Capitán Bernard Meyer
GÉNOVA, MEDIADOS DE LA PRIMERA SEMANA DE ABRIL
Marcel se registró en el hotel como Marco Delbosco, veronés residente en Marsella, documentos en regla: pasaporte, tarjetas de crédito y personales, cheques. En estas épocas todo es reciclable menos los alias, le sonrió siniestro al espejo mientras se acariciaba el pelo recién cortado en estilo casi militar. La barba afeitada a la última moda de Milán le daba un toque ligeramente perverso. Se había reunido con Meyer en el aeropuerto y Meyer había esbozado una sonrisita socarrona.
— Te van a arrestar por portación de barba...
— La envidia te está matando, Jumbo.
Tres o cuatro días, una semana a lo sumo y luego de vuelta a casa: Michelon no quería perder su rastro ni el de Meyer. "Sin riesgos inútiles", había insistido Madame, que se sentía incómoda, encadenada a su sillón de la Brigada sin la posibilidad de darles apoyo.
Jumbo y él se habían encerrado a preparar el trabajo: por el momento, estudiar el terreno. Él haría el contacto inicial en Italia: un “interesado” en ciertas mercaderías muy específicas. Jumbo sería su “enlace” para América. Se resistía a pensar en algún sitio determinado aunque el informe señalara con flechas de neón. Habían rastreado los numerosos nombres citados en el informe Henri como miembros de la red de tráfico y sus posibles relaciones. Muchos estaban muertos de muerte violenta — nada fuera de lo común en esa clase de gente — y otros habían desaparecido adecuadamente. Por fin apareció uno vivo: un tal Massimo Ruggieri, de Milán.
Verificaron con discreción que Ruggieri, que no tenía antecedentes en Italia ni en el resto de Europa, era socio de una agencia de turismo alternativo que organizaba cruceros por el Mediterráneo, el Adriático y la costas norte y occidental africanas: itinerarios sospechosamente convenientes.
— Qué te parece, Jumbo: tienen una pantalla perfecta — marcó los puertos en el mapa —. Mientras pasean a los pasajeros, cargan y descargan.
— ¿Vas a hacerte un crucerito? — preguntó Meyer.
— Uno de dos o tres días: el que llega a Marruecos.
— ¿Qué se supone vas a hacer a bordo, además de mirar a las chicas?
— Jugar un poco. La Polizia Finanziaria no le tiene demasiado afecto a EuroAvventura pero hasta ahora no pudieron comprobar nada. Los clientes son gente de mucho dinero, uno no va y arresta a un miembro del jet-set como si fuera un delincuente común, nada más que por jugarse unas fichas en un casino clandestino.
— Seguramente más de un general de los Carabinieri se asolee en cubierta: chicas, blanca... — Jumbo se encogió filosóficamente de hombros— ¿Y yo, cuándo empiezo a jugar?
— Tan pronto encuentre un enlace con los que despachan, te paso la pelota.
Antes de separarse, Meyer preguntó:
— ¿El jefe se tragó lo del curso y el ascenso?
— Parece que sí. Espero que no se ponga suspicaz porque estoy frito. Tengo previsto pasar por C* antes de ir a Génova y ver qué es lo que arregló Michelon.
— Si te vas a meter en el papel, mejor que te pongas a dieta: en C* la disciplina física es un deber moral.
— Entonces te vendría bien que te ascendieran a inspector general, querubín— le pellizcó los cachetes y Jumbo le dedicó un pescozón.
Después de intercambiar unos tortazos amistosos, se despidieron. Algo frío le rondó las entrañas.
—Jumbo, no la descuides mientras estoy afuera.
— No te preocupes. Le voy a pisar los talones y si trata de escaparse, se los muerdo.
— Ni una palabra con ella. Órdenes de Michelon.
— Soy una tumba.
La reunión con el director de C* no había comenzado de modo amable. El fulano, un comi de alto rango, lo había mirado de arriba abajo como si se tratara de un insecto bajo estudio.
— No tengo muy claros los motivos para estas condiciones especiales que solicitó Michelon, capitán Dubois. Estoy dispuesto a concederlas sólo porque la comisario me lo pidió, pero debe saber que las exigencias serán las mismas que para los oficiales que realizan el curso a conciencia.
