlo. No podía emitir un solo sonido coherente. Las lágrimas le quemaban la cara y el cuerpo entero se le estremecía de agotamiento e impotencia. Los voy a matar a todos con mis propias manos, se prometió.
— Tengo más para ella y para Ud— insistió la voz odiosa—. Espere y verá que siempre hablo en serio.

MINISTERIO DEL INTERIOR. DESPACHO DEL CRIO . MASSARINO. VIERNES POR LA TARDE
Blanchard dejó una pila delante de él y Auguste resopló mentalmente, soltando el teléfono. No había tenido un solo minuto libre para saber en qué andaba su hermana. Paworski prometió llamarme si se enteraba de algo. Probó con Meyer sin éxito, mientras pasaba los papeles casi mecánicamente. Una de las hojas con membrete oficial lo clavó en el asiento.
— ¡Blanchard!— llamó—. ¿Cuándo llegó esta circular?— agitó el papel delante de la cara de su asistente.
— Esta mañana... o ayer a última hora, no recuerdo— Blanchard se encogió de hombros—. Pensé que se había enterado durante la reunión. Bueno, lo sabe todo el mundo que Michelon fue relevada del puesto.
Llamó al Quai: Odette no estaba y ya había cambiado la guardia. Nadie sabía nada de ella.
—Blanchard— volvió a llamar y el otro asomó la cabeza—. ¿Hoy no hubo llamados?
— Bueno, llamó su esposa ... — Blanchard se permitió una sonrisita de circunstancias.
— ¿Nadie más?
— Ah, sí, también llamó la comisario Marceau. Temprano. No volvió a llamar— la sonrisita se amplió.
Auguste contuvo un insulto muy gráfico.

— Siempre que llame la comisario Marceau, pásela de inmediato. Por favor.
— Por supuesto, comisario, no voy a olvidarlo— el idiota levantó las cejas, socarrón.
Probó con el celular de Odette y luego con su casa, sin resultados. Con una sensación ominosa, pasó la descripción del auto, pidiendo que lo localizaran en su celular apenas tuvieran novedades.
A las once de la noche reclamó información sin éxito. A las dos de la mañana se fue a dormir, más que inquieto. ¿En dónde estás, Cisne?

viernes, 3 de febrero de 2012

la mano derecha del diablo - CAPITULO 33

QUAI DES ORFÈVRES, JUEVES POR LA MAÑANA


— ¿El comisario Massarino?
— Soy yo, dígame.
— Era como Ud. suponía. La comisario Marceau acaba de venir a preguntarme cuánto podría demorar en preparar un equipo de detección portátil.
Massarino insultó a medio santoral antes de preguntarle a Paworski qué le había respondido a Marceau.
— Que no menos de veinticuatro horas. Lo siento, comisario, no podía decirle más tiempo sin que sospechara.
— Está bien, eso nos da un día más. ¿Le pidió otra cosa?
— No... todavía.
— Manténgame al tanto.
— Algo más. En la madrugada del martes la señal de Dubois se activó en modo operativo normal pero se perdió en menos de cinco minutos. El operador pensó que se trataba de un encendido accidental y no reportó.
Massarino volvió a insultar.
— ¿No llegaron a triangular la posición?— preguntó el comisario cuando dejó a los antepasados del operador en paz.
— No. Trataré de reconstruirla con los datos del registro.
— Si lo consigue, no se lo informe a Marceau.
— En absoluto.
Cuando colgó el auricular, Paworski se sentía más miserable que una cucaracha.
****

