Felicitaciones a Hugo A. Alonso. En los próximos días le haremos llegar su medalla, diploma y ejemplares de la antología.
LA DIABLA
Hugo Alberto Alonso- San Pedro- Pcia. de Buenos Aires
Hugo Alberto Alonso- San Pedro- Pcia. de Buenos Aires
Un amigo de verdad, el Melitón. Porque solamente un amigo como él es capaz de prestarme a la Diabla. Hace rato que se la ando deseando, pero todo el mundo sabe que él no la presta. Creo que se dio cuenta de que se me iban los ojos. “Llevala —me dijo con la cabeza gacha —la quiero a la noche aquí”.
Nos hemos cambiado favores desde que éramos gurises, con el Melitón. Casi hermanos somos, desde que nos dejaron guachos un par de desgracias en los pagos de Los Toldos. Hemos compartido todo: comida, angustias, mujeres... Cómo no iba a prestarme a la Diabla, justo ahora que ando falto.
Y ella que se hace querer. Me mira con esos ojos grandotes, negros y el gesto desafiante. Entonces, yo me le acerco despacito, la semblanteo fijo y ella baja la cabeza. La acaricio detrás de la oreja, eso le gusta, y me apoya la cara en la palma de la mano. Qué suerte que tiene el Melitón, ser su dueño, tenerla con él para cuando Dios mande. Vuelvo a acariciarla, y ella adivina lo que se viene. Cuando mi torso desnudo se pega al suyo, se estremece. Y yo también, qué joder, ¿por qué no reconocerlo? ¿Por qué no admitir que quisiera quedármela, toda para mí, para siempre? Empiezo a decírselo: Diabla, yo quisiera...
Pero el Melitón no merece eso, y me callo el resto. Ella, en silencio, creo que comprende. Mis manos, como hambrientos abanicos, acarician sus caderas. Me le subo con violencia, pero me acepta gentil, sin un reproche. Le hago sentir mi rigidez, como corresponde, y ella vuelve a estremecerse alzando la cabeza con un jadeo corto muy cerca de mi boca. Se mueve feliz debajo de mí, pero juraría que me está comparando con el Melitón. Creo que siempre lo hace. La cabalgo despacito, para que no me olvide nunca, para que me sienta, para... disfrutarla. No sé el tiempo que llevamos pegados, pero yo sigo moviendo mi cintura incansable, y ella la suya.
Sin darnos cuenta, ha llegado la noche y allá arriba destellan la luna y las estrellas. Es hora de regresarla. A veces el Malo se mete en mis sesos y me viene cada pensamiento... Pero el Melitón es un amigo y a un amigo no se le falla. Se la llevo despacito, abrazado a su cuello, en silencio. Cada tanto nos miramos; yo sé que la Diabla ya eligió. La despido con una caricia y me voy sin darme vuelta.
Pero ya estoy pensando una excusa para volver a pedirle la mujer al Melitón.
Nos hemos cambiado favores desde que éramos gurises, con el Melitón. Casi hermanos somos, desde que nos dejaron guachos un par de desgracias en los pagos de Los Toldos. Hemos compartido todo: comida, angustias, mujeres... Cómo no iba a prestarme a la Diabla, justo ahora que ando falto.
Y ella que se hace querer. Me mira con esos ojos grandotes, negros y el gesto desafiante. Entonces, yo me le acerco despacito, la semblanteo fijo y ella baja la cabeza. La acaricio detrás de la oreja, eso le gusta, y me apoya la cara en la palma de la mano. Qué suerte que tiene el Melitón, ser su dueño, tenerla con él para cuando Dios mande. Vuelvo a acariciarla, y ella adivina lo que se viene. Cuando mi torso desnudo se pega al suyo, se estremece. Y yo también, qué joder, ¿por qué no reconocerlo? ¿Por qué no admitir que quisiera quedármela, toda para mí, para siempre? Empiezo a decírselo: Diabla, yo quisiera...
Pero el Melitón no merece eso, y me callo el resto. Ella, en silencio, creo que comprende. Mis manos, como hambrientos abanicos, acarician sus caderas. Me le subo con violencia, pero me acepta gentil, sin un reproche. Le hago sentir mi rigidez, como corresponde, y ella vuelve a estremecerse alzando la cabeza con un jadeo corto muy cerca de mi boca. Se mueve feliz debajo de mí, pero juraría que me está comparando con el Melitón. Creo que siempre lo hace. La cabalgo despacito, para que no me olvide nunca, para que me sienta, para... disfrutarla. No sé el tiempo que llevamos pegados, pero yo sigo moviendo mi cintura incansable, y ella la suya.
Sin darnos cuenta, ha llegado la noche y allá arriba destellan la luna y las estrellas. Es hora de regresarla. A veces el Malo se mete en mis sesos y me viene cada pensamiento... Pero el Melitón es un amigo y a un amigo no se le falla. Se la llevo despacito, abrazado a su cuello, en silencio. Cada tanto nos miramos; yo sé que la Diabla ya eligió. La despido con una caricia y me voy sin darme vuelta.
Pero ya estoy pensando una excusa para volver a pedirle la mujer al Melitón.