POLICIAL ARGENTINO: 04/01/2010 - 05/01/2010

miércoles, 21 de abril de 2010

La mano derecha del diablo - CAPITULO 2

Oficinas del Diputado Jean-Jacques Ayrault. Chaumont, mediados de noviembre




El diputado Jean-Jacques Ayrault


— Señor...
Loiseau miró incómodo a los presentes en el despacho, mientras manoseaba un sobre grueso. El diputado Jean-Jacques Ayrault le hizo una seña y Loiseau se acercó, rodeando con cuidado a los hombres sentados en un semicírculo alrededor del escritorio.
— Acaban de traerlo, señor— el asistente vaciló y bajó la voz—. Me atreví a interrumpir porque me dijeron que estaba esperándolo.
Ayrault tomó el sobre con gesto de disgusto, pero el contenido le cambió la expresión. Le sonrió a su asistente con un gesto de suficiencia.
— Está bien, Loiseau. Por esta vez está disculpado— guardó los papeles en un cajón del escritorio mientras Loiseau salía y aclaró a sus interlocutores: — Asuntos bastante urgentes.
Los otros sonrieron con diplomacia y retomaron la conversación.
— Diputado, el desarrollo de la campaña necesitará de una financiación importante...— el jefe de la agencia publicitaria volvió a la carga.
— Puedo asegurarles que no necesitan preocuparse por ese tema. Los miembros del "Front pour le Recouvrement Français"[1] pueden solventar la campaña con sus aportes. Además, hay empresas que han comprometido su apoyo tanto en forma oficial como extraoficial.
Discutieron hasta muy avanzada la tarde sobre los aspectos de la campaña, la asignación de fondos para la publicidad en los medios, invitaciones a programas radiales y de televisión — "me interesan únicamente los de opinión política", les aclaró: "no quiero aparecer en programas frívolos ni dar ese tipo de imagen" — y toda la parafernalia electoralista que secretamente lo entusiasmaba y le halagaba el ego.
— Al FRF le fue muy bien en las regionales — comentó uno de los hombres del grupo y Ayrault asintió satisfecho mientras el otro hablaba— Mejor que a los demás partidos de derecha en el resto del país...Ese será un buen punto para la campaña. ¿Está pensando en alguna alianza estratégica para encarar la candidatura presidencial?
— No por el momento. Mi partido ya ha demostrado sobradamente su capacidad, y yo también — sonrió condescendiente—. La falsa modestia no es uno de mis pecados.
Todos rieron corteses. Él paseó la mirada entre los presentes y continuó:
— Su agencia ya demostró su capacidad con las campañas por la diputación y la delegación regional. Sólo pueden mejorar lo que hicieron hasta ahora.
Más risas. Nadie es inmune al halago, y menos ustedes, que viven de la vanidad ajena, pensó Ayrault.
— Necesitaremos un resumen de su desempeño como diputado, datos y estadísticas sobre su alcaldía... Ud. fue comisario de Policía y se retiró antes de los cincuenta. ¿Por qué...?
Asintió con expresión plácida e interrumpió al hombre. No pienso responderte ese tipo de preguntas, imbécil.
— Mi asistente ya preparó una carpeta con los resultados de mi gestión a lo largo de estos años. Fui reelegido en dos oportunidades como alcalde y tengo el honor de haber presidido uno de los municipios más ordenados y con menor incidencia de delitos de la región. La policía municipal es el orgullo de mi ciudad. La seguridad fue el leit-motiv de mis campañas para la diputación y cumplí ampliamente con los objetivos que propuse: limpiar la delincuencia de las calles, prevenir, ofrecer más seguridad a los ciudadadanos honestos para que puedan ejercer sus libertades individuales...
— Parece el discurso del Ministro del Interior — acotó la hizo la única mujer del grupo, encargada de los contactos con la prensa escrita. Alguien a quien tener muy en cuenta.
Bastante feúcha, querida. Aunque a las feas siempre se les puede encontrar alguna virtud. Más de una ha hecho carrera donde las bonitas fallan. Y suelen ser mejores a la hora de la cama: tienen que suplir la belleza con la habilidad. Él tenía una experiencia muy amplia en ese sentido: unas cuantas feas que se había montado se lo habían demostrado cabalmente. Prestó atención a la mujer. Cara alargada y sin maquillaje, con cejas oscuras y algo desprolijas lo mismo que el cabello, que pedía a los gritos un buen corte. Nariz borbónica, boca grande y sensual. Ropa severa y elegante aunque un poco descuidada, buenas pantorrillas. Debajo de la blusa se adivinaban los pechos generosos. Por qué no, señorita publicista. Te alegro las tardes con unas buenas encamadas y apuesto a que tu opinión sobre mí cambia radicalmente. Se dirigió a la mujer con su mejor sonrisa y una cortesía que casi pareció sincera.
