POLICIAL ARGENTINO: La mano derecha del diablo - CAPITULO 12

martes, 28 de diciembre de 2010

La mano derecha del diablo - CAPITULO 12

 PARÍS, QUAI DES ORFÉVRES, AL DÍA SIGUIENTE
Odette se encerró en su despacho con los papeles desparramados por el escritorio: transcripciones de los interrogatorios, informes de autopsias y sus propias anotaciones. Una ojeada rápida le informó que el termo con café estaba ahí y el chcocolate, en el cajón de siempre. Revisó las entrevistas, releyó las autopsias y buscó antecedentes en su archivo privado e interminable. En cualquier momento me echan a patadas del server, Sistemas ya me avisó. ¿Qué mierda quieren? Si me guardo archivos en mis zip, estoy desviando información oficial. Si los meto en el server, ocupan demasiada memoria. Carajo, no hay nada que hacer, a la PN le gustan los papeles. No se dio cuenta del paso del tiempo hasta que la chicharra del interno la distrajo.
— Tenemos una cita — le recordó la voz altiva.
— Jamás las olvido — respondió y cortó. Miró la hora y voló por las escaleras. Mierda, casi planto a Paworski.
Entró al gimnasio terminando de abrocharse el velcro de la chaquetilla. El ingeniero la esperaba azotándose las perneras del pantalón con la hoja de la espada. La saludó secamente con el arma y subieron a la pedana. Cometió un par de errores tan obvios que Paworski detuvo el asalto.
— Si no tenía ganas de tirar me lo hubiera dicho— gruñó el ingeniero.
La acritud del comentario le picó el amor propio y en los tres asaltos siguientes respondió con ferocidad.
— No sabía que estaba de tan mal humor...— la chicaneó Paworski mientras levantaba el arma en señal de derrota.
— ¿Qué le pasa, se asustó, Alteza? — respondió seca.
— No hay caso, Marceau: Ud. carece de sentido del humor. En garde! — la atacó.
— Polaco traidor...— masculló mientras paraba el golpe como podía.
— ¡Príncipe polaco traidor! — retrucó Paworski, contraatacando con una flèche magnífica que la sacó de la pedana.
Los cuatro asaltos siguientes continuaron en los mismos términos belicosos.
— Le ofrezco el desempate— Paworski sonrió galante.— Aunque no debería aprovecharme: no está en uno de sus mejores días.
— ¿Quién, yo? — ella se ofendió.
— Pocas veces ha tirado tan mal como hoy. Dudo que figure en los titulares de los diarios con semejante performance.
Asintió silenciosa, los ojos fijos en Paworski. Debió permanecer callada sus buenos segundos porque el ingeniero se disculpo, ligeramente envarado.
— No lo habrá tomado a mal...
— No, Kolya— el diminutivo afectuoso surtió el efecto deseado y Paworski se ablandó.— Me dejó pensando con lo de aparecer en los titulares.
— Marceau, si no la conociera, creería: a, que me está tomando el pelo, o b, que está intentando un avance. Como la conozco, deduzco que está desembrollando algo.
—Algo feo, Kolya.
— ¿Feo como qué?
— Como mujeres asesinadas brutalmente.
— Ugh, mucho. Debería pasar a una división con algo más de estética: Robo de Joyas y Obras de Arte, por ejemplo.
— Al menos no se me quitaría el hambre con las fotos— meneó la cabeza.
— Hum, le brillan los ojos como a un gato de cacería. Me parece que se acabó la esgrima por esta tarde.
— Me vuelvo a mi cubil.
— ¿No se va a casa temprano? Malo, muy malo, considerando que no nos pagan horas extra.

