POLICIAL ARGENTINO: 18 oct 2009

domingo, 18 de octubre de 2009

La dama es policía - CAPÍTULO 34

PARÍS, LA DÉFENSE. LUNES, ÚLTIMAS HORAS DE LA TARDE
Carajo, no puede pedirme esto. No puede. Marcel golpeó el volante con las dos manos. Las llaves le estaban lastimando la palma. Le dolía el pecho de no querer pensar en las razones por las cuales Massarino tendría las llaves de la casa de ella. Se sentó en el auto con el estómago y las entrañas hechos un nudo. Miró el reloj: las siete y media de la tarde. El cementerio está cerrado. No puede estar ahí.. Intentó con la radio. Nada. Al puente de L'Alma.
¿Qué mierda vendría a hacer acá? Hace un frío espantoso. Frío y todo, bajó del auto y se arrebujó en el impermeable para recorrer el puente. El panorama era maravilloso, pero se le antojó tétrico.
No me gustan los puentes. La gente tiene la mala costumbre de tirarse al Sena en los lugares donde el paisaje es más interesante. ¿Dónde carajo estará? Massarino tenía cara de tragedia anticipada. ¿Por qué no vino conmigo, si tanto se preocupa...? ¿Tan importante es lo que tiene que hacer que no es capaz de salir a buscarla?

Se metió al auto y a punto de pasar un radiomensaje, intuyó que no tendría respuesta. No creo que quiera hablar conmigo. Lo pensó dos veces y llamó por la radio a las unidades de patrulla para que le avisaran de inmediato si alguien detectaba el automóvil de la capitán Marceau.
Recordó que no tenía anticongelante, así que arrancó el motor para evitar sorpresas desagradables.
¿Qué puede haber pasado con Marguerite?... No. No ‘qué’; ‘quién’ puede estar detrás de Marguerite, y para qué. Marguerite tiene las llaves de la casa de Odette, conoce su vida, sus horarios, sus gustos personales... ¡Dios mío, están detrás de Odette!.
La adrenalina se le disparó y le provocó un acceso de pánico. ¿Adónde? ¡Al departamento! ¡Antes que llegue otro!
Miró el reloj mientras aceleraba: las ocho y media. Perdí el tiempo como un boludo mientras ella quién sabe dónde está. Insistió con la radio, y a las nueve menos cuarto sí hubo novedades. Habían llamado a la policía. El portero del edificio de Marceau.
El pulso le martilleaba enloquecido en las sienes cuando vio la ambulancia. Le costaba respirar, caminar, pensar lógicamente, tanto que casi olvidó exhibir la placa y uno de los agentes estuvo a punto de sacudirle un macanazo por violar el cordón policial.
Alcanzó a ver que subían un cuerpo a la ambulancia y le preguntó a los gritos a un suboficial de quién se trataba. Después de lograr que dejara de zamarrearlo, el pobre cabo le informó que se trataba de una mujer mayor.
—La capitán Marceau está sentada en aquel patrullero, teniente.
Con las rodillas flojas se acercó. Cuando la llamó, Odette no respondió. No miraba a ninguna parte. Abrió la puerta y tomándola del brazo la sacó y la llevó hasta su automóvil. Mientras lo ponía en marcha para seguir a la ambulancia, pudo por fin escuchar lo que ella decía.
—La mataron por mi culpa. Yo la maté.


Prisión de La Santé, en el XIVº Arrondissement
PARÍS, PRISIÓN DE LA SANTÉ. LUNES, ÚLTIMAS HORAS DE LA TARDE
La sensación de impotencia le cerró la garganta. Dos oficiales y un suboficial tuvieron que entrar en la sala de interrogatorios y sujetarlo para que no matara a Nohant a golpes. Estaba enajenado y la expresión de burla e insolente suficiencia del ex Director General lo enfureció a tal grado que perdió el control.
—¿Qué le pasa, Massarino? —había murmurado el otro, sentado displicentemente del otro lado de la mesa—. ¿Tiene miedo? ¿O va entendiendo cómo son las cosas?
La mirada de Nohant lo atornilló a la silla.
—¿Cómo puede ser tan imbécil de creer que esto se terminó? ¿Sabe cuánto más me queda acá adentro? El tiempo que tarden en dejarlos a ustedes fuera. Definitivamente afuera.
—Qué quiere decir con eso... —las manos le dolían de tanto apretarlas.
—Averígüelo por usted mismo.
Lo agarró del cuello antes de pensar en lo que estaba haciendo y sus compañeros entraron a separarlos.
—Tranquilo. Lo único que falta es que te sancionen por ponerle las manos encima a este hijo de puta— lo contuvo uno de los oficiales mientras lo sentaban por la fuerza y se llevaban a Nohant.
—¡Tranquilo, un carajo! ¡Me amenazó!
—Está adentro. ¿Qué mierda puede hacer? Es un escorpión sin veneno.
Se sacudió rabioso las manos de sus compañeros. No entienden. No pueden entender. El malparido sabe de qué habla. ¿Dónde carajo está Odette?
—Mejor te vas a casa, Massarino. Quién sabe mañana, con un poco más de calma, nos sentamos con esta rata y le sacamos algo.
Se fue a su casa con dolor de estómago. Tenía la espantosa sensación de que “mañana” sería demasiado tarde.