Traducción: me van a romper el culo en cada examen del podrido curso. Mejor que afiles el lápiz, viejo. Puso cara de hoja en blanco.
— Comisario, me limito a cumplir órdenes — le entregó un sobre que Madame le había dado “por si hay que convencer a alguien” . Bueno, parece que estoy delante de ese alguien.
El hombre abrió el sobre y leyó la nota casi sin respirar. Cuando dejó la hoja sobre la mesa, su disposición de ánimo había variado visiblemente.
— Capitán, esto cambia las cosas.
Los bulldogs sonríen, quién lo hubiera creído. El comi le devolvió la carta.
— No necesito ningún registro escrito. Bien, dados sus antecedentes y la investigación que encara, la dispensa es comprensible — el hombre se puso de pie y le tendió la mano —. Le deseo suerte, capitán y espero entregarle sus charreteras de comandante junto a los demás graduados del curso. No querrá decepcionar a sus superiores.
— En absoluto, comisario.
Se despidió de su primer día en C* sin estar seguro si lo del ascenso era una buena cortina de humo para Odette o una piedra en el zapato.
****
Los pasajeros del crucero se saludaron como viejos conocidos que eran y le lanzaron miradas entre intrigadas y suspicaces. Un sesentón musculoso y bronceado, a cargo de las actividades a bordo, exhibía sonrisa de relacionista público mientras recibía uno a uno a los pasajeros.
— PierAndrea Giuliani — se presentó y miró la lista de embarque —. Ud. debe ser Marco Delbosco.— Así es— Marcel sonrió tan espléndidamente como su anfitrión y le estrechó la mano con ampulosidad —. Me recomendaron sus cruceros y no veía la hora de embarcarme en uno.
Giuliani le presentó a otros pasajeros.
— Son amigos más que clientes de EuroAvventura — nombró a dos o tres apellidos que sonaban en los medios: un cantante lírico, un músico de rock, un banquero. No había mujeres en la lista.
— ¿A qué se dedica, señor Delbosco? — preguntó el banquero.
— Comercio internacional — explicó con ambigüedad y una sonrisa más espléndida que la anterior —. Es un trabajo estresante. Necesitaba un relax y aquí estoy.
Se pasó el resto de la mañana haciendo sociales con los otros viajeros, y mirando a las mujeres que habían aparecido en cubierta tan pronto la nave zarpó y se alejó a prudente distancia de las lanchas de la Prefectura italiana.
— Hermosas hembras— comentó despreocupado a su compañero ocasional de barandilla, que asintió señalando a una negra bellísima, alta y delgada como una gacela.
— EuroAvventura sólo ofrece lo mejor. En todo sentido — subrayó el hombre.— Sin duda. Por eso estoy a bordo— lo miró directo a los ojos.
— Creo que no nos presentaron: Massimo Ruggieri.
— Marco Delbosco.
Se estrecharon la mano. Así que este es uno de los “candidatos” de Henri.
— ¿Cuál es su tipo? — Ruggieri cabeceó hacia las mujeres, que se reían a carcajadas con un grupo de hombres con copas en la mano.
— Ah, qué pregunta difícil. Si tengo que elegir alguna... La rubia alta, con aires de mannequin.
— Eso es lo que es — Ruggieri sonrió irónico.
— Entonces tengo buen ojo.
Ruggieri la llamó y se la presentó. La mujer le tendió una mano lánguida y perfumada.
— Sonja— Los ojos verdes relumbraron bajo las pestañas. Ojos de pupilas muy dilatadas. ¿Cuánto se dopa esta mujer para hacer lo que hace?
— Marco.
— Lo dejo en buena compañía— Ruggieri le palmeó el brazo.
****
Sonja Jorgensson
primera noche lo dejaron ganar en la ruleta y procuró simular que había bebido lo suficiente como para irse a dormir sin llevarse la rubia a la cama. Al día siguiente, ni siquiera asomó en cubierta y se quedó atornillado a una mesa de baccarat. Sonja lo rondó consecuentemente, alentándolo cuando ganaba y lamentándose cuando perdía.
