PARIS, Xº ARRONDISSEMENT, DIEZ DE LA NOCHE DEL SÁBADO
Conrado Seoane paseó la mirada de lapislázuli por los uniformes azules y cada hombre se envaró levemente al sentir el peso de esa mirada.
— ¿Los autos?— preguntó.
— Ya están disponibles, señor— el responsable casi chocó los talones al responder.
— No son rastreables — afirmó más que preguntó.
— No, señor— el mismo hombre.
— ¿El contacto?
— Anulado, señor.
— ¿Cronograma?
— Dentro de los tiempos establecidos. El primer grupo toma posiciones a las 00:45. El segundo a la hora 01:00. Tercer grupo, a las 01:15. Todos en sus móviles. Cuarto grupo a pie, a las 01:30. El suyo es el último, señor, a las 01:45, también con móvil. Reagrupamos y nos desplegamos para asegurar las rutas de escape. A las 01:50, rutas bloqueadas. A las 02:00 inicia fase final.
A cada frase los hombres cabecearon un asentimiento.
— Chequeen las armas y los recorridos alternativos— en unas horas más, también Ayrault quedará anulado, pensó colateralmente. Se alejó de los hombres para ejecutar la movida siguiente. Prefería llevarla a cabo lejos de testigos, con la siempre válida excusa del procedimiento habitual de la Orden: "células que responden a un único superior; elementos que sólo conocen sus propias órdenes; compartimientos estancos cuyas informaciones corren por diferentes canales".
Antes de llamar, miró la hora. La casa ya debería estar tomada y el primer objetivo, cumplido: eliminar a Ortiz y sus oficiales de confianza. Del viejo se encargaría él personalmente. Schwartz debe haber organizado una carnicería. Bien, ahora le toca a él. Había aprovechado con habilidad el hecho de que la casa tuviera inmunidad diplomática y rango de embajada, y había fabricado evidencia de que se trataba de un grupo local vinculado con extremistas argentinos; el secuestro del chico sería la pantalla perfecta para cubrir lo que pasaría allí dentro.— ¿Los autos?— preguntó.
— Ya están disponibles, señor— el responsable casi chocó los talones al responder.
— No son rastreables — afirmó más que preguntó.
— No, señor— el mismo hombre.
— ¿El contacto?
— Anulado, señor.
— ¿Cronograma?
— Dentro de los tiempos establecidos. El primer grupo toma posiciones a las 00:45. El segundo a la hora 01:00. Tercer grupo, a las 01:15. Todos en sus móviles. Cuarto grupo a pie, a las 01:30. El suyo es el último, señor, a las 01:45, también con móvil. Reagrupamos y nos desplegamos para asegurar las rutas de escape. A las 01:50, rutas bloqueadas. A las 02:00 inicia fase final.
A cada frase los hombres cabecearon un asentimiento.
— Chequeen las armas y los recorridos alternativos— en unas horas más, también Ayrault quedará anulado, pensó colateralmente. Se alejó de los hombres para ejecutar la movida siguiente. Prefería llevarla a cabo lejos de testigos, con la siempre válida excusa del procedimiento habitual de la Orden: "células que responden a un único superior; elementos que sólo conocen sus propias órdenes; compartimientos estancos cuyas informaciones corren por diferentes canales".
Abrió la notebook y cliqueó el archivo encriptado con la grabación. Le había llevado menos tiempo que el que había calculado el componer el falso mensaje de pedido de refuerzos. A nadie se le ocurriría averiguar la verdad hasta que fuera tarde. Los hombres de Ayrault correrían en auxilio de los de Schwartz y los liquidarían, confundiéndolos con los hombres de Ortiz, debido a que la gente de Schwartz vestía el uniforme negro de la Orden, en lugar de los uniformes de la PN que el mismo Ayrault había conseguido, supuestamente para todo el grupo argentino. El Ejército del Führer había usado esa estrategia simple con excelentes resultados. Tampoco le importaba mucho quiénes sobrevivieran: sus propios hombres se encargarían de limpiarlos.
Conectó el modem, ingresó el código de llamada y lanzó el archivo con el mensaje, comprobando con placer perverso que había calculado bien las pausas. Una sonrisa fría le estiró los labios.
