POLICIAL ARGENTINO: 09/01/2011 - 10/01/2011

jueves, 29 de septiembre de 2011

PARÍS, XI° ARRONDISSEMENT, DEPTO. DEL CAP. DUBOIS. DOMINGO A MEDIODÍA
¡Cristo, el teléfono! Casi se cayó de la cama por alcanzarlo.
— ¿Marcel?— Era Jean-Pierre.
Marcel apretó los ojos y los dientes, tratando de recuperar la voz. Durante las décimas de segundo que había tardado en responder, se había ilusionado con que era Odette quien llamaba y ahora tenía un nudo en la garganta. Contuvo el impulso de arrancar el maldito artefacto y tirarlo al carajo.
— Soy yo— articuló.
— Estoy en París y... pensé que... podríamos almorzar juntos.
Iba a decir que no, que estaba hecho mierda, pero no tuvo coraje para negarse ni para dar explicaciones. Al fin y al cabo le serviría para no pensar.
Jean-Pierre estaba esperándolo en la puerta del restaurante. Firme como un gendarme, fue la primera estupidez obvia que se le cruzó por la mente, hasta que al acercarse vio la mirada ansiosa de su padre, que manoseaba un sobre marrón grande. Comprendió que Jean-Pierre tenía tanto miedo como él y que hacía los mismos esfuerzos por ocultarlo.
Se sentaron a una mesa para fumadores y sacaron los paquetes de Gauloises al mismo tiempo.
— Yo invito la vuelta— sonrió su padre y él asintió, guardándose sus cigarrillos para después.
Pidieron el vino y la comida, y si el camarero se sorprendió por las cantidades, se guardó la opinión.
— ¿Qué pasa, la gente dejó de comer en París?— preguntó Jean-Pierre cuando el camarero se retiraba mirándolos de reojo.
— No hay tanto tiempo para disfrutar de una entrada, un plato principal y un segundo— aclaró Marcel.
— Pero hoy es domingo. Me gusta comer bien los domingos.
El sobre marrón había quedado en un rincón de la mesa y Marcel lo miró dos o tres veces antes de que su padre se decidiera a revelarle el contenido.
— Son... fotos. Te las traje porque pensé que... te gustaría tenerlas.
El nudo en el pecho amenazó con apretársele y no dejarlo comer. Cuando Constanza se había ido con él, casi no habían llevado fotografías familiares. Él había conservado una a escondidas, durante varios años, hasta que la rompió después de la muerte de su madre. Era una toma de toda la familia en una plaza de Grenoble. Él tendría unos tres años y estaba en brazos de su padre.

Jean-Pierre tomó el sobre y las manos le temblaron; las fotos se desparramaron entre las copas. Empezó a describirlas pero se quedó sin voz y fue pasándoselas de a una, como si fuera una ceremonia. Mudos, recorrieron las imágenes hasta que una gota se estrelló sobre el mantel y Marcel descubrió que era una lágrima suya.
— Cristo, soy un boludo grandote— murmuró. Al levantar la mirada, Jean-Pierre también moqueaba.
— Yo también soy un boludo, y más grandote.
— Yo soy más alto— se plantó Marcel.
— Pero yo soy más pesado — porfió Jean-Pierre—. Y más viejo.
Se rieron y siguieron pasando tomas hasta que aparecieron unas de partidos de rugby, otras con la graduación en el Liceo y finalmente, la imagen de una fila de oficiales de policía en uniforme de gala. Marcel miró a su padre y buscó la foto siguiente: él mismo, durante la ceremonia de entrega de las insignias de teniente.

—¿Cómo... cómo...? — no atinaba a formular la frase completa.
— No te mentí cuando te dije que siempre estuve cerca.
Sintió que algo se le disolvía en el pecho y lo liberaba. Volvió a las fotos y las repasó una a una.
—¿Puedo... quedármelas?
— Para eso te las traje.
— Pero...
— Tengo copias de todo. Deformación profesional— Jean-Pierre aclaró con media sonrisa que intentaba ser burlona.
Marcel asintió sin hablar. Dos hombres grandes, sonriéndose y llorisqueando en un restaurante. Parecemos...
— Mejor que paremos con esto o van a pensar que somos maricas— Jean-Pierre le leyó la mente y Marcel no pudo aguantar la carcajada.
El clima emotivo se había quebrado, gracias a Dios, y podían seguir comiendo y conversando civilizadamente sobre el trabajo, el fútbol y el rugby. Como padre e hijo.
