Marcel abrió la puerta del despacho y asomó la cabeza.
— Hace un día espléndido y no pienso desperdiciarlo acá dentro. Vamos a tomar un poco de aire.
Odette le dedicó una sonrisa desvahída.
— Una dosis de sol me va a venir bien— suspiró y cerró los archivos —. Vamos a caminar un rato.
Anduvieron un buen trecho en silencio. Odette iba algo distraída. Marcel le pasó el brazo por los hombros y la acercó a él. Compraron crepes de queso en un puesto callejero y se rieron como chicos mientras se quemaban al comerlas.
—¡Aagh, me muero de sed! — Odette carraspeó.
— Te invito a un café.
— Miserable, ¿nada más que café?
— También tengo chocolate.
— ¡Ajá! Eso es soborno.
Se sentaron a una mesita asoleada. Después de que les trajeron los cafés, sacó una tableta de chocolate del bolsillo y se la ofreció. Ella tomó una barrita y jugueteó con ella entre los labios antes de comerla.
— Eso es instigación. La voy a arrestar por ofrecerse en la vía pública— le susurró al oído y le besó el cuello.
— Quieto o nos arrestan a los dos por alterar el orden público— Odette mojó la barrita en el café y la mordió, provocativa. Él le acarició el pelo y bebieron en silencio. Odette estiró la mano y le recorrió el dibujo de la barba con el índice, con sonrisa de Gioconda.
— ¿No es un poquito... presuntuosa?
— Soy presuntuoso — Marcel estiró la boca hacia un lado en una sonrisa y ella le acarició el cabello y la frente.
— Extraño el mechón. ¿Por qué cuernos te hiciste ese corte de pelo?
Marcel se encogió de hombros mientras pensaba en una excusa decente.
— Quería probar...
— La barba, bueno, ¡pero el pelo!....No me gusta, es... kafkiano— ella frunció la nariz.
— ¡Kafkiano! Creí que me daba un aire diferente.
— Sí, de presidiario. ¿El peluquero de C* es ciego?
— ¡No, manco!
Se rieron, pero la broma no alcanzó a distraer a Odette.
— ¿En qué estás pensando? — preguntó, preocupado.
— En esas mujeres...
— ¿Cuáles?
Rápidamente ella le refirió los casos a su cargo y lo que había encontrado.
— No debería permitirme este tipo de prejuicios en esta profesión...— ella meneó la cabeza.
— Sin los prejuicios qué sería de la mayor parte de las investigaciones policiales...
— Un poquito de prejuicios, un poquito de paranoia— Odette suspiró con resignación.
— Cuando estás tan sarcástica, tus “clientes” deberían empezar a cuidarse el culo.
— Todavía no tengo ningún cliente...
— Y eso te molesta mucho.
— Msé.. — mojó otra barrita de chocolate en el café caliente y la mordisqueó pensativa, sin mirarlo. —No hay nada, absolutamente nada. Nadie inició una investigación seria. Me estrellé contra la indiferencia de cinco prefecturas, incluida la PDP, a las que les importa un comino la muerte de una prostituta. Hubo un caso anterior al que me asignaron y acabó en el archivo. Total, qué le hace una puta más o menos al municipio. ¡Hay tantas!— ella subrayó con acidez—. Y para colmo, las pobres son "extracomunitarias". ¡Como si fueran ganado! No entienden que están matando personas. Mucho declamar frente al periodismo y rasgarse las vestiduras en el nombre de los derechos humanos, pero cuando se apagan las cámaras, todos dan media vuelta y a la mierda con lo que predican.
Odette hizo una pausa que él aprovechó para pedir más café.
— Lo siento. No quería hacer un discurso de barricada, pero toda esa indiferencia me pone furiosa.
— Bueno, en mi defensa puedo decir que tu discurso no me fue indiferente.
Odette le dedicó una larga mirada. Parecía a punto de decir algo más, pero estiró la mano y le dibujó circulitos con el índice.
— Te amo...— murmuró ella.
— No lo digas como si te doliera.
Transcurrió una pausa extraña y la mirada de ella se volvió impenetrable. ¿Qué te pasa?, pensó Marcel con una punzada e aevertencia en el estómago.
— ¿Cómo estás?— ella preguntó, pero la pregunta iba mucho más allá de la mera situación del momento. Algo le subió y le bajó por el esófago antes de responder:
— Te echo demasiado de menos. Cuando... cuando termine el curso — y cuando Dios me perdone por todas las mentiras y las porquerías que estoy haciendo—, quiero que... volvamos a hablar de... vivir juntos — bueno, viejo, lo dijiste.
Mirarla a los ojos fue como ver cerrarse una puerta y Marcel sintió la irritación enroscársele en las entrañas. ¿Por qué?