Mientras volvía a la sala de comando, tanteó el objeto-talismán en el fondo del bolsillo y antes de abrir la puerta lo sacó para mirarlo: un anillo de oro, grueso y con un sello curioso: dos caballeros montados a la grupa de un solo caballo. No era suyo: muy pocos miembros de la Orden tenían derecho a uno y él no pertenecía al círculo áulico. No todavía... Se lo puso y notó que le quedaba apenas grande en el anular izquierdo cuando extendió la mano para admirarlo. Hoy voy a vengar a la otra mano que lo llevó. La mano de su hermano mayor, que debió haber sido Freiherr[1] Friedrich Von Schwannenfeld pero que fuera conocido como Federico Seoane, nombre clave El Brigadier. Conrado Seoane apretó el puño. Esta noche.
ONCE DE LA NOCHE, A MITAD DE CAMINO ENTRE EL XVII° Y EL XII° ARRONDISSEMENTS
Ortiz hizo que Marini desactivara el localizador satelital de la limusina apenas salieron, y se alejaron en una carrera desordenada, del radio de detección de la última posición.
— Tenemos que ir a buscar al chico...— Odette comenzó y Marcel la interrumpió brusco.
— No uses el plural, no estás incluida en esto. En cuanto encuentre a Ayrault, habré encontrado al chico...
— ¡El chico estará muerto para entonces!— ella restalló.
— ¡No si actúo lo suficientemente rápido!— respondió casi a los gritos.
— ¿Podemos postergar tu gloria personal hasta que encontremos al mocoso?
El sarcasmo lo hizo estallar furioso.
— ¿Qué mierda te ofrecieron éstos a cambio del crío?— casi no podía contener las manos que se le escapaban asesinas, mientras la metralla de flashbacks le trastornaba el pulso: el hombre que se alejaba de la cama, ella y sus labios maquillados... "La perra lo traicionó..."
— De nuevo estás pensando con las hormonas, Dubois...— las manos de ella encerraron las suyas—. No hay ofertas de nadie. Lo único que hay es nuestro deber. Somos policías de la Brigada Criminal detrás de un asesino que tiene a un chico como rehén. Primero el chico; después, Ayrault.
Los latidos se le normalizaron: el contacto había obrado el milagro de devolverlo a la realidad. Odette siguió hablando sin soltarlo.
—Si nos movemos rápido, tenemos una oportunidad bastante razonable de recuperar al chico y de agarrar a Ayrault al mismo tiempo. Tengo una idea de cómo localizarlos. Si Seoane tiene pensado aparecer a las seis, hay que aprovechar el tiempo al máximo.
La presión en las sienes se alivió. Ella volvía a sacarlo del punto ciego y lo llevaba de regreso a su precario equilibrio, al obligarlo a enfocarse en problemas más urgentes.
— Lo siento, estuve grosera con eso de la "gloria personal"— se disculpó mirándolo a los ojos. Él meneó la cabeza.
Dios, dame fuerzas para resistir hasta hacerme cargo de la situación, es todo lo que Te pido. Por ella y por ese chiquito que no tiene culpa de nada. Inspiró lento y profundo mientras tejía su propia estrategia mentalmente. Cuando sintió que podía controlar la voz, preguntó:
— ¿Cuál es el plan?
— ¿Adónde nos trajo, comisario?— preguntó el viejo, entre burlón y molesto—. Si no es el barrio de peor reputación de París, debe ser el segundo.
—Entonces conoce bien todos los barrios de mala reputación de París— retrucó Odette sin dedicarle siquiera una mirada de sorna— Ahí, — le indicó a Marini que detuviera la limo —. Y necesito un arma.
— ¿Un arma?— Marini la miró sorprendido.
— Por favor— replicó ella con cansancio—, debe haber un arsenal en la guantera.
Ortiz asintió y Marini le dio una Tomcat. Odette verificó el cargador, se bajó de un salto y cruzó la avenida. Varias chicas se acercaron a la limo con sus encantos en venta. Minutos después, Odette salió de un portón desvencijado trayendo a la rastra a una mujer, que metió a empujones a la limo.
— ¡Vámonos!
— ¡Suélteme, loca de mierda!— la mujer forcejeó.
— ¡Basta!— Odette la sacudió por el brazo—. ¿Cuánto te pagó Ayrault para que lo ayudaras a sacar al chico de Argentina?
— ¡No sé de qué habla! ¡Nadie me pagó nada!
