martes, 21 de octubre de 2008
La dama es policía - Capítulo 14
Gauloises y Gitanes:símbolos de Francia
PARÍS, PRIMERA SEMANA DE NOVIEMBRE DE 1996
Marcel repasó una vez más el equipo mientras fumaba el último Gauloise. Los dichosos blips. Nunca había vuelto a los laboratorios de tecnología electrónica después de su paso por la Escuela de Policía. No sabía si los talleres eran sofisticados o no lo eran, pero las placas de integrados, testers, chips y quincallería electrónica desparramados por todas partes no ayudaban a mejorar la imagen del lugar. Varias pantallas destripadas exhibían sus interiores sin pudor, lo mismo que los ordenadores personales. Parecían esqueletos vacíos de animales exóticos. Para colmo, el jefe de ingenieros, Nikolai Paworski, era un bicho desagradable por el cual resultaba difícil sentir algo lejanamente parecido a la simpatía. Y además estaba empezando a dolerle la boca, pues el efecto de la anestesia se iba perdiendo. Se frotó la mandíbula como si eso sirviera de algo. Era el último lugar del mundo en donde hubiera pensado encontrar a Odette, sentada sobre una de las mesas y prestándole suma atención a Paworski. Carajo, por qué no estudié ingeniería. Al acercarse, vio una chispa de diversión en los ojos de ella.
—¿Ya perdiste tu primer molar en cumplimiento del deber?— dijo Odete haciéndoles señas para que se uniera al grupo.
—Me está empezando a doler —miró a Paworski con rencor—.Podrían hacer los localizadores un poco más chicos.
—¿Más chicos? ¿Usted tiene idea del esfuerzo que representó diseñar un chip que cupiera en una muela? —rezongó el otro, y miró acusador a Odette—. Las muelas de Marceau ya nos dieron bastante trabajo.
—Insisto en que deberíamos contratar ingenieros japoneses —respondió Odette, frunciendo la nariz. Marcel no sabía si reírse o no.
—El reglamento debería prohibir que se aceptaran personas por debajo de ciertos estándares físicos e intelectuales —el comentario de Paworski sonó ácido pero Odette no se molestó.
—Nikolai, uno de estos días voy a arrinconarlo en este laboratorio y exigirle que se case conmigo.
—Antes debería demostrarme que le gustan los hombres.
—Si usted se decide por las mujeres, estoy primera en la lista.
Entró uno de los técnicos, Thibaud, todavía con el abrigo puesto.
—Perdón, me retrasé por el tránsito...
Paworski le echó un vistazo devastador.
—Lástima. Unos minutos más y Paworski era mío— Odette miró al ingeniero con ojos entrecerrados.
—No insista, Marceau. Nunca podrá ponerme las manos encima.
El ingeniero se alejó para buscar algo en el otro extremo del laboratorio. Marcel asistía a la escena sin entender del todo. ¿Paworski tiene sentido del humor? Interrogó a Odette con la mirada y ella le guiñó un ojo cómplice.
—Acá están —gritó Thibaud, alcanzándole una caja a su jefe. Sin darle las gracias, el otro le arrancó la caja de las manos y regresó.
—Para usted, Dubois. Los blips.
La caja contenía esferitas de menos de medio centímetro de diámetro, de material negro y con aspecto de munición de arma de fuego. Marcel miró al ingeniero levantando las cejas.
—Blips. Localizadores. No tan miniaturizados como los que les instalaron a ustedes — aclaró Paworski
—¿Por qué se llaman blips? —preguntó Marcel.
—Porque hacen “blip” cuando aparecen en las pantallas de los equipos de detección —la obviedad de la respuesta hizo sonreír a todos, menos a Paworski, por supuesto.
Thibaud intervino, ansioso por un poco de gloria personal.
—Son localizadores para relevamiento. Pueden detectarse a cuatrocientos metros o más, y permiten recomponer un mapa en tres dimensiones del lugar, si se colocan los suficientes blips, claro.
—¿Cuánto es “suficientes”? —preguntó, preocupado.
—Seis por cada planta del edificio —aseguró Thibaud.
—Debería funcionar con cuatro —intervino Paworski, molesto por la intromisión de su subordinado.
—Seis es más seguro —insistió el otro.
—Los localizadores de ustedes dos son diferentes. El rango de detección no es tan amplio, sólo cien metros, pero se intensifican mutuamente cuando están a menos de diez metros de distancia entre ambos.
Odette, que sonreía a medias, enarcó las cejas en un gesto de diversión.
—¿De qué están hechos? —preguntó, levantando una esferita.
Thibaud se apuró a contestar.
—El núcleo del localizador es un isótopo... —Paworski le echó una mirada furibunda y Thibaud se tragó el resto de la frase. El silencio que siguió fue desagradable.
—Lo lamento. Es información clasificada —el tono de voz era brusco: el ingeniero jefe estaba incómodo.
Marcel notó que ya no había diversión en la mirada de Odette: su rostro era una máscara de impasibilidad. Paworski se había puesto nervioso, eso era evidente. El asistente se escabulló por el laboratorio, pretextando algo ininteligible en voz baja.