— Sí... Cuando termines el curso.
Si no hubieras dicho nada, habría sido mejor. Se quedaron callados, incómodos, escondidos detrás de sus tazas. Espió por encima del borde: Odette bebía con total concentración. ¿Qué le pasa? ¿Qué me pasa a mí? Fumó con dolorosa fruición y exhaló como si respirara por su vida.
— Ya es hora de volver a trabajar... — murmuró Marcel sin demasiada convicción en la voz—. Arreglé encontrarme con Meyer, y Michelon también quiere verme.
— Prometo cocinar una comida decente esta noche — dijo ella mientras se levantaba y tomaba el bolso.
— No vuelvas a matarme de hambre: me pone de mal humor.
— Ya me di cuenta, Pantagruel, ya me di cuenta.
****
Mientras Dubois hablaba, Michelon observaba las líneas de tensión en la mandíbula y los tendones del cuello. Había mucho más que cansancio en las arrugas que endurecían la expresión del capitán.
— Ruggieri debe estar desesperado porque hizo que me buscaran en Génova para invitarme a una reunión en Milán — estaba diciendo Dubois —. Tuvieron que deshacerse de un cargamento completo, unos siete millones de dólares tirados al mar. Tiene que resolver el transporte de la mercadería y supongo que hará una propuesta. Si como pensamos, Ruggieri es nada más que un eslabón intermedio en esta cadena, el que se haya debilitado es muy conveniente para nosotros porque podemos usarlo para llegar a su distribuidor que, siempre según Ruggieri, lo es para toda Europa y cercano Oriente. Por otra parte, La muerte de Giuliani le echó encima a los perros de la Polizia Finanziaria. Los Carabinieri poco menos que le desarmaron el barco cuando entró a puerto en Génova. No fue sencillo desembarcar.
El estado de cosas la irritó más: Dubois sabe que yo sé que no podemos darle ninguna cobertura: si termina en una questura (1) , se las arregla para salir como pueda por las suyas.
—¿Ud. tuvo problemas? — Michelon preguntó .
— No. Los de la Finanziaria nunca le comprobaron nada a EuroAvventura así que no tienen evidencia de donde agarrarse, pero a partir de ahora me huelo que los Carabinieri se le van a pegar al fundillo de los pantalones.
— ¿En qué circunstancias murió Giuliani?
— Tuvo un accidente mientras buceaba... Ex campeón olímpico de natación y mundial de buceo...Por los comentarios que recogí…
Los que recogió de esa Sonja, Michelon pensó con desagrado. Bueno, hay cosas inevitables si pretende que la pantalla que utiliza sea aceptable. Continuó escuchando.
—…Giuliani no estaba de acuerdo con los “negocios alternativos” de EuroAvventura y quería separar las operaciones.
— ¿No hubo autopsia?
— Sobornaron a la policía griega, forense incluído— Dubois encogió un hombro—. Giuliani bebió antes de bajar a bucear y de acuerdo con la autopsia, sufrió un paro cardíaco provocado por la ingesta de alcohol combinada con un esfuerzo físico excesivo para su edad. Si es por lo de la bebida, tomaba como un marinero irlandés sin que se le moviera un pelo del bigote; después bajaba a bucear en zonas de arrecifes y volvía fresco como un lenguado. Le metieron algo en la bebida que no aparece en los peritajes. El tipo se jalaba con cualquier porquería que pareciera polvo. Por lo que sé, le cambiaron la blanca por otra cosa.
Más Sonja. Pobre tipa, le veo poco tiempo más a bordo, Michelon pensó con algo de tristeza. Está metida con éste hasta los tuétanos y eso le puede costar muy caro... ¿y él? Nunca lo vi tan molesto al llevar adelante un caso. Lo lamento, Dubois, son las porquerías de este trabajo.
— ¿Qué sigue ahora?— Madame preguntó, arrellanándose en su sillón.
— El próximo encuentro es en Milán. Tengo que alojarme en...— le pasó el papelito con el nombre y los teléfonos de un hotel de mediana categoría —. Meyer ya los tiene. Ruggieri me contactará para seguir con las negociaciones. ¿Qué averiguaron de mis compañeritos de crucero, Wenger y Alvarado?
— Se “reubicaron laboralmente”. Wenger opera bajo un nombre supuesto para una empresa checa que es pantalla de otra rusa. Alvarado no tiene tantos problemas: la guerrilla colombiana se encargó de que sus antecedentes parezcan el CV de un CEO— se sonrieron mutuamente, sin ganas—.No haremos movimientos hasta que Ud. nos lo indique, Dubois.
El mensaje era claro: “INTERPOL está afuera hasta que Ud. pueda salir ileso de ésta”. Dubois asintió sin hablar.