La visita al laboratorio había sido frustrante: no había novedades y Paworski no tendría un equipo portatil antes del día siguiente. De regreso a su despacho, Odette encontró la puerta cerrada y ella la había dejado abierta. Dentro, El mayor Corrente medía la oficina con pasos inquietos.
— ¿No sabe anunciarse, mayor?— preguntó sin saludarlo.
— ¿Dónde está Dubois?— restalló el tipo, grosero.
— No debajo de mi escritorio, eso es seguro.
— Lo vieron por última vez con Alessandra. ¿Cuánto hace que no se reporta?
El tono perentorio del tipo la irritó.
— Alessandra solía ser vista con unas cuantas personas. ¿Quiénes vieron a Dubois por última vez?
— Mis informantes— respondió él con brusquedad—.Compró un pasaje en Malpensa como Marcel Dubois e hizo el check-in pero de acuerdo con mis contactos, nunca subió al avión. Alquiló un auto y lo cambió al llegar a Turín. Entró a Francia por Montmélian y volvió a cambiar de vehículo cuando llegó a Lyon. Allí lo perdieron. Tengo que encontrarlo— deletreó el hombre.
— Sigo sin ver la razón de su premura por localizarlo.
— Asesinaron a Alessandra— siseó Corrente a la distancia del aliento—. La molieron a golpes y la remataron con un disparo de .45 en la cabeza.
El corazón le subió hasta detrás de la lengua y tardó dos latidos en volver a su lugar. Se rehizo para seguir hablando en tono neutral.
— ¿Tiene una orden de arresto?— lo enfrentó.
— Por supuesto que no.
—¿Entonces, qué hace aquí en lugar de investigar en Milán? ¿O está usando a Dubois de coartada? ¿Y si fue usted quien mató a Alessandra? Las circunstancias apuntan más a usted que a Dubois, mayor: usted dormía con ella antes de que Dubois apareciese en escena. Usted se ocupó solícitamente de traerme la prueba de sus propios cuernos, todavía no sé con qué motivos
Corrente apretó los dientes sin responder y ella continuó.
— Es evidente que conoce los movimientos de Dubois mejor que yo. ¿Para qué lo busca?
— Ya se lo dije...
— ¡Vamos, Corrente! La excusa de Valentina se le terminó hace rato.
El mayor soltó un suspiro largo antes de hablar.
— Los Carabinieri estamos detrás de Ruggieri desde hace bastante. Me serví de Alessandra para acercarme a BCB; lo de Valentina fue, digamos, un intercambio de favores con Alessandra. Cuando Dubois resultó ser Marco Delbosco, me inquieté: no sabía si estaba operando undercover o era otro policía corrupto.  Reconozco que me excedí un poco tratando de saber qué era lo que realmente hacía, y descuidé otros frentes— Corrente meneó la cabeza con pesadumbre—. Eran dos pájaros en un mismo tiro, ¿entiende?, una tentación demasiado grande como para no ceder. Ahora las cosas se complicaron y... bueno, él se convirtió en uno de los eslabones de la cadena de investigación. Lo siento si me porté como un rústico. Estoy algo alterado— tragó saliva y la nuez de Adán le subió y bajó ostensiblemente—. La muerte de Alessandra me... afectó— se pasó la mano por la cara.
—Comprendo— respondió ella con una amabilidad que no sentía—. No sé nada de Dubois desde hace unos días— no pensaba decirle cuántos—, pero le prometo mantenerlo informado. ¿Se quedará en París?
— No sé todavía. Puede localizarme en mi celular.
— Lo llamaré.
— Se lo agradezco, comisario— Corrente le estrechó la mano y se fue y ella se quedó mirando la puerta.
No le había despegado los ojos al hombre mientras hablaba: las pupilas de Corrente ni siquiera se habían dilatado; su mirada no reflejaba emoción alguna.
Está mintiendo...¿respecto de quién? ¿Alessandra no le importaba tanto como quiere aparentar? ¿Quién carajo es Corrente? La información que maneja y su red de soplones son mucho más amplias que las de los Carabinieri. ¿Cuál es tu juego, Corrente? O mejor, ¿cuál es tu equipo? Demasiadas coincidencias, demasiada información.
Dudó entre enviar un fax o un e-mail y se decidió por la mayor discreción del primero. A ver qué nos responden ahora. Marcó el número de Calogero Colosimo en Roma y despachó nuevamente la hoja de pedido de información.
La respuesta oficial fue bastante más rápida que la de Calogero, pero ésta última era mucho más confiable porque la información era mucho más confidencial. Te cubren bien las espaldas, mayor. No quería imaginar las posibles razones de porqué buscaba tan desesperadamente a Marcel Dubois, pero la punzada en el estómago le decía que las conocía a la perfección. Se tiró el impermeable encima y se lanzó a la calle a caminar.
Corrente se había acercado a Valentina haciéndose pasar por investigador privado, cobertura que usaba como oficial de los Carabinieri con una particular independencia de movimientos. ¿Por qué en lugar de ocuparse de Ruggieri y sus socios, que debían ser los objetos obvios de indagaciones de la Polizia Finanziaria y los Carabinieri, Corrente estaba emperrado detrás de Dubois? Podría decirse que es su único objetivo: rastrearlo en donde se encuentre. ¿Para qué lo busca? ¿O es “para quién”? ¿Por qué estás tan cerca de nosotros todo el tiempo?
“Células pequeñas, perfectamente organizadas, que no conocen a otras células que operan dentro del mismo caso; sólo se informa a un oficial de rango, al que en ciertos casos no se conoce; especialistas que trabajan solos, supervisados por un único superior y que reciben órdenes exclusivamente de éste. Instrucciones precisas, específicamente codificadas para cada célula, con claves que cambian semanal o diariamente, según las necesidades...”
Los “especiales” de Michelon trabajaban de esa forma... Igual que los terroristas, las organizaciones clandestinas y parapoliciales. La Orden del Temple tenía ese modus operandi y por esa razón ellos habían logrado penetrar en sus filas. Y nuestro mayor Corrente sigue el patrón al pie de la letra. La certeza le quitó el aliento. ¿Corrente? ¿Y por qué no?
Los recuerdos se le hicieron carne y la nausea la hizo sostenerse del parapeto del puente. “Mátela, Maurizio. Es una orden” y Marcel había estado a punto de cumplirla. El condicionamiento había funcionado aunque ella siempre se hubiera negado a admitirlo. Estuviste frente al cañón de esa pistola, suplicándole que no te matara. Y ellos lo saben. Saben que aún es hombre de la Orden. El horror le secó la boca y le llenó los ojos de lágrimas.
Son “ellos” los que lo buscan. Maurizio De Biassi era uno de los “elegidos” y sólo quienes estuvieran al tanto del resultado del operativo de la Orden, sabrían que Maurizio De Biassi es Marcel Dubois y podrían intentar rastrearlo. Dios, tengo que encontrarte antes que ellos. No puedo permitir que te hagan daño nuevamente.

