Despacho de la Crio. Michelon
El capitán Marcel Dubois miró a la comisario de división Claude Michelon por encima de las hojas dos o tres veces, dejando de leer al tiempo que la sensación de vacío y vértigo se le aposentaba en el estómago. Dejó los papeles sobre el escritorio sin abrir la boca.
— Lo siento, Dubois. Quisiera no haber recibido nunca ese informe. Tenía pensado darle la buena noticia del ascenso, pero esto — Madame golpeó las hojas con el índice —, tiene prioridad.
— Madame, ¿no corresponde a IGPN? — Marcel cruzó los dedos mentalmente.
Michelon vaciló antes de continuar.
— Precisamente alguien de IGPN, de cuya honestidad no puedo dudar, fue quien me lo dejó entre las manos. De acuerdo con esa persona, dejó de ser sólo territorio de IGPN.
— No me extraña — Marcel arrugó la frente—. Muchos matarían por la décima parte de todo esto.
— Ya empezaron — el tono de Madame era acre —, aunque no hay forma de probarlo.
—Veo un solo inconveniente para mi asignación a este caso: cómo mantener a ... a la comisario Marceau — iba a decir “Odette” —, al margen de esto.
— Ya pensé en eso: el ascenso estaba previsto. Los cursos en C* son muy exigentes; los postulantes deben quedarse allí en varias ocasiones... Es la excusa perfecta para ir y venir sin demasiadas preguntas. No creo que Marceau sea del estilo de perseguirlo telefónicamente. Por otra parte, no la quiero en este caso. Hay aspectos de la investigación...— Madame vaciló buscando el término adecuado —, digamos, sensibles. Hay vinculaciones con... casos anteriores. Cuando lea el informe completo, comprenderá.
Entonces es cierto, carajo. Ahora sí me duele el estómago. Dios, no tan pronto, no sé si puedo enfrentarme con ellos otra vez. La idea le petrificó la cara y Michelon lo notó.
— Dubois — lo tranquilizó —, si no quiero a Marceau en este asunto es porque estuvo directamente involucrada en una investigación relacionada con este sujeto y no sería ético que ella estuviera a cargo. La conozco bien y sé que trataría de ser lo más imparcial posible, pero desde mi posición no puedo permitirlo.
Se la quedó mirando fijo: Madame no está demasiado deductiva esta mañana. Por lo que leí en esta basura, voy a toparme con gentuza que conozco demasiado bien.
— Un solo “pero”, Madame: ¿cómo voy a justificar el que deba "recursar" más adelante?
— No lo hará. De hecho, conseguí condiciones especiales para Ud: deberá asistir sólo a los exámenes. Así que en definitiva, sí irá a C*, aunque no con la frecuencia estricta que requiere el curso — Michelon lo miró complacida —. No todas son malas noticias.
No sé si alegrarme o pegarme un tiro en las... Se ahorró a sí mismo la imagen deletérea de esa parte sensible de su anatomía.
— Una cosa más, Dubois — Madame tomó un expediente de la pila —. Ud. tiene familiares en Milán...
— No los conozco y no tengo interés en hacerlo — la interrumpió con sequedad.
— .. que tienen una empresa que casualmente opera con proveedores del otro lado del Atlántico — Michelon obvió su tono terminante—. Sería una cobertura interesante, si tuviera que utilizar alguna.
— Preferiría no tener que verme obligado a eso. Quiero decir, tomar contacto con ... mis familiares— tuvo que esforzarse para ocultar el disgusto.
— Capitán — Michelon lo miró con ojos grises y fríos apenas velados por los párpados —, en esta profesión hay miles de cosas que uno preferiría no hacer, pero las hace.
Es una orden, viejo. Te mandaron a tu lugar. Michelon continuó después de asegurarse que había sido comprendida.
— Los circuitos que recorren los fondos y las armas pasan por el puerto de Génova. Las armas siguen por mar hasta el Adriático y luego al continente. El dinero se desvía por bancos italianos a bancos luxemburgueses y desde allí se esfuma.
— Que es algo que el dinero no suele hacer. Alguien debe reunirlo en alguna parte para pagar.
Michelon hizo una pausa.
— No trabajará solo en esto. Elija un compañero.
— "Jumbo" Meyer— dijo casi sin pensar—. No confiaría en nadie más.
— Yo tampoco, Dubois — Madame sonrió —. Bien, son un equipo. Llévese el informe y comiencen a trabajar. Una cosa: esos exámenes en C*, debe aprobarlos. Fue el compromiso que asumí al negociar las condiciones. No espero menos de Ud.
Asintió sin hablar y se levantó. O sea que voy a perder las pelotas de cualquier modo.
****
— Tengo una sorpresa — le dijo mientras la abrazaba en la cama. Ella lo miró expectante. — Estuve con Michelon esta tarde: van a ascenderme a comandante — Marcel cruzó los dedos detrás de la espalda.
— ¡Magnífico! — Odette lo besuqueó; estaba tan feliz por él que lo hizo sentir culpable.
— El curso es en C** y comienza el lunes próximo. Serán montones de idas y venidas y tendré que quedarme algunas veces — explicó, molesto por la verdad que Odette desconocía.
— Bueno, si ese es el precio por el ascenso, vale la pena pagarlo, ¿no?
— No me queda más remedio — rezongó. ¿Te entusiasma la idea de tenerme lejos? Se arrepintió de inmediato. Soy un idiota. Dubois, no abras más la boca, vas a embarrar todo.