— Sé que le está yendo muy bien en C*— acotó animada, para cambiar de tema. La cara del capitán no modificó su expresión.
— Pasado mañana tengo unos exámenes. Trato de no hacer un mal papel.
— No sea modesto: recibí excelentes comentarios. ¿Cuándo estudia leyes?
— En los aviones— el capitán suspiró con resignación.
— Ya debe estar harto de nosotros: váyase a casa.
— Me prometieron comida casera— Dubois esbozó la primera sonrisa sincera de la tarde.
Cuando estaba a punto de abrir la puerta, lo llamó:
— Capitán... Si tiene algún problema... de cualquier clase, me gustaría saberlo.
Los ojos de Dubois destellaron y durante un latido de corazón tuvo la certeza de que él volvería a su asiento. Fue un titubeo de menos de una décima de segundo.
— Gracias, Madame. Si surge algo, lo tendré muy en cuenta.
****
Se lo pensó mejor y salió a la calle, caminó hasta el puente y se acodó en el parapeto a fumarse un Gauloise. Aspiró el humo como si pudiera reconfortarlo de sus pesares. ¿Qué hago: le pregunto por el puto número nuevo? Repasó la “evidencia”: completamente circunstancial, Dubois, se recriminó. El sujeto bien podría ser un contacto o un informante. No era capaz de admitir que él mismo estaba ocultando información a Odette. Lo mío es diferente: tengo órdenes. La estamos protegiendo.
Sacudió la cabeza, cuadró los hombros y dando una media vuelta resuelta regresó al Quai.
PARÍS, QUAI DES ORFÉVRES. MARTES POR LA MAÑANA
Meinvielle había rumiado la conversación con Marceau durante varios días y la convicción era cada vez más
fuerte. ¿Cómo puede convivir con eso? Tomó la decisión, nada académica por cierto: si se enteran me echan a empujones de la Asociación de Psicología. ¿Cuándo y dónde? No fue fácil buscar: los operativos de "especiales" no están a disposición de cualquier pedido inocente al Archivo. Pero preguntando se llega a Roma y si no vean a nuestros chicos de RG. Ja, nunca me hubiera imaginado jugando a Sherlock Holmes.
Cuando cruzó las puertas del Quai, el suboficial de guardia le preguntó amablemente qué buscaba por allí. Le faltó decirme "abuela", zopenco. La credencial le bajó los humos al meterete, que le indicó el piso sin que ella se lo pidiera o lo necesitara. El rumor habitual del piso menguó apenas cuando ella levantó la voz para preguntar por la comisario Marceau y un obsequioso sargento de uniforme le indicó la puerta cerrada.
— ¡Doctora Meinvielle, qué sorpresa! — Marceau se levantó a recibirla.
Se bebieron unos cafés mientras intercambiaban comentarios sobre temas generales.
— La charla con Ud. me resultó de gran utilidad, doctora. Tengo las cosas bastante más claras.
— ¿De verdad? —preguntó con ligera malintención pero Marceau continuó con entusiasmo.
— Creo que por fin pude encuadrar al sujeto. Fue muy sencillo a partir de ahí...
Ante la falta de reacción de la comisario, Meinvielle atacó frontalmente.
— Me pareció que en nuestro anterior encuentro quedaron temas pendientes… Si mal no recuerdo, Ud. me habló de alguien que había sido víctima de abuso sexual.
Marceau esbozó un gesto de sorpresa.
—¡Ah, eso! Curiosidad intelectual— respondió levantando un hombro.
— Conocía muy bien el caso para tratarse nada más que de curiosidad — A ver cómo le va con eso.
— Lo bien que una conoce un expediente.
Ah, Marceau, la pesqué en una mentirita.
— No creo que en el expediente hubiera mención de la sintomatología histérica— contraatacó Meinvielle.
Marceau sonrió apenas.
— Claro que no— y no dijo más nada.
— ¿De dónde conoce a la víctima? — insistió con el término que parecía molestarle más a Marceau —. Porque si no ¿cómo sabría tantas cosas tan íntimas acerca de ella?
— Preferiría preservar mis fuentes— la comisario se parapetó detrás del secreto profesional, pero ella no estaba dispuesta a soltar su presa tan fácilmente. Muerdo fuerte, Marceau: espere y verá.
— ¿Comisario, quiere decirme que ocultó evidencia en un caso criminal?
— Doctora, no creo que haya venido a decirme cómo tengo que hacer mi trabajo. Y le recuerdo que se trata de un delito privado, no de un homicidio. La ley actúa de oficio ante homicidios, no ante delitos privados.
— Hubo un muerto e intervención policial.
— El muerto fue el agresor y la policía actuó adecuadamente.
— Pero la víctima quedó por completo desprotegida. Si Ud. conocía las circunstancias debió haberla ayudado y convencido de solicitar apoyo médico y psicológico.