— No veo qué es lo que tiene de malo el discurso del Ministro del Interior. Velar por la seguridad de la ciudadanía es el primer paso para asegurar el ejercicio de los derechos.
— Hay quejas — insistió ella.
— Siempre las hay. Siempre hay disconformes— mantuvo el tono conciliador, y los ojos fijos en los de ella—. Pero si se toman el trabajo de hacer una encuesta, yo les aseguro que el porcentaje de la población a favor de la política de la seguridad es bastante más elevado de lo que creerían.
El grupo se despidió con una idea cabal de lo que él pretendía para su campaña. Los saludó uno a uno y retuvo la mano de la mujer mientras la recorría con la mirada, en un despliegue de seducción.
— Siempre es un placer concocer a una mujer inteligente.
La cara de ella se coloreó apenas y sonrió con complacencia.
Blanco perfecto. La señorita encargada de los medios gráficos está lista para recibir una invitación irrechazable del señor diputado. Un poco más de fuego lento y tendremos una aliada incondicional dentro de la agencia. Obtener información de cómo piensan llevar estos cretinos la campaña y si emplean los fondos adecuadamente o se meten en lo que no les importa, será como quitarle un dulce a un chico. Y sus contactos con la prensa no son para despreciar. Nunca se sabe a quién se necesitará hacerle campaña en contra.
Estaba ansioso porque se fueran y lo dejaran a solas con el sobre. Las manos le habían ardido durante toda la reunión, de deseos de revisar el contenido. Desparramó los papeles sobre el escritorio después de avisarle a su asistente que no admitiría interrupciones. Había hecho nuevas amistades dentro de la PN[2] gracias a la política y a sus negocios privados, pero sus contactos en la PJ[3] se habían reducido, y desarrollar unos nuevos le había costado una pequeña fortuna. Mis vicios personales son un poco caros, se rió. Mis pequeñas venganzas también, pero el placer será inmenso.
Espléndido, consiguieron copias del expediente. Revisó las fotos y sintió una punzada de rabia mezclada con deseo. Hola, putita. Estos diez años te hicieron bien. Mejor así: cuando te destroce lo voy a disfrutar más intensamente. Oh, ¡la señora es comisario! Le dieron el cargo a los treinta y cinco: debe ser uno de los más jóvenes de la PN. ¿Cómo carajo hiciste? ¿Con quién te acostaste, muñeca? ¿O serás como la reventada de tu jefe, la Michelon? No, a menos que te hayas vuelto lesbiana después de tantos años de viuda. Qué desperdicio de recursos serías, estás hecha para que te monte un macho de verdad.
Cerró los ojos para recordar el tacto fugaz de unos pechos llenos y la excitación se le trepó por la bragueta.
Pensar que te tuve de rodillas... ¿Qué habrá sido del viejo de mierda de Foulquie? Me olvidé de preguntar. Ya debe estar retirado. Ah, te condecoraron, nena. Te gusta hacer bien los deberes. A mí me retiraron y a ella la condecoraron y ascendieron. Perdí oportunidades de negocios preciosas gracias a tus amigos de IGPN, que empezaron a meter la nariz en otros asuntos. Menos mal que mis amigos me cubrieron las espaldas. Para cuidarse el culo, cierto: nadie te hace favores por nada. Me retiraron gracias a tus esfuerzos, putita, pero me llegó la hora de la revancha.
El teléfono directo interrumpió el fisgoneo.
— Quién? — ladró.
— JJ — del otro lado hablaban bajo —, ¿te llegó el material?
— Podrías haber investigado un poquitín más a fondo, imbécil — resopló molesto.
— No te pongas pesado, JJ. No es fácil meterse en el sistema para darte gusto. No te olvides del lugar en donde trabajo. Si me pescan, mi culo no valdrá una mierda.
— Ya no vale una mierda y te pago demasiado por él— gruñó.
— ¡Vamos! Hasta te conseguí el domicilio de la señora. ¿Puedo preguntar las razones de tanto interés?
— No es asunto tuyo.
Su tono de voz debió ser muy revelador porque el del otro lado vaciló, incómodo.
— ¿JJ, qué vas a hacer con... la información?
— ¿Y eso a qué viene?
— Bueno... quiero decir, la tipa es comisario,...
— Me importa un carajo. Conozco a unos cuantos comisarios que merecerían estar guardados en lugar seguro. Ésta, por ejemplo.
Se cuidó muy bien de aclarar que el lugar seguro que estaba considerando era a tres metros bajo tierra.
— De acuerdo, pero...
— ¿Te asusta una comisario de mierda?
— Me cuido el culo. Me gusta donde lo tengo, me gusta el puesto que tengo...
— Y te gustó lo que te pagué para que hicieras lo que hiciste — le soltó, amenazador. No sería la primera vez que un traidor traiciona a dos puntas.
— JJ, conseguir información es una cosa, soy incondicional tuyo pero, bueno... meterme en algo más pesado, no sé...