JUEVES, EN ALGÚN LUGAR DE PARÍS
Los escalofríos de agotamiento le hacían doler la piel. Los músculos le temblaban en espasmos involuntarios y por momentos el corazón se le aceleraba furioso. Sentía las piernas hinchadas al triple del volumen normal y pesadas como el plomo; la sed le estaba arrasando la boca y le incendiaba el estómago.
Lo que estuvieran inyectándole o suministrándole con la escasa agua que le daban a beber, lo condenaba a una vigilia atroz. Había perdido por completo la noción del tiempo y ya no era capaz de razonar; sólo ansiaba cerrar los ojos y hundirse en un olvido negro y sin imágenes.
El techo se iluminó con luz cegadora: otra vez las malditas proyecciones. Apretó los párpados y los dientes negándose a ver, pero no podía dejar de oir. Los gemidos atravesaron su cerebro como una lanza de fuego. Voces que le forzaban sensaciones que en una situación normal le hubieran resultado repelentes y que ahora se le hacían carne y le conmovían las entrañas.
— Mire, Dubois— ordenó la voz cascada.

No pudo resistirse y abrió los ojos. Las sensaciones odiosas le serpearon como una corriente eléctrica por el cuerpo. No quiero verlo, no quiero... Los gemidos degeneraron en gritos desgarradores y las imágenes se volvieron caóticas. Manos enguantadas, pedazos de cuerpos desnudos, ojos, bocas, piernas retorcidas, la varilla metálica adentro-afuera-adentro-afuera imitando obscena el coito, los espasmos, los gritos, un cuerpo extrañamente laxo, una vagina inerte penetrada con furia, más gritos, más carne desnuda y lacerada, más sexos erectos y violentos.
“Parece que va a dar trabajo. ¿Le gustará a su representado?”, preguntaron. “No lo dudo, es de su tipo”, respondía su propia voz.
Con terror sintió el cuerpo entero pulsarle en la entrepierna. La erección era independiente de su voluntad estragada por las drogas; crecía y latía rítmicamente. Tensó las piernas para evitar que continuase. “Entremos”. El cuerpo desnudo sujeto a la grilla metálica se retorcía espasmódico. No es verdad. No soy como ellos. Yo nunca...nunca...
— ¿Lo ve, Dubois? ¡Usted también está excitado! ¿Lo está disfrutando? Vamos, déjese llevar. Mírela a los ojos.
Quería gritar que no, que sentía horror, repudio, que no quería mirarla ni matarla, pero no tenía voz ni aliento. Las escenas se sucedieron con violencia creciente y le pareció que su propio corazón bombeaba al ritmo enloquecido de lo que veía. La tensión le hacía doler los testículos. “Matela, Maurizio. Es una orden” y los disparos retumbaron en los parlantes. Abrió la boca jadeando por aire y al inspirar, un envión le subió desde el bajovientre hasta la base de la cabeza, obligándolo a retorcerse. La eyaculación se le disparó sin que pudiera dominarla, y la humedad viscosa y caliente de sus propios fluidos le mojó el vientre. Era una liberación y una tortura.
El cuerpo entero se le sacudió en estertores agónicos que se disolvieron en un hormigueo desagradable, dejándolo sucio y transpirado, y sintiéndose inmensamente miserable. Sollozó sin voz y sin lágrimas, con la boca abierta y el rostro contraído.
— ¿Lo ve?— la voz atronaba el aire— ¿Para qué negarse a lo evidente? ¿No gozó con esto? ¡Usted es como nosotros! ¡Uno de nosotros! ¡CONFIÉSELO, DUBOIS! ¡ES UNO DE NOSOTROS!