— Doctora, nos estamos perdiendo en especulaciones sin sentido. Los hechos transcurrieron hace mucho tiempo. Le repito, era simple curiosidad— la comisario volvió su sillón hacia la pantalla de la PC —. No vale la pena que discutamos por algo así.
Meinvielle se lanzó de cabeza.
—¿Todavía cree que Ud. se lo buscó, no es así ? — aseveró con voz queda y Marceau se la quedó mirando con los labios entreabiertos — ¿Cómo pudo callar algo semejante?— insistió—. No me extraña que sufra pesadillas y todo el catálogo de síntomas del viejo Sigmund.
— Doctora, ¿qué es lo que cree? — la comisario se envaró pero fue evidente que ya no podía sostener la situación.
— La pregunta es qué es lo que Ud. cree... ¿Que con no mencionarlo desaparecería de su vida? ¿De verdad se graduó en psicología? — deletreó — ¡Dígalo de una buena vez!
La comisario palideció pero no dijo nada.
— Eso es: quédese muda, guardando ese secreto terrible que la quema por dentro. El que el tipo esté muerto no quiere decir que no haya hecho lo que le hizo. El que sus propios compañeros de operativo lo hayan matado, no significa nada a la hora de lo que Ud. siente: humillación, rabia, impotencia. El abuso es horrible porque amenaza con destruir aquello por lo que luchamos: nosotras mismas.
Había quebrantado las defensas de Marceau de una forma que no esperaba. La comisario se hundió en su sillón y enterró la cara entre las manos durante un buen rato. Finalmente habló sin mirarla.
— Yo... quería encontrarlo... hacerle pagar por lo que había hecho... Cometí errores imperdonables... Murieron cuatro personas por mi causa... — la voz le temblaba cada vez más — Quise morirme cuando él... — se quedó muda.
— Cuando él... — la azuzó — ¡Dígalo en voz alta! ¡Le hizo daño, mucho daño! — rodeó el escritorio, la tomó por los hombros y la obligó a mirarla —. Si le hubiera pegado un balazo, seguramente mostraría la cicatriz. Esto también cicatriza. ¡Dígalo! Dígaselo a alguien más, a su madre, a una amiga. ¡Comparta su dolor, es la mejor forma de curarlo!
Marceau apoyó la frente en la mano acopada, sin mirar a ninguna parte.
— Ese hombre... me violó. Me arrasó el cuerpo y el alma. Lo odio, hubiera querido verlo morir muchas, muchas veces... Me envenenó, me dejó estéril con su inmundicia— la voz le rezumaba amargura.
— Sobrevivió a él, a su odio y al suyo propio. Puede amar a otros, ¿por qué no amarse a sí misma y perdonarse?
Ni una lágrima se escapó de los ojos enormes y opacos. Todavía no puede liberarse de ese fantasma: falta una última confesión. Seguramente sea la más dura de todas. Le tomó la barbilla y le levantó la cara.
— Ahora debe dar el siguiente paso: hablar. No conmigo: yo soy una extraña. Cuéntele su pena a quienes la aman.
— No puedo...— la comisario bajó la mirada.
— Sí puede. Pida auxilio, refugio. Eso está bien, es de seres humanos el necesitar de los demás y Ud no es la excepción ni SuperMujer. Si cree que puede hacerlo todo sola, está en un error: la vida está hecha para compartir las cosas buenas tanto como las malas. Mi querida, sería buena hora para que se curase de ese sentimiento que no la lleva a ninguna parte. Aprenda a dejarse ayudar.
Marceau sonrió tibiamente y se levantó. Bueno, al menos recuperó un poco el color. Ya me estaba sintiendo culpable.
— Gracias, doctora.
— ¿Por qué?
— Por ... no creerme.
— Ah, si me creyera todo lo que me dicen, dejaría bastante que desear como profesional — Cuando salía, la reconvino: — No deje pasar el tiempo sin hablar. No está curada: sólo inició el tratamiento.
MILÁN, OFICINAS DE BCB. MARTES POR LA MAÑANA
— ¿Tiene alguna novedad?— ladraron del otro lado de la línea.
Massimo Ruggieri se secó la transpiración que le perlaba la frente.
— Estoy detrás de eso, en estos momentos y conseguí información muy útil.
— ¿Qué mierda hay de la vieja? No va a decirme que no puede con una mujer de setenta y dos años...
— ¡Claro que puedo! La información de que le hablo me la pondrá en las manos.
— Ruggieri, no puedo esperarlo mucho tiempo más — la voz del otro restalló dura — Euroavventura se volvió muy transparente para sus Carabinieri.