****

Roulet torció la jeta cuando la vio entrar: estaba a punto de irse, pero lo mismo se las arregló para saludar.
El Archivo le trajo recuerdos, no todos agradables, cierto, pero a la distancia y en el tiempo, algunos eran vulgarmente graciosos. Sonrió, recordando el uniforme lleno de mugre por acomodar los expedientes. Nunca terminamos de gustarnos, ¿eh? Bueno, creo que nunca le gustaste a nadie. Los únicos habitantes felices del Archivo eran los bichos, interminables en cantidad y variedad de especies dañinas, que pululaban a sus anchas entre los papeles polvorientos. El encargado y sus acólitos mantenían a los bichos bien alimentados, con el único fin de molestar al personal femenino del Quai que tuviera la mala suerte de ser asignado a Archivos. Pese a su aversión de toda la vida hacia las ratas, durante su temporada en el “batallón de castigo” nunca disfrutó tanto de la presencia de una como cuando la desvergonzada saltó por encima de las cabezas de la cofradía de machos de la PN, a la caza de una araña digna de J.R. Tolkien, que anidaba entre dos estanterias cubiertas de polvo. Los prohombres chillaron como novatas y ella corrió a esconderse en el baño, descompuesta de la risa.
— Buenas tardes, comisario. Hace mucho que no la tenemos por aquí.
El tonito socarrón la hizo morderse la lengua porque tenía por norma jamás abusar de su condición de superior para poner en su lugar a un subalterno. Le sonrió a Roulet sin responder y se dirigió al desordenado sector de periódicos mientras el sargento se iba al baño. Después de una búsqueda que le trajo recuerdos aciagos, localizó los periódicos de los últimos seis meses. Ánimo, son nada más que ciento ochenta por ciudad, pensó mientras abría el primero. ¿Por dónde empiezo? La tapa del diario acabó con sus dudas: la fotografia de un cuerpo de mujer y el titular en caracteres gruesos le dijeron por dónde. Lo dejó aparte y revisó rápidamente el resto de los periódicos del mes: nada. Al otro. La búsqueda fue un poco más larga: hasta mediados de marzo, donde otro titular y otra foto similar adornaban la portada. Mierda, mierda, mierda... Recorrió febrero apresurada hasta encontrar el tercer cuerpo golpeado y ajusticiado. Diciembre... regalo de Navidad. Carajo.
— Necesito fotocopias — le tendió los diarios amarillentos a Roulet.
Se miró las manos manchadas de tinta y polvo, y ásperas de mugre. Roulet le devolvió los diarios y las fotocopias y ella le sonrió con gentileza.
— Gracias, sargento.— Debería dejártelos tirados por cualquier parte, cucaracha.
Fue a dejar los diarios en su sitio y con el rabillo del ojo pescó al sargento estirando el cogote para asegurarse de que lo que veía era cierto: un comisario que archiva los papeles que pidió.
— Ehm.. tenga cuidado, comisario. A veces por allí hay ratas ¿sabe? El papel de diario les gusta mucho.
Ah, por eso ni se te ocurre acercarte a este sector. Volvió sobre sus pasos con una media sonrisa irónica y antes de saludarlo, dio una ojeada inocente al uniforme del sargento: ahí estaba la gotita de siempre — ¿agua? ¿algo más escatológico? — adornando la bragueta del pantalón del sargento. ¿Tendrá problemas de próstata o será mal de Parkinson?
— Gracias por el aviso, Roulet, pero vi la cola de una entre los periódicos de Marsella. Vaya a ver, no sea que se coman más de lo debido.
Roulet se puso colorado hasta la raíz del pelo, después blanco, y asintió sacudiendo la cabeza varias veces. Odette  aguantó la risa como pudo hasta que salió. Ni ella ni Roulet olvidaban que el día de la rata y la araña, el sargento se había mojado los pantalones del susto.