PARÍS, XVI° ARRONDISSEMENT. LUNES POR LA NOCHE
El timbre del teléfono lo hizo saltar en el sillón. Nadine había acostado a los chicos y circulaba por la casa en puntas de pie. Un rato antes lo había abrazado, y él había recostado su cabeza contra el estómago suave y tibio de ella. Lo único seguro en el mundo. Te amo, pelirroja. La apretó tan fuerte que Nadine se sobresaltó. Sentada en sus rodillas, le preguntó qué estaba pasando. Auguste había negado con la cabeza, incapaz de hablar a causa de la emoción.
—Es Odette, ¿verdad?
Esa cualidad terrible de las mujeres de acertar donde más te duele. Asintió porque no podía hacer otra cosa.
—Si trataras de comprenderla, además de amarla, quizá todo fuera más fácil entre ustedes dos.
¿Comprenderla? Nadine lo miró con aquella mirada suya que lo había atrapado desde el primer día. "Me ves como si me leyeras el alma”, le había dicho él entonces.
—Odette es y representa todo aquello que te empeñaste en encerrar en lo más profundo de tu corazón —y en un susurro sobre sus labios—, siciliano.
Auguste suspiró, movió la cabeza y encogió los hombros, aceptando la verdad. Nadine lo sostuvo en un largo, largo abrazo y se levantó para preparar el café.
Ahora, al oír el teléfono, el comisario casi gritó por el auricular:
—Hable.
—¿Comisario? Es Bardou—la voz del otro lado sonaba extraña. —Llamaron... Encontraron a la persona que usted... —Bardou nunca había vacilado tanto.
Auguste sintió que la adrenalina se le disparaba descontrolada.
—¿Dónde carajo estás?
—En la morgue, señor.
Cuando Nadine volvió con el café, alcanzó a verlo salir como un loco.


Institut Médico-Légal de Paris
PARÍS, MORGUE JUDICIAL. LUNES POR LA NOCHE
—El cuerpo apareció frente al edificio de Marceau —le informó demasiado tarde Bardou.
Marcel estaba pálido de furia. Recordaba a Marguerite y el cariño que había mostrado por Odette aquella mañana. Pensó que si hubiera tenido oportunidad, al conocerla mejor le hubiera agradado todavía más. Miró el cuerpo de la pobre mujer, se volvió y golpeó una camilla cercana. La mujer tenía hematomas y marcas de quemaduras por todas partes: las plantas de los pies, el interior de los muslos, los pechos, los párpados, alrededor de la boca.
—...quemaduras de cigarrillo. Las más pequeñas son del tipo que provoca una descarga eléctrica puntual. La víctima presenta quemaduras de este último tipo en los genitales externos e internos. Se registran laceraciones, probablemente con elemento cortante, en el área vaginal, perianal y anal. Las piezas dentarias faltantes... —el forense estaba hablando hacia por el micrófono para dejar registro de la autopsia.
Marcel salió de allí enfermo de náusea. Afuera, Odette estaba sentada, temblando, en estado de shock. Hijos de puta. Se sentó al lado de ella para preguntarle dónde había estado, pero ella no reaccionaba. La angustia le atenazó la voz cuando intentó consolarla.
Massarino entró como una tromba, los hermosos rasgos de patricio romano deformados por la desesperación. Marcel y Bardou se quedaron helados cuando el comisario se arrodilló para abrazar a Odette y tomarle la cara.
—¿Qué pasó, bambina? ¡Por Dios, qué pasó!
Odette no respondió.
—Dejaron el cuerpo en la puerta del edificio. No mucho antes de que ella llegara. Los porteros no vieron nada —le explicó Marcel mientras entraban juntos en la sala de autopsias—. Bardou, quédese con Marceau. Que no se mueva de allí.
El cabo asintió con la cabeza.
Era terrible ver llorar a ese hombre y no saber qué decir para ayudarlo.
—Comisario, salgamos —y lo tomó del brazo, empujándolo suavemente.
Massarino se volvió y Marcel vio al niño que alguna vez había sido, asustado y dolorido, en los ojos del otro.
—Marguerite... era parte de la familia. Ella... ella quiso quedarse cuando los viejos se retiraron a Italia. “¿Quién se va a ocupar de ustedes dos?”, decía siempre. Ella cuidaba de Odette como si fuera su propia hija— las lágrimas le caían sin ninguna vergüenza.
Instintivamente, Marcel lo abrazó.
—“Está muy sola”, decía... “Está muy flaca”... Marguerite me llamaba cuando Odette estaba mal, sabía dónde encontrarnos a los dos. ¿Qué le hicimos, mi Dios? ¿Qué le hicimos?
Marcel lo sostuvo, mudo por la emoción, mientras Massarino lloraba como una criatura.
—Dubois, no dejes sola a mi hermana. No te le separes ni un minuto. Esos hijos de puta tratarán de llegar a ella de cualquier forma— el policía estaba de regreso.
—¿Su hermana?
—Odette —murmuró el comisario, pasándose las manos por la cara y el cabello en un intento por recuperar la compostura.
En medio de toda aquella atrocidad, Marcel sintió que el nudo en la garganta se le desataba, dejándolo pensar con claridad.
—Comisario, corra a su casa. Vamos —dijo, mientras tomaba a Odette por los hombros con cuidado y ella se dejaba llevar sin preguntar—. Bardou, envíe custodia armada a la casa de Massarino.
—Teniente —murmuró Bardou, señalando con la cabeza hacia Odette—, ¿de verdad es... la hermana del comisario?
Marcel asintió. Nunca había estado tan seguro de algo en toda su vida.
—Mierda — murmuró Bardou.