— No hace falta que me lo recuerde — le retrucó irritado — BCB es un boccato di cardinale pero necesito un poco más de tiempo. Parece que la vieja encontró a la familia perdida.
— ¿Y qué?
— ¿Qué? Que si resulta que sea familia existe, tenemos más problemas. La presioné para que vendiera, hice que BCB tuviera algunos inconvenientes financieros menores para convencerla, pero la vieja se entusiasmó con la idea de que tiene un nieto en alguna parte, y lo está haciendo buscar. No sirve quitarla de en medio ahora. Aunque el estatuto social prevé que los socios tenemos precedencia para la adquisición de acciones, si hay un heredero estamos fritos.
— Me imagino que los herederos de la vieja son simples mortales— sisearon del otro lado.
— Ya lo pensé — ladró entre dientes—, pero tengo que encontrarlos primero, ¿no? y encargarme después.
— Espero que un poco más discretamente de lo que se encargó de Giuliani.
Cafone di merda (2) , se atreve a criticarme y él es discreto como un pavo real. Politicucho bocón.
— Giuliani murió en un accidente, la misma policía griega lo atestiguó. Hicieron la autopsia, reconstruyeron el hecho y todos libres, limpios de culpa y cargo.
— Cuénteselo a la policía griega entonces. Euroavventura se está fundiendo gracias a su maravillosa administracion y a la fantástica propaganda de la muerte de su cuñado, que le metió a los Carabinieri en casa. Tiene dos semanas de plazo para cumplir con los compromisos. No puedo seguir demorando los embarques o tendré que buscarme otro socio italiano y cobrarme lo que me debe... de alguna forma.
Este hiijo de puta madre no amenaza: me hizo la cortesía de avisarme. A la pobre lucciola(3) que encontraron tirada en la autopista a Bologna, no le avisó. La policía buscaba a un transportista que frecuentaba esa autopista, con un par de condenas por haber golpeado a otras.
Cuando Buffo lo llamó para quejarse, él le dijo que cerrara el pico. Buffo tascó el freno y le respondió que no pensaba proveerle más mujeres al animal de su socio transalpino, para que se las dejara tan golpeadas que no podían trabajar durante más de una semana, o se las matara, como la última vez.
— Ponga atención, Ruggieri, porque Ud. también pierde plata si las chicas no trabajan — rezongó Buffo.
— Y Ud. cierre la boca. Si la historia o el nombre circulan, es cadáver, y no diga que no le avisé. Mejor que sus pupilas se porten como es debido con él, no le mande chicas con ínfulas.
Pero le había costado sus buenos millones de liras “reponer la mercadería” del alcahuete.
Encima, es difícil conseguirle el tipo de mujer que quiere: a los milaneses les gustan rubias, con aspecto de eslava y éste quiere sicilianas. Habrá que buscar albanesas o turcas. Más problemas: untar a los de Migraciones para que hagan la vista gorda con las chicas. Ni muerto pienso recurrir a los calabreses.
****
Via Montenapoleone, MilánLas oficinas de la Via Motenapoleone eran lujosas, aunque no podía espera otra cosa de cualquier edificio en esa calle. ¿Y dónde mierda iban a vender artículos de lujo si no era en una calle de lujo?, pensó Marcel con acritud. Mientras esperaba a Ruggieri, la sensación de incomodidad crecía con cada minuto. La puta madre, tenía que ser BCB. El último lugar del mundo que hubiera querido pisar en su vida y ahí estaba, vestidito y perfumadito para una cita de negocios con un traficante de armas que en sus ratos libres era el director financiero de la firma familiar. Si me viera Michelon, se caería de culo de la risa. 'En esta profesión, hay miles de cosas que uno preferiría no hacer, pero las hace', y acá estoy, haciéndolas. Carajo.
Evidentemente no pudo evitar la mueca de desagrado, porque la secretaria se apresuró a servirle otro café, disculpándose por la inesperada demora del dottore(4) Ruggieri. Aceptó el café con displicencia y sin mirar a la mujer. Su celular eligió sonar en ese momento y respondió con brusquedad: Meyer, rastreándolo. Intercambiaron dos o tres frases preparadas.
— Estoy retrasado en esta cita. Te llamo apenas me desocupe.
Cuando cortó la comunicación, notó la mirada de la secretaria fija en él. La mujer se sintió sorprendida en su actitud de observación y desvió los ojos. Hermosa hembra, pensó distraído. ¿Dónde la vi antes? Recordó quién era al entregarle la taza vacía: ¡la viuda de Giuliani! ¿Qué mierda hace acá?
Ruggieri asomó de su despacho y lo saludó con un apretón de manos ampuloso.
— Alessandra, café para el señor Delbosco y para mí — ordenó sin “por favor” mientras lo hacía pasar a una oficina ostentosa.