Se zamparon el almuerzo a pesar de las sospechas del camarero, que se entusiasmó hasta el punto de recomendarles el postre. Sin consultarse siquiera, pidieron dos porciones y café.
— Soy un descortés, no te pregunté por Odette— dijo su padre y a Marcel se le atragantó la torta de chocolate. Jean-Pierre no se dio cuenta y continuó—. Pero la verdad es que... quería que estuviéramos solos. No sabía cómo ibas a reaccionar con las fotos y...
— Está bien, no te preocupes. Son... un regalo hermoso. Hermoso. Gracias.
Su padre tuvo la delicadeza o la masculina despreocupación, nunca lo sabría, de no volver a mencionar a Odette y Marcel lo agradeció en secreto.
—Tengo que tomar el vuelo a Estrasburgo— Jean-Pierre miró el reloj—. Esta escapada está fuera de reglamento.
— Te llevo.
En la puerta de embarque, su padre le dijo:
— La próxima es tu turno. Conozco un par de lugares en Estrasburgo que harían poner colorados a unos cuantos pretenciosos de aquí.
Le prometió ir a visitarlo pronto. Descubrió que tenía unas ganas enormes de conocer ese par de lugares. De regreso a su departamento, se sentó junto al teléfono a repasar una vez más las fotografías, pero el muy puto no sonó en toda la tarde. Cuando se fue a dormir sin comer, la amargura lo había ganado de nuevo.

PARÍS, QUAI DES ORFÉVRES. LUNES A MEDIODÍA




— ¡Quién dio la orden!
— ¿Quién es Ud.?— preguntó arrogante uno de los agentes de uniforme.
— Yo soy la comisario Marceau— Odette respondió con gentileza forzada—. La pregunta es: quiénes son Uds. y porqué lavaron este auto— repitió en tono medido.
— ¡Llamaron por teléfono!— el más joven se asustó y buscó el apoyo de su compañero.
— ¿No se identificaron?
— Me...nos dijeron... — titubeó el mismo agente.
—¿Es que no conocen el procedimiento?— Odette interrumpió con severidad.
— ¡Como dieron la orden creímos que ya habían terminado de tomar las evidencias!— repitió el que había hablado todo el tiempo. El otro mantenía un silencio prudente.
— Acompáñenme— ordenó sin dar lugar a réplica y se apartó para que los imbéciles pasaran delante de ella. El silencioso le lanzó una mirada calculadora con el rabillo del ojo: éste no está asustado, lo preocupa más cómo escaparse de ésta. No le perdió pisada al astuto: ¿por qué querrías irte si te dieron una orden y la cumpliste? Por el pasillo venía Meyer y tuvo una idea.
— ¡Esperen!— en un aparte le pidió a Jumbo que tomara nota de los números de placa de los tipos y le pasara los datos confidencialmente y siguió a toda velocidad por el pasillo, haciéndoles señas a los dos agentes.
— Arriba, a mi oficina. Tercer piso, izquierda... ¡La puta madre!
El arrogante le hizo zancadilla a su compañero y corrió hacia la escalera. Cuando pasó a su lado, la estampó contra la pared de un empujón.
— ¡Detengan a ese hombre! — gritó mientras corría tras él, rebuscando el arma en su bolso. Detrás de ella corrieron Meyer y dos oficiales más—. ¡Alto o disparo!
El hombre estaba a punto de disparar cuando Michelon apareció en el último escalón: el tipo lo pensó mejor y con velocidad pasmosa, le pasó el brazo por el cuello a Michelon y le puso la pistola en la sien.
— ¡Atrás! — aulló, y arrastró a Madame con él.
Odette siguió corriendo mientras el edificio se convertía en un pandemonium de gritos, órdenes y contaórdenes. Se lanzó escaleras abajo, seguida de Meyer. Por el griterío supieron que el tipo iba al estacionamiento. Meyer ordenó a los que los seguían que se apostaran en las entradas y salidas, y que no intentaran nada hasta su orden. Pero el tipo no tenía intenciones de subirse a ningún auto: arrastrando a Michelon, corrió hacia la calle.
Pensemos, nena, se dijo furiosa. Si va a la calle... ¡lo están esperando! No hizo caso de Meyer, que quería impedir que saliera.
— ¡Comisario, por favor!
— ¡Va a escaparse!— masculló, sacudiéndose la mano de Jumbo.
El tipo se plantó en medio de la calle, desesperado, siempre encañonando a Michelon.
— ¡ Si alguien se acerca le vuelo la cabeza! — aulló.
— Está esperando que lo vengan a buscar— susurró casi sin aliento a Meyer—. No tiren a matar, lo necesitamos para...
—¡Va a llevarse a Michelon...!— replicó el capitán —. ¡Mejor llamo a la Brigada Antiterrorismo..!
— ¡Carajo, haga lo que le digo! ¡Lo único que el tipo quiere es irse!
Mientras Odette se les acercaba, un auto gris proveniente de la derecha entró en su campo visual. Ella miró a Madame y señaló con la cabeza en dirección al auto. El hombre, alerta a los movimientos de todos, cometió el error de desviar la mirada. Michelon se agachó y Odette disparó a la mano del tipo, que saltó y gritó, sosteniéndose la mano herida. Madame se tiró al piso y Odette corrió hasta ella. El auto gris aceleró. El tipo corrió hacia él. Una ventanilla se abrió y una ráfaga de metralla partió al tipo por la mitad.
— ¡Al suelo, Claude, no se levante!
Odette cubrió a Michelon con su cuerpo y apuntó a los neumáticos del auto. Algo les cayó encima: Meyer y docena y media de oficiales, suboficiales y agentes rasos, en un scrum inolvidable. Meyer le acertó a un cristal, pero el auto tomó el puente a contramano y desapareció en el tránsito enloquecido por el tiroteo. Las sirenas aullaron su impotencia.
Una ambulancia recogió el cuerpo destrozado del falso agente. Se quedaron sentadas en medio de la calle, furiosas, Odette frotándose la rodilla y Madame, el codo.
— Nos dejaron sin testigo— murmuró Odette mientras se revisaba las medias rotas. Mierda, medias de ochenta francos.
Meyer las ayudó a incorporarse.
— Dispersen a los curiosos— ordenó Michelon —. Prefiero que los civiles no me vean pasar por estúpida.
La orden se cumplió de inmediato.
****
— El número de placa del sospechoso corresponde a un suboficial retirado a fines del año pasado— les informó Meyer, en el despacho de Michelon—. A ver qué nos dice Archivos— y tecleó el mensaje junto con el número de placa.
El e-mail de retorno no se hizo esperar y Jumbo pidió el resto de la información. Cuando recibió la respuesta, las miró a ambas con una mueca de abatimiento.
— Sargento René Picard, sesenta y cinco, retirado. Falleció hace cuatro meses de un paro cardíaco.
El silencio era opresivo.
— Cómo mierda consiguieron la placa...—, dijo Michelon sin mirar a ninguna parte.
— Podría ser una falsificación— sugirió Odette—. Si uno tiene un original y una prensa de estampar metales...
— Y consigue los números de los finados... — agregó Meyer, cabeceando.
— Alguien que tiene acceso al sistema— Michelon los miró—. Creí que éramos inviolables pero parece que no es así.
Odette levantó el teléfono y llamó a Witowlski de Sistemas.
— Podemos detectar cualquier entrada ilegal en menos de seis minutos— el teniente Viktor Witowlski de Sistemas se pavoneó—, y estamos trabajando para reducir los tiempos.
— ¿Cuánto tiempo llevaría efectuar una búsqueda, digamos, en Personal?
— Bueno, primero tienen que acceder, después buscar los links, conocer las claves de ingreso a esa parte de los files, y depende de lo que busquen...
— Por ejemplo, suboficiales retirados.
— Eso puede tardar un poquito más... Digamos, diez minutos. Si saben lo que tienen que hacer, claro. De otro modo pueden estar buscando un buen rato hasta que consiguen la información: si hackean los pescamos— contestó, satisfecho.
Michelon asintió despacio.
— Gracias, teniente. Nada más quería conocer la situación.
Witowlski hizo una mueca parecida a una sonrisa y salió.
— Los tenemos adentro. La puta que los parió — Madame estaba pálida de furia y le temblaba la voz.
Transcurrió una pausa ominosa, rota por la estridencia del interno.
— ¡Necesito un guión para el comunicado de prensa!— suplicó Laure, atosigada por la prensa.
— Jesús, tengo que pensar en algo coherente— murmuró la comisario—. Laure, dame cinco minutos. Señores, tenemos un problema— Michelon paseó la mirada de un gris tormentoso de uno a otra —. Los tipos detrás de los que vamos, liquidaron a Henri, y si hoy no hicieron más, habrá sido porque no estaba previsto — Madame inspiró antes de seguir— Marceau, hoy mismo la pondré en antecedentes de todo el caso. Meyer, alcáncele a la comisario copia de sus informes. Hasta hoy supusimos que Dubois y Ud., capitán, estaban relativamente seguros bajo sus coberturas, pero la situación cambió. ¿En dónde está Dubois?
Odette desvió la mirada y murmuró "notengoidea". Meyer se encogió de hombros con cara de sorpresa.
— Debería estar aquí. ¿No vino hoy...? No, no vino— se preguntó y se respondió.
Odette no abrió la boca y Michelon se imaginó los motivos de su mutismo. Lamento la situación de mierda pero hay prioridades, pensó Madame.
— Meyer— ordenó—, localícelo y que se presente de inmediato. Y usted, Marceau, de ahora en adelante no se mueve sin custodia.
— ¡¿Qué?! Por Dios, no me haga esto... No puedo trabajar así...
— La van a buscar a su casa, la acompañan a donde sea, así sea a comprarse un par de medias. Un hombre armado va con Ud. las veinticuatro horas.
— No podemos desperdiciar a la poca gente que tenemos. Es una locura...
— Es una orden— Michelon subrayó cada palabra—. Meyer, encárguese de hacerla cumplir.
— Sí, Madame— Meyer sonrió mostrando los dientes.
— ¿Me consigo una silla de ruedas o un cochecito de bebé?— su subordinada retrucó malhumorada.
— Guárdese el humor para otra oportunidad— ladró Madame.

martes, 13 de septiembre de 2011

La mano derecha del diablo - CAPITULO 25

PARÍS, QUAI DES ORFÉVRES, SÁBADO POR LA MAÑANA
El teléfono sonó y sonó y ella no hizo caso hasta que insistieron por segunda vez.
 — ¡Marceau! — Michelon no esperó a que ella terminara de decir "hola" —. Encontraron a Lionel Henri muerto en su automóvil, esta madrugada, en el garage de su edificio.
 — Dios santo — suspiró y se sentó en la cama —. Voy para allá.
— No. Ya retiraron el cuerpo. La espero en el Quai.
Odette llegó al piso con dolor de cabeza y el estómago en la montaña rusa. El interno había sonado durante todo el tiempo que ella había tardado en colgar el impermeable en el perchero.
 — Michelon te está esperando — le avisó Laure y cortó.

Mientras subía contando los peldaños, trató de componer una expresión neutra. Odio que mis asuntos personales afecten el trabajo. Tu problema, ricura, es que el trabajo te afectó los asuntos personales. Entró sin golpear: Madame estaba pálida.
 — ¿Quién encontró el cuerpo?
 — El portero. Aparentemente se suicidó con una manguera conectada al escape del motor. Lionel era mi amigo, yo lo conocía bien, nunca hubiera hecho una cosa así....— Michelon tragó saliva antes de hablar, y lo hizo aprovechando que ella no había abierto la boca todavía —. Tiene el caso asignado.
— ¿No están Meyer y Dubois en esto?— Odette casi saltó del sillón—. Sería interferir en la investigación... — Es un homicidio y Ud. está a cargo. Meyer y Dubois reportan a Ud. directamente.
 Se miraron y Odette meneó la cabeza con decepción.
— Madame, no creo que sea lo mejor en estos momentos...
 — Ya me equivoqué lo suficiente. Basta: Ud. está al frente del caso.
Marcel entró azotando la puerta y se quedó cortado cuando la vio; ella encajó los dientes y se apoyó rígida contra el respaldo de su sillón, los ojos fijos en Madame. Marcel tenía mal semblante.
 — Henri murió en la madrugada.... Ya lo saben...
 — Siéntese, Dubois. Marceau queda a cargo de la toda la investigación, incluída la muerte de Henri. Infórmele a Meyer.
 — Madame, no es lo que ...— Odette empezó a hablar y Marcel la interrumpió.
 — Madame, no creo que sea prudente. Ud.misma excluyó a Marceau de la investigación y ahora...
 — ¡Dubois, son mis órdenes!— Michelon restalló.
 — Creí que se trataba de no poner en peligro a más gente que la estrictamente necesaria— Marcel la enfrentó.