— Sulamit, no vuelvas a mentirme, no estoy de humor— Odette siseó entre dientes—. Hace días que te busco. Me faltó nada más pedir que removieran la tierra de Vincennes y Boulogne para encontrar tu cuerpo. ¡No dejé a un solo commissariat en paz, pensando que esa bestia te había liquidado! Resultó que te habías ido de paseo a Buenos Aires sin tu hijo, que está tan enfermo que no va a la escuela, ni está en tu casa ni con nadie que te conozca. Y tengo más, preciosa— le encañonó el cuello mientras seguía hablando—. Ayrault secuestró a un chico de seis años y necesitó a una mujer como cómplice. Las fechas de tus ausencias coinciden con las del secuestro del chico. ¿Llamo a Migraciones y te hago deportar por sans-papiers y por usar pasaportes falsos, o mejor te encano por cómplice de homicidio?
— ¡Está inventando todo, boluda de mierda!— la mujer pataleó al borde de las lágrimas.
Odette la agarró por el pelo y tiró para acercar la cara a la suya.
— Si no encontramos pronto al chico, lo va a matar, lo mismo que mató a tus amigas Ivanka y Nadia y a otras diez mujeres— masculló—. ¿Cuántas palizas soportaste, estúpida? ¿Durante cuánto tiempo más podrás “arreglártelas” y “manejarlo”, como alardeaste en el Quai? ¿Quién le explicará a tu hijo que Ayrault te asesinó a golpes como a las otras?
Se miraron a los ojos y la mujer se derrumbó.
— ¡Se lo juro, no me pagó!— sollozó la tipa—. ¡Se llevó a mi Leo... mi hijo!— se ahogó con el llanto—. ¡Me dijo que si no colaboraba, no volvía a ver a Leo... ! ¿Entiende? ¡Mi nene tiene cinco años! ¡JJ me juró que no le pasaría nada! ¡Que mañana por la noche Leo estaría en casa! ¡Mañana! ¿Entiende?— chilló histérica.
— Mañana...— Odette restalló con dureza— tu hijo estará muerto mañana, lo mismo que el otro chiquito. No serás tan inocente de creer que Ayrault piensa dejar testigos, y eso te incluye. ¡Quiero ayudarte y para eso necesito la información!
La otra se encogió, gimoteando.
— ¡No puede hacer nada! ¡Ese lugar, la Gulfjans, no hay forma de entrar sin que lo sepan! ¡Está lleno de vigilantes!
— ¿La... qué?— preguntó Ortiz.
— ¡Gulfjans... Ulf-ans, yo qué sé... !— Sulamit encogió un hombro mientras se limpiaba las lágrimas de un manotón.
Después de unos segundos, el viejo y Odette repitieron casi al unísono y se miraron, como sorprendidos en algo sucio:
— Wolfsschanze.
— ¿Y eso qué mierda es?— preguntó Sulamit.
— “La guarida del lobo” de Adolph Hitler— aclaró Odette—. Qué adecuado. Qué imbécil. Sulamit, necesito saber con cuánta gente cuenta Ayrault en su Wolfsschanze.
La mujer negó con la cabeza. Odette insistió.
— No haremos nada que ponga en peligro la vida de tu hijo. Te lo prometo.
— ¡No sé! ¡A veces está llena de gente que va y viene pero últimamente, no sé, habría una docena de tipos...!
— ¿Es habitual que llames para saber cómo está tu hijo?
— No conozco ningún número...— se pasó el dorso de la mano por la nariz.
— ¡Dios santo, esta tipa no sabe un carajo! — Marcel se enfureció — ¡Estamos perdiendo el tiempo...!
— Me dejan entrar a verlo — aclaró Sulamit con simpleza.
— ¡Sólo un deficiente mental te dejaría entrar! — gruñó Marcel.
— ¡Oiga, con usted no hablo!— rezongó la mujer.
— ¿Quién te deja entrar?— insistió Odette sin hacer caso de los gruñidos.
— Janvier, el jefe de los custodios. Todo músculo y cero cabeza. Como éste— Sulamit señaló a Marcel con un sacudón desdeñoso de la barbilla y se ganó una mirada venenosa del aludido.
— ¿Te estás acostando con alguien más, además de Ayrault y Janvier?— Odette cambió prudentemente de tema.
— Oiga, yo...— la mujer frunció la boca.
— Si mi hijo estuviera en manos de Ayrault, yo me dejaría voltear por un batallón. ¿Con quién más, Sulamit?
— Sólo con Janvier. Él..., yo me porto bien con él.