Alessandra le lanzó una mirada verde y venenosa a Ruggieri.
— No para mí, muchas gracias — Marcel le sonrió por primera vez y la mujer agradeció el gesto cortés.
— Alessandra es la secretaria de Donna Valentina — comentó Ruggieri cuando cerraba la puerta —, y no le gusta que los demás directores le pidamos cosas.
Luego de ordenar que no le pasaran llamados, Ruggieri expuso la situación: las operaciones no podrían seguir adelante con EuroAvventura. Existía una posibilidad mejor pero que ocasionaría una pequeña demora. Ruggieri dio tantas vueltas que él se irritó y le exigió definiciones y el otro mostró el juego: las entregas podían hacerse utilizando como pantalla los embarques de BCB, pero para ello debían solucionarse unos detalles menores.
— Estoy gestionando la adquisición del paquete mayoritario de BCB— le confió Ruggieri —, pues eso me daría la comodidad de movimientos que necesitamos para nuestras operaciones.
— ¿Cuánto tiempo puede tardarse en esa gestión? Mis clientes preparan sus operaciones con tiempo, pero necesitan plazos ciertos.
— Pienso resolverlo en estas semanas.
— ¿Cuántas?
— Dos o tres como máximo.
— ¿Los accionistas mayoritarios estarán dispuestos a vender sin más?
Ruggieri bebió el último sorbo de café y continuó.
— La única accionista mayoritaria es la señora Contardi-Bozzi. Le hicimos una oferta muy interesante y...
— ¿Y qué pasa, si aún en ese caso, se niega a vender?
— Los socios minoritarios tenemos prioridad ante la oferta pública. Valentina es una anciana y no tiene familia. Es muy mayor, más de setenta años. Ud. comprende — Ruggieri lo miró a los ojos.
Claro que comprendo. Estás pensando en sacarla de en medio de cualquier forma. La idea le revolvió el estómago. Condenado hijo de puta. Esbozó una media sonrisa dura y Ruggieri, que estaba aguantando el aire, lo soltó más tranquilo.
— Entonces, vuelvo a preguntar: ¿cuándo?— e hizo un ademán con las manos: “Me pongo a su disposición”.
Ruggieri comprendió a la perfección y se le amplió la sonrisa.
— En ese caso, sólo hay que arreglar algunos detalles.
— Me gustaría tener idea de fechas. Tengo nuevas operaciones en vista con contactos en Rusia, que no interferirían con Wenger — Ruggieri se asombró de que él supiera para quién trabajaba el alemán. Si supieras, cucaracha —. Estos clientes tienen buen respaldo pero son exigentes en cuanto a tiempos. Si podemos cumplir con ellos, tendremos mercado asegurado a largo plazo. Necesito una definición ¿Puede dármela pronto?
— ¿De cuánto estamos hablando? — el otro se puso profesional
— Treinta millones cada tres meses, cinco por ciento de comisión para mí. Puedo dejar para Ud. una parte de mi comisión, digamos el siete por ciento de mi cinco por ciento, si conseguimos el negocio.
— El doce.
— Siete y medio.
— Nueve.
— Ocho— bueno, te puse la zanahoria delante, Ruggieri. A ver hasta dónde estás dispuesto a llegar.
— De acuerdo.
— Es un trato — se estrecharon la mano —. Quiero conocer esos detalles que usted mencionó —lo miró directo a los ojos.
— Tendré la información para usted esta semana.
Lo acompañó hasta la puerta de la oficina. Alessandra estaba de pie, hablando por teléfono y le lanzó una mirada de fría apreciación. Mierda, nunca antes me había sentido carne en el supermercado.
— Alessandra — Ruggieri llamó la atención de la mujer —, el signor Delbosco me llamará durante esta semana por una operación que su empresa hará con BCB. Te ruego que me lo pases a cualquier parte en donde me encuentre.
Alessandra les dedicó toda su glacial atención. Ruggieri hizo un gesto imperceptible con el mentón hacia el extremo más alejado de la recepción. La mujer les dedicó una semisonrisa.
— Por supuesto.
Marcel hubiera jurado que los ojos verdes habían destellado de placer.
****
Marcel estaba a punto de salir del edificio cuando un automóvil de lujo se detuvo y el guardia de seguridad corrió a abrir ceremoniosamente la puerta. Una mujer anciana descendió, agradeciendo el gesto del hombre.
— Buongiorno, signora Valentina.
— Buongiorno, Simone.
El nombre lo paralizó y no supo qué hacer, parado en medio del hall de entrada. La mujer entró entre los respetuosos saludos del personal y pasaba delante de él cuando se volvió a mirarlo. Se detuvo instantáneamente y parecía a punto de hablarle cuando Alessandra casi corrió hacia la entrada.