— Pesado como qué? — "Incondicional" hasta que se te frunce el culo de miedo. ¿Qué se le cruzó a este boludo? — Por favor, viejo — compuso su tono más conciliador—, no pasa nada: estoy preparando mi campaña presidencial y en algún momento alguien preguntará sobre mi temprano retiro de la PN.
— Y qué tiene que ver la señora con eso?
— Todo, viejo. Por su culpa me retiraron. La muy puta me acusó de acoso sexual. Nunca le puse una mano encima, ni siquiera la miraba. Es una ratita insignificante— la voz le destilaba amargura —. Debe haberse dejado montar por media IPGN y todo el tribunal de Deontología para conseguir que me echaran de la PN. Después, mi puesto lo ocupó esa lesbiana de mierda de la Michelon: no sería extraño que se hubiera encamado también con ella para que le dieran el ascenso.
Del otro lado de la línea se escuchó un largo silbido. Ya está, te convencí. Nunca falla: es la versión que más les gusta a todos. Es más fácil hacerle fama de zorra a una tipa que verificar la verdad. Eso era algo que había comprobado largamente durante sus años en la PN y como comisario responsable de la Brigada Criminal: "Todas son putas hasta que se demuestre lo contrario". Con Marceau se había dado el gusto de colgarle el sambenito.
— O sea — interrumpieron sus cavilaciones —, que al tiempo de preparar tu campaña política, te vas a cobrar algunas viejas deudas...
— Digámoslo así... Si a alguien se le ocurriera sacar a la luz aquel incidente, bueno, tengo que defender mi buen nombre y honor.
El otro largó la carcajada, más tranquilo. Mejor así, cretino. Carajo, alguien más que pasar a las listas de prescindibles. Pero por ahora me sirve. Intercambiaron un par de comentarios intrascendentes y cortaron la comunicación.
Guardó el sobre en la caja fuerte y se sirvió un coñac más que generoso. Por diez años de espera, putita, levantó la copa y se la bebió de un solo trago.— Señor — la voz de Loiseau, irritante como de costumbre, lo arrancó de sus placeres secretos —, un llamado del Comité Central.
— ¿No le dijeron quién? — ladró.
— Sí, señor. El Sr. Etchegoyen.
¡Mierda, no es del Comité, es RG[4] ! Éste llama nada más que para darme malas noticias. Ayrault se tragó la irritación.
— Páselo ya mismo.
— Sï, señor— respondió Loiseau, ansioso por agradar.
"Etchegoyen" no estaba de humor para cortesías.
— IGPN[5] está metiendo la nariz en donde no le importa — ladró sin saludar.
La rabia le recorrió el cuerpo en un estremecimiento.
— No hay nada, estoy limpio— aseguró Ayrault—. Mi expediente da asco de tan resplandeciente.
— ¿Qué cagadas hiciste cuando estabas en la PN?— el tono de “Etchegoyen” no admitía réplicas.
— ¡Nada de lo que tenga que avergonzarme! Una tipa me acusó de acoso sexual — escupió con rabia — . Inventó todo el asunto, me tenía entre ceja y ceja, estaría caliente conmigo. Se salió con la suya y me retiraron, pero no quedó constancia en mi record. Fue lo que negocié para irme sin más escándalo.
—¿Por qué mierda yo no sabía nada de esto?— bufó su interlocutor.
— Me fui de la PN limpio como un colegial. ¡A quién carajo puede importarle ahora esa mierda de hace diez años!
— ¡Entonces habrán encontrado algo más porque están revolviendo mierda antigua!
El miedo reemplazó a la furia y le sacudió las entrañas.
— Quiero saber qué investigan.
— Sin órdenes, diputado— siseó Etchegoyen—. No te olvides de con quién estás hablando...
Hijo de puta, perro de presa; si le dan la orden, te destroza la yugular sin remordimientos. El otro continuó:
— ¿ Quién estuvo a cargo de la investigación de IGPN?
— Dos tipos: Lionel Henri y... el otro... no me acuerdo, ... Arnaud o Arnold Perrier, algo así.
— Bien, vamos a ver qué están haciendo. Y no hagas nada raro. Me estoy hartando de tapar tus diversiones — el clic le retumbó en el tímpano.
Esos malparidos de Henri y Perrier tenían que haber seguido adelante, porque ¿quién más si no? ¿Así que quieren ventilar viejas querellas? ¿No te alcanzó con lo que obtuviste, Henri? ¿O te prometieron algo mejor? La mierda se te puede volver en contra muy rápido. Habrá que mandarte un avisito. Marcó el número desde su celular.
— Necesito otra averiguación y no empieces a protestar — atajó al otro —. Lionel Henri y Arnold Perrier, de IGPN.
— ¡IGPN! ¡Te volviste loco!
— No me interrumpas cuando hablo— gruñó —. Quiero saber nada más por dónde andan.
— De Perrier puedo darte noticias de público conocimiento: se retiró por problemas de salud a mitad de año, le hicieron la fiesta de despedida y ...
— ¿Problemas de salud?— interrumpió — ¿Cuáles?
— Insuficiencia renal severa. Se dializa y todo eso.
Le encargó al cretino que le consiguiera datos de “público conocimiento” sobre Henri, aunque la información acerca de Perrier le era mucho más útil: no necesitaría deberle más favores a “Etchegoyen”.

Saint-Denis,Hospital Delafontaine. Primeros días de diciembre

Comisario de División Lionel Henri

La familia Perrier se quedó mirando al nefrólogo con la boca abierta. Un instante después, la señora Perrier se desmayaba y Daniel, el hijo menor, agarraba al médico por la bata verde y lo sacudía.
— ¡Ud. dijo que estaba bien! —gritaba y lloraba.
Un enfermero los separó y otra asistía a la mujer que, recuperada, se quedó muda en estado de shock.
— Escuchen, por favor, estas cosas suceden... El corazón puede fallar... — decía el médico.
— ¡Íbamos a trasplantarlo! ¡No es justo! — lloraba el chico —. Yo iba a darle mi riñón a mi papá...
Lionel Henri se acercó al grupo y el hijo mayor de Arnold Perrier se le abrazó.
— Lionel... el viejo...— balbuceaba.
Henri lo sostuvo contra su pecho.
— El viejo murió durante la diálisis... Estaba tan contento... Daniel era compatible... Lo trasplantaban la semana próxima... — Phillipe sacudió la cabeza incrédulo —. Había elegido los regalos para Navidad...
Mientras consolaba a los muchachos, con el rabillo del ojo pescó a un enfermero con uniforme verde que salía de la sala de diálisis. El hombre se detuvo en seco, lanzó una mirada al grupo y bajó la cabeza para dar media vuelta y emprender el camino del pasillo hacia el otro lado. Venía para acá, pensó Henri, y cambió de idea. Se lo quedó mirando. Arnold está muerto, pensó. Quedo solamente yo. ¿Por cuánto tiempo? No había dejado de observar al enfermero que se alejaba con apuro. Tiene zapatos de calle. ¿Por qué un enfermero tendría zapatos de calle? Se maldijo por no haber echado una ojeada a la identificación de plástico colgada de la bata.
— ¿Quién es el médico a cargo del sector?
— Yo — el médico que les había dado la mala noticia a los Perrier se presentó y le tendió la mano — Pfeiffer.
— ¿Conoce al enfermero que acaba de salir?
— ¿Cuál enfermero? — preguntó Pfeiffer.
— El de verde, que salió hace dos minutos de Diálisis— se impacientó.
— Todos estamos de verde— retrucó el médico con acidez.
— Aquel...— señaló hacia el extremo del corredor vacío —. El que acababa de salir.
— Tendría que preguntar quién está hoy de turno.
— ¿No los conoce?
— Hace menos de una semana que estoy en el hospital. Todavía no me sé la nómina.
Imbécil de mierda, pensó Henri, y una sensación desagradable le invadió el estómago. No puedo decírselo a nadie más pero estoy seguro de que ese enfermero con zapatos de calle y este cretino de verde acaban de asesinar a Arnold.

París,Quai des Orfévres, principios de diciembre

Comisario de División Claude Michelon

—Claudette...
— ¿Quién...? — la comisario de división Claude Michelon se sorprendió de que alguien usara el diminutivo familiar para llamarla a la Brigada.
— Soy Lionel. Necesito verte... en privado.
— ¡Querido! ¿Pasa algo malo?
— ¿Puedo invitarte a almorzar? ¿Hoy, a las doce y media?
Miró la hora: doce y cuarto. Lionel Henri se oía tan mal que aceptó casi sin pensar. Acordaron el lugar de la cita y Henri cortó de inmediato.
Se quedó mirando el teléfono y todavía tenía la mirada perdida cuando Laure entró.
— Laure, querida, ¿hay algún compromiso para la una?
— No...
No le dio tiempo a continuar.
— Bien, ahora tengo uno. Salgo a almorzar. Un asunto de trabajo.
— ¿Con quién?
— IGPN
— ¡Claude! ¿Qué pasa? — se alarmó Laure.
— Nada. Al menos que yo sepa.
— ¿Vas sola?
— Sí. Me encuentran en el celular.
— No me gusta...
— Es un viejo amigo, querida, no te preocupes.
— ¿No? ¿Vas con esa cara y no tengo que preocuparme? — Laure extendió la mano y le rozó la mejilla.
— No. — la tranquilizó tomándole la mano entre las suyas.
— Claude... ¿me lo vas a decir después?
Le sonrió y se fue sin aclarar si se lo diría.

****
Pidieron cualquier cosa; a ninguno de los dos le interesaba demasiado el menú.
— Claudette, creo que me estoy volviendo paranoico— declaró Henri en forma abrupta—. No sé cómo empezar ni por dónde... — la miró, tragó saliva y siguió —. Sí, lo mejor es por el principio. Fue antes de que te designaran a cargo de la Brigada, hace como diez años. Tu puesto lo ocupaba el comisario de división Jean-Jacques Ayrault. Se fue, o mejor dicho, lograron que se fuera... gracias a un escándalo.
— El “incidente M”— acotó ella con sarcasmo—. Estoy enterada, aunque no de todos los detalles.
— No hay detalles, Claudette. No figuran en ninguna parte.
Michelon frunció el ceño con curiosidad y Henri interpretó correctamente el gesto.
— Fue lo que negoció Ayrault para retirarse sin tapar de mierda a los cadres[6] de la PN, RG, IGPN y cuanta otra división o cuerpo especial quieras listar de la la Prefectura de París y el Ministerio del Interior: el comisario se retira en la cumbre de su gloria y sin mención del incidente "M".
— ¿Y qué razones tendría Ayrault para desacreditar a los cadres?
— Razones que se miden en millones de francos: tráfico de armas. ¿El nombre de Didier Nohant no te dice nada?
El ex Director General de la PN, que de acuerdo a la información dada a los medios, se había “suicidado” por haberse visto involucrado en un supuesto escándalo de lavado de dinero. El traidor que casi había entregado a media Prefectura de París a los asesinos a sueldo de la Orden del Temple, de la que él mismo era miembro. Pero la Orden no perdona a sus traidores, ¿cierto, Nohant? ¿Cuántos más quedan sueltos todavía? Michelon aguantó una mueca de desagrado.
— Sí, me dice unas cuantas cosas.
— Amigo íntimo de JJ Ayrault. Al momento de los hechos que precedieron a la muerte de Nohant, Ayrault llevaba varios años retirado de la PN y actuando en política. Lo mismo que está haciendo ahora, al menos oficialmente.
— IGPN no tiene más nada que hacer entonces— dijo ella sin ocultar el disgusto.
— IGPN en la persona de un servidor se pasó años detrás del hijo de puta de Ayrault sin poder tocarle ni la pelusa de la ropa. No podíamos comprobarle nada, no podíamos pasar ciertas barreras que para IGPN no debieran existir. Y cuando podíamos penetrarlas, no quedaban rastros. Todos estaban limpios como bebés de pecho.
— Y el incidente "M" sirvió para quitárselo de encima a la PN, ¿no es así?— Michelon meneó la cabeza —. Usaron a una oficial— le recriminó.
— Era la única forma. Pero no nos sirvió para nada más: nos retiraron del caso y adiós.
— Lionel, no es tu estilo el abandonar una investigación...— esperó la respuesta de Henri.
— No lo hice, Claudette, te lo aseguro. Arnold Perrier y yo seguimos hasta donde pudimos. Llegamos lejos, pero no todo lo que nos hubiera gustado. Extraoficialmente, por supuesto. Ya se sabe, muerto el perro se acabó la rabia.
Henri hizo una pausa para comerse el último bocado y beber un sorbo de su copa.
— Lionel, no me llamaste para contarme tus penas y nada más— se acomodó en su silla.
— Claudette... Arnold murió hace una semana mientras se dializaba. Un fallo cardíaco es lo que figura en el acta de defunción— Henri la miró a los ojos —. Según su familia estaba en buena condición, tan buena que lo trasplantarían la semana siguiente,... es decir, hoy.
—Lo lamento mucho, de veras. Estas cosas pasan, Lionel.
— Sí, pasan. Y por eso ocurrió. Claudette, creo que asesinaron a Arnold.
Michelon se quedó con la boca seca: a pesar de ser un mastín de la IGPN y de sufrir de algunas deformaciones profesionales, Lionel no tenía tendencias paranoicas.
— ¿Qué es lo que te hace pensar eso?
— Indicios, pequeñeces: un enfermero con zapatos de calle, un médico que esa semana hacía una suplencia y que no volvió a prestar servicio en el hospital. Aprovecharon la desesperación de la familia para no hacer la autopsia.
Lo observó sin hablar durante unos segundos.
— ¿Qué es lo que ustedes dos encontraron?
— Encontré en singular, Claudette. Arnold se había retirado por la enfermedad. Me entregó todo lo que había recopilado en sus investigaciones, no quiso conservar nada para que su familia tuviera problemas —el hombre bajó la cabeza antes de continuar—. Fue un aviso. Saben que estoy sobre la pista.
— ¡Lionel! ¿Continuaste investigando?
— Parece que no me conocieras. ¿Qué hubieras hecho en mi lugar? ¿Qué hubieran hecho tus "especiales"? Que recuerde, uno de ellos siguió un caso más de diez años.
— Se trataba de algo personal y lo hizo sin autorización — admitió con renuencia.
— Sabías que tu oficial seguía un caso personal como un perro de presa e hiciste la vista gorda. Y cuando tuvo todo a punto, le diste apoyo personal, hombres...
— Hubo una investigación, un procedimiento y un superior a cargo. El caso tenía bases sólidas y...
— Me lo conozco de memoria, Claudette. Lo mismo que a tus "especiales". Es por eso que vine a verte.
Henri sacó una cajita del bolsillo: un disco zip.
— Son mis informes y los de Arnold, transcriptos desde que comenzó la investigación hace diez años, más lo que encontramos a lo largo de este tiempo. Hay registros de testimonios y declaraciones. La Brigada puede iniciar una investigación...Tus especiales pueden. Y no me digas que no hay un caso todavía — la atajó —, ya hay un muerto aunque no haya pruebas: Arnold.
Se quedó callada, evaluando las palabras de Henri.
— ¿Hay alguien más en tu grupo? — finalmente preguntó.
— No quise involucrar a nadie más...
— O no confiabas en nadie más...
El hombre asintió sin hablar.
— ¿Qué vas a hacer ahora, Lionel?
— Lo único que sé hacer: seguir adelante. Soy un perro viejo, no aprendo mañas nuevas.
No dijeron más: las despedidas suelen ser desagradables.




[1] Frente para la Recuperación Francesa
[2] Policía Nacional
[3] Policía Judicial
[4] RG:Reinssegnements Générales: Servicio de Informaciones de la PN.
[5] IGPN: Inspection General de la PN . Asuntos Internos y Deontología
[6] Los escalafones superiores

sábado, 10 de abril de 2010

La mano derecha del diablo - CAPITULO 1


PROVINCIA DE BUENOS AIRES, ESTANCIA "LA AUGUSTA". AGOSTO DE 1997

El Gran Maestre


"Al principio me pareció medio zonza la idea, pero pudo más la necesidad y aquí estoy, escribiéndote estas líneas que supe que jamás te enviaría desde el momento mismo en que las concebí. ¿Qué será este impulso: la conciencia que me empuja a poner por escrito impresiones que jamás confesé a nadie? ¿La vejez y la soledad a las que ya nada puede vencer salvo mis recuerdos? ¿O será no más la muerte que gusta de acompañarme y quiere que le refiera mis cosas para no aburrirse de puro silencio aquí en la estancia? Siento que lee por encima de mi hombro, pero no me molesta. Llevamos tantos años juntos que ya somos como un matrimonio. ¿Quién de los dos da las órdenes? ¿Cuál de nosotros es el verdugo?
La tierra inmensa duerme bajo la helada. Esta tierra que es tan tuya como mía y que nunca quisiste conocer, quién sabe si por orgullo o por rencor. Aunque no soy el más indicado para hablarte de esos sentimientos, ¿verdad? Sos mi más oscuro y secreto espejo. ¿Qué puedo decir de vos que no diga de mí? Porque si vos te dejaste llevar siempre por tus pasiones y tus odios, yo usé las pasiones y odios del prójimo en mi beneficio.
Me pasé la vida queriendo hacer de cuenta que no existías y ahora comprendo que estuviste presente en cada uno de los momentos de mi existencia, aún a través de otros. Como si no bastara la sangre para atarnos, nos conseguimos otros lazos, más terribles, más mortales. Tenemos muchas culpas compartidas. Y ahora, cuando tu vida se te escurre de entre las manos, yo siento ese mismo frío entre las mías.
Quisiera sentir piedad por vos, por tus sentimientos furiosos y contrariados, por tu despecho y tu vacío igual al mío. Durante mucho tiempo creí que no sentía nada pero no era cierto: tuve que anestesiarme los sentimientos para poder ejercer el poder espartanamente. Hubiera sido una locura dejarlo en tus manos. La misma locura que hubiera cometido dejándolo en manos de mi nieto. Hoy sé que nunca confié verdaderamente en que él podría ocupar mi lugar, sólo que me negaba a admitirlo. Y estoy tan solo..."

Golpearon a la puerta imponente del estudio y él posó la lapicera sobre el papel.
— Señor...— el ayudante de José chocó los talones a modo de saludo, mientras le entregaba un fax.
Lo leyó con parsimonia. Entonces, ya está todo listo. La idea de viajar lo excitó. Despidió al teniente con un gesto y abrió el compartimiento para guardar la carta. Un secreto más entre otros.

NUEVA CENTRAL, ESCOCIA, SEPTIEMBRE DE 1997


Cnel.José Elías Ortiz


José Elías Ortiz, coronel del Ejército Argentino y jefe de Inteligencia Central de la Orden del Temple, se acercó a los cristales empañados vaso de whisky en mano. Una celebración íntima y sobria: el tatita no habría admitido otra cosa. Afuera, la nieve todavía escasa dibujaba paisajes de cuento sobre los alféizares. Una media sonrisa le tironeó de una comisura, templándole el gesto adusto de indio. La elección de la nueva Central no podía haber sido mejor, aunque los gastos para acondicionarla habían sido un poco más que discretos. Los alrededores estaban bastante desiertos: el pueblo más cercano estaba a más de cuarenta y cinco kilómetros, carretera de montaña de por medio, lo que no invitaba a los curiosos a acercarse. Su propio ascetismo hacía que el sitio le pareciera más acogedor que lo que le había resultado siempre la Central de París, demasiado expuesta para su gusto. Así había terminado, por culpa de ese hijo de puta.
Cerró los ojos, la frente apoyada contra los vidrios fríos. Los ojos azules, claros como el agua, helados, los mismos ojos del tatita. El gesto siempre despectivo de la boca, aquella misma boca infantil que allá en la estancia lo había llamado "guacho" tantas veces. Me odiabas abiertamente y yo te odiaba sordamente, sin tener siquiera el derecho a hacerlo, porque era el 'criadito', el hermano de leche no querido del heredero. Siempre fuiste un desmesurado para todo, hasta para hacerte matar. Nunca hubieras podido ocupar el lugar del viejo El poder debe ejercerse espartanamente para que perdure, casi sin pasión, mano firme y mesurada para que no te contamine con las tentaciones. Lo había aprendido del tatita, que así les había enseñado a ambos. Él había aprendido con humildad. El nieto se había burlado de ese estoicismo hecho a fuerza de pampa silente hasta la exasperación, de noches avasalladoras de estrellas mudas; de cabalgatas con nadie más que el viento por compañero, y se había encargado de demostrarlo con cada uno de los hechos de su vida.
Una sola vez el viejo lamentó los errores cometidos con su nieto y él supo respetar en silencio su dolor. “Me equivoqué con él y con el padre”, le había dicho con amargura. “Creí que si le quitaba el pasado a mi yerno y le daba la oportunidad de convertirse en alguien diferente, nacer de nuevo, podría cambiarlo. Creí que mi nieto no heredaría o no aprendería su crueldad torpe e inútil. Me descuidé y permití que lo alejaran de mi mano. He pagado caro mi yerro”.
Algo muy adentro se le había quebrado al tatita después de la muerte de ese malparido. En persona había dado la orden: anulación definitiva, un eufemismo no por tal, menos violento. La herida le estaba haciendo estragos, no visibles para otros que lo conocían apenas, pero sí para él, que le sabía hasta los silencios, cada vez más largos, más solitarios.
Supongo que a mi también me habría dolido. Pero si tu mano derecha peca... El viejo no había vacilado en cortarla, a sabiendas de que se cortaba a sí mismo la esperanza de su estirpe. Tendría que haberle evitado el dolor de la decisión, pensó mientras miraba el paisaje teñido de ámbar a través del whisky. Yo debí cargar con la responsabilidad y soportar el castigo que el viejo me impusiera. No tuve el coraje. ¿Le habrá dolido también eso? ¿Qué su hombre más fiel no fuera capaz de sacrificarse por él, por la Orden, anticipándose a ejecutar el castigo que sabía que otro merecía?
Y con todo, la orden del viejo no se había cumplido nada más que porque los franceses habían actuado antes. Tres de los cinco hombres del comando desaparecieron sin dejar rastro. Deben estar pudriéndose en el fondo del Sena con una piedra atada al cogote. Ese favor se lo debemos a los Varza. Su propio hombre, infiltrado con el encargo de eliminar al grupo ante cualquier desobediencia, había muerto junto al nieto en un supuesto enfrentamiento con la policía francesa, entre las sombras del Bois de Boulogne. El paso de aquel hijo de puta no se había conocido más que en las necrológicas: una mujer salvajemente asesinada; un suboficial degollado en el mismo Quai des Orfévres y dos más, muertos a balazos. Si hubo más víctimas, no quedaron rastros. A los franceses les importaba tanto o más que a ellos mantener la discreción sobre los hechos: también tenían sus buenos escándalos que tapar. La Orden por su parte, se había ocupado de limpiar a aquellos miembros que respondían al "Brigadier". La Orden no tolera ni perdona a los traidores.
¿Merezco el lugar que ocupo? ¿Tengo derecho a reclamar el puesto que no debió haber sido mío? Yo estaba siendo preparado para ser segundo. Esas preguntas le abrían las puertas de su infierno, árido y desierto, en el que estaba siempre solo, siempre dudando. No podía preguntar a nadie porque nadie respondería. Había sobrevivido al odio del nieto y a su propio odio por él, pero no sabía si sobreviviría al infierno de su propia duda.
— José...— la voz del viejo lo arrancó de sus pensamientos sombríos. Dio media vuelta hacia la puerta mientras el tatita se acercaba con andar pausado, el bastón enjoyándole la mano larga y huesuda.
Se acercó con un vaso del whisky favorito del viejo y se lo ofreció en silencio, mientras el otro se sentaba en el bergère más cercano a la chimenea.
— Siéntese conmigo, José. No me esté de pie cuando yo estoy sentado. Ya estoy viejo...— casi suspiró mientras se acomodaba.
— Ud. no es viejo, señor... — dijo mientras ocupaba el bergère vecino.
— Ah, déjese de pavadas — el viejo sacudió una mano impaciente y la dejó caer sobre el brazo del sillón —. ¿En qué andaba pensando, ahí parado delante de la ventana?
— En nada — mintió mirando el fuego.
— ¿Sabe una cosa, José? Ud. no sabe mentir.
Se quedó callado, la boca apretada contra el borde del vaso de cristal. Asintió y bebió despacio.
— ¿Por qué cree que no merece el puesto que le toca?— insistió el viejo con voz llana.
Se le anudó la garganta. Por qué me conocerá tan bien. El viejo continuó.
— Nos reagrupamos y reorganizamos en muchísimo menos tiempo del que creíamos. Expurgamos las filas de las lacras. Nos recuperamos económicamente. Todo eso es mérito suyo. Yo no lo hubiera hecho mejor— estiró el brazo y palmeó el suyo apoyado en el brazo del bergère.
El hecho que el viejo estuviera tan al tanto de todo como siempre, lo sorprendió menos que el gesto inusual de afecto. Prácticamente se había retirado hacía casi dos años, después de la muerte del nieto, para dejar en sus manos la conducción de la Orden. Por primera vez, el Gran Maestre no era de ascendencia europea. José prefería prescindir de esos títulos rimbombantes. Jefe de Inteligencia Central es más adecuado a lo que hago.
— Con Ud., José, me pasa algo raro: es como si no necesitáramos hablar para saber lo que nos pasa.
— Son los años juntos, señor.
Bebieron lo que les quedaba en los vasos y José se levantó para servir otra vuelta. Cuando se inclinó con la botella hacia el viejo, los ojos azules, claros como el agua, del tatita, se prendieron de los suyos.
— Él era mi nieto. Ud... — subrayó —, es mi hijo. No siempre se puede elegir a un hijo. Yo lo elijo a Ud.
La botella tintineó apenas contra el cristal del vaso.
— Gracias, tatita.
— Sirva y déjese de pavadas.