****

Luego de un lavado de manos a conciencia, se dedicó a conciencia a comparar los datos de sus archivos con los que surgían de los policiales fotocopiados. Las mujeres asesinadas en el interior del país también hacían la calle. Ninguna había muerto en el lugar donde había sido encontrada. Las circunstancias de las muertes eran muy similares y luego de las noticias iniciales de los hallazgos, no había información posterior en ningún periódico. Las mujeres de París eran extranjeras, eso lo sabía gracias a sus contactos en la ex—Mondaine: los nombres de las muertas estaban registrados y la Mondaine se cuida muy bien de registrar a quienes deben pagarle la “protección”. Escorias. Cerdos. Reverendos hijos de puta madre...
Pensemos, nena. Se meció en el sillón. ¿Por qué los diarios no volvieron sobre las noticias cuando se resolvieron? Cuando aparece algo tan jugoso, los periodistas vuelan en círculos alrededor de las prefecturas...
Casi saltó sobre la computadora para buscar en las secciones de Internet de varios periódicos: las noticias ni siquiera estaban mencionadas en las versiones electrónicas, aunque habían merecido primeras páginas en varios casos. Mierda, ¿se olvidaron de cargarlas o...? Bueno, podría ser que no quisieran poner esa clase de titulares en Internet... No seas idiota, nena, con toda la porquería que hay en la web, la página de policiales es como los cuentos de Perrault. Miró la hora en el ángulo de la pantalla: demasiado tarde para mandar e-mails y esperar respuestas. Mañana, se prometió.

PARÍS , QUAI DES ORFÉVRES, AL DÍA SIGUIENTE.
Sully , que entraba a la oficina de la comisario con papeles a firmar, casi tropezó con Marceau que salía con el impermeable a medio poner.
— Vuelvo en una hora.
— ¿Adónde va, comisario?
— Llámenme al celular o al radio — y se fue.
¿Y ahora qué hago con todo este papelerío? Detrás de Sully, Bardou acotó:
— Bueno, no puede decirse que el ascenso la haya cambiado
Sully se volvió a mirarlo y el viejo siguió.
 — Digo, que sigue con la costumbre de salir sin decir a dónde carajo va. Y ya no está Massarino para llamarla al orden.
— Ah, sí...— Sully se encogió de hombros y se le ocurrió una idea genial — ¡Eh, Bardou! ¿Cuánto hace que está en la PN?
— Uh, casi veintidós años. Me conozco a todos los que pasaron por aquí y ascendieron — cabeceó hacia la puerta del despacho —, y a otros que descendieron, ¡ja!
— ¿Y a un tal... Ayrault?
— ¿Ayrault? ¡El Comisario de División Ayrault! — aclaró con petulancia, haciendo sonar las mayúsculas—. Uh, hace como diez años. Antes de Michelon. Un policía a la antigua. ¡Al delincuente, mano dura! Hoy tenemos tantas contemplaciones: que la ley, los derechos humanos... ¿y los derechos humanos de las víctimas, eh? Antes, eh, cuando los agrrábamos, les enseñábamos lo que era bueno. Ahora...
— Marceau también lo conoció, o bueno, eso me dijo— Sully interrumpió el discurso de ultraderecha de Bardou.
— ¡Ah, sí, Marceau! Sí, ella estuvo con Ayrault. No es que se tuvieran mucho aprecio ¿eh? Bueno, Marceau nunca fue complaciente con nadie, ni siquiera con el hermano.. ¿Sabía, Sully, que Massarino es el hermano?
— Sí, si, Ud. mismo me lo contó — se acomodó delante de Bardou balanceando la cola de caballo rubia y con los ojos azules muy abiertos.