 — ¿Está poniendo en duda mi autoridad? — siseó la comisario.
— No, Madame, en absoluto — Marcel vaciló un instante antes de responder entre dientes.
— Madame, permítame disentir. Ya conoce mi opinión acerca de reasignar...— Odette intentó replicar.
 — ¡Marceau, para Ud. también vale mi autoridad!— Michelon estaba furiosa—. Quiero informes completos de todo lo que hagan. Quiero saber en dónde están y a quién van a ver o interrogar. ¡Y quiero al asesino de Lionel Henri!
 Odette se levantó sin mirar a nadie: mejor que me vaya a hacer mi trabajo.
 — Me voy a la morgue.
 ****

Marcel la alcanzó en el estacionamiento y se metió al auto sin que lo invitara. 
 — ¿Adónde estuviste anoche? Volví loca a media PDP buscando tu auto, llamándote a los celulares, al radio...¿No estabas en tu casa? ¿Podrías responderme por favor?
 Ella continuó conduciendo sin despegar la vista del tráfico mientras mantenía un silencio rencoroso. Se estaba comportando de un modo infantil pero si abría la boca terminarían a los gritos, y no eran el momento ni el lugar. Luchó por contener las lágrimas.
— ¡Carajo, te estoy hablando!— Marcel le tomó un hombro— ¿Podrías parar el puto auto?
Clavó los frenos y estacionó: acababan de llegar a la morgue. Se bajó sin mirarlo.
Marcel la alcanzó y la detuvo antes de entrar.
— Te estás portando como una chiquilina...— la agarró de un brazo y tiró hacia él.
— ¿Y qué estuviste haciendo hasta ahora, si no fue comportarte como un pendejo?— susurró ella entre dientes.
— ¡Te protegía! Todos te protegíamos, inclusive Michelon y ahora me hace esto. Vas a hablar con ella apenas regreses al Quai: te quiero afuera del caso.
— Da la casualidad que Michelon me hizo este presente griego. Entremos de una buena vez— trató de soltarse y él apretó más.
— No me jodas. Te amo aunque no me creas. No pienso consentir que te expongas por un caso de mierda. — Es por lo que nos pagan, Dubois. Y en cuanto a lo otro, creo que tendrías que revisar las bases de tu filosofía amorosa — remachó.
Él la soltó mascullando un insulto y ella acometió el pasillo blanco y frío con una decisión que le costaba sostener.
****

El forense auxiliar los estaba esperando. Por el bien de la causa, Marcel se quedó unos pasos detrás de Odette, que sin volver a mirarlo se acercó al médico. Al cadáver desnudo a sobre la camilla apenas le estaba comenzando el rigor mortis.
— La muerte se produjo alrededor de las cinco de la mañana, por inhalación de monóxido de carbono — informó el médico—. Es una muerte dulce y rápida. Si yo fuera a suicidarme la elegiría.
El sentido del humor de los forenses es algo que muy pocos le aprecian y yo no soy de esos pocos, pensó Marcel, asqueado.
— ¿Cuán rápida?— preguntó Odette.
El cretino presuntuoso pareció no darse cuenta del tono escueto de la pregunta y se dedicó a pontificar.
— El individuo primero pierde la conciencia, después el cerebro deja de funcionar por la anoxia, finalmente llega el paro cardiorespiratorio pero a esas alturas ya hay muerte clínica...— explicó, didáctico como un profesor de Medicina—. Digamos, veinte minutos como máximo, tratándose del escape de un auto. En el caso de las estufas, lleva un poco más, digamos...
 — ¿Cómo estaba cuando lo encontraron?— interrumpió Odette rodeando la camilla.
 — Sentado al volante, la cabeza sobre el pecho. Típico: conectan una manguera al escape, la meten por la ventanilla casi cerrada, arrancan el motor y ahí se quedan.
No la convenciste, doc, pensó Marcel al observar la expresión de Odette.
 — Las causas de muerte son claras, comisario— se jactó el forense—. Tiene todas las señales típicas...
— No dudo de su capacidad para determinar causas de muerte, doctor. Dudo de que Henri se haya suicidado.
— Para sospechar de un crimen, debería haber señales de violencia ¿Ud. se dejaría meter así como así en un auto en esa situación?— el forense se encogió de hombros—. Era un tipo de contextura fuerte, se hubiera resistido.
— ¿Y si lo drogaron, o algo así?