— Quiero hablar con Ruggieri — se la sentó en las rodillas y le besó el cuello —. A solas. — ¿Y a mí cuándo me toca? — se quejó ella. Pobrecita, te estás perdiendo las propinas.
— Después que me consigas la cita con Ruggieri.
La mujer lo besó con la boca abierta y le rozó los labios con la lengua.
— Te tomo la palabra.
****
— No es un hombre de perder el tiempo, Delbosco.
— No, y tampoco dinero. Ya dejé bastante en sus mesas, pero no me quejo. Son las reglas del azar.
— Puedo ofrecerle crédito...
— No es lo que necesito de Ud. Crédito es lo que me sobra— cambió sutilmente de actitud física—. Soy comprador. Tengo una clientela muy especial y exigente, y tengo buenas referencias suyas.
— No sé nada de Ud...— el otro se volvió cauteloso.
— Quizás conoció a alguno de mis anteriores contactos— nombró a dos de los finados de la lista de Henri, más un “Frankestein” que habían fabricado con Jumbo. Era tan ambiguo que podía haber sido cliente de medio planeta y la otra mitad le creería. Los llamados se desviarían a un celular que Jumbo llevaba permanentemente encima; los e-mails serían re-ruteados, lo mismo que los faxes. Meyer estaría ocupado preparando papelería membretada, sobres, sellos y falsos archivos fotográficos de falsos clientes.
— Se imaginará que tengo que constatar cuanto Ud. me informa.
— No espero menos. Hágalo pronto: volvemos a puerto pasado mañana y no quisiera volver a Génova sin un principio de acuerdo.
Cuando volvió a su camarote, Sonja lo esperaba en la cama, adobada con la dosis de rigor.
****
— Le ruego comprenda que tenía que tomar mis precauciones — Ruggieri sonrió disculpándose.
— Si no lo hubiera hecho, no sería Ud. confiable— Marcel dejó traslucir una amenaza sutilísima.
— Me gustaría invitarlo a nuestro próximo recorrido, la semana que viene. Salimos el jueves, regresamos el domingo por la mañana. Podremos hablar cómodamente y analizar nuestras mutuas ofertas.
— Me parece bien.
O sea que te vas a tomar una semana para continuar investigándome. Bien, me da tiempo para hacer lo propio.
****
— ¿Y? ¿Qué encontraste? — preguntó Ruggieri entrando al camarote de Sonja.
— Lo que le dije: tarjetas de crédito, tarjetas de presentación de varias firmas, efectivo, papeles de negocios de una firma en Venezuela...Parece ser quien dice ser. El pasaporte es italiano.
— ¿Qué tal es?
— No del tipo de los que hablan en la cama.
— ¿Gay?— no sería la primera vez que usaran a un bisexual como intermediario.
— No me lo pareció — Sonja exhibió una sonrisa de gata.
— ¿Fue generoso?
— Digamos que sí...— se encogió de hombros —, tratándose de un italiano. Me tocaron peores.
— Quién sabe la próxima.
— ¿Vuelve?— la mujer abrió los ojos apenas un poquito y luego volvió a entrecerrarlos desdeñosa.
— ¿Qué, te gustó?
— No está mal— Sonja curvó apenas los labios hacia abajo pero la sonrisa pudo más. O sea que la propina no fue tan mala o Delbosco es muy bueno en la cama. A Sonja le gusta su trabajo.
PARÍS, OFICINAS DEL SERVICIO DE RG. PRIMERA SEMANA DE MAYO
Inspector General Patrice Lejeune, de RG
El capitán se sentó del otro lado del escritorio impresionante del inspector general Patrice Lejeune, director de RG(1) , y apoyó el expediente.
— Está frecuentando a una prostituta aquí.
— ¿Frecuentando? — repitió Lejeune con incredulidad.
— Sí, inspector. Parece que la tipa es de su gusto.
Una mueca sarcástica estiró la boca de sapo de Lejeune mientras el capitán le pasaba las fotografías.
— O sea que ésta lo mantiene tranquilo.
— Yo no confiaría demasiado, señor. Es muy violento.
— No hace falta que me lo recuerde, capitán— meneó la cabeza—. ¿La tipa tiene rufián?
El capitán le alcanzó más fotos y el informe. Un viejo conocido, sonrió de costado. Carajo, la gentuza con la que uno se cruza en la PN.