— ¡Mierda, me había olvidado! Ella era capitán. Había ascendido rápido, es buen policía, no por nada hoy es comisario, ¿eh?
Bardou, no hace falta que te cubras el culo, ya te conocemos. Sully se guardó el comentario y sonrió.
—Pero bueno— Bardou siguió—, desde el principio se llevaron mal con Ayrault. Cierto que al comi le gustaban las polleras pero, bueno, ¿a quién no? — le guiñó un ojito procaz y ella le devolvió una sonrisa espléndida —, y unas cuantas se metían en el despacho de él. El caso es que Marceau terminó degradada a cabo, de uniforme y en el Archivo. Parece que el comi la puso en su lugar por algún problemita, porque cuando Marceau quiere hincharle las pelotas a algún superior, se las hincha y Ayrault era de muy pocas pulgas — Bardou se recostó contra su silla, satisfecho de su nivel de información.
— ¿Y? — insistió Sully. Para reforzar, apoyó el busto sobre el escritorio, una estrategia infalible.
— Y ... que después de un tiempito la llamó a su despacho y ... bueno... hay muchas versiones.
— Ay, Bardou, ¿por qué la hace tan difícil? — frunció la boquita.
— Sully, Ud. entiende ¿no? Algunos dicen que ella armó un escándalo para que lo echaran de la PN.
— ¡No le creo una palabra! Si la había degradado y ella lo merecía, y todo eso, ¿cómo hizo?
—Es que Ayrault tenía el defectito ese de las mujeres y parece que Marceau lo aprovechó de forma muy inteligente...— hizo una pausa de efecto.
Ya me estás hartando, viejo verde. Se aguantó en bien de la causa. El otro se acercó y bajó la voz: Meyer estaba en el corredor, hablando con alguien.
— Ayrault, bueno, era todo un seductor el comi, todavía lo es. Un tipazo, así del estilo de Dubois pero más grueso, ¡imponente! Quien sabe, Marceau le habría pegado, ya sabe, los grandotes y las chiquititas. La verdad es que... algo hubo entre ellos— Bardou levantó una ceja cómplice y se echó hacia atrás — algo... Ud. entiende— gesticuló con ambas manos— y bueno, dicen los que hablaron con Ayrault que ella le hizo la cama.
Bardou lanzó una mirada veloz hacia la puerta: Meyer estaba colgando el sobretodo. Sully tenía ganas de agarrar al viejo chismoso por el cogote y arrancarle la historia.
— ¿Qué? — susurró furiosa.
Bardou dejó de mencionar nombres.
— Que él cometió la boludez que cometen todos los tipos cuando andan calientes detrás de una pollera: ella le dio a probar el dulce, el  se entusiasmó y ella aprovechó para armar el escándalo. El caso es que él terminó afuera y ella todavía está adentro... y es comisario —, añadió en un murmullo.
Meyer les dedicó una ojeada demoledora y les dió la espalda para mirar la pizarra de diario. Bardou salió con una excusa cualquiera, dejándola a solas con Jumbo. Sully se sintió repentinamente incómoda con un conocimiento que no le gustaba ni terminaba de convencerla. Algo había de verdad en todo eso, pero no la verdad de Bardou. En otra época la hubiera creído y difundido pero ahora... Marceau la había defendido, ¿no? Hasta le había ofrecido café.
— Sully — la voz de Meyer la sacó del ensimismamiento — Tráigame un café ¿quiere?
Estaba tan irritado que ni siquiera se le ocurrió retrucarle como de costumbre.