 — Lo primero que hice fue analizar la sangre: está limpio. Ni un sedante, un vasito de vino, nada. Es un suicidio— el tipo esbozó una sonrisita de suficiencia.
— Carajo— masculló Odette cruzándose de brazos; se apoyó en la camilla vecina y después de unos momentos, descorrió la sábana hasta descubrir los brazos del cadáver.
— No hay pinchaduras de nada, no le inyectaron ningún veneno, no lo golpearon para desmayarlo — enumeró vanidoso y levantó la cabeza del cadáver— ¿Ve? No hay hematomas ni contusiones...
— ¿Qué son estas marcas?
 — ¡Ah, comisario, es la marca del reloj de pulsera! Es la mano izquierda... Lo llevaría algo apretado y cuando se detiene la sangre...
 — No creo que usara dos relojes— Odette acotó sarcástica y levantó la mano derecha— ¿Qué me dice de esta marca?
— Ah, bueno, no parece nada demasiado concluyente— el hombre cubrió el cadáver—. No creo que... Bedacarratx entró a la carrera y saludó agitado.
 — Lamento llegar tarde...— una ojeada le bastó para que el auxiliar le alcanzara la ficha de la autopsia. El forense leyó el informe y descubrió el cuerpo hasta la mitad, para revisar los brazos del cadáver. — Tome muestras de la piel de las muñecas alrededor de esas marcas— ordenó y el forense auxiliar se puso colorado—. Son marcas de esposas... aunque casi no hay laceraciones...— Bedacarratx miró la muñeca derecha del cadáver varias veces y comparó las marcas con las de la muñeca izquierda—. Muy leves... parecen arañazos...
— Comisario — el auxiliar tartamudeó, rojo como un tomate —, no comprendo cómo se me pudo pasar... Entonces lo esposaron al volante y sí forcejeó... ¡y por qué no gritó!
— ¿Y si estaba amordazado?— Marcel intervino por primera vez—. Los tipos lo sacan de su casa. En el auto, lo sientan en el lugar del conductor pero en lugar de obligarlo a salir, que es lo que Henri suponía que harían, lo amordazan con cinta adhesiva y lo esposan al volante. Seguramente le hayan vendado las muñecas y por eso las marcas son leves; el resto es historia conocida. Preparan la escenografía, esperan a que el tipo muera, le sacan las esposas y la cinta.
— Y habría restos de adhesivo sobre la piel y alrededor de la boca— Odette sacudió la cabeza. No lo puedo creer, estamos de acuerdo en algo, pensó Marcel y le buscó la mirada. Ella no apartó los ojos pero se mantuvo inexpresiva.
— Sí, siempre queda algo— el forense auxiliar voló a buscar unos tubos de centrífuga, hisopos, una cureta y otras porquerías más, mientras pasaba de rojo a bordó.
Los instrumentos del forense le daban asco. Cuando me muera espero que sea en el mar, así me ahorran el paso por este sitio, pensó Marcel. Quién sabe si el remordimiento por haber dejado escapar el detalle de las muñecas hizo que el auxiliar se pusiera trabajar a toda velocidad. Bedacarratx les pidió que no se fueran.
— Por favor, esperen. Esto no tardará— y se fue a trabajar con el idiota apoplético. Con un ademán invitó a Odette a acompañarlo hasta la pecera de Bedacarratx, mientras encendía un cigarrillo.
— ¡Fume en el cubículo, Dubois! ¡Aquí hay inflamables!— le advirtió el forense.
Mejor no fumo una mierda.
 **** 
—¡Ya está!— Bedacarratx entró triunfante—. No tardé demasiado... ¡Buen Dios, qué humo!
— ¡Qué quiere! ¡Nos archivó aquí dentro casi una hora!— protestó Marcel, malhumorado.
 No habían constituido la mejor mutua compañía, él fumando como el Expreso Oriente y Odette vuelta hacia la pared, con la frente apoyada en una mano.
— Uno de estos días le muestro los pulmones de algún muerto por enfisema y...— bromeó el forense.
— ¡No joda, Ud. fuma Celtiques! ¿Cómo anda su enfisema?
— En casa de herrero...— el médico se encogió de hombros—. Limpiaron los tejidos con alcohol, pero había restos de adhesivo alrededor de la boca y de las muñecas y algunos vellos arrancados. Es homicidio. — Vamos a ver qué encontramos en el auto— Odette frunció el ceño—. Tiene que haber algo.