— Tráiganme al alcahuete. Quiero saber en qué anda, además de proveerle putas a nuestro hombre.
Después de despedir a su subalterno se sirvió un coñac. Nos equivocamos con este sujeto, los proxenetas le conocen los vicios. Si la tipa lo calienta y el cabrón termina abriendo la boca, fanfarrón como político que es.... No se puede mezclar mujeres con estos asuntos. En la Orden no hay mujeres.
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Los dos gorilas lo esposaron sin demasiada consideración por su persona y lo metieron en un auto azul sin identificación.
— ¡Tengo influencias muy importantes! —el Nene Rimbaud fanfarroneó desde detrás de la grilla metálica— ¡No pueden encanarme sin una orden judicial, ni ...!
— No me aburras, Rimbaud — el gorila del asiento del acompañante le apuntó con una Beretta de tamaño más que respetable —. Adonde te llevamos, tus influencias no valen una puta mierda.
Llegaron a un galpón de ferrocarril en el X°, lo bajaron del auto y lo entraron a la rastra. El lugar era una nave enorme, vacía salvo por una mesa a la que estaba sentado un tipo. En el fondo se apilaban cajones viejos casi hasta el techo. Cuando los gorilas lo sentaron ante el tipo, el pico de miedo le frunció el escroto.
— Una de tus chicas se encama con Ayrault — dijo el tipo mientras jugaba con un anillo de sello en su anular derecho.
— No conozco a ningún Ayrault.
El hombre se levantó con parsimonia y rodeó la mesa: no más de un metro con setenta y cinco, pero con unas espaldas y unas manazas que podrían partir la mesa de un solo golpe. Las piernas se le adivinaban musculosas bajo el traje carísimo. Cada paso del tipo parecía calculado y ejecutado con la elasticidad y economía de movimientos de un animal. Tan ocupado estaba en estudiarlo que el revés en la mandíbula lo sorprendió y lo tiró de la silla.
— No me tomes por boludo, Rimbaud. Éste — señaló una carpeta sobre la mesa mientras los gorilas lo sentaban de nuevo —, es tu expediente original de la PDP: una auténtica mierda. Escoria de la peor calaña. Traicionaste a tus compañeros para vender por tu cuenta un cargamento de blanca secuestrado en un allanamiento. En tu perra vida como suboficial hiciste un solo arresto de algún delincuente que hubieras perseguido... Alguien te hizo el favor de limpiarte los sumarios para que pudieras retirarte y no terminar adentro, porque los mismos presos te hubieran degollado— la bestia se apoyó en la mesa con la jeta a dos centímetros de la de él — JJ Ayrault fue ese alguien. A cambio, te da trabajitos de dealer y te consiguió socio en la PDP para ayudarte con las chicas. A cambio las usa gratis, JJ no hace nada por nada. Quiero un informe de los movimientos de JJ cada vez que se aparezca por París. Todo: con quién se encuentra, el hotel en donde se aloja, a quién se coge y cómo le gusta más; quiero hasta el texto de los discursos que tanto le gusta dar. Tu culo está en juego y te lo voy a romper personalmente. Y para que no dudes de que puedo cumplir mi palabra, acá va una muestra gratis.
A una seña, los gorilas lo tiraron boca abajo encima de la mesa y le bajaron los pantalones. Uno le sostuvo la nuca, aplastándole la cara contra la madera y el otro le sujetó las piernas. El ruido del cierre lo aterrorizó.
— ¡NO, NO! ¡Está bien, hago lo que quiera! — sollozó medio ahogado contra la mesa — ¡NOOO!
No pudo seguir gritando: le metieron un trapo mugriento en la boca y casi se ahogó, no supo si de dolor o de miedo.
Lo soltaron y le abrieron las esposas. Como pudo se sacó el trapo y se subió los calzoncillos y los pantalones mojados con deshechos corporales propios y ajenos.
— A este número— uno de los gorilas le tendió un papelito.
— ¿A q-quién...?— tartamudeó. Le temblaban tanto las piernas que apenas podía sostenerse parado.
— Etchegoyen. Sáquenlo de mi vista.
(1) Renseignements Généraux: Servicio de Informaciones de la PN.
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