— ¿Viste a algún tipo nuevo en estos últimos días?
— Había varios extranjeros. Me pareció que hablaban en español... Sí, estoy segura. Español.
— ¿Escuchaste algún nombre?— preguntó Marcel.
— No sé... puede ser— Sulamit se encogió de hombros sin mirarlo—. Oiga, yo no lo tuteo...
— ¿Alguien llamado Seoane?— él insistió de mal humor.
— JJ habla de él todo el tiempo. Es muy importante, parece...
— ¿Y lo viste en la Wolfsschanze entre los tipos nuevos?— Marcel interrumpió, impaciente.
— No, a él no. Otros. Pesqué algunos apellidos alemanes, pero no hablaban alemán.
— No, seguro que no— Odette miró de reojo al viejo—. El Abwehr[2] de Buenos Aires.
Los ojos de hielo la fusilaron pero el viejo se tragó lo que iba a decir.
— ¿Cómo es ese Seoane? —Marcel le preguntó a Ortiz.
La descripción parecía hecha a medida de Marcel.
— Dubois, el papel es tuyo— dijo ella—. Será más sencillo de lo que pensé.
— Por supuesto porque nada más necesito que esta mujer nos diga dónde queda el búnker de Ayrault, me hago pasar por ese Seoane y...
— ¿Y cómo entrarías sin identificación? Te matarían antes de alcanzar la puerta. Tiene que ir alguien a quien conozcan y que no les resulte peligroso o amenazador. Sólo así te dejarán entrar también.
— ¿Tengo que ir con él?— interrumpió Sulamit, asustada.
— ¡No!— Odette sacudió la cabeza—. Yo voy en tu lugar.
— ¿Qué? ¡No lo puedo creer!— Marcel se quedó con la boca abierta.
— Dubois, no habrás creído que pondría en peligro la vida de un civil— Odette sonrió con un dejo de ironía.
— No me vengas con ese discursito de mierda. ¡Cristo, la última vez que hiciste algo así, casi te...!
Se miraron y la frase inconclusa quedó flotando en el aire. “Casi te mato”, ibas a decir, pensó ella. Marcel desvió los ojos y se mordió el labio.
— Casi...— ella cabeceó un asentimiento leve—. Esta vez es diferente.
— ¡Un carajo! ¡No tenemos cobertura de ninguna clase, no conocemos el terreno, no...!
— Vamos a arruinar todo si no lo hacemos como digo—aseguró Odette—. Puedo hacerlo sola, pero preferiría que vinieras conmigo. Hacemos buena pareja trabajando— aunque sea la única cosa buena que hacemos juntos, agregó para sí.
— Si no encontramos pronto al chico, lo va a matar, lo mismo que mató a tus amigas Ivanka y Nadia y a otras diez mujeres— masculló—. ¿Cuántas palizas soportaste, estúpida? ¿Durante cuánto tiempo más podrás “arreglártelas” y “manejarlo”, como alardeaste en el Quai? ¿Quién le explicará a tu hijo que Ayrault te asesinó a golpes como a las otras?
Se miraron a los ojos y la mujer se derrumbó.
— ¡Se lo juro, no me pagó!— sollozó la tipa—. ¡Se llevó a mi Leo... mi hijo!— se ahogó con el llanto—. ¡Me dijo que si no colaboraba, no volvía a ver a Leo... ! ¿Entiende? ¡Mi nene tiene cinco años! ¡JJ me juró que no le pasaría nada! ¡Que mañana por la noche Leo estaría en casa! ¡Mañana! ¿Entiende?— chilló histérica.
— Mañana...— Odette restalló con dureza— tu hijo estará muerto mañana, lo mismo que el otro chiquito. No serás tan inocente de creer que Ayrault piensa dejar testigos, y eso te incluye. ¡Quiero ayudarte y para eso necesito la información!
La otra se encogió, gimoteando.
— ¡No puede hacer nada! ¡Ese lugar, la Gulfjans, no hay forma de entrar sin que lo sepan! ¡Está lleno de vigilantes!
— ¿La... qué?— preguntó Ortiz.
— ¡Gulfjans... Ulf-ans, yo qué sé... !— Sulamit encogió un hombro mientras se limpiaba las lágrimas de un manotón.
Después de unos segundos, el viejo y Odette repitieron casi al unísono y se miraron, como sorprendidos en algo sucio:
— Wolfsschanze.