 — ¿Qué vas a buscar? Si yo lo hubiera hecho, hubiera tomado todos los cuidados posibles, me habría puesto guantes...— Marcel intentó un amago de conversación, animado por el plural.
— Yo hubiera hecho lo mismo, pero nunca se sabe: quizás haya cabellos, huellas de calzado, una colilla de cigarrillos, no sé...Hay que verlo— respondió ella con sequedad, y salió sin invitarlo a seguirla.
Siguen las hostilidades. Masticó el Gauloise y se le lanzó detrás. La alcanzó cuando abría la puerta del auto. Carajo, es capaz de irse y dejarme a pie. Maldita gata caprichosa. 
 — Dame las llaves— tendió una mano imperiosa. Por la expresión de Odette, creyó que se las tiraría por la cabeza. Tuvo suerte: un par de oficiales entraban al edificio y los saludaron. Las llaves le cayeron en la mano y ella se subió al auto, muda. Ofuscado por su silencio, Marcel detuvo el auto en una callecita medio desierta y tomándola por los hombros la obligó a mirarlo.
 — Hablemos.
 — No queda mucho por decir— replicó ella.
— No me hagas esto...
 — ¿Y qué me hiciste a mí?
 — Soy un imbécil— susurró—, un boludo, un hijo de puta, sé que no tengo excusas pero por favor...
— Nunca escuché una definición tan acertada — el sarcasmo fue peor que un cachetazo.
 — Dame una oportunidad... — le rogó con los ojos llenos de lágrimas.
 — ¿Me la hubieras dado a mí? ¿Me la diste alguna vez? — Odette perdió el control —. ¿En todo este tiempo merecí una sola vez tu confianza? ¡El señor no soporta la mentira! Serías capaz de matar por algo así, ¿no es cierto, Dubois?... ¡Creí que era una forma equivocada de amor y no era más que tu ego de macho inflado como un globo!
 Ella trató de bajarse del auto y él la retuvo por la fuerza. Lo insultó y él se aguantó los insultos. Lo odiaba desde sus mismas entrañas y se lo gritó, pero él aceptaba cualquier cosa con tal que lo escuchara. Forcejearon, él tratando de dar explicaciones que ambos sabían no tenían sentido.
— Estoy metido en esta mierda hasta el cuello y no puedo salirme en este momento... Tengo que seguir hasta el final...— trató de tomarle la cara entre las manos para obligarla a mirarlo—. ¡Cristo, cometí millones de errores, ya lo sé, pero te amo! ¡Qué debo hacer para que me creas!
— Nada...— murmuró ella exhausta y sin mirarlo.
— ¡Odette, por favor...!
— No es nada más lo de esas mujeres...¡sería tan sencillo! Pero, mentirme así sobre todo lo demás es... humillante.
 — ¡Tenía órdenes!
 — Creí que podías confiar en mí.
 — Yo no inventé el procedimiento— rebatió con sequedad. El que mencionara el caso lo irritó más de lo que podía admitir. Tenía órdenes: Odette debía ser mantenida al margen. Y ahora se la ponían delante, haciéndolo sentir un incompetente. Para colmo, ¿cómo mierda se las arreglaría para protegerla de los hijos de puta con los que se había cruzado? Era una locura y se sentaría a hablar con Michelon: Odette tenía que permanecer afuera.
— No, no inventaste el procedimiento: yo lo hice y no tuve en cuenta casos “excepcionales”— ella respondió con acritud—. Por ejemplo, que te acostaras con tu jefe y tuvieras que cumplir con un operativo a sus espaldas, haciéndola pasar por estúpida.
— ¡No es cierto! ¡Estás siendo injusta con los dos!
— ¿Y en el próximo operativo, qué? ¿Cuándo deberé enterarme que estás durmiendo con alguien más? Fui una idiota al pensar que esto podía funcionar— ella susurró y la pausa que transcurrió le heló la espina dorsal. “Esto”, eso, eran ellos dos. Pero entre ambos se levantaba una investigación que les destrozaba la confianza mutua. Maldijo a media voz y arrancó el auto. Llegaron al Quai en medio de un silencio pavoroso. Ninguno de los dos atinó a bajar en el primer momento.
— Odette... — hizo un último intento cuando ella estiraba la mano hacia la puerta.
— Pediré el traslado en cuanto termine esta investigación. No podemos seguir juntos en la misma unidad— bajó del auto y no se volvió una sola vez.