Ritz Hotel de París
PARÍS, SEGUNDA SEMANA DE NOVIEMBRE DE 1996
Mientras acomodaba sus pertenencias en la lujosa suite del Ritz, Marcel pasó delante del gran espejo del vestidor y su reflejo lo tomó por sorpresa. La barba y el corte de cabello le daban un aspecto por completo diferente — y apenas perverso —, al habitual. Qué increíble es no reconocerse en el espejo. Odette estaba en lo cierto:la caracterización era convincente sin resultar artificial; el cambio sutil de color de cabellos no estaba nada mal y le agregaba años. Ella también había insistido en el estilo de ropa. "Los italianos son peculiarmente severos con su ropa informal y absolutamente desprejuiciados con la ropa formal" le había dicho, y él se había provisto de un guardarropas un poco excéntrico para su gusto pero que le quedaba pintado.
— ¡Qué buen look, Duque de Mantova! — lo había piropeado con una chispa de diversión bailándole en los ojos oscuros—. Casi me arrepiento de que no hayamos elegido “Gualtier Maldé” como seudónimo.
—Estás a tiempo de elegir “Gilda” para el tuyo.
—No soy del estilo y no doy el phisique du rôle (1).
—¿Por qué?
—No me dejo seducir en la iglesia y tengo registro de contralto.
—La mala de la película. O de la ópera. Entonces Amneris...
—O Carmen...
—¡Eh, ésa es soprano!
—Ah, ah, el papel original se escribió para mezzo y una de las primeras en cantarla fue una contralto. Las sopranos lo interpretan de puro envidiosas.
—No veo qué tengan que envidiar. Las sopranos son las chicas buenas.
—Bah, las chicas buenas van al cielo, las malas vamos a todas partes.
—Excelente motivo.
Habían bromeado mientras iban por los pasillos del segundo piso, Odette camino a su cubículo atestado de expedientes, y él, al Laboratorio de Electrónica, a hacer la última prueba y ajuste con los blips.
—Parece un esnob italiano de clase alta. No: mejor, un rufián —comentó un Paworski más seco que lo habitual. Contuvo la sonrisa mientras pensaba en el protagonista de "Rigoletto": el aspecto exterior coincidía con lo que trataría de representar. Si podía ser convincente, eso ya era harina de otro costal.
Marcel se recostó sobre la cama enorme y tomó el paquete de cigarrillos con la mecanicidad del hábito, sólo para recordar que la bruja de mierda le había prohibido sus amados Gauloises. "Nada de eso", había ladrado Odette. "Muratti, MS o alguna marca estadounidense". Claro, ella no fuma, carajo.
Como siempre, tenía razón: los extranjeros no fuman Gauloises. Frunció la cara ante los asquerosos Muratti y encendió uno. Algo bueno tiene que resultar de esto: en una de esas dejo el vicio. Al fin y al cabo, es el único que tengo y me encariñé.
Un recuerdo lo asaltó: una mano grande y fuerte sobre su hombro infantil, sosteniendo un Gauloise a medio fumar, mientras los ojos preocupados revisaban el magullón de la rodilla con una sonrisa cálida. La misma mano y el mismo Gauloise acunándolo cuando se había pescado el sarampión. Se había acostumbrado a quedarse dormido con el olor del tabaco de la mano de su padre. La puta que lo parió, no quiero acordarme. Apartó esas memorias tiernas en favor del rencor acumulado por años de lejanía y de dolor sordo, reflejo del de su madre. No sabía si ella lo había perdonado alguna vez; él no tenía intención de hacerlo.
Volvió sus pensamientos a preocupaciones más actuales. Durante los últimos días había curioseado en los escasos ratos libres, en busca de literatura sobre la Orden del Temple, sus orígenes y hazañas en el Cercano Oriente y sus relaciones con los infieles. Lo de "infieles" es bastante relativo: para los musulmanes, los verdaderos infieles serían los cristianos, razonó. Uno de los grupos más interesantes lo constituía la secta de los Asesinos del Viejo de la Montaña. Los puntos de contacto entre esa secta y los grupos terroristas le arrancaron más de una sonrisita irónica. O la historia se repite hasta el aburrimiento, o la Humanidad no encontró soluciones mejores todavía, o ambas cosas a la vez.
En la Escuela de Policía habían estudiado casos de lavado de cerebro a secuestrados hasta convertirlos en parte del “equipo”. El lavado de cerebro era la especialidad de los grupos comando: en algún punto del entrenamiento, se recurría a técnicas sospechosamente similares para generar en sus miembros la capacidad de respuesta incondicional a las necesidades del grupo y la aceptación y ejecución de las órdenes sin discusión. Por muy sutil que fuese, el condicionamiento existía siempre en todas estas organizaciones, fueran militares, policiales o clandestinas. Con Odette habían discutido la posibilidad de que la Orden empleara esos mismos métodos con sus reclutados, y ella había insistido en que él se interiorizara en técnicas de resistencia mental.