— Siempre podemos hablar por teléfono— ella se acurrucó debajo de su brazo —. Imagino que habrá teléfonos públicos o un número al que dejar mensajes en C*...
Hubiera podido jurar que los testículos le habían subido al menos dos centímetros: ¡El teléfono! ¡Carajo! Mejor que pienses algo, viejo, porque esto se está complicando.
— Pensaba llevarme el celular...
— Eso es mejor — ronroneó ella mientras le rascaba el estómago y descendía hacia el pubis —. Y esto está mucho mejor... Creo que me va a extrañar— lo acarició peligrosamente.
— Yo también.
OFICINAS DEL DIP. AYRAULT, CHAUMONT. MEDIADOS DE FEBRERO
— Señor, tiene una llamada desde el Comité Central — Loiseau asomó la cabeza de pájaro por la puerta.
Gruñó un asentimiento. ¿Quién jode ahora? Estaba revisando los nada halagüeños estados de cuentas personales y del FRF: estoy enterrado hasta las pelotas. La campaña estaba costando demasiado, a pesar de los buenos oficios de Blanche Lemaire a cambio de las encamadas maratónicas de las siestas. Casi todos los descubiertos están al límite: necesito ese préstamo lo antes posible.Estaba a punto de llamar al banco de Montevideo que sus contactos de Buenos Aires habían sugerido, cuando Loiseau lo habia interrumpido.
— Te llamo para darte buenas noticias — la voz del otro lado sonaba queda.
Bueno, es este cretino. Menos mal, no estoy de humor para rendir cuentas a nadie.
— Estoy muy ocupado. ¿Cuáles? — preguntó displicente.
— Me reasignaron. Soy asistente del comisario Auguste Massarino.
— ¿Y esas son buenas noticias? — masculló. ¿Imbécil, no tiene un carajo que hacer?
— ¿Qué te pasa, jefe? Massarino es del SSMI (1) , tiene acceso a información clasificada! Todavía falta limpiar algunos expedientes....— le recordó el gusano —. Entro en funciones la semana próxima.
— Bien, ya le encontraremos alguna utilidad a tu Massarino — cortó la comunicación con cualquier excusa.
Carajo, tengo demasiadas cosas de qué ocuparme...Aunque todavía debo algunos favores y esta cucaracha me los puede allanar. El directo interrumpió sus cavilaciones y le provocó un pinchacito al final de la espina dorsal. No era un número que conocieran muchos de sus allegados.
— ¿Jefe?
— ¡Nene...!
— Tengo una sorpresa muy especial para cuando tenga tiempo de hacerse ver por París.
— Si encontraste lo que te pedí, voy a dejarme ver muy pronto.
— Jefe, ¿alguna vez le fallé?— fanfarroneó el Nene. — Si me hubiera mandado la foto antes...
— Tiene que ser igual, ¿está claro? No como la última vez...— casi lo amenazó.
— No podía ser más parecida, comi. Le aseguro que es perfecta. Y una de mis mejores chicas. Veintitrés años, garantizo la discreción.
La excitación lo ahogó durante un instante.
— Quiero verla hoy — dijo sin casi pensarlo.
— Lo estamos esperando.
Del compartimiento oculto de su cajafuerte sacó sus juguetes preferidos. Le temblaban las manos cuando revisó la ropa que había comprado la semana anterior. Cargó la .45 y la metió en un maletín con los juguetitos. Guardó la foto, el expediente y cerró la cajafuerte. Al sorprendido Loiseau le dijo que había surgido un compromiso muy importante en París.
— No me esperen hasta mañana.
(1) Servicio de Seguridad del Ministerio del Interior
MILÁN, PALAZZO BOZZI. FINALES DE MARZO.
La lluvia helada azotó los cristales y Marcello Contardi se despertó completamente lúcido, con la lucidez previa a la muerte. Inspiró profundo por primera vez en varios días. El enfermero de noche no estaba en su puesto al pie de la cama de hospital, que había reemplazado a la suya propia monumental cuando la enfermedad lo encadenó a ese montón odioso de metal ortopédico para lo que le quedara de vida.
Supo que era el momento y la fuerza le llegó a los músculos vencidos por la postración. Puso los pies en el piso y sin preocuparse por buscar las pantuflas, salió de la habitación. La vida se le iba con cada respiración y muy pronto no podría impulsar el diafragma una vez más.
El picaporte del estudio le transmitió un algo de eléctrico cuando lo empuñó; tuvo la sensación de no pisar el suelo en el trayecto desde la puerta hasta el escritorio. Se sentó porque ya no podía tenerse en pie, y los pulmones y el corazón se prepararon para la traición definitiva. Abrió la trampa del escritorio y buscó enfebrecido hasta encontrar las fotografías. Quería gritar el nombre pero se le había acabado el aliento y fue nada más que un susurro ronco y desgarrado. Me muero, pensó, me muero y lo único que tuve de tí fue tu desprecio. A pesar del tiempo y de la agonía inminente, el cuerpo se le estremeció en un estertor de aquella locura que le había envenado la vida. ¡Por qué me condenaste de esta forma! Estoy maldito por tu culpa. ¡Maldito, maldito para siempre y sin descanso! El pecho le estalló en una convulsión de amor contrariado, en la rebelión inútil del final.
Guardó su secreto como pudo, con la vista turbia y las manos temblorosas por el esfuerzo ingente de girar la cerradura. Lloraba de rabia, de odio y de pasión cuando escuchó los gritos entre algodones, pero ya no podía responderlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario