POLICIAL ARGENTINO: La mano derecha del diablo - CAPÍTULO 22

jueves, 7 de julio de 2011

La mano derecha del diablo - CAPÍTULO 22

PARÍS,LA DÉFENSE. DOMINGO, ÚLTIMAS HORAS DE LA TARDE
El teléfono. Lo único que quiero es estar muerta y ese puto teléfono suena.
— ¡Hola!
— ¡Eh! ¡Qué mal humor!
Auguste. Señor, no abandones a tu sierva y dale un buen argumento para mentir adecuadamente.
— Hola, scugnizzo (1)
Convenció a su hermano de que no se sentía bien y que pensaba haraganear en la cama. "Cosas de mujeres", mintió, y Auguste exclamó “¡Aaahhh!” y le recomendó los analgésicos de Nadine. Colgó con los ojos llenos de lágrimas: Dios, tener un hombre que te quiere tanto que sabe cuáles son los mejores analgésicos para el período. Aguantó un sollozo y se tapó la cabeza con el cobertor.
Se despertó aturdida por un sueño vacío de sueños que le hacía pesar la cabeza. Sin mirar el reloj se metió al baño y se duchó con meticulosidad. Salió y se envolvió en la bata, sin secarse. El dejo de perfume que la impregnaba le dijo que esa era la que Marcel usaba cuando se quedaba a dormir. Demasiado agotada para quitársela en un arrebato de rabia, fue hasta la cocina a tomar algo: tenía la boca pastosa. Descubrió que también tenía hambre y se comió una manzana mientras esperaba el blup-blup del café. Se sentó a beberse el café con leche y a compadecerse de sí misma. No quiero pensar. Vacío total, absoluto y abstracto. Cero pensamientos. ¿Música? Música. Taza en mano fue al salón, puso cinco de sus CDs favoritos en el equipo y se tumbó en el sofá, dejándose acunar por las voces maravillosas que cantaban las glorias y pesares del amor.
“Va pensiero /sulle ali dorate ” (2). Vayan ustedes porque yo no quiero pensar...
No le creas, "Celeste Aída": Radamés es héroe de Egipto antes que tu amante; la Carmencita, qué bien hace al no atarse a ningún hombre: miren cómo le fue a Madame Butterfly.
¿”Caro nome ”? (3) No recuerdo ninguno.
 “Pourquoi me reveiller ”? (4)No, no nos despertemos: durmamos como Werther.
Y estaba a punto de quedarse misericordiosamente dormida cuando la voz desgarradora del amante condenado a muerte evocó “ O, dolci baci, / O, languide carezze ”.(5)Lloró sin consuelo por Tosca, Cavaradossi, su pasión y sus celos tremendos, y sus amores desgraciados. “Svanì per sempre il sogno mio d'amore... ”.(6) Puccini, insecto, te odio.

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Están tocando el timbre y la puta madre que los parió. Auguste, te voy a mandar al carajo como Dios manda.
Se ajustaba el lazo de la bata mientras sin levantar el intercom abría la puerta, y se quedó congelada: ocupando casi todo el vano de la puerta y conteniendo la respiración, Jean-Pierre Dubois esperaba a que se abrieran los portales del Infierno.

****

Jean-Pierre abrió y cerró la boca un par de veces antes de decidirse.
— Yo... quisiera disculparme por lo del viernes y ... bueno... lo de toda la semana y...
En la Gendarmería no dan clases de elocuencia, pensó Odette y enseguida se arrepintió: el hombre estaba apenado en serio y pasaba alternativamente del rojo al blanco. Se hizo a un lado y lo invitó a pasar.
— Déme dos minutos para ponerme presentable— sonrió desvahída, señalando los sofás, y él asintió.
Se calzó los jeans agujereados y su viejo suéter blanco a la carrera. Sin preocuparse por ponerse zapatos, se zambulló en la cocina a preparar más café y corrió al baño a mirarse crítica al espejo: que Dios me ayude, esto no tiene remedio.
La cafetera estaba de mejor humor que de costumbre porque el blup-blup no se hizo esperar. Sirvió dos tazas, llenó una lecherita, cargó la azucarera y regresó al salón donde Jean-Pierre esperaba.
— Preparé café — dijo, por hacer ruido. El coronel sonrió y agradeció con un movimento de cabeza; se sirvió leche y tres generosas cucharadas de azúcar. ¿Por qué tiene que recordármelo de esa manera?, pensó ella con un retortijón de estómago. ¡No llores, estúpida! Habías decidido odiar al cretino animal cerdo chauvinista. Apretó los dientes y tragó el café.
Jean-Pierre dejó la taza y se lanzó de cabeza.
— No soy buen diplomático y tampoco hablo elegantemente, pero siento que le debo una explicación.
— No me debe nada...— meneó la cabeza.

Jean-Pierre estiró la mano y le rozó la barbilla allí donde Marcel la había golpeado. Todavía le dolía e involuntariamente retiró la cara. Se hubiera matado por reaccionar de esa forma.
— Sí, y mucho. Soy en parte responsable de esto.
— Marcel es mayor de edad y responsable de sus actos — Odette tragó un nudo en la garganta.
— En algunas cosas actúa como el crío de dieciséis años que yo dejé ir.
Se descubrió buscando expresiones y gestos familiares en Jean-Pierre y comprobando con dolor que reconocía cada uno de ellos. Las manos le temblaron al recoger las tazas y el tintineo hizo que Jean-Pierre levantara la cabeza. Las miradas se encontraron en el espacio neutral sobre la mesa baja y se quedaron prendidos. Bajó la vista y volvió a sentarse, incapaz de moverse. Todas sus hipótesis acerca de la vida de Marcel que ella no conocía, habían quedado reducidas a maquinaciones infantiles frente al relato de Jean-Pierre. Se llenó los pulmones de aire y se levantó. Recuperó algo de frialdad al volver de la cocina, y comenzó a racionalizar la situación.
¿Quién me asegura que no mandaste a tu viejo a conmoverme? Lo de siempre: te agreden, te piden perdón, buena letra un tiempo y de vuelta subidos al carrusel. Se dejó inundar por el enojo, disfrutando del embate hormonal. Me importa un carajo tu pasado.
Con una capacidad de penetración que la sorprendió, el coronel dijo a media voz:
— Marcel no sabe que vine. Tampoco lo veré esta noche: no quiso, dijo que tenía demasiadas cosas para digerir. Mañana tomo el servicio temprano así que no tendré oportunidad de decirle que vine a verla.
Asintió, reprochándose para sus adentros sus sospechas y sintiéndose menos que un gusano.
— Usted lo ama, lo supe desde el primer momento, pero a veces el amor no alcanza: hacen falta madurez, paciencia y comprensión. Esa lección la aprendí muy duramente— sonrió con tristeza—. Si alguien puede darle todo eso a Marcel, esa es usted — Jean-Pierre se puso de pie.
— Me está haciendo trampas — masculló mientras la lágrima traicionera que la acechaba se le deslizaba mejilla abajo.
— Si juego sucio es por mi hijo.
Lo acompañó hasta la puerta y se tendieron la mano al mismo tiempo.
Cuando cerró la puerta, la marejada de emociones encontradas le tironeaba el cuerpo y el alma hacia los cuatro puntos cardinales.

PARÍS, QUAI DES ORFÉVRES. MARTES POR LA MAÑANA
La entrada al Quai le pareció siniestra. Vamos, cobarde, arriba. Aunque ella esté dispuesta a echarte a patadas de su vida. Siguió de largo ante las fotos de los caídos en servicio y emprendió muy despacio la escalera engañándose con que le daría tiempo para pensar. Estaba considerando la posibilidad de salir y llamar por teléfono cuando lo detuvieron tomándolo del brazo.
— Tenemos que hablar— la mirada de Auguste era inquietantemente oscura.
Asintió y lo invitó a su pecera. Auguste negó con la cabeza y señaló el otro extremo del pasillo: las salas de interrogatorio. Caminaron sin abrir la boca más que para devolver saludos murmurados por personal con repentina prisa.
Auguste cerró la puerta y tuvo la deferencia de apagar el circuito cerrado.
— ¿Dónde está mi hermana? — le soltó sin previo aviso y Marcel se atragantó con su propio aliento.
— No... sé.
— Por supuesto que no, porque aunque estás en París desde el jueves a la noche, no pisaste su casa. ¿No te interesa saber qué le pasó?
¿Y qué mierda puedo decir: “Auguste, golpeé a tu hermana en público y me muero de vergüenza de enfrentarla?” .
Por lo visto, Auguste iba a hacerle ahorrar saliva.
— Yo sí estoy preocupado, porque Odette se está escondiendo: de mí, de los que la conocen, de su trabajo. Ayer no vino al Quai y cuando la llamo por teléfono pone excusas para no verme ni darme explicaciones. ¿No te parece raro?
Marcel sintió que la lengua no le respondía y se apoyó contra la pared, sin mirarlo. Auguste continuó con voz bronca.
— Hay más cosas raras. Por ejemplo, porqué alquilaste autos en tus tres últimos viajes de regreso, para circular por la ciudad. ¿De quién te estabas escondiendo? El viernes alquilaste un auto gris — afirmó—. El portero de Odette la vio llegar en un automóvil color bordó. Estuvo charlando con el conductor y cuando bajó, un auto gris llegó a toda velocidad. El portero jura que el conductor responde a tu descripción. El tipo la metió por la fuerza al auto y se fueron. Ella volvió sola en taxi, muy alterada.
No hay nada que hacer, sigue siendo el mejor policía que conozco, pensó Marcel con desazón. Auguste se apoyó con ambas manos sobre la pared, una a cada lado de su cabeza, tan cerca que las respiraciones y las transpiraciones de ambos se entremezclaban. El rostro patricio parecía tallado en granito, los ojos terribles hundidos en cuencas prominentes, la línea de la mandíbula encajada con dureza. Las aletas de la nariz romana se dilataron en una inspiración premonitoria. Uno comete la estupidez de olvidar que la mitad del comisario Massarino desciende en línea directa de Sicilia. La mitad más peligrosa. El pensamiento no contribuyó a su situación en extremo comprometida.
— ¿Qué le hiciste a mi hermana, Dubois?— deletreó el César furibundo.
No tengo escapatoria: el comisario Massarino me pasará por las armas sin juicio previo.
— Estoy esperando que abras la boca — masculló Auguste entre dientes.
Marcel cerró los ojos y se mordió el labio y su vacilación bastó para confirmar las sospechas de Auguste, que sin decir mu, le sacudió un cross de derecha, seguido de un jab impecable. La cabeza le rebotó en la pared y casi perdió el equilibrio.
— ¡Te voy a matar, hijo de puta!
El siguiente uppercut le nubló la vista: Auguste golpeaba con método y elegancia. Me lo tengo merecido, Marcel atinó a pensar antes de que un gancho magistral lo doblara en dos. Tuvo que sostenerse de la mesa con ambas manos.
— Por... favor...— levantó las manos con las palmas hacia Auguste —, no sigas... No quiero defenderme...
— ¡No pienso darte la oportunidad!
— ¡Auguste! ¿Te volviste loco? ¡Basta! — la voz de Odette los congeló.
— ¡Ah! ¡Apareciste! — Auguste miró de soslayo a su hermana; después reaccionó y trató de alcanzarlo.
— Te dije que basta — restalló ella, interponiéndose entre ambos—. Esto es inadmisible.
Auguste la encaró con los brazos en jarras y Marcel se dejó caer en una de las sillas, agradeciendo secretamente la interrupción.
— ¿Qué es inadmisible? ¿Que me preocupe por lo que te pasa? — Auguste gritó—. ¿Que quiera matar a este hijo de puta por ponerte las manos encima?
— Te estás pasando de la raya — replicó ella en voz baja —. !No hagas escándalo, por Dios!
— ¡No entiendo un carajo! ¡Esta escoria ...! — lo señaló y el dedo acusador temblaba.
— Auguste, que la termines — Odette hablaba cada vez más bajo.
— ¡No puedo creer que además lo defiendas! ¿Qué mierda te pasa, te gusta que te maltraten?
— Por Dios, no me avergüences...
— ¡Yo te avergüenzo y él te golpea! — Auguste estrelló la palma abierta sobre la pobre mesa.
Transcurrió una pausa desagradable.
— No me golpeó — Odette respondió, mirando fijamente a su hermano.
La respuesta le cortó la respiración: ¿está mintiendo por mí? Escondió la cara entre las manos sintiéndose la última basura del planeta
— Si no te golpeó— Auguste no pensaba darse por vencido —, se te fue la mano con el maquillaje.
— Estás diciendo estupideces.
— Ah, digo estupideces, ¿eh? ¿Entonces, por qué mierda desapareciste todos estos días?— la acusó —. No pisaste la oficina ni te tomaste el trabajo de darme una buena excusa.
— No desaparecí: el fin de semana estuve en casa y las explicaciones de porqué vengo o dejo de venir se las doy a mi superior.
Auguste reconsideró y cambió el flanco de ataque.
— Me preocupo. Te cuido, soy...
— Mi hermano mayor que tiene la espantosa costumbre de meterse en donde no lo llaman, ¡como por ejemplo en mi vida!— ladró Odette a dos centímetros de la cara de su hermano, que no le despegaba la mirada asesina.
— ¡Me meto porque me importa! — Auguste retrucó —. No lo puedo creer... ¡Parece que estoy delante de una de esas pobres boludas que después aparecen en la morgue, muertas a palos por defender a un hijo de puta! ¿Qué sigue ahora? ¿Con qué te va a dar la próxima vez, con la reglamentaria?
Las palabras de Auguste le explotaron en el plexo.
—¡Basta, por favor!— Marcel se encontró suplicando sin pensar.
Lo miraron como si acabaran de percatarse de su presencia. Los hermanos Massarino están a punto de arrojarse uno a la yugular del otro porque soy un cretino imbécil y un animal.
— Tu hermano hace bien en querer protegerte— jadeó —. Auguste, es verdad... la golpeé.
Hubo una pausa vacía de sonidos y de respiraciones. Odette palideció, les dio la espalda y se alejó hacia el otro extremo de la sala. Marcel se dejó caer en la silla y sosteniéndose la frente con ambas manos murmuró su confesión para ella.
— Yo... te seguí.... No sólo el viernes. Varias veces, en cada encuentro que tenías con ese Corrente. Averigüé que tenías un nuevo número de celular que nadie más conocía, salvo el tipo; rastreé las llamadas y era él quien las hacía. Él te llamaba al Quai y salías corriendo a verlo. Yo te llamaba y nunca te encontraba; después te preguntaba y me dabas una excusa cualquiera.
Odette se acercó a la mesa y se sentó con los brazos cruzados. Auguste, apoyado contra la pared, lo miraba insondable.
— Me estaba volviendo loco — Marcel continuó —, y el viernes... fue terrible. Cuando mi padre te dejó en la puerta de tu edificio... yo estaba seguro que era Corrente— levantó los ojos y miró a Odette por primera vez—. Quería matarte — murmuró sin voz —. Me habías mentido... y yo no podía soportarlo...
No pudo seguir. Hundió la cara en el hueco de las manos y sollozó.
Nadie habló durante un rato muy largo. Cuando recobró el dominio de sí mismo y los miró, Odette lloraba en silencio, pálida como la porcelana, y Auguste, de brazos cruzados, se miraba los zapatos con el ceño fruncido.
Sintió que las palabras le brotaban desde el centro de las entrañas en un pedido desesperado.
— Estoy enfermo. Necesito ayuda.

(1) chico de la calle, ladronzuelo (dialecto napolitano)
(2)"Vuela, recuerdo/sobre alas doradas". (Coro de esclavos de "Nabucco", G.Verdi.)
(3) "Nombre amado" ( "Rigoletto", G. Verdi.)
(4) "¿Por qué debo despertarme?" ( "El joven Werther", C. Gounod)
(5)"Oh, dulces besos, / oh, lánguidas caricias" ( "E lucevan le stelle" , "Tosca", G.Puccini.)
(6)"Mi sueño de amor / se ha desvanecido para siempre". Id. ant.