****

Jumbo no se había perdido el final de la conversación. Ese cretino para lo único que sirve es para llevar chismerío y hablar pestes del prójimo sin fijarse en las charreteras. Mientras se deleitaba con el espectáculo de la parte trasera del uniforme de Sully balanceándose rítmicamente, el capitán Meyer se detuvo a pensar que en los únicos momentos en que la cabo le hacía un poco de caso, era cuando ladraba como un bulldog malhumorado. No era precisamente la forma en que él prefería que Sully le hiciese caso.
Abrió el archivo del  CD, cuyo contenido se encargó de borrar cualquier imagen grata de colas de caballo rubias. Esto no me gusta y tampoco le va a gustar a Michelon: nos topamos con viejos conocidos. Dubois se lo temía y tenía razón, es más de lo mismo.
Su parte del trabajo consistía en hallar una conexión comprobable entre Ayrault, Ruggieri y sus clientes. Ese Ruggieri es muy cuidadoso en sus movimientos, pero todos cometen errores y Dubois le está respirando en la nuca. Tengo suficiente diversión con investigar las maniobras de Ayrault y su partido.
Punto uno, alcaldía en Chaumont. Su policía municipal compró uniformes y armas magníficos; les faltan las calaveras y la svástica. No hay robos, ni disturbios ni actos violentos, salvo los que ellos mismos cometen en pro del bienestar general. Punto dos, el señor diputado está invirtiendo fondos suculentos para su campaña presidencial. Fondos de empresas nacionales, y extranjeras con filiales en el país. Mantiene contacto con varios frentes de derecha del continente, pero esas son relaciones blancas. Punto tres: algunos de los miembros del partido del señor diputado estuvieron bajo investigación por venta ilegal de armas a Serbia y a Argelia.
Revisó el punto cuatro: testimonios de candidatos de partidos de izquierda y moderados de derecha en cuanto a haber recibido amenazas y ataques a sus viviendas y familias. No hubo denuncias y si las hubo, no había registro de ellas. El ex comisario debe conservar muy buenas relaciones en la PN para que le hagan semejantes favores. Seguramente sean recíprocos.
En sus discretas idas y venidas de Chaumont, había conseguido hablar con mujeres que habían trabajado en la alcaldía durante las épocas de Ayrault y de otras que habían colaborado en la campaña del candidato por la oposición. Lo más liviano había sido acoso sexual. A dos animadoras de distrito del partido opositor, las habían subido a un auto por la fuerza, golpeado y amenazado con "hacerles la fiestita" si seguían jodiendo. No había denuncias ni las habría: el miedo era mucho. En todas partes los mismos métodos, ¿eh, señor candidato? Porque son mujeres, opositores, argelinos, marroquíes o turcos; judíos, magiares o polacos. No es necesaria la svastica en el brazo para identificarte, Ayrault. Pero el ultraderechismo no basta para ligar a un sujeto con el tráfico de armas. Bufó descontento.Necesito algo más: cuentas bancarias, movimientos, contabilidades. Tiene que haber un cabo suelto en alguna parte.


PARÍS, CONSULTORIO DE LA DRA. MEINVIELLE, PSICÓLOGA Y PSIQUÍATRA FORENSE. MISMO DÍA POR LA TARDE
                                                       Dra. Mathilda Meinvielle
                                                             