—Los equipos de radio... también están listos —Paworsrki tartamudeó mientras les entregaba el material.
Odette bajó de la mesa y se apoyó contra ella, cruzada de brazos y con expresión de esfinge. Miró alrededor y, después de comprobar que no había nadie trabajando cerca, preguntó:
—¿De qué están hechos, Paworski?
La cara del ingeniero era un muestrario de culpabilidad. Odette insistió.
—¿Kolya?
—No sé a qué...
—Los blips —ladeó la cabeza.
El hombre inspiró, apretó los labios y miró a todas partes antes de responder.
—Usamos... cerio 141, cerio radiactivo.
Los ojos de Odette se entrecerraron y Paworski se puso violáceo.
—Una cantidad muy pequeña, se lo juro —el hombre parecía a punto de llorar —.Tiene una vida media de treinta y dos días. No... no puede afectar ningún órgano importante; la radiación gamma es muy baja y en menos de un mes les retiramos el implante —Paworski estaba sudando. Marcel tuvo ganas de estrangularlo.
—¿Con quién estamos durmiendo, Kolya? —la voz de Odette era una navaja.
—Inteligencia —murmuró el otro.
Odette tomó su equipo y lo invitó a salir con un gesto. Marcel tomó la caja de los blips y el radio y salieron en silencio.
En el ascensor Marcel dijo:
—Dejémosle los blips de mierda a Paworski.
—Ya es tarde para reemplazarlos. Lo mismo que las prótesis. Los equipos de detección ya deben de estar sintonizados en la frecuencia de estas basuras. ¡Dios! —susurró ella mientras salían del ascensor, camino al despacho de Massarino—. Empiezan por el laboratorio. ¿Y después, qué?
Entraron en la oficina del comisario, que al verlos frunció el entrecejo y lo interrogó con un gesto.
—Tenemos el material electrónico —respondió Marcel, mientras Odette se quedaba de pie en silencio, apoyada contra el archivero.
—A Paworski se le escapó un dato interesante —dijo ella entre dientes.
—¿Qué?
—Los blips. Están construidos con material radiactivo.
—¡Imposible! —Massarino se sobresaltó —.No tenemos acceso a esa tecnología.
—Nosotros no, pero Inteligencia sí. Me gustaría saber cómo mierda llegaron hasta nuestros laboratorios —parecía que Odette mordía las palabras.
El comisario no se molestó en ocultar su desagrado.
—Sabía de un programa de colaboración, pero nunca pensé que fuera esto. La puta que los parió —masculló Massarino—. ¿Y los localizadores de ustedes dos?
Las caras de ambos eran respuesta más que suficiente.
— ¡Qué puta mierda...! —sacudió el escritorio al golpearlo con la mano abierta.
—¿Por qué con Inteligencia? —estalló Odette—. ¡Para ellos somos menos que nada! ¡Escoria que junta la escoria de la calle! ¡Nos desprecian! ¿Qué? ¿Ahora somos sus conejitos de Indias? —estaba a punto de perder los estribos.
Massarino los miró alternadamente. La situación se estaba poniendo difícil y Marcel tuvo la incómoda sensación de que el enojo y la discusión eran acerca de algo que él desconocía.
—Les juro que no sabía que se trataba de esto. Tengo que hablarlo con Michelon...
—¡No puedo creerlo! Cuando la PJ les pidió colaboración, ni se molestaron en contestar —la voz de Odette le temblaba y bajó hasta un susurro ronco —.Estaría vivo si esas ratas hubieran ayudado. ¡Lo dejaron ir solo al matadero! O lo mandaron a sabiendas.
Massarino cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—Odette, las cosas pueden haber cambiado.
—¡Claro que cambiaron! ¡Ahora Beaumont es general! —se cubrió la boca con las manos.
Hicieron un silencio durante el cual ella se recompuso y se sentó. Massarino pidió café para los tres. Marcel anotó mentalmente que, en cuanto pudiera, preguntaría al comisario —a solas— por ese Beaumont y el pleito con Inteligencia.
—¿Cómo mierda se las va a arreglar Dubois para contrabandear los blips? —Odette estaba pensando de nuevo como policía. Massarino respiró mejor y Marcel, también.
—No digas palabrotas. No es propio de una dama —el comisario la reprendió.
—No soy una dama —ella lo miró sombría.
Carajo, ¿qué pasa entre estos dos? Marcel se sintió incómodamente de más. Por suerte, el tono de la conversación cambió. Discutieron varias posibilidades. Como munición, no; le quitarían las armas en la primera oportunidad. Tampoco en un doble fondo del equipaje. Lugar demasiado común.
—Tiene que ser algo más sencillo —apuntó el comisario.
—Ajá. Más obvio —Odette se hamacó en el sillón —,“La carta robada”, de Edgar Allan Poe.
—¿Qué? —preguntaron los hombres a la vez.
—Una carta robada que estaba oculta a la vista, mezclada con otras cartas. El lugar obvio. ¿A qué se parecen estas mierditas? - Odette jugueteó con los blips haciéndolos rodar por el escritorio.