—No sabemos qué pueden intentar. Si te aceptan, quién sabe cuánto tiempo deberás permanecer bajo vigilancia hasta que puedas moverte libremente. Podrían incluso usar drogas heroicas.
Era una posibilidad desagradable pero real, considerando las circunstancias.
Ella le recordó los casos de jovencitos rescatados de manos de sectas religiosas, y del tiempo de recuperación psiquiátrica que llevaba devolverlos a la normalidad.
—En muchos casos la recuperación nunca es completa. Depende del tiempo que hayan pasado en esa situación y de la intensidad y el tipo de condicionamiento...
—Vamos, Odette. No soy un adolescente con conflictos familiares por resolver —la interrumpió, un poco picado—. Soy un policía adulto con el mejor entrenamiento de los cuerpos europeos.
Odette le echó una mirada de esfinge, larga y silenciosa, y desvió luego la vista hacia otra parte. Se sintió tentado de preguntarle en qué estaba pensando, pero la expresión de ella desanimaba cualquier intento.
—Por favor, Marcel. No bajes la guardia ni por un momento.
Es la primera vez que me pide algo ‘por favor’. ¿Qué es lo que la preocupa tanto? Sintió una punzada en las entrañas. ¿Es por mí? Ella disimuló un sobresalto pero él lo notó y durante una décima de segundo tuvo la impresión de que Odette lo estaba evaluando. No, no a él, sino a lo que estaban a punto de iniciar, y lo ojos oscuros se velaron de temor. No el que se siente ante el peligro personal, sino el que causa saber que otros van a correrlo. Después, levantó nuevamente la barrera entre los dos y su rostro fue la habitual y hermosa máscara de impasibilidad a que lo tenía acostumbrado. Le tendió la mano al tiempo que le decía:
—In bocca al lupo(2) , teniente. Te queremos de regreso vivo.
Marcel se atrevió a retenerle la mano por medio segundo más de lo prudente, y ella no la retiró.
—Tengo toda la intención de regresar y en las mejores condiciones posibles. Merde, capitán.
Ninguno de los dos sonrió: ya no era tiempo de bromas. Se dio cuenta de que también tenía miedo por ella, y le apretó la mano. Ella lo interrogó con la mirada. ¿Y si te pido que no intervengas en esto? La sensación de peligro lo abrumó. Qué frágil te ves, capitán Marceau...¿Y tengo que dejarte correr semejante riesgo sola? Pero tenía la lengua pegada al paladar, y no pudo decir nada.
Todavía se sostenían la mano, mirándose en silencio, cuando Massarino entró. El comisario lo había citado para ajustar los últimos detalles. Notó cómo Massarino los observaba con expresión indefinible mientras ella salía, y tuvo otra vez la sensación incómoda de que los otros dos compartían algo que él desconocía.
Después de repasar algunos detalles del operativo, el comisario pidió café para ambos. Bebieron sin hablar pero era obvio que Massarino estaba preocupado.
—¿Hay algo que quiere decirme? —preguntó Marcel, inquieto.
—Teniente, este caso es muy delicado —dijo Massarino por fin, como si le costara pronunciar cada palabra—. Tenemos sospechas firmes sobre las posibles ramificaciones de esta gente. No creo que la Orden termine en sí misma; más bien me da la impresión de que es una de las tantas extensiones de algo mucho, mucho más grande.
—¿Una red de prostitución, tráfico de drogas, algo así?
—No sólo eso, teniente. Cuando circula mucho dinero sucio, se ensucian demasiadas cosas. Si podemos agarrarlos y poner fin al horror que desataron, magnífico. Pero creo que no se acaba ahí — dijo, apretando los labios hasta que fueron una línea en su cara—. Vamos a encontrar algo más grande y más desagradable, me temo. Los supuestos clientes de la Orden están o han estado bajo investigación, no una sino muchas veces. Por contrabando de armas, drogas, por cualquier cosa que se pueda comprar y vender con beneficios inmensos. Hasta ahora no se les pudo comprobar nada. Ni la MILAD(3) ni la UCRAM(4) pudieron infiltrarse nunca. Estos tipos tienen muy bien cubierto el culo: alguien de muy arriba los protege.
La expresión de Massarino era feroz. Los ojos se le habían ensombrecido y parecía un predador a punto de saltar sobre la víctima. El comisario siguió hablando.