BUENOS AIRES, BARRIO DE LA RECOLETA, SEPTIEMBRE DE 1997

Tte. Conrado Seoane


— La decisión que enfrentan es fundamental. Deben saber que cuando la tomen, no habrá marcha atrás.
Paseó la mirada de color lapislázuli lentamente por el auditorio, deteniéndose en cada una de las caras ansiosas y atentas, evaluándolos uno por uno. Más asentimientos silenciosos. Inspiró y el aire le silbó a través de la garganta en una borrachera de hiperventilación.
— Vamos a establecer un nuevo orden, con sangre renovada.
Los rostros más viejos se distendieron en sonrisas de autocomplacencia; los ojos de los más jóvenes brillaron con dureza.
— Le devolveremos el orgullo a la raza.
Orgullo. Raza. Le pareció que las palabras le vibraban en la garganta y le retumbaban en el pecho cada vez que las pronunciaba. Los despidió con el saludo prohibido y cuando los otros respondieron, un placer frío le recorrió la espina dorsal. Mi Blitzkrieg está cerca. Cuando salieron, Conrado Seoane sacó del bolsillo el objeto que había estado tocando todo el tiempo mientras hablaba. Apretarlo en la mano le provocaba una especie de electricidad mística. Por vos, viejo. Por vos, hermano.