Habían estado trabajando durante casi dos horas en el perfil psicológico del nuevo “cliente” de Marceau y las curiosas coincidencias que la comisario había detectado en homicidios similares.
— Creo que tiene razón, Marceau — la doctora Mathilda Meinvielle se acomodó los lentes de medio marco que indefectiblemente se le deslizaban por la nariz —, y se trata del mismo sujeto en todos los casos.
— Pero hay cosas que me desconciertan: la dispersión geográfica, por ejemplo. No es un patrón habitual. Por lo general tienen un área de actividades. No sé— Marceau frunció la nariz.
— ¿Y si al tipo le gusta hacer turismo?
Se miraron durante un segundo con la comisario.
— ¿Asesina fuera de “su” área para despistar? — aventuró Marceau con una mueca de disgusto.
— Me gusta su teoría. No su asesino: si es como Ud. lo planteó, es un chacal.
— Pobres chacales— suspiró Marceau mientras metía los papeles en la cartera gastada en que los había traído y preguntó casi a boca de jarro — ¿Doctora, trabajó alguna vez con casos de víctimas de ... abuso?
Le pareció que Marceau se arrepentía de la pregunta. Nunca dejo pasar preguntas que la gente no quiso formular: son las que más información me dan.
— ¿De qué tipo?— preguntó Meinvielle con voz neutra.
— Sexual.
— Sí. No a menudo, ya sabe, suelo estudiar más a los culpables. En general las víctimas no hablan ni denuncian por miedo o porque están muertas. El sistema es una mierda: debe ser el único delito donde la carga de la prueba corre por cuenta de la víctima — se irritó.
— Si, el sistema funciona como la mierda — admitió la comisario.
— ¿Qué quiere saber?— la observó atentamente: había un leve cambio de color en el rostro habitualmente pálido y placido de la comisario.
— Ehm, déjeme ponerlo así. La víctima de abuso comienza a sufrir secuelas, un tiempo más o menos prolongado después de ocurridos los hechos.
— ¿Secuelas de qué tipo? — la psiquiatra se acomodó y su sillón medio desvencijado chilló por el maltrato.
— Pesadillas, malestar, inquietud, ansiedad...
— Es bastante usual. Una terapia breve sería lo aconsejable.
—Ah, bueno, mi pregunta apuntaba en otra dirección...— y cerró la boca.
Meinvielle se la quedó mirando, invitándola a continuar.
— Lo que quiero saber es...si es posible que sufra también secuelas físicas...
¿Le pareció a ella o Marceau vacilaba?
— ¿A saber? — insistió.
— Esterilidad, por ejemplo.
— Un claro síntoma histérico.
Definitivo: Marceau palideció.
— Entonces, es posible.
— Marceau, Ud. es psicóloga aunque no ejerza; sabe de memoria que la psiquis tiene tantas formas de manifestarse como personas hay sobre esta Tierra. ¿Esta víctima de abuso recibió algún tipo de ayuda después de sufrir el ataque? — eso es: demos por sentados los hechos y veamos las reacciones.
— No — la comisario enseguida aclaró —, no que yo sepa.
Meinvielle buscó la mirada que la otra rehuía y se le encendió la lucecita de alarma: Miente. ¡Carajo, Marceau miente!
— ¿Conoce a la persona? — preguntó Meinvielle en su tono más inocente.
— Bueno, no es un caso que yo haya manejado: estoy en Homicidios y la víctima sobrevivió. Sé que fue víctima del abuso y no lo denunció.
Qué asepsia de términos, comisario.
— ¿Ni siquiera hizo una consulta médica?
— No... No lo sé— Marceau aclaró de inmediato.
— Podría haber quedado embarazada...— Meinvielle dejó flotar la frase. El rostro que tenía enfrente se volvió impenetrable. ¿Estaremos llegando al blanco? Un poco más... — ¿Sólo la violaron? ¿El atacante no la golpeó o hirió de alguna forma?
— Sí, por supuesto.
— ¿Entonces no recibió atención médica?
— Sí la recibió.
— A ver si termino de comprender la situación: ¿la víctima conocía al agresor?
— No.
— ¿Entonces el agresor la amenazó de alguna forma si lo denunciaba, o volvió a verlo...?
— Murió — la comisario la interrumpió con brusquedad.
— ¿En qué circunstancias?
— En un enfrentamiento con la Policía.
— ¿Fue un acontecimiento independiente del abuso o tenía relación?
— Bien... Sí, fue en el mismo hecho, ... entiendo.
—Hay algo que no me queda claro: el agresor golpea a la víctima, la viola, muere en un enfrentamiento con la Policía, intervienen los médicos... ¿y no hay denuncia del abuso?
— No había culpable — restalló la comisario —. Estaba muerto. Uno no encarcela a un cadáver o lo acusa de sevicias y violación.
He aquí una anécdota para mis anales: Marceau pierde la compostura. Se enfrentaron en silencio durante unos momentos y la psiquiatra continuó preguntando.
— Entiendo que esta persona tiene pareja — esperó el asentimiento de Marceau para continuar machacando — ¿El compañero lo sabe?
— Nn... Supongo que no.
Le echó una buena mirada a la comisario antes de afirmar :
—Se siente avergonzada por lo que le pasó...— y se quedó esperando una respuesta que no llegó.
Marceau miró la hora, hizo un comentario acerca de lo tarde que se estaba haciendo y tomó su bolso para irse.
— Le agradezco su tiempo, doctora. Sé que está terriblemente ocupada.
— Me pagan para esto, Marceau— replicó con cierta irritación ante la obvia maniobra evasiva de la comisario— Me gustaría charlar con Ud. sobre este tema... cuando Ud. quiera.
Se miraron en silencio y Marceau paró el golpe con una finta.
— Por supuesto: no creo que este loco — golpeó el bolso —, sea fácil de agarrar.
Ud. tampoco es fácil de agarrar, comisario.