— ¿Y eso qué mierda es?— preguntó Sulamit.
— “La guarida del lobo” de Adolph Hitler— aclaró Odette—. Qué adecuado. Qué imbécil. Sulamit, necesito saber con cuánta gente cuenta Ayrault en su Wolfsschanze.
La mujer negó con la cabeza. Odette insistió.
— No haremos nada que ponga en peligro la vida de tu hijo. Te lo prometo.
— ¡No sé! ¡A veces está llena de gente que va y viene pero últimamente, no sé, habría una docena de tipos...!
— ¿Es habitual que llames para saber cómo está tu hijo?
— No conozco ningún número...— se pasó el dorso de la mano por la nariz.
— ¡Dios santo, esta tipa no sabe un carajo! — Marcel se enfureció — ¡Estamos perdiendo el tiempo...!
— Me dejan entrar a verlo — aclaró Sulamit con simpleza.
— ¡Sólo un deficiente mental te dejaría entrar! — gruñó Marcel.
— ¡Oiga, con usted no hablo!— rezongó la mujer.
— ¿Quién te deja entrar?— insistió Odette sin hacer caso de los gruñidos.
— Janvier, el jefe de los custodios. Todo músculo y cero cabeza. Como éste— Sulamit señaló a Marcel con un sacudón desdeñoso de la barbilla y se ganó una mirada venenosa del aludido.
— ¿Te estás acostando con alguien más, además de Ayrault y Janvier?— Odette cambió prudentemente de tema.
— Oiga, yo...— la mujer frunció la boca.
— Si mi hijo estuviera en manos de Ayrault, yo me dejaría voltear por un batallón. ¿Con quién más, Sulamit?
— Sólo con Janvier. Él..., yo me porto bien con él.
— ¿Viste a algún tipo nuevo en estos últimos días?
— Había varios extranjeros. Me pareció que hablaban en español... Sí, estoy segura. Español.
— ¿Escuchaste algún nombre?— preguntó Marcel.
— No sé... puede ser— Sulamit se encogió de hombros sin mirarlo—. Oiga, yo no lo tuteo...
— ¿Alguien llamado Seoane?— él insistió de mal humor.
— JJ habla de él todo el tiempo. Es muy importante, parece...
— ¿Y lo viste en la Wolfsschanze entre los tipos nuevos?— Marcel interrumpió, impaciente.
— No, a él no. Otros. Pesqué algunos apellidos alemanes, pero no hablaban alemán.
— No, seguro que no— Odette miró de reojo al viejo—. El Abwehr[2] de Buenos Aires.
Los ojos de hielo la fusilaron pero el viejo se tragó lo que iba a decir.
— ¿Cómo es ese Seoane? —Marcel le preguntó a Ortiz.
La descripción parecía hecha a medida de Marcel.
— Dubois, el papel es tuyo— dijo ella—. Será más sencillo de lo que pensé.
— Por supuesto porque nada más necesito que esta mujer nos diga dónde queda el búnker de Ayrault, me hago pasar por ese Seoane y...
— ¿Y cómo entrarías sin identificación? Te matarían antes de alcanzar la puerta. Tiene que ir alguien a quien conozcan y que no les resulte peligroso o amenazador. Sólo así te dejarán entrar también.
— ¿Tengo que ir con él?— interrumpió Sulamit, asustada.
— ¡No!— Odette sacudió la cabeza—. Yo voy en tu lugar.
— ¿Qué? ¡No lo puedo creer!— Marcel se quedó con la boca abierta.
— Dubois, no habrás creído que pondría en peligro la vida de un civil— Odette sonrió con un dejo de ironía.
— No me vengas con ese discursito de mierda. ¡Cristo, la última vez que hiciste algo así, casi te...!
Se miraron y la frase inconclusa quedó flotando en el aire. “Casi te mato”, ibas a decir, pensó ella. Marcel desvió los ojos y se mordió el labio.
— Casi...— ella cabeceó un asentimiento leve—. Esta vez es diferente.
— ¡Un carajo! ¡No tenemos cobertura de ninguna clase, no conocemos el terreno, no...!
— Vamos a arruinar todo si no lo hacemos como digo—aseguró Odette—. Puedo hacerlo sola, pero preferiría que vinieras conmigo. Hacemos buena pareja trabajando— aunque sea la única cosa buena que hacemos juntos, agregó para sí.
Marcel farfulló algo ininteligible.