— No juegues con eso — Massarino torció la boca.
Odette moduló un "qué hinchapelotas" y el comisario miró al techo, moviendo la cabeza. Marcel no sabía si reirse.
—Municiones, bolillas de rodamientos, perlas... —enumeró Marcel, tratando de cambiar de tema.
—¡Eso! Perlas, cuentas, abalorios... Un cinturón. Sí, un cinturón. Me gusta —Odette movió la cabeza con expresión pensativa.
—¡Pero eso es de mujer! —protestó Marcel.
—Si es italiano, no —intervino, mirando a Odette, que hacía un gesto afirmativo—. Un cinturón de cuero trenzado con abalorios negros.
—Abalorios radiactivos —Marcel sonrió siniestro.
El intercomunicador interrumpió las risas.
—Marceau, responda a Laboratorio por favor —ea Paworski.
—Estoy en el despacho de Massarino —aclaró Odette por el micrófono.
El teléfono sonó instantes después. El comisario hizo señas para que ella levantara el auricular.
—Marceau —estalló el parlante. Odette se lo apartó instintivamente de la oreja.
—¿Cuándo van a cambiar esta mierda? —gruñó—. Sí, Paworski, no grite. Este aparato amplifica demasiado.
—Marceau... quería disculparme... por lo de esta tarde... los blips.
El parlante les taladró los oídos a todos. Odette mantuvo el auricular alejado.
—Está bien. Todos cumplimos órdenes.
El otro vaciló.
—Teníamos una cita en el gimnasio...
—A las seis —Odette sonrió a medias.
—A las seis. Nos vemos.
—Kolya... Por favor, que alguien cambie este interno.
—No es mi...
—Kolya...
—Mañana lo cambian.
Mientras ella cortaba la comunicación, Massarino preguntó:
—¿Van a tirar?
Odette asintió con un gesto.
—No entiendo. ¿Por qué en el gimnasio, y no en el polígono? —preguntó Marcel, extrañado.
—Esgrima. Con el príncipe Paworski jugamos a los Tres Mosqueteros —Odette tenía una expresión traviesa —.Estrictamente deportivo.
—¿Príncipe?
—Bueno, en los Estados Unidos, Paworski sería uno más de tantos canas polacos. Aquí puede darse el lujo de decir que desciende de la más rancia nobleza europea. Si le creen o no, eso es otra cosa.
Se rieron los tres.
— Aaaah...¿Por eso es tan...?— Marcel torció la cara en un gesto altivo.
Ella se rozó la punta de la nariz con el índice y levantando las cejas.
—Su Alteza consiente en mezclarse con nosotros, pobres plebeyos —agregó Marcel en tono teatral.
Odette se encogió de hombros con una media sonrisa.
— Pero pienso cobrarme lo de esta tarde —su expresión era la de un predador.
Se escurrió hasta el gimnasio, que estaba vacío salvo por Odette y Paworski. Estaban tan concentrados en lo que hacían que no notaron su presencia. La tensión entre ambos podía olerse: se les notaba en las actitudes físicas, expectantes, listos a responder a los movimientos del otro. Marcel siempre había creído que la esgrima era un deporte anticuado y sin demasiada fuerza. Elegante, pero muy elaborado para su gusto. Artificioso. Sus opiniones estaban cambiando en ese preciso momento. Odette y Paworski se atacaron velozmente, saltando uno contra el otro con movimientos felinos. No hablaban, nada más acusaban los golpes secamente. Se dio cuenta de que estaba tan tenso como ellos, con el aliento contenido y los puños apretados en los bolsillos del pantalón.
¿Más esgrima?: FencingPhotos
Hubo una sucesión sorprendente de ataques, fintas y contraataques. Ninguno de los dos parecía defenderse en exceso; se estudiaban para golpear donde la guardia del otro lo dejara al descubierto. En un momento, Paworski avanzó sobre Odette, que paró y contraatacó a toda velocidad. El otro intentó una parada a su vez, pero ella penetró su guardia y lo alcanzó. Ambos retrocedieron.
—¡Cuatro iguales! —gritó Paworski.
Fueron al centro de la pedana otra vez. Con el rabillo del ojo vio que Massarino estaba a su lado, también observando.
—No lo vi entrar —susurró sorprendido.
El comisario le tocó el brazo en un gesto que indicaba silencio. Podían oír jadear a Odette y Paworski.
—En garde(1) —murmuró el ingeniero. Cruzaron las armas con ferocidad. En un momento, Odette levantó el florete, ofreciendo el flanco. El arma de Paworski buscó el punto débil. Odette paró, contra-atacó y fue a fondo en el mismo salto.
—Coupé(2)!
Paworski bajó su arma.
—Touché (3)
Se quitaron las caretas y se dieron la mano sonriendo. Paworski saludó militarmente con galantería y se retiró por el lado opuesto del gimnasio. Mientras pasaba entre Massarino y él, desprendiéndose el borde de la chaquetilla, Odette murmuró en tono vengativo:
—Abalorios radiactivos.
(1) En guardia
(2) Golpeado
(3) Tocado
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