QUAI DES ORFÉVRES, JUEVES POR LA TARDE
Después de de bucear en las redes de destinos aéreos y carreteras de interconexión, Odette pudo armar un cuadro más o menos lógico de situación. Algunos hechos comenzaban a encajar, como por ejemplo por qué habían confundido a Dubois padre con Dubois hijo. No era sólo el parecido físico: los que lo habían hecho, estaban siguiendo muy de cerca a Marcel, casi tanto como el mismo Corrente, aunque con motivos diferentes. Ahora tenía una idea bien precisa de la ruta que podría haber tomado Marcel, que sin duda estaba regresando a París. Bajó los escalones hasta el Laboratorio de dos en dos.
— ¿Paworski?
— Salió— gruñó uno de los auxiliares sin levantar la vista de lo que estaba haciendo.
Carajo, ¿que hago, espero? Dio media vuelta y emprendía el camino hacia la salida cuando la tapa de un diario le llamó la atención.
—¿De quién es el "Corriere della Sera"?— preguntó sacudiendo el diario de dos días atrás.
El mismo auxiliar se encogió de hombros con otro gruñido, ni sí ni no. A la mierda, me lo llevo.
Subió las escaleras buscando la página de "Cronache" (1) , y releyó la noticia para asegurarse de que no había equivocado los nombres. La descripción meticulosa del cronista de policiales le dio piel de gallina. ¿Hace falta ser tan gráficos? Su contacto en Carabinieri estaba de humor comunicativo, porque le tomó sus buenos diez minutos llevar al hombre al tema que le interesaba. El oficial le prometió las fotos “para dentro de quince minutos”.
Corriere della Sera
Quince minutos italianos pueden ser dos horas, o mañana, o quién sabe cuando, pensó desesperanzada, pero el chirrido de la pc y el iconito del correo oficial le dijeron que esta vez se había equivocado: ahí estaba la información, vivita y coleando.
Santo Dios, qué le hicieron a esta pobre tipa. Nadie merece algo así. Con un clic reenvió las fotos al Laboratorio y a Bedacarratx. Esperó cinco minutos con los dedos repiqueteando inquietos sobre el teléfono, y citó al forense en el Quai.
****
— ¿Qué le pasa, Marceau, ahora se dedica al snuff (2) ? — Paworski puso cara de asco.
— Por favor, Kolya, esto va en serio. Superpóngala con las otras tomas.
— ¿Qué, hay más?— ladró Paworski mientras abría los otros archivos— ¡Mi Dios! ¿Por qué no va a lo del forense con esta porquería?
— Bedacarratx está por llegar. Pase las tomas a negativo.
Quai des Orfèvres- Local de secado de pruebas y fotografías
Estrecharon filas con el forense, delante del monitor, para que los ayudantes no se regodearan con el espectáculo en pantalla. Bedacarratx pidió acercamientos y Paworski comenzó a interesarse.
— ¿Podríamos imprimirlas?— pidió el forense.
— ¿Con o sin copyright?— chanceó Paworski.
— Basta, Kolya, por favor— Odette suspiró y el ingeniero asintió, algo más rojo que lo normal.
Se encerraron en el cubículo del ingeniero y Bedacarratx tuvo la deferencia de no fumar.
— Yo diría que es el mismo tipo— dijo el forense—. Vea: el tipo y tamaño de marcas y sobre todo, el sentido. Golpea siempre de la misma forma. ¿Ve estas marcas alargadas?
El forense se explayó en una clase sumamente didáctica sobre ejercicio de la violencia física. Cuando terminó, Paworski tenía náuseas y ella estaba completamente segura de la identidad del asesino.
****
Bedacarratx se despidió prometiendo un informe completo sobre las fotografías. Odette regresó a su oficina y se servía un café cuando Sully asomó sin golpear, blanca como el papel, y le entregó copia de una circular. La cabo salió sin haber soltado la respiración.
El texto le secó la boca: la comisario Michelon había sido relevada de su cargo y todas las acciones no estrictamente inmediatas quedaban suspendidas hasta tanto asumiera el nuevo Director de la Brigada Criminal. Se convocaba al personal para el acto de asunción del día... Alguien más entró: Michelon, el rostro de color ceniciento. A la comisario le costaba dominar la voz cuando habló.
— Veo que ya recibió la notificación— Michelon traía un sobre en la mano y se lo tendió—. Si hubieramos tenido esto antes, quizás hoy la situación sería diferente.
Odette revisó el contenido, palideciendo a medida que lo hacía.
— Madame... esto define la investigación...
— Es mi deber informarle además, que oficialmente no existe investigación alguna acerca del ciudadano Ayrault, diputado nacional y candidato para la presidencia.
Hubo una pausa durante la que ambas respiraron casi a la fuerza. Madame continuó en un susurro.
—Tiene hasta el lunes. Haga lo que pueda, como pueda.

(1) Policiales
(2) Género porno que incluye tortura y asesinato