—No creo que esperen este intento nuestro. La Brigada nunca intervino hasta ahora, y nos cuidamos muy bien de que nadie, fuera de nosotros tres... usted, Marceau y yo... supiera algo. Sólo Michelon está al tanto de todo el operativo. No arriesgue su vida en una comunicación o un contacto antes de tiempo. Con los rastreadores que lleva y que le instalamos podremos seguirlo dentro de lo razonable. Estaremos detrás de usted durante toda la operación. Tenga en cuenta que en algún momento, de usted dependerá la vida de las mujeres que se encuentren con usted.
No lo dijo, pero ambos sabían que en ese momento, también la vida de Odette dependería de él.
Aplastó el Murati de mierda en el cenicero, pensando seriamente en dejar de fumar, y se concentró en recordar lo que había aprendido sobre técnicas de condicionamiento mental. Todas incluían un agotador entrenamiento físico, pero eso no le preocupaba; había jugado durante muchos años al rugby como aficionado y rechazado la oferta de pasar al profesionalismo, para ingresar en la Escuela de Policía. A veces dudaba de su capacidad para hacer buenas elecciones.
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Respondieron a su llamada más pronto de lo que esperaba. Estaban muy interesados en conocerlo. O el contacto de Odette era realmente bueno o... Mejor creer lo primero.
La primera entrevista la mantuvo, prudentemente, en el mismo Ritz. El aspecto del hombre de la Orden era desagradable, aunque vistiera traje gris oscuro y camisa celeste con cuello romano, con la cruz sobre el pecho. Unos lentes de marco redondo y dorado daban algo de expresión al rostro anodino, de cejas casi inexistentes de tan claras. Los ojos, de párpados pesados, estaban permanentemente entornados, de forma que el azul pálido del iris casi no se veía. Llevaba el cabello claro muy corto, al estilo militar. Le tendió una mano blanda y fría. Todo en él exhalaba violencia contenida. Se presentó simplemente como “Monseñor”. Marcel venció la repugnancia que le causaba el individuo y se sentaron en el bar del lobby.
Cuando el otro cruzó sus manos sobre la mesa en un gesto clerical, casi no pudo ocultar un respingo de sorpresa al ver el anillo con amatista en la mano izquierda. Entonces ‘Monseñor’ es realmente un monseñor. El estómago le dio una punzada de asco.
—Entiendo que usted representa a interesados en nuestros servicios, señor De Biassi. ¿O debería decir "mayor"?
Mayor Maurizio De Biassi, de los Cascos Azules italianos. La cobertura que Massarino había preparado. Marcel asintió con un gesto seco y cuadró ligeramente los hombros.
—Así es, monseñor. El príncipe Al Faid tuvo la oportunidad de comprobarlos personalmente. —Mantener una expresión impasible le estaba dando acidez.
Entregó a "Monseñor" la carpeta de cuero con interiores forrados en seda verde y con la media luna del Islam estampada en relieve en la tela, con sus “antecedentes” y las cartas en árabe y en francés.
El otro hojeó los papeles sin expresión alguna en la cara, pero pudo observar cómo en un momento los ojos de Monseñor se abrían rápidamente, sorprendidos. Un esbozo de sonrisa —si es que esa mueca era una— le apareció en las comisuras.
—Estaremos en contacto, mayor. Pronto tendrá nuestras novedades.
Se dieron la mano, nuevamente de pie. Por supuesto que pronto tendremos novedades. Si no me aceptan... No tenía dudas acerca de sus posibilidades de supervivencia si los antecedentes no eran convincentes.
La Beretta Combat 92, nueve milímetros, esperaba en la cartuchera, cargada y sin el seguro. Con trece bellísimos proyectiles acorazados, full metal jacket. Totalmente antirreglamentaria, pero espectacularmente eficaz. Qué otra arma podría llevar un ex de Constantini. “Espero que no la necesites”, le había dicho Odette cuando fueron a buscarla a la armería de la Brigada. “Se van a enterar muy rápido si la necesito antes de tiempo”, le había respondido él.
Beretta International
Se comunicó con la Brigada para pasar lo que sabía sobre "Monseñor". Quizás sirviera de algo.
Un día después, "Monseñor" en persona lo visitó en el Ritz. Esta vez, la mueca intentaba ser una sonrisa franca.
—Mayor, será un verdadero placer tenerlo entre nosotros. ¿Cuándo podemos contar con usted?
—Como le dije ayer, estoy a su entera disposición. Tengo órdenes estrictas de Su Alteza.
Se dieron la mano y acordaron que una limusina lo recogería esa misma tarde.
(1)el aspecto físico para el papel
(2)Buena suerte (lit.: en la boca del lobo)
(3)Unidad Anti-Droga de la Policía Nacional
(3)Unidad Anti-Mafia de la Policía Nacional
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