— ¡Signora Valentina, tengo un llamado esperando para Ud.!
— Arrivo, cara.(5) ¿Il signore? — preguntó mirándolo con intensidad.
Él habló antes de que Alessandra pudiera responder.
— Delbosco, Marco, signora — inclinó levemente la cabeza.
— La signora Contardi-Bozzi— aclaró Alessandra innecesariamente e insistió en la urgencia del llamado. Cuando se iban juntas, Alessandra volvió apenas la cabeza. No lo miró pero sabía que ella estaba esperando que se fuera.
Salió a la calle con las emociones revueltas. Era mi abuela. Hasta ahora había sido nada más que un nombre, una anciana a la que la escoria de Ruggieri quería asesinar para poner sus patas sucias sobre BCB. Una complicación en un caso en el que estaba trabajando undercover .
¿Y ahora, qué?
HOTEL DE MILÁN, MARTES POR LA NOCHE
Paseó por la suite tratando de atrapar retazos de aquel único encuentro, a sus cinco años. Conservaba la imagen borrosa de una mujer que le había parecido vieja. Por aquel entonces Valentina tendría unos cuarenta y cinco años; hoy la hubiera llamado una bella mujer. Lo había mirado largamente y le había rozado apenas la mejilla con un beso que él no devolvió, a pesar de las reprimendas de su madre. Consiguió que mamá le diera permiso para levantarse de la mesa del café y jugar alrededor de las otras vacías, en la vereda asoleada. Cada vez que volvía la cabeza, su abuela lo estaba mirando.
"Se parece a él", la oyó susurrar cuando se acercó a tomar un sorbo de gaseosa. “¿A quién me parezco, mami?" "A tu papá", intervino rápidamente su madre, y le dijo que fuera a jugar pero no muy lejos. Finalmente, mamá lo llamó porque se hacía tarde y debían volver a casa. Su abuela lo abrazó, esta vez muy fuerte y lo llamó "Marcello", y entonces se dio cuenta de que ellas hablaban en italiano entre ellas y con él. "Marcel", corrigió mamá, en francés. "Le pusiste su nombre", respondió su abuela, con mirada triste.
“¿Quién se llama como yo?” había preguntado a su madre, extrañado. “¿Quién es Marcello?”
“ Tu abuelo, mi padre”, dijo mami después de una eternidad. “Apurémonos que se hace tarde”, y lo tomó muy fuerte de la mano.
“¿Me llamo como mi abuelo? ¿Por qué?” Mamá no respondió. “¿Mami, por qué?” insistió y ella le sacudió el brazo para llamarle la atención al cruzar una avenida. “No le digas nada a papi sobre la abuela: es nuestro secreto”, le hizo prometer y le dio un beso. “¿Mami, me parezco a papá?”. “Por supuesto mi amor: tienen los mismos ojos, el mismo carácter”, mami sonrió apenas. “Los dos son altos...” “¿Voy a ser alto como papá?”
“ Más alto que papi”, y la mano le transpiraba en la de su madre, que se la sujetaba dolorosamente mientras corrían a casa. “¿Por qué no podemos contarle a papá...?” “¡Me lo prometiste!”, gritó su madre y lo sacudió, los ojos maravillosos llenos de lágrimas. No le gustaba verla llorar, le daba miedo y volvió a prometer que no diría nada.
Mami corrió a su dormitorio a quitarse el vestido y a preparar la cena. Se puso la bata azul que le habían regalado con papá para su último cumpleaños y él se quedó fascinado mirándola. “Mami parece una princesa”, pensó y se fue a jugar al comedor, debajo de la mesa, con los autos de juguete. Uno era el patrullero de papi y el otro era el auto de los ladrones. Rum, rum, los hizo pasar entre las patas de las sillas. “Voy a pedirle a papá que me lleve con él en el patrullero”. Entonces llegaron su padre y la tragedia.
La memoria te juega sucio, carajo. Le había traído cada palabra, cada sobreentendido y cada mirada. Detalles ínfimos que a sus cinco años no tenían sentido y hoy, casi treinta años después, empezaban a develar sus significados. Uno es un boludo que se cree que el pasado se borra tan fácilmente como los archivos de la computadora: DELETE y a la mierda con los files, pero está ahí agazapado, esperando la ocasión para asaltarte con la guardia baja.
El teléfono sonó con insistencia. ¿Será Ruggieri?, pensó con desgano al levantar el auricular.
—¿ Signor Delbosco? — era una de las empleadas de la conserjería— Un llamado para Ud.
Del otro lado de la línea había alguien que vacilaba en hablar y rezongó molesto.
— Signor Delbosco, soy Valentina Contardi-Bozzi. Necesito hablar con Ud., en privado.
La puta madre, lo que me faltaba. No lo puedo creer, ¿cómo me localizó?
— No sé cuándo, señora. Viajo mañana muy temprano y...
— Ahora mismo, en mi casa.
Vaciló, cortado. ¿Y qué excusa le pongo? Valentina tomó su silencio por asentimiento.
— Un auto pasará a buscarlo. Sepa disculpar que no se trate de mi chofer, pero es mejor así por ahora—
Clic.
¡Carajo, qué hago! Se pasó la mano por la cara y el pelo con furia. No tuvo demasiado tiempo para pensar: el teléfono sonó nuevamente para anunciar que un automóvil lo esperaba en recepción.
****
La ¿casa? Un palazzo soberbio de tres plantas, adornado con una fastuosa elegancia finisecular italiana que lo impresionó. Un poco recargado para sus gustos espartanos en cuanto a decoración, pero tenía que admitir que era magnífico. La doble puerta se abrió en el momento en que él bajaba del auto alquilado y el hombre mayor que esperaba del otro lado le cedió el paso ceremoniosamente.
— La signora lo está esperando — dijo el hombre luego de echarle una mirada atenta. Podría jurar que el tipo dio un saltito cuando me vio, pensó a medias incómodo.
Pasó a una salita con sillones, dos sofás y mesitas por todas partes. Preciosas estatuillas de porcelana se exhibían sobre cada mueble. Sobre una mesa rodante, había un servicio de café. El hombre le sirvió una tacita y salió silencioso, sin dejar de observarlo cada vez que creía que él no lo notaba. Se bebió el café y encendió un Gauloise a despecho de la ausencia de ceniceros. No quería pensar en dónde se encontraba: la casa de sus abuelos. La que había sido la casa de su madre. No son nada para mí. No significan nada, fumó con rabia.
— Signor Delbosco.
Valentina acababa de entrar y había cerrado la puerta en silencio. Trató de componer una expresión neutra y murmuró un saludo.
La anciana se sentó frente a él. Traía con ella un portafolios delgado y elegante. Detrás de ella volvió el hombre con un cenicero de cristal que dejó a su alcance. Le agradeció con un movimiento de la cabeza; el hombre respondió con un solemne “Signore”, y salió.
— Siéntese, por favor. ¿Le sorprendió mi llamado? — Valentina preguntó a quemarropa.
— Debo decir que sí — Marcel respondió mesurado.
— ¿Ha estado antes en Milán?
— No.
— Tiene un excelente acento milanés para no haber estado nunca antes.
— No sabía — claro que sabías, boludo, tu madre tenía el mismo acento. Mantuvo la boca cerrada.
— ¿Dónde hace habitualmente sus negocios? — la mirada de la anciana lo taladró.
— Señora, si lo que necesita son referencias comerciales y personales, podría habérmelo dicho sin más y yo se las hubiera ofrecido de inmediato. Mis oficinas principales están en Marsella.
— ¿Y en París?
— Tengo algunos negocios. Señora, si me lo permite, puedo enviarle mis carpetas de presentación y...
— ¿Ha estado en París recientemente?
— Voy habitualmente — respondió con cautela.
La anciana desparramó unas fotos sobre la mesita, y él se quedó helado: él mismo, en París, cruzando el Pont au Change; bajando del auto alquilado; en la puerta de su edificio. Esparció las tomas por encima de la mesa con cara de póker mientras trataba de controlarse. ¿Quién es el condenado hijo de puta que se divierte sacándome fotos? Y ya que estamos, ¿cómo carajo tuvimos esta falla de seguridad? El fotógrafo es uno que sabe hacer su trabajo.
— ¿Es Ud., signor Delbosco?
Pasó las fotos una a una, inexpresivo.
— A primera vista pareciera que sí. Podrían estar retocadas — añadíó, cada vez más incómodo.
Espió a la anciana desde debajo de las cejas: ella lo miraba con una ansiedad indisimulable. Se sintió un gusano de cuarta categoría cuando Valentina estiró la mano y la apoyó sobre una foto.
— Estoy buscando a esta persona.
Nunca había sido tan conciente de ser tan mal mentiroso e hizo acopio de coraje para hacerlo aun peor.
— No creo que se trate de mí, señora.
La anciana pareció encogerse en el sillón.
— Lamento mucho haberlo incomodado. Guglielmo lo acompañará.
— Gracias, señora. Buenas noches.
La commedia è finita(6) , pensó con acritud. ¿Cuánto falta para que todo el operativo se vaya a la mierda?
(1) comisaría
(2) boludo de mierda
(3) prostituta (lit: luciérnaga)
(4) doctor. Término de respeto para cualquier profesional o persona con cargo jerárquico.
(5) Ya voy, querida.
(6) La comedia terminó. (Frase final de "I Pagliacci", de R. Leoncavallo.